Contradicciones del progresismo

La “progresista” sociedad posmoderna es compasiva con el culpable y a la vez es cruel con los inocentes.

13 DE NOVIEMBRE DE 2022 · 08:00

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Cristianismo, progreso y filosofía progresista (4)

Si bien muchas de las causas del pensamiento progresista podrían y deberían ser secundadas por la iglesia si de ser fiel a su llamado se trata; las contradicciones del pensamiento progresista tampoco se hacen esperar.

Veamos un ejemplo, denunciado por Luis F. Cano Gutiérrez con estas palabras que aluden tácitamente al pensamiento progresista en el que: “La mayoría que está en contra de la pena de muerte es la que está a favor del aborto”. 

Porque no puede negarse que la “progresista” sociedad posmoderna está dispuesta a manifestar una gran compasión hacia el culpable, al mismo tiempo que se muestra cruelmente indolente hacia los inocentes. Y lo peor es que algunos de los que se oponen a la pena de muerte en nombre del progreso, argumentan que los que están a favor de ella son inconsecuentes si a la par que defienden la legitimidad de la pena de muerte condenan la legalización del aborto.

Pero los inconsecuentes no son los que defienden la pena de muerte para los culpables mientras que la rechazan para los inocentes, sino los que hacen lo contrario. Porque los niños no nacidos son inocentes y tienen todo el derecho a la vida, mientras que los adultos condenados a muerte en las cárceles del mundo son, con muy pocas excepciones (este último juicio se aplica a las sociedades occidentales de derecho del Primer Mundo como los Estados Unidos de América), comprobados criminales, por lo cual la pena de muerte para ellos no es algo improcedente ni injusto.

Dicho sea de paso, la prohibición de no matar contenida en el decálogo, no incluía las sentencias de muerte ordenadas por el mismo Dios y sancionadas por los tribunales humanos para numerosas transgresiones comprobadas entre su pueblo, algunas de ellas muy triviales para la mentalidad moderna, que se escandaliza entonces ante la presunta “crueldad” de un Dios que presume misericordia, como si ellos mismos fueran más misericordiosos que Dios.

Pero lo cierto es que Dios, antes que misericordioso es justo y, en justicia: “… la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Debería, por tanto, bajársele el tono a la polémica alrededor de la legitimidad o no de la pena de muerte desde la óptica cristiana, pues en el peor de los casos la pena de muerte pretende establecer estricta justicia y no ofrecer misericordia, ya que el estado ha sido instituido para hacer justicia antes que nada.

Y estas contradicciones del pensamiento progresista son, a todas luces, injustas, pues: “Absolver al culpable y condenar al inocente son dos cosas que el Señor aborrece” (Proverbios 17:15).

Ya Erhard Eppler planteaba la disyuntiva a la que el progresismo bien entendido está abocado y a la que no puede ser sordo: “Deseamos preservar… las estructuras a expensas de los valores o los valores a expensas de las estructuras… Los que desean probar lo segundo se encuentran entre los progresistas”. 

Porque, así como el desarrollo tecnológico no es el criterio que dicta la pauta para determinar el progreso, tampoco lo es el surgimiento de nuevas estructuras e instituciones políticas y sociales para reemplazar a las antiguas. Porque estructuras y valores no son mutuamente excluyentes. Así, pues, quien defiende a ultranza el avance tecnológico y el surgimiento de nuevas estructuras sociales para reemplazar a las antiguas no es necesariamente progresista, así como tampoco el que ve críticamente la tecnología y busca preservar las viejas estructuras es necesariamente reaccionario y opuesto al progreso.

Lo cierto es que no son las estructuras e instituciones sociales antiguas o nuevas ni el avance tecnológico los indicadores más confiables del auténtico progreso, sino la preservación, fomento, difusión y creciente implementación y respeto de los valores éticos promovidos por Dios en la Biblia.

De este modo, la conveniencia de la tecnología, las instituciones y las estructuras sociales nuevas o antiguas indistintamente a las que haya lugar, debe juzgarse a la luz de si promueven o no los valores éticos de la Biblia y el cristianismo, que pueden resumirse en el reconocimiento de Dios dándole el lugar que merece y la promoción de la rectitud y la justicia en todos los ámbitos de la cultura humana.

Las estructuras e instituciones sociales que no favorecen lo anterior deben, entonces, ser reformadas o desechadas a favor de las que sí cumplan estos propósitos, mientras que las que sí lo hacen, deben ser promovidas, protegidas y preservadas, independiente de si son nuevas o antiguas.

El Señor Jesucristo proveyó incidentalmente en sí mismo la pauta para medir el progreso de una sociedad, que no es otra que la adquisición de sabiduría, como se deduce de la descripción de su crecimiento: “El niño crecía y se fortalecía; progresaba en sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba” (Lucas 2:40).

De hecho, el progreso es directamente proporcional al avance de la obra de Dios en la tierra y debe poder ser apreciado de manera visible en todos y cada uno de los creyentes en Cristo, de conformidad con la petición del apóstol: “Por lo demás, hermanos, les pedimos encarecidamente en el nombre del Señor Jesús que sigan progresando en el modo de vivir que agrada a Dios, tal como lo aprendieron de nosotros…” (1 Tesalonicenses 4:1).

En este propósito es necesario que la iglesia pase de la prohibición a la obligación, o de los preceptos negativos a los positivos, pues como lo dijera Miguel de Unamuno: “No basta no mentir… es preciso, además, decir la verdad… el progreso de la vida espiritual consiste en pasar de los preceptos negativos a los positivos”. 

La iglesia ha clasificado los pecados entre los de pensamiento, los de palabra, los de obra y los de omisión. Y en este orden de ideas, los que primero deben ceder y disminuir drásticamente hasta desaparecer en lo posible en la vida práctica del creyente convertido a Cristo son, por supuesto, los de obra, es decir las acciones concretas y manifiestas que la persona llevaba a cabo transgrediendo mandamientos expresos de Dios prescritos en la Biblia.

Seguidos muy de cerca, se espera del cristiano que comience a ejercer también un dominio eficaz y creciente sobre los pecados de palabra, dominando su lengua, no sólo para dejar de lado las palabras soeces, sino para evitar también las palabras ociosas, inconvenientes o inoportunas. Y dado que: “… de lo que abunda en el corazón habla la boca” (Lucas 6:45), el cristiano también debe comenzar a trabajar en los pecados de pensamiento, combatiendo la malicia, que es pensar mal de todo, desechando las motivaciones e intenciones pecaminosas que manchan aun las mejores acciones, de modo que haya la mayor coherencia e integridad posible entre su pensamiento, sus palabras y sus acciones.

Pero el progreso en la vida espiritual del creyente no debe detenerse aquí, pues hasta este punto únicamente se está trabajando en los preceptos negativos o prohibitivos, es decir, lo que no debe hacerse, lo que no debe decirse y lo que no debe pensarse. Porque el cristiano debe empeñarse también en combatir los pecados de omisión y comenzar, de manera paralela, no sólo a dejar de hacer, decir o pensar lo que no se debe; sino a hacer, decir y pensar lo que se debe.

La obediencia a las prohibiciones debe ir seguida y acompañada por la obediencia a las obligaciones, de manera que no sólo procuremos no pensar mal, sino que lo sustituyamos por pensar en el bien y en lo bueno. De igual modo no hablar mal debe ser sustituido por hablar bien y no actuar mal por actuar bien.

El asunto se reduce, entonces, no solo a no hacer el mal, sino a hacer el bien siempre que podamos y con todos a quienes podamos. Por eso: “No paguen a nadie mal por mal. Procuren hacer lo bueno delante de todos” (Romanos 12:17), pues esto trae progreso a la sociedad de manera invariable.

 

Artículos de esta serie sobre “Cristianismo, progreso y filosofía progresista”:

1.- El pensamiento progresista

2.- Cristianismo y pensamiento progresista

3.- Fe, ciencia y progreso

4.- Contradicciones del progresismo

5.- El cristianismo ¿es progresista o retrógrado?

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - Contradicciones del progresismo