El pensamiento progresista

Hay aspectos de la agenda progresista que, bien entendidos, son afines con el cristianismo bíblico del llamado “mandato cultural” de Gn 2:15.

23 DE OCTUBRE DE 2022 · 08:00

Jungwoo Hong, Unsplash,flechas adelante, avanzar flechas
Jungwoo Hong, Unsplash

Cristianismo, progreso y filosofía progresista (1)

Presentarse como alguien progresista puede ser bien o mal visto, dependiendo del contexto en el que se utilice este rótulo.

En el medio secular tiende a ser bien visto, por las asociaciones que el término tiene con el anhelado progreso, vinculado al estado de bienestar, por contraposición a las posturas conservadoras crecientemente minoritarias en el espectro político y económico actual, a las que se considera anquilosadas en el pasado y, por lo mismo, anacrónicas, obsoletas y, además, reaccionarias en contra de las causas progresistas a las que se oponen a ultranza para favorecer el status quo, o el establecimiento, sin admitir las reformas que el pensamiento progresista considera necesarias para alcanzar un mayor grado de justicia social.

Precisamente por ello, en la iglesia, de suyo inclinada al conservadurismo, este pensamiento es cada vez más mal visto y se considera, no sin razón, amenazante para el evangelio, al punto que el término “progres” se utiliza de manera peyorativa para descalificar a alguien.

Si bien históricamente la palabra en castellano proviene de los progressives británicos, cuyo objetivo era implantar el socialismo de manera progresiva, que era el sentido original de la palabra; con el tiempo terminó haciendo referencia más bien a la noción de progreso, que es la asociación actual con la que todos los progresistas se identifican, independiente de lo que entiendan por él y de cómo quieran promoverlo, ya sea progresivamente, mediante reformas paulatinas; o revolucionariamente, mediante el derrocamiento abrupto del viejo orden político irremediablemente viciado.

Como siempre, en medio de estas radicalizaciones y polarizaciones a favor o en contra del pensamiento progresista, la verdad se encuentra en las más conciliadoras posturas de centro.

Porque, si bien la noción de progreso, tal como la entienden las corrientes dominantes del pensamiento progresista, no siempre tiene todo el fundamento racional que pretende, también es cierto que el progresismo no es tampoco, de manera necesaria, la “bestia negra” del cristianismo, como ciertos sectores de la apologética cristiana bien intencionados, pero poco ilustrados quieren hacerlo ver.

De hecho, hoy se habla ya en diferentes frentes del pensamiento filosófico del “mito del progreso” que echa por tierra la creencia ingenua de la filosofía idealista de Hegel en el sentido de que, con el paso del tiempo, el progreso sería algo inevitable, ligado como estaría al avance de la ciencia y de las instituciones sociales, la evolución de los sistemas políticos, la productividad creciente de los sistemas económicos y la consecuente redistribución de las riquezas, todo esto por cuenta, en muchos casos, de movimientos sociales revolucionarios y no tan sólo reformistas, que al final han terminado siendo remedios peores que la enfermedad que querían curar.

Para desmontar estas posiciones simplistas en blanco y negro, basta enumerar algunas de las causas e intereses clásicos defendidos por el pensamiento progresista, tales como la ecología y el ambientalismo, el pacifismo (en particular los sectores reformistas del pensamiento progresista, no así los sectores extremistas que suelen ser revolucionarios), el feminismo, la liberación sexual, el reformismo, el pragmatismo, el vegetarianismo y el veganismo alimenticio, la mentalidad cooperativa, la defensa de la democracia y el vanguardismo cultural.

Esta lista muestra que hay muchos aspectos de la agenda progresista que, bien entendidos, son afines con el cristianismo bíblico y la práctica cristiana basada en el llamado “mandato cultural” de Génesis 2:15 (ecología, ambientalismo, pacifismo, reformismo, feminismo bíblico, pragmatismo y la mentalidad cooperativa) y de los cuales la iglesia debería ser una de sus principales abanderadas.

Por el contrario, la liberación sexual junto con todos sus lastres acompañantes (generalización y normalización de la fornicación, en particular de la conducta homosexual de la mano de la ideología de género, junto con la legalización del aborto y la disolución de la familia tradicional, entre otros) son, en efecto, amenazantes a la moral cristiana bíblica y al bienestar social en el mediano y largo plazo, al tiempo que otros son relativamente indiferentes y no requieren tomar una postura rígida e inflexible a favor o en contra, sino evaluarlos con cabeza fría y actitud crítica en ejercicio de la libertad de examen y de conciencia (vegetarianismo, veganismo, defensa de la democracia y vanguardismo cultural).

No cabe, pues, en el cristianismo una postura condenatoria al pensamiento progresista en su conjunto, ni tampoco de aceptación irrestricta, sin tomar en cuenta todos los matices que puede haber al respecto. 

 

Artículos de esta serie sobre “Cristianismo, progreso y filosofía progresista”:

1.- El pensamiento progresista

2.- Cristianismo y pensamiento progresista

3.- Fe, ciencia y progreso

4.- Contradicciones del progresismo

5.- El cristianismo ¿es progresista o retrógrado?

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - El pensamiento progresista