El pastoreo mutuo entre esposos
Esposo y esposa son pastores el uno para el otro, se cuidan mutuamente y cuidan de sus hijos.
06 DE NOVIEMBRE DE 2022 · 08:00
Consejos para una familia bendecida (2)
Esta es la segunda entrega de una serie de cuatro artículos en la que te comparto un total de seis consejos para poder ser familias bendecidas. La semana pasada llegamos a la conclusión de que esa es la voluntad de Dios para todas las familias de la tierra. Solo que su bendición es en Cristo, es decir, por tener a Cristo como el rey de nuestros corazones y hogares (Gálatas 3:16 y Génesis 12:3).
De manera que, los dos primeros consejos son la base de todo, a saber: que seamos familias con Dios y en Dios; y que seamos familias conectadas a una congregación saludable.
Tercer consejo: UNA FAMILIA BIEN PASTOREADA
Ahora quiero hablar de que los esposos somos pastores de nuestra casa. Es decir, además de que tengamos pastores en nuestra congregación que nos apacientan, nosotros somos los pastores de nuestra casa. Vanessa y yo somos pastores el uno para el otro, nos cuidamos mutuamente y cuidamos a nuestros hijos.
¿Qué es apacentar? Por ejemplo, el pastor se preocupa del pasto de sus ovejas; de que disfruten verdes pastos. Nosotros nos tenemos que preocupar del alimento en el hogar. ¿Qué estamos comiendo en casa? Si nuestros hijos están en la habitación, pasan horas en su cuarto y están alimentándose de cualquier youtuber o instagramer, o pasan horas en perniciosos sitios web o enganchados a quién sabe qué videojuegos, que más tarde no nos extrañe que brote rebeldía o una especie de adicción al mundo virtual.
La adicción al mundo virtual produce una incapacidad para relacionarnos de forma emocional, física, mirarnos a los ojos, responder, saber escuchar, saber hablar... A menudo, los hijos de hoy miran a sus padres y contestan con un con guiño o monosílabos. Cuesta sacarles las palabras. No están acostumbrados a expresarse. Debemos enseñarles a que piensen en lo que sienten y que lo puedan expresar. Provocamos momentos y espacios para la comunicación. La mesa, por ejemplo. En el momento de la comida apagamos la televisión, dejamos fuera los smartphones. Es un tiempo de oro en familia. Nos hablamos, comunicamos, nos miramos a los ojos, preguntamos ¿cómo te ha ido hoy? Habla uno y el resto espera a que termine.
La vida moderna nos está robando la capacidad de comunicarnos, de entendernos, de tocarnos, de mostrar interés. Un abrazo es muy poderoso. Necesitamos abrazar a nuestros hijos; estrecharlos en los brazos y mantener el abrazo. Como dice la psiquiatra Marian Rojas-Estapé, que se libera oxitocina, a partir de los ocho segundos de abrazo.
Entonces, apacentar es saber cómo está nuestro rebaño. Dice en Proverbios 27:23: “Sé diligente en conocer el estado de tus ovejas, y mira con cuidado por tus rebaños”. El pastoreo es un cuidado constante. En lo natural, el pastor no llega un fin de semana cada tanto, da un montón de comida al rebaño, lanza cuatro gritos a las ovejas y se marcha hasta la próxima vez. Pastorear es llevar a cabo un cuidado diligente. Igual es el matrimonio: es un cuidarnos constantemente, servirnos constantemente, ver cómo estamos. Vanessa es mi psicóloga y yo soy su psicólogo. Ella me anima cuando me ve bajo. Yo la animo. Gracias a Dios no solemos ponernos enfermos a la vez. Nos turnamos (parece mentira, pero a muchos nos sucede así). Ella ora por mí, y yo oro por ella. Nos cuidamos. Y eso también lo ven nuestros hijos. Nuestros hijos quieren tener un matrimonio, el día de mañana, igual o mejor que el de sus padres, porque se puede mejorar en muchas cosas, sin embargo, ellos saben que nos honramos, nos amamos y eso produce en nuestros hijos un respeto hacia lo que es una familia y un matrimonio. Apacentar a los hijos, de igual modo, es cuidarlos contantemente, saber cómo están, estar con ellos también.
Creo que en este punto es muy importante hablar de la coherencia: ser coherentes; no voy a decirte una cosa y ser otra; lo que yo digo y quién digo que soy armoniza y con lo que realmente soy. La coherencia es muy importante en la casa. El marido para la esposa: no es que él afuera es de una manera y llega a casa y se transforma. O ella es tan paciente con todo el mundo, menos para su marido. Somos de una sola pieza, y lo mismo somos fuera que dentro. La túnica de Jesús era de una sola pieza y se la quisieron repartir a suertes para no rasgarla. Pues, debemos ceñirnos la vestidura de la dignidad de Jesús; eso es ser íntegros; una sola cosa.
Mi esposa era rebelde de pequeña. Como hija de pastor sufrió decepciones en la iglesia, pero lo único que la mantuvo cerca de las cosas del Señor fue la integridad de su padre. Mi suegro, ya en el cielo, era un verdadero hombre de Dios y una misma persona fuera y dentro de casa. De forma que, cuando Vanessa aún no tenía temor de Dios, sin embargo, el hecho de fallarle a su padre la guardaban de no entregarse al mal camino. Ella no podía soportar la mirada de decepción de aquel santo varón de Dios. Porque él era coherente. De una sola pieza, como el vestido de Jesús.
Hemos de ser muy intencionales en el cuidado constante y en estar. Tener tiempo para la familia. Porque el nivel de estrés y de trabajo actual nos tiene a todos muy esclavos, y se nos va la semana. Empezamos el lunes y de pronto ya es sábado. Hay que ser muy intencionales a la hora de buscar tiempos. Por ejemplo, yo siempre le digo a los dos pequeños que lean su Biblia. ¿Pero si no nos ven a nosotros leer la Palabra con qué autoridad les exhorto a ellos? Entonces ¿qué hago? Me siento a la mesa, en el salón y les digo vamos a leer juntos la Biblia, y compartimos un capítulo. Por el Espíritu, de vez en cuando, compartimos ese tiempo de lectura. Les suelo preguntar: ¿qué hemos aprendido en ese capítulo? Les enseño a leer la Palabra. No estoy esperando que venga un líder a hacerlo. Yo pastoreo mi casa primero. Muchos quieren ser pastores. Pues ahí tenemos nuestro rebaño y mucho trabajo, en casa. Y si uno no cuida, no sabe apacentar su propia casa, ¿cómo va a cuidar la casa de Dios? (1 Timoteo 3:5).
El otro día, por ejemplo, llevé a Rubén y a Caleb a cenar. Aunque no me sobra el dinero, invertí en ellos. Una cena sencilla, pero invertí un tiempo intencionalmente. Tampoco me puse con sermones. Hablamos de lo que a ellos les preocupa y les apasiona. Sin embargo, al rato empezaron a preguntarme, “papá ¿y tú, cuando eras joven?”; y acabamos en el espíritu. Empezamos a hablar de cualquier cosa, pero acabamos hablando acerca de los amigos, las influencias, las presiones. “Y tú, papá, ¿cómo lo hacías? ¿Como hiciste para vencer...?”. Yo les conté algunas experiencias y testimonios. Cuando volvimos a casa, andando, íbamos los tres llenos de gozo. Eso no se puede hacer todos los días, no obstante, cada tanto hay que sacar ese tiempo, ser intencionales para estar, para convivir...
El otro día dábamos consejería a una pareja que llevan casados 13 años y estaban al borde de la ruptura. Los animábamos: “dejad a los niños con tu madre, o una cuidadora que paguéis; id a tomar un café; o a cenar; o una noche de hotel; dale una sorpresa a tu esposa; invierte en tu matrimonio”. Parece que cesó el romanticismo, porque ya nos hemos conquistado el uno al otro. Más bien, debemos volvernos a conquistar y a enamorar cada día. A menudo, por ahorrar unas monedas o unos billetes, que no nos sacan de pobres, perdemos el cuidarnos y disfrutarnos como pareja. Y al final, acabamos gastando el dinero en psicólogos o en divorcios.
Los maridos tenemos la capacidad de estar en casa con el cuerpo presente y la mente ausente. En nuestro propio mundo o en la cajita de no pensar en nada. Pero ¿de qué te sirve estar con tus hijos todo el día si no tienes la capacidad de tener una conversación, de mirarlos a los ojos, amarlos, hablarles de corazón a corazón? Dejando en negro sobre blanco que no somos amigos de nuestros hijos. Amigos tienen en muchos lugares; padre y madre solo tienen dos; o quizás, uno, por ser mamá soltera. Mi hija tiene mil amigas, pero a mi esposa le toca ser su madre. Hemos de ocupar el lugar que nos corresponde, tanto el padre como la madre. Somos los que los apacentamos, y nuestros hijos necesitan saber que estamos ahí, para darles ese cuidado de forma incondicional.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Soliloquios - El pastoreo mutuo entre esposos