Cristianismo y pensamiento progresista
‘Sobre el campanario de la iglesia moderna, el clero progresista, en vez de cruz, coloca una veleta’
30 DE OCTUBRE DE 2022 · 08:00

Cristianismo, progreso y filosofía progresista (2)
Lamentablemente, la iglesia ha sido víctima de las polarizaciones y radicalizaciones que vienen imponiéndose en el pensamiento político e ideológico del mundo posmoderno y ha terminado agrupándose y amontonándose en alguno de los dos extremos: el conservadurismo marcadamente fundamentalista que ve en el pensamiento progresista una amenaza y un enemigo que habría que combatir por todos los medios y a toda costa, o el liberalismo teológico que ha terminado acogiéndolo y haciendo causa común con él.
En relación con este último sector de la iglesia, Nicolás Gómez Dávila ya había dicho algo que, aplicado en principio al modernismo dentro de la iglesia católica, puede hacerse extensivo sin dificultad a la evangélica protestante: “Sobre el campanario de la iglesia moderna, el clero progresista, en vez de cruz, coloca una veleta”.
Declaración que abarca de manera creciente a ministros y dirigentes protestantes, situación exacerbada en el cambio de siglo entre el XX y el XXI que fue, además, también un cambio de milenio que, como tal, se asimila fácilmente a un cruce de caminos que sirve de pretexto y ocasión para evaluar y revaluar con juicio crítico las ideologías, dogmas y paradigmas personales y colectivos que se encuentran en vigencia, con miras a reafirmar aquellos que han demostrado ser fuente de verdadero progreso y desarrollo integral del hombre, desechando al mismo tiempo los que han resultado ser contrarios a él.
Pero no es fácil llevar a cabo esta labor haciéndolo con objetividad, sin condicionarla ni amarrarla a tendencias de nuestros tiempos que se consideran progresistas e irreversibles de manera acrítica, como lo es la tendencia al laicismo y la secularización de la sociedad, como si esto por sí solo implicara progreso, colocando de paso a la religión a la defensiva como algo por sí mismo opuesto al progreso, de donde este cruce de caminos de la cronología humana se convierte fácilmente en una encrucijada que plantea al hombre de hoy profundos y difíciles dilemas.
Es así como, ya entrado el siglo XXI la situación es muy confusa para muchos, sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría de los sectores progresistas del cristianismo actual, con todo y su bimilenaria tradición institucional, parecen no tener respuestas que brinden asideros firmes a una humanidad visiblemente desorientada y presa de la zozobra producto de los fallidos vaticinios sobre el siglo XX hechos por los sectores progresistas surgidos con la ilustración francesa y el iluminismo, en el sentido de que ese sería finalmente el siglo que vería la realización de las grandes utopías o meta relatos de la modernidad y la resolución de problemáticas tan antiguas como la misma raza humana, que la han acompañado desde siempre, tales como la guerra, el hambre y la enfermedad, que a pesar de que puedan haber cedido de forma significativa estadísticamente hablando, esto no borra de la retina que fue el siglo XX el que ha vivido con horror las dos más grandes guerras que la humanidad conoce con la mayor cantidad de bajas por cuenta de la tecnología incorporada en ella gracias, precisamente, al avance exponencial de la ciencia, junto con los procesos de exterminio sistemático más depurados y perversos asociados a ella, con los campos de concentración nazis o los gulags o campos de exterminio soviéticos y de otros regímenes políticos similares indiferentes por completo a los derechos humanos, en la confrontación ideológica que la Segunda Guerra Mundial le heredó al mundo en el trascurso de la Guerra Fría.
En este contexto el panorama se torna incierto y azaroso y la frase de George Herbert parece adquirir plena vigencia. Dijo él que: “El diablo divide al mundo entre el ateísmo y la superstición” o, dicho de otro modo, entre la incredulidad y la credulidad.
En efecto, hoy por hoy parece que, contrario a lo que muchos piensan, el hombre posmoderno no es que no crea ya en nada de orden espiritual, como lo hacen los ateos, sino que cree en todo.
De la incredulidad propia de la modernidad se ha pasado a la credulidad de la posmodernidad, reflejando así lo ya anunciado por el apóstol Pablo en cuanto a que: “… llegará el tiempo en que no van a tolerar la sana doctrina, sino que, llevados de sus propios deseos, se rodearán de maestros que les digan las novelerías que quieren oír” (2 Timoteo 4:3).
Por eso, en la promoción del verdadero progreso, el consejo del profeta sigue resonando en la distancia: “Así dice el Señor: «Deténganse en los caminos y miren; pregunten por los senderos antiguos. Pregunten por el buen camino, y no se aparten de él. Así hallarán el descanso anhelado…” (Jeremías 6:16), señalando con él al sendero antiguo, al buen camino señalado por la cruz del Calvario en el cual los hombres de todos los tiempos han hallado siempre el descanso anhelado y el verdadero progreso vinculado a él.
Porque el perfil de la cruz de Cristo aún se sigue recortando con nitidez inamovible contra el horizonte de la historia, pues, como alguien lo dijera: “La cruz no es péndulo, ni veleta: la cruz es brújula y ancla” y conserva hoy por hoy, por lo mismo, toda su eficacia en orden al verdadero progreso de la especie humana, como lo declaró el apóstol con convicción: “… me envió a… predicar el evangelio… para que la cruz de Cristo no perdiera su eficacia” (1 Corintios 1:17).
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Artículos de esta serie sobre “Cristianismo, progreso y filosofía progresista”:
1.- El pensamiento progresista
2.- Cristianismo y pensamiento progresista
3.- Fe, ciencia y progreso
4.- Contradicciones del progresismo
5.- El cristianismo ¿es progresista o retrógrado?
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - Cristianismo y pensamiento progresista