Decisiones como familia ante Dios
Quiero compartir contigo dos consejos como familia: servir a Dios y la toma de buenas decisiones.
20 DE NOVIEMBRE DE 2022 · 08:00

Consejos para una familia bendecida (y 4)
Esta es la última entrega de la serie titulada ‘Consejos para una familia bendecida’. Hasta ahora hemos abordado tres consejos:
- Una familia con Dios; y una familia conectada a una congregación saludable.
- Una familia bien pastoreada.
- Y el último, una familia que vence, donde hemos visto cuatro cuernos o poderes destructivos y cuatro artesanos para contrarrestarlos.
En este último soliloquio quiero compartir contigo dos consejos más: una familia que sirve a Dios; y una familia que toma buenas decisiones.
5.- UNA FAMILIA QUE SIRVE A DIOS
¿Para qué fue creada la familia? Todo lo que es de Dios tiene un propósito. La familia fue creada para servir a Dios. Adán y Eva debían señorear, sojuzgar la tierra, ejercer dominio... Noé con su casa, construir un arca. También sirvieron a Dios Abraham, Isaac y Jacob. El plan de Dios con Israel comenzó así: no era una gran nación, sino un clan de setenta y dos personas, los que entraron a Egipto. Eran una familia, un pueblo pequeño. Sin embargo, familias que le servían a Dios: Abraham y sus descendientes serían una familia para guardar los caminos del Señor y servirle de generación en generación (Génesis 18:19).
El propósito de Dios para todos nosotros es que nuestras familias sirvan al Creador, y si todavía tu familia no le sirve y solamente tú eres fiel a Dios quiero que sepas que a través tuyo se irán contagiando los otros.
En el Nuevo Testamento tenemos a José y María: otra familia que servía a Dios. Jesús fue el primogénito, pero todos los hermanos de Jesús acabaron también sirviéndole a Dios. Aquila y Priscila fueron un matrimonio apostólico. Y hay muchos ejemplos más. Vemos el diseño de Dios: que como familia le sirvamos a nuestro Dios y Creador, y que seamos de bendición a otras familias. Familias bendecidas que son bendición para otras familias. Nosotros somos, no solamente bendecidos para disfrutar, somos bendecidos para bendecir.
Solo que debemos decir como Josué, “yo y mi casa serviremos al Señor” (Josué 24:15) y hay que inculcarlo a los hijos (Deuteronomio 4:9-19): “Somos una familia que le sirve a Dios; podemos ser doctores, podemos ser mecánicos, podemos ser dependientas de supermercado, podemos ser limpiadores, podemos ser albañiles... Lo que sea. Pero ante todo vuestro padre es un siervo de Dios, vuestra madre es una sierva del Señor. Vosotros sois siervos de Dios. Vivimos para Jesús. El Señor nos creó, nos formó como familia y nuestro propósito es honrar y servir a Dios”.
No hay nada más poderoso que familias que le sirven al Señor. Dios llama a las familias, y nuestro deseo debe ser el que nuestros hijos sean mejores que nosotros. Que se enamoren de servir a Dios. Vanessa y yo hemos tenido cuidado cuando nos hemos llenado un poquito de frustración; debimos parar y replantear nuestro ministerio preguntándonos, ¿qué estamos haciendo mal? Porque el ministerio tiene su carga, su peso y su precio. Pero queremos que nuestros hijos nos vean felices, no amargados, para que ellos también quieran servir a Dios. Si estamos siempre mal nuestros hijos, que no son tontos, dirán: “Yo no quiero esto para mí”. Como padres, hay problemas que podemos tener o diferencias entre nosotros, pero siempre hemos de cuidar y proteger el corazón de nuestros hijos, porque deben vernos servir a Dios con gozo y estar en la iglesia con alegría.
Uno de las problemas que tuve fue que, por mi celo, yo quería servir al Señor con mucha religiosidad, quizás también a una velocidad que mi esposa y mis hijos no podían seguir. Estaba arruinando mi propia casa. Curioso, queriendo servir a Dios estaba perdiendo mi casa. Entonces dije: “Vamos a hacer un acuerdo, Señor; yo te cuido tu casa, pero Tú me tienes que cuidar la mía. Quiero servirte, pero yo y mi casa; que entren conmigo en el arca”. Y me di cuenta de que Vanesa llevaba su proceso y que tenía que respetar el proceso de Dios con ella. Y nuestros hijos igual, ellos llevan su ritmo. Si tú le metes demasiada presión, más de lo que pueden sobrellevar, los dañas. Indudablemente, se trata de actuar con sabiduría. Si corro mucho, he de bajar mi velocidad, o si ella corre mucho, bajar un poco, con tal de ir juntos, avanzando a la par.
Tiene mucho que ver con esperar el tiempo de Dios. El Señor tiene un tiempo para cada miembro de nuestra familia. Ahora tengo cuarenta y cuatro años; no soy el mismo de cuando tenía veintiuno, veintiocho o treinta y cinco. He vivido un proceso y no puedo pretender meter en la cabeza de mi hijo o de mi hija toda mi sabiduría. No sucede así. Debo esperar que ellos también vean y entiendan. Y mientras, no los juzgo; si tengo que dar un consejo se lo daré; y, poco a poco, con la madurez, nos van a ir preguntando: “Papá, ¿qué pasó en tu vida?” “Y ¿qué hiciste para superar esto o aquello?”.
A menudo, Vanessa y yo les contamos nuestro camino y muchas cosas que hemos vivido, porque tenemos que aprender a narrar nuestra historia. Es algo muy poderoso. ¿Qué le aconteció a Josué, después de la conquista? ¡Que no contaron su historia! Y surge una generación que “no conocía al Señor, ni la obra que él había hecho por Israel” (Jueces 2:10). Tienes que contar tu testimonio a tus hijos. Tus hijos han de conocer cuál es tu historia. Tienen que saber de los milagros que Dios ha hecho por nosotros. Porque, a veces, damos por sentadas tantas cosas... ¡Vamos a contarlo, de corazón a corazón! Yo le digo a Rubén: “Hijo, yo también he sido muy inconstante. He luchado contra la inconstancia. Siempre peleaba contra el doble ánimo y me ha costado mucho vencer, pero ¿sabes? Dios me ha ayudado y me ha dado constancia. Y te entiendo perfectamente, Rubén, que tienes un día bien, otro mal... No te preocupes, poco a poco vas a madurar”.
El afirmar lo de Dios unos a otros es algo fundamental: cuando confesamos lo que Dios es y puede hacer en nuestro corazón. Declara que tu mujer va a ser una sierva de Dios. Dile: “Yo sé que Dios va a hacer grandes cosas contigo. Tienes mucho para dar”. A veces es llamar a las cosas que no son como si fueran. Y a nuestros hijos: “Tú eres un profeta”. O “eres una sierva de Dios”. “¡Tú eres tan especial, hijo mío!”. Al afirmar su identidad en casa no buscarán la afirmación fuera. En casa debemos sentirnos valorados.
Eso sí, yo no soy el padre de Vanessa ni ella mi madre. Aunque nos podemos dar un consejo, pero debemos dejar a Dios que haga su obra de paternidad, y nosotros simplemente acompañar. Esta semana hablaba con una parejita en la que la esposa esperaba en su marido el summum del romanticismo, pero ella era como la señorita Rottenmeier, todo el día encima de él para corregirle. Así es imposible que él actúe hacia ella como un esposo que la hace sentir una mujer amada y cuidada. Porque parece que está casado con su madre. Y puede suceder igual en la otra dirección. Entonces, tú no eres su madre ni él es tu padre. ¡Es Dios! Y todos estamos en un proceso de madurar y ser mejores, en el que nos podemos ayudar unos a otros.
6.- UNA FAMILIA QUE TOMA BUENAS DECISIONES
Necesitamos sabiduría. Podemos perturbar nuestra propia casa cuando tomamos malas decisiones; y nuestros hijos pagan las consecuencias. Se trata de que consultemos juntos al Señor. Que busquemos la guía de Dios. Cuando queremos hacer la voluntad de Dios, Él nos ayuda.
Hay decisiones ganadoras y hay decisiones que suponen un retroceso. Por ejemplo, recuerdo cuando estábamos como misioneros en Bolivia y Vanessa me decía: “Juan Carlos, tenemos que cambiar de casa...”. Y Dios me dijo: “Escucha a tu mujer en lo que dice, ella está velando del bien de la casa y su consejo es el sabio”. Yo no lo veía, porque ya estábamos acomodados, y nos costó encontrar estabilidad. Ella me decía: “necesitamos dar este paso, es estratégico”. Finalmente dimos el paso y supuso un antes y un después. Fue una decisión ganadora.
Pero también hemos tomado decisiones que han sido un retroceso; decisiones por las que nos hemos empezado empresas o hemos caído en deudas, y nos hemos metido en donde Dios no nos ha llamado. Resultado: nosotros y nuestros hijos hemos pagado las consecuencias... Hemos perturbado nuestra propia casa.
Proverbios 9:1 dice: “La sabiduría ha edificado su casa”. Proverbios 11:29: “El que turba su casa heredará viento, y el necio será siervo del sabio de corazón”. Proverbios 14:1: “La mujer sabia edifica su casa, pero la necia con sus manos la derriba”. Proverbios 15:27: “Perturba su casa el que tiene ganancias ilícitas, pero el que aborrece el soborno vivirá”.
Quizás aceptas un trabajo y parece que vas a ganar más, pero es algo ilícito, o es una esclavitud. Has ganado más dinero, no obstante, ¿para qué? Para desaparecer y ser un esclavo moderno. Proverbios 31:27 dice de la mujer virtuosa: “Ella vigila la marcha de su casa y no come el pan de la ociosidad”. Eso es sabiduría.
Juntos, tomemos buenas decisiones. Las prisas son un problema. Debemos pararnos y comprender que, a menudo, un cambio de instituto puede salvar a nuestros hijos. O, quizás, una decisión de movernos de congregación, o no movernos de congregación, también marca un antes y un después. Puede ser que, yendo bien, de repente, un desvío nos trae desdicha. Hay que arrepentirse y regresar al camino. En otros casos, es el momento de hacer algo y estamos postergando una decisión, porque no queremos movernos, y ¡sí! ¡hay que salir de ese mal barrio! ¡o cambiar de trabajo!
Decisiones marcan destino. Una familia que toma buenas decisiones, buscando la guía y la sabiduría de Dios será una familia bendecida, que progresa y avanza.
Hemos comenzado esta serie con el salmo que reza: “si el Señor no edifica la casa todo es en vano” (Salmo 127:1). Y tenemos el honor de contar con el Señor como el arquitecto y constructor, que edifica nuestras familias. Por ese motivo, Él está invirtiendo muchos recursos en nosotros, para enseñarnos y edificar nuestras casas. Ya sea que Dios comenzase la edificación desde el primer momento o que le hemos dicho “ven” a mitad del camino, para restaurar una familia que se desmorona, que está dañada, de cualquier forma, Él es el Dios que bendice a las familias de la tierra. A través de su simiente, que es Cristo, serán bendecidas las familias de sus hijos.
Un repaso final
En esta serie momento te he transmitido seis buenos consejos. Los repasamos: ¿Cómo ser familias bendecidas? Solo así, siendo...
- Una familia actuando con Dios.
- Una familia conectada a una congregación saludable.
- Una familia bien pastoreada.
- Una familia que vence.
- Una familia que sirve a Dios.
- Y una familia que toma buenas decisiones.
Terminemos este soliloquio con una oración:
“Señor, te damos gracias. El hogar y las familias no son invención del hombre, ni es un producto de la religión o de los políticos. Es creación del Creador. Porque Tú eres un Dios que ha vivido eternamente en familia: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y creaste a las familias para relacionarnos, para servirte y para ser felices. Sana todo matrimonio debilitado. Restaura la comunicación, la sexualidad, la salud económica... No hay problema tan grande que con tu gracia no podamos vencer. No hay un poder destructivo que el Artesano de los artesanos, el Carpintero, no pueda neutralizar, porque Tú amas el hogar. Gracias, Señor, porque nos has hablado de muchas cosas y todas ellas son importantes. Las guardamos en el corazón y te pedimos la gracia para vivirlas. En el nombre de Jesús. Amén”.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Soliloquios - Decisiones como familia ante Dios