El reino de los cielos, el ‘shalom’ perfecto

El reino de los cielos y la privilegiada condición de los creyentes en él cuando Jesús lo establezca en la tierra.

    26 DE FEBRERO DE 2023 · 08:00

     Eutah Mizushima, Unsplash,selva jungla, naturaleza virgen
    Eutah Mizushima, Unsplash

    Hablemos del cielo (4)

    Ya dijimos que la vida eterna no se define en términos de la cantidad de años vividos, sino en términos de la calidad de la vida disfrutada. La vida eterna en el reino de los cielos establecido por Cristo en la tierra es, pues, una vida de una calidad incomparablemente superior a la actual, con el agregado de que se prolongará sin fin en el tiempo.

    Esto coloca las cosas en su justo lugar y proporción en relación con el reino de los cielos. De hecho, es atrevido tratar de abarcar en unos pocos artículos, así no sea más que a vuelo de pájaro y en una perspectiva muy general, los aspectos e implicaciones maravillosos que el reino de los cielos tendrá para la vida de los creyentes.

    Por eso, para considerar con algo más de detalle, pero siempre de manera necesariamente insuficiente y tan sólo panorámicamente descriptiva estos aspectos, recomiendo la lectura del bíblicamente bien fundamentado libro El cielo de Randy Alcorn, en el que me he apoyado para la elaboración de estos artículos que podría considerarse tan sólo un abrebocas de aquel y de su tratamiento más sistemático y abundante de esta doctrina fundamental del cristianismo.

    De cualquier modo, apoyado simultáneamente en su exposición más detallada y en los múltiples pasajes bíblicos en los que esta exposición se fundamenta, se puede afirmar lo siguiente en relación con el reino de los cielos y la privilegiada condición de los creyentes en él cuando se establezca en la tierra.

    En primer lugar, el reino de los cielos involucra el hecho de que los creyentes gobernaremos con Cristo, desde la Tierra, este vasto, asombroso e insondable universo en el que nos encontramos y que la ciencia está muy lejos de acabar de explorar y descubrir todas las deslumbrantes posibilidades que ofrece, incluso en ésta, su versión caída y deteriorada, sujeta al desgaste o a lo que la ciencia llama “entropía” la segunda ley de la termodinámica. Ley que la revelación bíblica nos permite concluir que no operará en el universo recreado y renovado por Dios en su segunda venida para inaugurar el reino de los cielos en la tierra.

    El universo, comenzando, pues, por la tierra renovada, exhibirá condiciones paradisíacas y nuevas e inagotables posibilidades, al mejor estilo del Jardín del Edén original, pero no será propiamente un Jardín, sino todo un reino con ciudades esplendorosas ꟷdestacándose por encima de todas ellas la Nueva Jerusalén descrita simbólicamente en el libro de Apocalipsisꟷ en completa armonía con la naturaleza, desarrollos científicos y tecnológicos inimaginables pero siempre amigables con el entorno y sin relación con la industria bélica, que no existirá, pues ya no será necesaria, puesto que en ese entonces: “Dios mismo juzgará entre muchos pueblos, y administrará justicia a naciones poderosas y lejanas. Convertirán en azadones sus espadas, y en hoces sus lanzas. Ya no alzará su espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Miqueas 4:3).

    En este orden de ideas el trabajo y las actividades humanas experimentarán una explosión exponencial de posibilidades y alternativas de desarrollo en las que podremos ocuparnos, siempre deleitosas, fructíferas y significativas ꟷcomo corresponde a las labores de gobierno sobre el universo que nos serán delegadasꟷ, especialmente adaptadas a nuestras capacidades e intereses diversos, y sin que el cansancio o el agotamiento las manche o eche a perder, puesto que el trabajo fue una bendición de Dios establecida antes de la caída, cuando Dios puso al ser humano en el Jardín del Edén para que “lo cultivara y lo cuidara” (Génesis 2:15) y el agotamiento, el cansancio y la eventual insatisfacción y frustración que ahora nos genera, no sólo en lo que tiene que ver con la remuneración económica que obtenemos por su intermedio, fue un producto de la caída, cuya sentencia divina incluye el hecho de que ahora, en las condiciones actuales de nuestra existencia: “… ¡maldita será la tierra por tu culpa! Con penosos trabajos comerás de ella todos los días de tu vida. La tierra te producirá cardos y espinas, y comerás hierbas silvestres. Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres, y al polvo volverás»” (Génesis 3:17-19).

    Pero, por contraste y oposición, el reino de los cielos es descrito en la epístola a los Hebreos con especialidad, como el disfrute del “reposo de Dios”, por lo que el agotamiento y la insatisfacción con el trabajo, cualquiera que este sea, es una imposibilidad en este reino.

    Otro aspecto muy importante del reino de los cielos es la red de ricas y variadas relaciones humanas que estableceremos en él en el contexto de una comunión y fraternidad pura, limpia, auténtica, sincera y absolutamente justa como la que caracterizará a la sociedad de entonces, entre miembros en pleno derecho y en plena responsabilidad de la gran familia de Dios, como lo seremos todos, dado que las relaciones son, finalmente, aquello que le da su sentido auténtico y más trascendente a la vida humana y las que posibilitan el ejercicio del amor, descrito en la Biblia como el “vínculo perfecto”, con mayor razón por cuanto “Dios es amor” y el primero y principal mandamiento de la ley es amar a Dios con todo nuestro ser y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

    Entre todas estas relaciones, la principal y más importante será la que todos y cada uno de nosotros sin excepción tendremos con Dios, experimentada ya de manera directa, cara a cara y sin intermediaciones, vaguedades ni confusiones de ningún tipo, confirmando la afirmación clásica del cristianismo de que ver a Dios, o la llamada “visión beatífica”, es el sumum bonum o el bien supremo de la vida humana en general y de la vida cristiana en particular, y la aspiración más sentida y profunda de todo creyente auténtico.

    Dios tendrá para nosotros una atención especial y personalizada permanente y esa relación y vinculación tan directa y estrecha con él será la principal fuente de gozo y alegría continua para el creyente y alrededor de la cual girarán todas las demás relaciones y actividades que llevemos a cabo, dando cumplimiento pleno a la instrucción bíblica de hacer todas las cosas para la gloria de Dios, pues todas las diversas y complejas actividades llevadas a cabo por todos y cada uno de nosotros en el reino de los cielos, aún las que parezcan menos “religiosas” y más distantes del contexto eclesiástico y litúrgico tal y como lo entendemos en la actualidad, serán actos de adoración que contribuirán a resaltar la gloria de Dios en el centro de todo y, de paso, la gloria que Él nos permitirá disfrutar a cada uno de nosotros también a su lado.

    Tal vez la palabra que mejor resume las condiciones imperantes en el reino de los cielos es la palabra hebrea shaloma la que se refirió de este modo el teólogo Cornelius Plantinga Jr: “El entretejido íntimo formado por Dios, los seres humanos y toda la creación en justicia, plenitud y deleite es lo que los profetas hebreos llamaron shalom. Nosotros lo llamamos paz, pero significa mucho más que la simple paz de espíritu o cese de fuego entre enemigos. En la Biblia, shalom significa florecimiento, integridad, y deleite universales, una situación pletórica en la que se satisfacen las necesidades naturales y se utilizan con provecho los dones naturales; una situación que nos inspirará un asombro gozoso ante el Creador y Salvador que abre puertas y acoge a las criaturas en las que se deleita. Shalom, en otras palabras, es como deberían ser las cosas”.

    Esta armonía absoluta es la evocada con figuras bíblicas muy conocidas como estas que se han vuelto proverbiales: “El lobo vivirá con el cordero, el leopardo se echará con el cabrito, y juntos andarán el ternero y el cachorro de león, y un niño pequeño los guiará. La vaca pastará con la osa, sus crías se echarán juntas, y el león comerá paja como el buey. Jugará el niño de pecho junto a la cueva de la cobra, y el recién destetado meterá la mano en el nido de la víbora. No harán ningún daño ni estrago en todo mi monte santo, porque rebosará la tierra con el conocimiento del Señor como rebosa el mar con las aguas” (Isaías 11:6-9). Imagen ratificada por el profeta en el cierre de su libro: “No trabajarán en vano, ni tendrán hijos para la desgracia; tanto ellos como su descendencia serán simiente bendecida del Señor. Antes que me llamen, yo les responderé; todavía estarán hablando cuando ya los habré escuchado. El lobo y el cordero pacerán juntos; el león comerá paja como el buey, y la serpiente se alimentará de polvo. En todo mi monte santo no habrá quien haga daño ni destruya», dice el Señor” (Isaías 65:23-25).

    La alusión a estas ideales y armónicas relaciones entre todos los seres de la naturaleza no debe hacernos creer que el reino de los cielos es un retorno a una vida simple en contacto constante con la naturaleza virgen a la manera del “mito del buen salvaje”, sin transformarla ya creativa y provechosamente a través del trabajo y el ingenio humano en lo que conocemos como “cultura”. Por el contrario, el reino de los cielos será la realización verdadera del llamado “mandato cultural” que Dios impartió a la humanidad al crearla e instruirla a ser fructífera y multiplicarse, a llenar la tierra y someterla y a ejercer un dominio benévolo y constructivo sobre ella, cultivándola y cuidándola, como lo leemos en Génesis 1:27-30 y 2:15.

    La cultura será desarrollada, entonces, en todos los sentidos (arte, literatura, filosofía, ciencia, teología, etc.) a niveles insospechados, para la gloria de Dios, y para el beneficio de toda la creación, siempre en exploración, descubrimiento y aprovechamiento de los aspectos potenciales más luminosos presentes en ella a través de la ciencia y la tecnología y sin la presencia de los aspectos oscuros que la ciencia actual ha tenido que arrastrar y que han conllevado también la explotación y el deterioro culpable de la naturaleza y de nuestro medio ambiente vital, y su directa destrucción por parte de la industria militar en la guerra, algo que debemos también tener presente.

    Esta descripción sumaria y necesariamente insuficiente e incompleta del reino de los cielos no tiene más que el propósito de estimularnos y motivarnos a anhelarlo y a trabajar por él en este tiempo, recordándonos la anécdota narrada por Randy Alcorn en su libro en relación con la joven Florence Chadwick, quien en el año 1952 entró en al Océano Pacífico con la intención de llevar a cabo la hazaña de cubrir a nado el trecho comprendido entre la costa de la isla Catalina, en California, y la costa del continente, teniendo ya entre sus credenciales el haber sido la primera mujer que cruzó nadando el Canal de la Mancha en ambos sentidos.

    Teniendo en cuenta que el tiempo que le tocó en suerte fue nublado y frío, ella nadó al lado de los botes que la acompañaban durante 15 extenuantes horas, al cabo de las cuales se dio por vencida y pidió que la sacaran del agua, a pesar de que su madre la animara desde uno de los botes diciéndole que no lo hiciera, pues le faltaba muy poco para lograrlo.

    Cuando en una entrevista posterior le preguntaron a qué atribuía su fracaso respondió: “Todo lo que podía ver era la niebla… Creo que si hubiera podido ver la costa [que al subir al bote descubrió que estaba a menos de un kilómetro de distancia], lo hubiera logrado”. 

    Con base en esto, Randy Alcorn concluye: “No importa lo difícil que se vuelva la vida, si usted puede ver la costa y si toma su fuerza de Cristo, lo va a lograr. Oro para que este libro le ayude a ver la costa”. O también esta serie de artículos, en su defecto.

    Al fin y al cabo C. S. Lewis dijo: “… los cristianos que más hicieron por este mundo fueron justamente aquellos que más pensaban en el mundo que viene… Apunta al Cielo, y tendrás la tierra ‘de añadidura’”. Esta serie tiene, pues, el propósito de ayudarnos a apuntar al cielo, teniéndolo en la mira, para a la postre, obtener también la tierra, de añadidura.

     

    Serie "Hablemos del cielo"

    1.- El tercer cielo y la segunda venida de Cristo

    2.- El tercer cielo, cielo presente o estado intermedio

    3.- El falso cielo de la cultura popular

    4.- El reino de los cielos, el ‘shalom’ perfecto

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - El reino de los cielos, el ‘shalom’ perfecto

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