Cristianismo, religión y opio del pueblo

La historia y experiencia cristiana echan por tierra el cliché de que cuanto más pendientes estemos del más allá, menos nos preocupa el más acá

02 DE OCTUBRE DE 2022 · 08:00

Onixino, Pixabay,opio, opium
Onixino, Pixabay

Tratamos la pasada semana la acusación de ser la religión, si no la principal, sí una de las principales fuentes de conflicto, violencia y guerras a lo largo de la historia. Y como anunciamos, esta semana abordamos su presunta condición de ser un escapismo de la realidad que nos ha tocado vivir.

En cuanto a su potencial escapista a la manera de las drogas narcóticas o alucinógenas, para huir de la realidad y de nuestras responsabilidades históricas y sociales concretas en el propósito de mejorar el mundo en el que, de cualquier modo, nos encontramos; esta acusación no se aplica a todas las religiones, sino a un grupo particular de ellas: las religiones del Lejano Oriente con su misticismo y su búsqueda de la interioridad, sin querer luego retornar de ella. No por nada Harvey Cox diagnosticaba que: “Las experiencias con las drogas devaluaron la credibilidad de cualquier forma de religión occidental, y consiguieron que la cosmovisión religiosa oriental se convirtiera… en la única interpretación creíble”.

Ahora bien, el conocimiento de nuestra propia interioridad es necesario y recomendable en la práctica cristiana, como un medio para algo más. Pero son las religiones orientales las que promueven este tipo de experiencias como un fin en sí mismo, al punto de ser catalogadas como “religiones de la interioridad” en una de las más acertadas tipologías elaboradas por las ciencias de la religión.

Sin embargo, en el cristianismo este tipo de experiencias no son la finalidad, con todo y ser un aspecto importante de la vida cristiana. Por contraste, en las religiones orientales son tan centrales que terminan transformándose en escapismos para huir de las responsabilidades que tenemos para con la sociedad en general, conforme al llamado recibido de Dios en el evangelio. Llamado ignorado en las religiones orientales, concentradas como están en experiencias místicas de unión y fusión con la divinidad como quiera que se la conciba.

Tal vez esto explique por qué el auge de las religiones orientales en el occidente cristiano coincide con el de las drogas psicoactivas y alucinógenas, pues éstas, al igual que aquellas, buscan alcanzar estados de conciencia artificialmente alterados que al final no son más que escapismos para eludir sus responsabilidades en el mundo.

De hecho, las causas de fondo por las que la Biblia condena el abuso de las bebidas embriagantes y, por extensión, el consumo voluntario de sustancias narcóticas y alucinógenas es que generan estos mencionados estados alterados de conciencia que hacen las veces de escapismos para rehuir nuestras responsabilidades para con Dios y con el prójimo. Escapismos de los, valga decirlo, la iglesia también es víctima cuando pretende aislarse del mundo de manera absoluta.

En un sentido similar, el matemático y ateo Bertrand Russell ya había planteado una tesis suscrita tácita o expresamente por todos los ateos de la modernidad y de hoy al decir: “A mi entender, la religión se basa, principalmente, en el miedo”.

Una visión negativa de la religión que no puede, sin embargo, generalizarse. Porque su apreciación tal vez tenga algún fundamento si observamos muchas de las prácticas religiosas paganas de la historia o aún la de algunos sectores populares, supersticiosos, ignorantes y crédulos de la cristiandad en cualquiera de sus ramas (mayoritaria, aunque no exclusivamente, en el catolicismo popular).

Pero si bien es cierto que en el cristianismo el llamado “temor de Dios” desempeña un papel importante, es el amor a Dios y la confianza en Él, los que desempeñan siempre el papel principal en el marco de la fe cristiana.

Sea como fuere, la postura de Russell ha sido suscrita por un buen número de intelectuales reticentes a Dios y a la religión, de modo que para un amplio sector de ellos la religión, siempre con el cristianismo a la cabeza, sería, en efecto, nada más que un mecanismo de defensa o una “muleta” diseñada por el ser humano para lidiar con el miedo o el temor que le produciría su entorno incierto y en muchos casos amenazante, ante el cual se sentiría existencialmente desamparado y a merced de él.

Así, pues, el ser humano se habría inventado a Dios o a los dioses para tener a quien apelar personalmente en medio de su desamparo existencial. De este modo apaciguaría sustancialmente el miedo que le produciría su entorno reduciéndolo a niveles manejables, llevándonos de nuevo al argumento de la religión como un escapismo.

Argumento que, repetimos, no se aplica al cristianismo, en el que el amor a Dios y la confianza en Él desempeñan el papel más importante, por encima del “temor de Dios”.

Así, en el cristianismo la fe basada en el temor es disfuncional y patológica y contraria a sus planteamientos doctrinales, por lo que los cristianos que ostentan este tipo de fe no son representativos de la auténtica fe bíblica neotestamentaria. Por eso, habría que aclarar también que el cristianismo rechaza por igual esta concepción caricaturizada de la religión en general y del cristianismo en particular que le endosa, de forma atenuada, la condición de “escapismo” mediante la figura de la religión como una muleta en la cual apoyarse para poder desenvolverse en la vida, sin perjuicio del reconocimiento de nuestra condición frágil y finita y nuestra correspondiente, indiscutible y más que lógica dependencia de Dios, pues el cristianismo no es de ningún modo un “consuelo de perdedores”, sino todo lo contrario: un potenciador que hace fructificar lo mejor del ser humano en formas no imaginadas mientras mantiene a raya reduciendo a su mínima expresión sus malas inclinaciones.

Además, el esfuerzo por suprimir a la religión no tiene en cuenta lo que mencionábamos al hablar del cristianismo y su papel en la cultura, citando al poeta alemán Emanuel Geibel cuando decía que: “Si a la fe se le cierra la puerta, salta como superstición por la ventana; si expulsáis a los dioses, vienen los fantasmas”. Y vienen sin que estemos ya en condiciones de ejercer ningún tipo de regulación sobre ellos, como la que la solo la religión puede ejercer.

Ya lo dijo el teólogo Paul Tillich al sostener que si el secularismo lograra eliminar toda expresión religiosa formal e institucional del campo de la experiencia humana, la actitud y la fe religiosa volverían a abrirse paso a través de cualquier otro frente de la cultura humana al no poder ser sofocadas de forma absoluta por ningún medio.

En la misma línea, el Dr, Antonio Cruz nos advertía: “Si nos desprendemos de Dios… nada nos garantiza que se vaya a cerrar también la fábrica de los ídolos”. Es decir que si, en efecto, lográramos eliminar a la religión, la “cura” termina siendo peor que la enfermedad. Porque es un hecho innegable que la creencia en Dios propia del cristianismo ilustrado y desmitificador ha ayudado de manera determinante a mantener bajo control la fábrica de los ídolos, o lo que el mismo ateo Carl Sagan llamó El mundo y sus demonios en el título de uno de sus libros.

La solución no es, entonces, eliminar la religión junto con el cristianismo, sino depurar a este último de sus equivocadas y fanáticas expresiones e interpretaciones para que siga ejerciendo su saludable y necesario control sobre la fábrica de los ídolos.

La diatriba estridente en contra de las religiones y del cristianismo como la más representativa de ellas carece, pues, de fundamento y no procede de una visión sobria y desapasionada de las cosas, sino de visiones superficiales y simplistas apoyadas en caricaturas y estereotipos basados en sus peores versiones, que son las que ameritarían la acusación dirigida contra la religión de ser la causante de la ignorancia, la superstición y el fanatismo violento de los pueblos que la suscriben.

Porque en relación con el cristianismo, es un hecho histórico reconocido incluso por sus detractores más ilustrados que éste ha dado miles de ejemplos, con nombres y apellidos, de personas que, además de vivir su fe plenamente, han contribuido decisivamente al progreso de la humanidad.

Que personajes como Copérnico, Kepler, Mendel o Pascal, no son de ningún modo accidentes dentro del cristianismo, entre muchos otros cristianos de su estatura intelectual y reconocimiento universal.

La historia y la experiencia cristiana en general echan por tierra el cliché que afirma que cuanto más pendientes nos encontremos del más allá, menos nos preocupamos del más acá, pues como se lo preguntaba en su momento Javier Mahillo“El hecho de creer firmemente en la existencia de nuestro espíritu personal y de que hemos sido creados para vivir eternamente una vida feliz y dichosa en el cielo ¿no puede ser, precisamente, un estímulo que nos anime a trabajar en este mundo para hacerle la vida más agradable a los demás en todos los campos: científico, artístico, deportivo, médico, etc.? ¿No podríamos acabar, de una vez por todas, con la dicotomía que nos obliga a escoger entre esta vida y la otra?”.

Al fin y al cabo, el cristiano saludable no opta por la fe en Dios porque le tenga miedo a la vida, sino todo lo contrario, porque desea vivirla a plenitud, pero de manera responsable y sensata y no de manera desaforada y a la postre, autodestructiva, cínica y trágica; pues el cristiano ve la inevitable muerte como el final de un periodo.

Un periodo de prueba y el comienzo de otro mucho más interesante, y eso es precisamente lo que le da fuerzas para no tomarse las cosas tan a pecho y tan a la tremenda en este mundo, bajándole el tono y colocando en su justo lugar y proporción, tanto a la tristeza y el dolor que acompañan las desgracias y pérdidas de esta vida, como a la euforia que acompaña a los triunfos, las ganancias y las alegrías que ella pueda también depararnos.

No por nada C. S. Lewis reiteraba con estas palabras y con pleno conocimiento de causa lo ya dicho: “… los cristianos que más hicieron por este mundo fueron justamente aquellos que más pensaban en el mundo que viene… Apunta al Cielo, y tendrás la tierra ‘de añadidura’”, afirmación que echa por tierra la falsa disyuntiva de tener que escoger entre lo uno y lo otro, como lo plantean quienes acusan a la religión cristiana de ser un escapismo más entre muchos.

Porque volviendo, para terminar, con las diversas tipologías establecidas para la religión por las ciencias que la estudian y que distinguen acertadamente entre religiones nacionales y religiones universales, entre religiones predominantemente proféticas y religiones predominantemente místicas y, sobre todo, entre religiones de la naturaleza, religiones de la interioridad y religiones de la historia; el cristianismo se alza como la más representativa de estas últimas, al incorporar de la manera más equilibrada, íntegra y armónica en su cosmovisión todos los pasos previos: la preocupación, el respeto y el cuidado de la naturaleza propio de las primitivas religiones de la naturaleza; el viaje y conocimiento de nuestra interioridad propio de las religiones de la interioridad del Lejano Oriente y finalmente, el retorno a la realidad desde esa interioridad iluminada para asumir nuestro compromiso responsable con la historia, mediante la actividad cultural humana, para tratar de hacer de éste siempre un mundo mejor.

Las críticas a la religión se aplican más bien a las religiones primitivas de la naturaleza que la mitifican y deifican y no permiten, por lo tanto, estudiarla para comprender las leyes que rigen su funcionamiento, con su potencial para mejorar la calidad de la vida humana, actividad a la que consideran un tabú y una profanación. O a las religiones de la interioridad que se desentienden de las cosas de este mundo para refugiarse y establecerse, de manera escapista, en las practicas místicas dirigidas a cultivar esa interioridad meramente.

Pero no al cristianismo sano que incorpora y supera todas estas etapas para poder asumir de la mejor forma su responsabilidad en la historia.

De hecho, los beneficios que el cristianismo bíblico, o lo que se designa mejor como judeocristianismo, ha traído al mundo son innegables y tan numerosos que ameritan otra serie de artículos para poder enumerarlos tan sólo de manera resumida.

Pero podemos ilustrarlos brevemente con la anécdota referida por el economista francés Charles Gave que lo expone muy bien. Cuenta él que cuando era estudiante en la ciudad de Tolosa al suroeste de Francia, en el centro de la ciudad se iniciaron unos importantes trabajos de excavación que pusieron al descubierto unos conductos muy antiguos cuyo propósito nadie conocía. En consecuencia, se decidió de manera ligera destruirlos. El resultado de esta decisión fue que pocas horas después las cavas del centro de la ciudad se inundaron. Fue así como se descubrió que los antiguos romanos habían construido canalizaciones para drenar las aguas estancadas, en vista de que la ciudad había sido construida sobre terrenos cenagosos. Dos mil años más tarde, las canalizaciones seguían cumpliendo su función, aunque todos ignoraban su existencia.

A raíz de ello Gave concluye: “la religión cristiana es para nuestra civilización más o menos el equivalente de los sistemas de drenaje construidos por los romanos en Tolosa; aparentemente, ya nadie quiere reconocer su importancia, pero si se ignora, si se destruye, como se destruyeron las canalizaciones de Tolosa, Europa se anegará y quedará sumergida bajo las aguas”. 

En efecto, el cimiento de la civilización occidental es auténticamente cristiano y volverle la espalda al cristianismo es garantizar el derrumbamiento de esta civilización. Una razón más para desestimar y no suscribir las críticas y ataques dirigidos al cristianismo mediadas por las críticas y ataques contra la religión elaboradas por los nuevos ateos, en favor de un secularismo absoluto que supuestamente daría lugar a un mundo mejor, un sofisma que no se sostiene por ningún lado cuando se lo analiza con cabeza fría y se le mira con el debido detenimiento y objetividad.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - Cristianismo, religión y opio del pueblo