Muerte en luna nueva

‘El rey loco’, un cuento sobre la lucha del hombre viejo con el hombre nuevo. Capítulo 6.

02 DE ABRIL DE 2023 · 08:00

David Brooke Martin, Unsplash,castillo noche, castillo luna
David Brooke Martin, Unsplash

“El rey loco” Capítulo 6

La noche era de lo más desapacible. A pesar de la luna llena, que daba claridad a las tinieblas del castillo, soplaba un viento rabioso, cargado de nieve, para recordarnos que era invierno y que no habría clemencia para aquellos que salían de la fortaleza y se exponían al cielo raso.

En la puerta de la celda aparecieron dos guardias. No dijeron nada, simplemente me acompañaron hasta el mirador de la muralla caminando muy cerca mío, uno por delante y otro por detrás. No eran soldados que hubiera visto antes, cosa que me extrañó, pues si eran guardias de la confianza de Andrea yo debía conocerlos. Con el corazón en un puño y todo tipo de temores arañándome el cerebro, me dirigí a lo que muy probablemente era la última maldad de mi hermano.

El Barranco de los Derrotados es la parte del castillo que menos vigilancia necesita. Es completamente imposible acceder a la fortaleza desde el exterior, gracias a su caída en picado de más de doscientos metros. Por lo tanto, si uno quería tener una conversación a salvo de miradas indiscretas no había mejor lugar en todo el palacio.

Estuve tentado a regresar a mi habitación unas diez veces en el trayecto hasta el mirador del barranco, pero el deseo de ver a Andrea sobrepasaba lo alto de mis temores, de manera que ajusté mi capa para resguardarme del frío y supliqué serenidad al cielo para encarar mi destino.

Al doblar la última esquina, la que me conducía al mirador, distinguí, a veinte metros de mí, como si de una aparición angelical se tratase, a mi querida Andrea. Había acudido a la cita ataviada con un abrigo de piel con capuchón y largo hasta los tobillos, blanco como la nieve que caía copiosamente a esa hora. Permanecía muy quieta, de espaldas a mí. En los cuarenta pasos que di hasta llegar a mi reina, pensé en abrazarla y besarla, perdonándole sin más rodeos su infidelidad y la ceguera de haber conspirado con Marcus para encarcelarme.

¿Por qué no se movía y estaba de espaldas? Una punzada en el corazón me hizo dudar de seguir avanzando hasta Andrea. “Probablemente se siente demasiado avergonzada como para sostenerme la mirada”, razoné.

Me faltaba poco para llegar a su altura, cuando tuve la sensación de que alguien nos espiaba por la espalda. Me detuve y al darme la vuelta descubrí, para mi extrañeza, que estaba solo. Ni rastro de los soldados que me habían acompañado hasta la esquina. Eso me intranquilizó aún más. Con la respiración azorada y listo para lo peor, llegué a la espalda de Andrea. Puse mi mano en su hombro y saludé:

—Aquí estoy, esposa mía. Es hora de empezar de nuevo.

Entonces, Andrea se dio la vuelta y bajo el capuchón del abrigo, lejos de encontrar su dulce rostro, me topé con mi peor enemigo.

Marcus me sonreía con una mirada cainita. Instintivamente puse mis ojos en sus manos y vi relucir una espada a la luz de la luna.

—¡Marcus! ¿Cómo has podido?

—¡Este es el final, hermano! ¡Aquí morirá Marcus y nacerá un nuevo Wilfredo! ¿Tus últimas palabras, Principito?

Debía ganar tiempo y pensar en una forma de escapar de la encerrona de Marcus.

—Tengo dos preguntas... No querría morir con la duda —dije con una seguridad que descolocó a mi gemelo.

—¿Y cuáles son? —concedió Marcus.

—¿Fuiste tú quien disparó la flecha que mató a padre? —pregunté, aunque para mí era algo más que evidente.

—¿Y quién si no, Wilfredo? ¿Aún lo dudabas? ¡Rápido, la otra cuestión, hermanito! —masculló con gesto sádico, preparando la espada para ensartarme con ella.

—¿Mandaste tú la nota? ¿Has aprendido a imitar la letra de Andrea?

Marcus comenzó a reír. Al principio débilmente, como si mi ocurrencia le hubiese sorprendido. Luego, sardónicamente para restregarme su superioridad en todo, también a la hora de enamorar a la mujer de mi vida.

De pronto se detuvo y me escupió la verdad sin asomo de remordimiento.

—La nota la escribió Andrea, Wilfredo. Tu esposa y yo planeamos tu muerte —Volvió a reír con esas carcajadas que aserraban mi alma—. ¿No puedes aceptarlo, favorito de papá? ¡Andrea me ama a mí, al auténtico primogénito! —Gritaba como poseso, dejando bullir toda su rabia—. ¡El reino era para mí! ¡Y Andrea me correspondía también! Padre y tú no quisisteis poner las cosas en su lugar cuando podíais haberlo hecho y me ha tocado a mí, como siempre, enmendar vuestra falta de hombría...

—Permíteme hacer una última pregunta —lo interrumpí—. Cuando me hayas matado, ¿acabarás también con Andrea?

—¡De eso puedes estar seguro! —se apresuró a confirmar— ¡No quiero nada tuyo! Estaba esperando a que me diera un hijo para restregártelo en la cara, pero me he cansado de este jueguecito. ¡Que veas su carta, escrita de su puño y letra, también es una buena forma de mandarte al fondo del barranco con desesperación! Tu propia esposa firmó tu sentencia de muerte...

En ese preciso instante, a mi espalda se oyó un alarido que nos dejó congelados a ambos. Me giré, sin importarme la espada y la vi.

—¡Segismundo, detente! ¿Qué haces? ¡Baja de la balaustrada!

Era Andrea, que corría hacia nosotros abriéndose paso entre la cascada de nieve que se precipitaba con furia. Me pareció distinguir el pánico dibujado en su rostro y que hacía señales con las manos.

“¿Segismundo? ¿Balaustrada? ¿A qué se refería?”, pensé desconcertado.

—¡Vete o te lanzaré al vacío también a ti! —gritó Marcus detrás mío.

Me resistía a creer que Andrea acabaría en manos de aquel monstruo

—¡No dejaré que le hagas daño!

Eso fue lo último que dije antes de girarme y recibir la espada de mi gemelo en el vientre. Nunca olvidaré la expresión de sorpresa de Marcus cuando, en lugar de caer al vacío llevándome su espada al otro mundo, saqué fuerzas de algún rincón de mi cuerpo y en un movimiento desesperado empujé a mi gemelo hacia el precipicio con tal ímpetu que yo caí al lado opuesto, el del interior de la muralla, por la misma inercia del movimiento.

—¡Noooooooo! —aulló Marcus en su descenso. Y, por último, se oyó— ¡Te espero en el infiernooooo!

 

El cuento de “El rey loco”: capítulos

Capítulo 1. Los dos reyes

Capítulo 2. El monstruo de la torre

Capítulo 3. La guerra con Oriente

Capítulo 4. Siembra vientos y recogerás tempestades

Capítulo 5. Huelga de hambre

Capítulo 6. Muerte en luna nueva

Capítulo 7. Resurrección

Capítulo 8. El manuscrito para el príncipe André

Epílogo

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Soliloquios - Muerte en luna nueva