¿Es el cristianismo origen histórico de guerras y conflictos?

El principal error de muchos ataques contra el cristianismo es presumir que todas las religiones son iguales.

25 DE SEPTIEMBRE DE 2022 · 08:00

Asim Alnamat, Unsplash,guerra tanque, soldados armados
Asim Alnamat, Unsplash

Uno de los argumentos indirectos esgrimidos en contra del cristianismo por sus habituales detractores es el que se le dirige a la religión en general en el sentido de que ella es, cualquiera que sea la forma que asuma, una fuente histórica de conflictos y el origen de una buena proporción de las guerras humanas y, adicionalmente, un escapismo cobarde que exime a las personas de asumir sus responsabilidades en este mundo.

En realidad, estos dos argumentos ameritarían respuestas separadas para cada uno de ellos, por lo que para incluirlos a los dos en una sola conferencia es necesario una labor de síntesis que confío nos permita ver el cuadro completo, así en el proceso debamos omitir algunos aspectos de cualquier modo relevantes en la consideración de estos dos señalamientos dirigidos en contra del cristianismo.

Nos ocuparemos, entonces de ambas acusaciones, comenzando en primer lugar por la acusación de ser, si no la principal, sí una de las principales fuentes de conflicto, violencia y guerras a lo largo de la historia; para terminar la próxima semana con su presunta condición de ser un escapismo de la realidad que nos ha tocado vivir.

Y debemos comenzar por decir que el primer y tal vez principal error de estos ataques indirectos en contra del cristianismo es presumir que todas las religiones son iguales y que todo lo que pueda decirse de la religión en general, se aplica por igual a cada una de ellas en particular, incluyendo, por supuesto, al cristianismo.

Porque si bien es cierto que todas las religiones tienen elementos comunes que son, precisamente, los que permiten designar a cada una de ellas como tales, también lo es que existen entre todas ellas diferencias muy marcadas en contenidos, cosmovisiones y actitudes ante Dios y ante la vida que no nos permiten meterlas a todas sin más en el mismo costal para todos los propósitos.

De hecho, el fenómeno religioso es tan complejo que existen hoy por hoy toda una gama ya reconocida de ciencias de la religión para estudiarlo, tales como la historia de las religiones, la sociología de la religión y la psicología de la religión cuyos análisis, contenidos y conclusiones alrededor del hecho religioso convergen y se sintetizan en la más reciente disciplina descriptiva alrededor de la religión, la llamada fenomenología de la religión, encargada de identificar tanto sus rasgos comunes que permiten catalogarlas a todas ellas como religiones legítimas, como sus diferencias de forma que nos facultan, a su vez, para agruparlas en diferentes tipologías.

Sin hablar de la reflexión crítica y normativa sobre la religión emprendida también por la filosofía de la religión.

La anterior reseña sobre las diversas formas de abordar el estudio de la religión pone de manifiesto que las acusaciones ligeras y fáciles dirigidas en contra del cristianismo mediante los cuestionamientos emprendidos contra la religión en general, es un enfoque muy simplista e ignorante que pretende verlo todo en blanco y negro, sin considerar todos los matices presentes en la realidad, que ni siquiera los acusadores de oficio del cristianismo pueden dejar de ver, como lo reconoce incidentalmente el mismo Richard Dawkins, líder indiscutido de los nuevos ateos, tan activos todos ellos en sus ataques contra Dios y la religión, al afirmar que: “Incluso la religión afable y moderada ayuda a proporcionar el clima de fe en el que florece el extremismo de forma natural”.

Así, aun en su desmesurado, acalorado y descalificador ataque contra la religión señalándola, de manera sesgada y tendenciosa, como la mayor causa de todos los males de la historia humana que, por lo mismo, deberíamos erradicar del todo de la cultura para poder vivir de forma civilizada y en paz; este emblemático ateo logra tener un momento la cabeza fría para reconocer de manera sobria y lúcida que no todas las manifestaciones religiosas tienen las características extremistas que él atribuye en principio a la religión en general.

Ahora bien, debemos reconocerle a él a su vez que incluso el cristianismo bien entendido y vivido, por tanto, de una manera afable y moderada sin que esto obre necesariamente en contra del compromiso y dosificada pasión requerida por Cristo de nosotros sus seguidores, es caldo de cultivo en el que puede germinar el extremismo fanático.

Pero lo que Dawkins no logra ver es que cuando esto sucede en las toldas cristianas, no es gracias al cristianismo sino a pesar de él, algo que, por cierto, diferencia también al cristianismo del islamismo en el que sus expresiones extremistas y fanáticas son gracias al islam y no a pesar de él.

De hecho, esto sucede en cualquier causa humana, sea ésta formalmente religiosa o no. Veamos el ateísmo, por ejemplo, que es la causa en la que milita Dawkins.

Las ideologías ateas modernas en todas sus formas -tales como el nazismo apoyado en el ateísmo de Nietzsche y su doctrina sustituta del superhombre o raza superior, o el comunismo apoyado en el ateísmo de Marx-, ejecutaron masivamente y de lejos en sólo el siglo XX a muchas más personas que a las que dieron muerte las guerras religiosas, las cruzadas o la Inquisición a lo largo de toda la historia humana.

Así, pues, es claro que también el ateísmo no tan afable y moderado de Dawkins es susceptible de fanatizarse hasta el extremo, con el agravante de que en la doctrina atea no hay salvaguardas, como en la cristiana, que lo condenen y restrinjan pues, como lo dijo Dostoievski “Si Dios no existe, todo está permitido”.

Por otra parte, la visión simplista de estos detractores de la religión y del cristianismo como la más representativa de ellas, no distingue ni tiene en cuenta aquello sobre lo cual el teólogo Hans Küng llamaba nuestra atención con estas palabras“El rechazo de la religión en general guarda relación con el rechazo de la religión institucionalizada, el rechazo del cristianismo con el rechazo de la cristiandad, el rechazo de Dios con el rechazo de la Iglesia”.

En efecto, muchos de los que rechazan la noción de religión, la doctrina cristiana y la realidad de Dios, rara vez son conscientes, -ya sea por falta de capacidad, disposición o deseo-, de que sus prevenciones y críticas más o menos justificadas no tienen en realidad por objeto a aquellas, sino a la religión institucionalizada, a la cristiandad y a la Iglesia.

Por eso la actitud religiosa como tal, el cristianismo como la verdadera religión y Dios como la realidad en que ambos se fundamentan están más allá y por encima de estas críticas.

Muchos de los más incisivos e inteligentes críticos de la religión y del cristianismo no pueden evitar en sus momentos de mayor perspicacia hablar incidentalmente a favor de ambos, aun a su pesar.

El judío marxista Herbert Marcuse, por ejemplo, en contravía con la valoración típicamente marxista de la religión como el alienante “opio del pueblo” habla a favor de ella de este modo, denunciando de paso la tesis del también judío y ateo Sigmund Freud que calificaba a la religión como una “ilusión” meramente, así como la cruzada de representativos sectores de la ciencia por eliminarla: “Donde la religión conserva todavía las incomprometidas aspiraciones a favor de la paz y la felicidad, sus «ilusiones» tienen todavía un valor verdadero mayor que la ciencia, que trabaja por su eliminación”. 

Por eso, en la medida en que el cristianismo no comprometa sus inherentes y legítimas aspiraciones a favor de la paz y la felicidad auténticas, sigue siendo no solamente válido, sino también imprescindible, pues es muy difícil, por no decir imposible, aspirar a establecer la paz y la felicidad sin el concurso de la religión, constituyéndose este empeño en una ilusión aún mayor y más ingenua que la que pretenden los enemigos del cristianismo al combatir y trabajar para eliminar a la religión de nuestro horizonte vital, con el cristianismo a la cabeza; pues de insistir en ello, este intento elimina a su más grande aliado en este propósito, ya que la ciencia por sí sola nunca alcanzará el poder de convocatoria que la religión tiene en pro de la paz y la felicidad, pese a sus múltiples enfrentamientos y salidas en falso a lo largo de la historia. Porque el establecimiento final de la felicidad del género humano siempre será uno de los propósitos primordiales que Dios nos revela en su Palabra.

Y es que puede parecer muy seductora e inspiradora, más por su belleza estética que por la veracidad de sus contenidos, la letra de la canción Imagine de John Lennon que dice: “Imagina que no hay Cielo, es fácil si lo intentas. Sin infierno bajo nosotros, encima de nosotros, solo el cielo… Nada por lo que matar o morir, ni tampoco religión. Imagina a todo el mundo, viviendo la vida en paz”. 

Pero esta visión romántica e irreal en contra de la religión y sus contenidos tradicionales adolece de flagrantes inconsistencias que hacen de ella un ejercicio estéril condenado al fracaso al describir un ideal totalmente ficticio y alejado de la realidad.

Y no debido a que no responda a aspiraciones que forman parte de los anhelos legítimos de la humanidad por los que vale la pena vivir, sino por la condición que plantea para lograr dichas aspiraciones, que no es otra que la exclusión de la religión del cuadro, a la que asocia con la muerte violenta que se pretende erradicar de este idílico panorama, acusándola tácitamente como la causante de aquella.

Porque sin dejar de reconocer una vez más que la religión ha brindado pretexto para el fanatismo de los que están siempre dispuestos a imponer sus ideas por la fuerza y a matar por ellas si es el caso, lo cierto es que es la religión -y el cristianismo de manera particular- la que más ha contribuido a recrear en el mundo de forma concreta y palpable las condiciones que Lennon nos invita a imaginar excluyendo al cristianismo del panorama. De hecho, el cuadro que pinta Lennon no se puede alcanzar bajo la sombra del ateísmo. Y esto no hay que imaginarlo, pues el siglo XX nos permitió ver con claridad una muestra de sociedades moldeadas por el ateísmo, con el balance ya antes señalado.

Ni siquiera los llamados “filósofos de la sospecha”, es decir los tres ateos más insignes de la modernidad: Nietzsche, Marx y Freud, pudieron tapar el sol con la mano para dejar de ver los beneficios que de cualquier modo la religión brinda a la sociedad, destacándose el cristianismo entre todas ellas.

Freud, para quien la religión sería no sólo una ilusión, sino una patología o neurosis colectiva condenada a desaparecer o que habría que dejar atrás dijo, no obstante, que: “La religión… ha creado una concepción del Universo incomparablemente lógica y concreta, la cual, aunque resquebrajada ya, subsiste aún hoy en día”. Y Carlos Marx, que caracterizó a la religión negativamente como el “opio del pueblo” y, en cabeza de sus discípulos Lenin y compañía, procuró con bastante éxito eliminarla de la sociedad comunista excluyendo a Dios de ella en favor del culto al partido político único, tuvo también que declarar que: “La miseria religiosa es a la vez ‘expresión’ de una verdadera miseria y la ‘protesta’ contra la verdadera miseria”. 

Así, pues, no todo era negativo para Marx en la religión. En buena hora él estuvo dispuesto a reconocerle un valor positivo. Un valor de protesta contra la miseria humana. Lo cual nos recuerda que el Señor Jesucristo comisionó a los suyos para que protestaran solemnemente contra los que se negaran a recibir el evangelio, como advertencia contra la injusticia a la que seguirían contribuyendo y la miseria que les podría sobrevenir a causa de su negativa, de modo que pudieran salvar su responsabilidad al respecto y estar en condiciones de declarar con el apóstol: “Por tanto, hoy les declaro que soy inocente de la sangre de todos” (Hechos 20:26)

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Magacín - ¿Es el cristianismo origen histórico de guerras y conflictos?