Ateísmo y ‘filósofos de la sospecha’: Freud

Desmantelando el ateísmo clásico moderno: Dios como neurosis colectiva.

08 DE AGOSTO DE 2021 · 08:00

janeb13, Pixabay,Sigmund Freud
janeb13, Pixabay

Como expusimos las dos semanas pasadas muchos pensadores de hoy sostienen algo muy difícil de refutar y que se ve ratificado cada vez más: el ateísmo requiere una fe ciega de carbonero pues por mucho que lo intente, nunca puede ser ni coherente ni consistente.

Los tres ateos clásicos más representativos de la modernidad, conocidos en el campo de la filosofía con el rótulo de “los filósofos de la sospecha” son Friedrich Nietzsche y Carlos Marx (que analizamos las dos pasadas semanas); y Sigmund Freud.

Se les llama los “filósofos de la sospecha” porque, además de cuestionar y desnudar como pocos de forma muy incisiva algunas de las numerosas inconsistencias en que la cristiandad ha incurrido de manera culpable al constituir lo que llamamos la civilización occidental; descubrieron y exploraron también detrás del funcionamiento visible de la sociedad ciertas dinámicas inadvertidas y encubiertas que son muy determinantes para las formas particulares que la sociedad adquiere.

 

Sigmund Freud

Una de las más conocidas declaraciones de Freud en contra de Dios y la religión en general es la que encontramos en su libro El Porvenir de una ilusión, que dice así: “La religión sería la neurosis obsesiva de la colectividad humana, y lo mismo que la del niño, provendría del complejo de Edipo, de la relación con el padre… hemos de suponer que el abandono de la religión se cumplirá con toda la… fatalidad de un proceso de crecimiento”.

Aquí tenemos, pues, su postura de descalificación hacia la religión y, de paso, hacia el Dios que la fundamenta. Y es que este pensador austríaco, considerado el padre del psicoanálisis moderno, renegó de Dios y de la religión, sin llegar a las medidas políticas represivas propiciadas por el comunismo, pero ocasionando daños que, aunque más sutiles, son a la larga igualmente destructivos que los del marxismo en la sociedad actual.

Para Freud la religión y la creencia en Dios eran ilusiones condenadas a desaparecer en la medida en que no serían más que patologías de la psiquis humana. Más exactamente, la religión sería una neurosis colectiva de la humanidad que había surgido en la infancia de su historia, pero que ahora que se había alcanzado la madurez histórica del género humano a través de la ciencia, había entonces que sanar, superar y dejar atrás. De igual modo, para él la idea de Dios era tan sólo el reflejo del padre en una primitiva relación edípica enmarcada en el conocido “complejo de Edipo” al que han hecho tanta referencia los psicoanalistas posteriores a Freud.

En palabras más sencillas y descarnadas, para Freud las personas religiosas que insisten en su creencia en Dios y en su defensa de una moralidad fundamentada en Él, sufrirían un complejo y padecerían un desorden mental y la labor del psicoanálisis freudiano sería curar ambas cosas, liberando al ser humano de Dios y de los moralismos religiosos para que desarrolle todo su potencial sin restricciones, sin límites.

No en vano el psicoanálisis procuró eliminar términos como “pecado” y “culpa” de su vocabulario por considerarlos anacrónicos y mandados a recoger. No podía ser de otro modo, pues para Freud la idea de Dios y las prácticas religiosas restringían la manifestación libre de la “libido” o el instinto sexual que se halla presente en el “Ello” o inconsciente y que no puede expresarse con libertad en el campo consciente del “Yo” por la represión que sobre él ejerce la sociedad religiosa y moralista, en lo que Freud llamó el “Super Yo”.

Terminologías psicológicas elaboradas para justificar el llamado “amor libre” de los años 60 en la cultura “hippie”, estilo de vida que se ha extendido como plaga en nuestra sociedad secular, amenazando con destruir la célula básica de la sociedad que es la familia monógama, tal como Dios la instituyó en el Génesis. Porque la actual promiscuidad sexual generalizada pasa por flagelos sociales tan reconocidos como el adulterio, la fornicación tan común a nuestros jóvenes, la pornografía, las madres solteras, los divorcios, el aborto, el homosexualismo, el sida y las enfermedades venéreas, para mencionar sólo las más visibles consecuencias del libertinaje sexual promovido por Freud.

Ahora bien, Freud también tiene derecho a sus descargos, pues sus análisis de la religión nos permiten identificar las deformaciones neuróticas del cristianismo, es decir que nos brinda criterios para identificar mejor a los creyentes que viven su fe de manera infantil, inmadura, enfermiza y fanática. Las ya llamadas “franjas lunáticas” de las congregaciones evangélicas que desprestigian al cristianismo ante los inconversos porque se relacionan con Dios en términos mágicos, irracionales y caprichosos y no en términos religiosamente sanos, maduros, racionales y productivos para todos.

Y este peligro de vivir la fe de manera neurótica es mucho más marcado entre el pueblo latinoamericano, dadas las condiciones de evangelización a sangre y fuego que se dieron en nuestro continente por cuenta de la iglesia católica romana del imperio español. Asimismo, el psicoanálisis de Freud dio en el punto en cuanto a la importancia de una relación sana y constructiva con el padre para que la relación con Dios también sea igualmente constructiva y sana y la manera en que la fe se ve afectada negativamente cuando se destruye la autoridad de los padres. Pero hechas estas salvedades y sea como fuere, tampoco Freud pasa la prueba a juzgar por el lastimoso estado de la sociedad actual que ha seguido al pie de la letra sus lineamientos.  

 

Freud, Marx y Nietzsche: conclusión

Visto así, las doctrinas de nuestros tres personajes, Marx, Freud y Nietzsche, llamados “los filósofos de la sospecha”, han mostrado no ser congruentes con la realidad, y según se ha visto, su realización en la historia fracasó y no logro elevar la calidad de la vida humana sino que más bien la degradó y dejó profundamente insatisfechos y mal parados a todos sus esperanzados seguidores, de donde concluimos que no es posible vivir por ellas.

Por otra parte, el contraste entre la vida personal y la doctrina de cada uno de estos personajes es notorio. Tal vez la vida de Marx y Freud no haya sido tan angustiosa y lúgubre como la de Nietzsche, pero esto se debe a que, como lo afirma Paul Johnson en su Historia de los Judíos: “Ni Marx ni Freud aplicaban sus teorías al hogar y a la familia…”. Es decir que predicaban, pero no se atrevían a aplicarlo a su propia vida. Como dicen por ahí: “En casa de herrero, azadón de palo”. ¿Por qué sería? ¿No sería debido a que sabían o intuían que si llevaban sus doctrinas hasta sus últimas consecuencias en su vida personal no terminarían bien, como le sucedió a Nietzsche?

Porque finalmente el ateísmo no es el resultado de una avanzada intelectualidad sino un intento de justificar conductas que son injustificables.   

De hecho, fue otro ateo clásico famoso, Bertrand Russell, quien con gran honestidad y lucidez nos informa la situación en que el ateísmo nos coloca con estas célebres palabras: “El hombre es el producto de causas que no pueden prever el fin que persiguen… una accidental colocación de átomos… destinados a extinguirse… bajo los escombros de un universo en ruinas… sólo sobre el firme basamento de una desesperación insumisa, puede erigirse la habitación segura del alma”.

Por eso un ateo en paz es una contradicción de términos pues la desesperación existencial es la conclusión obvia que resulta del ateísmo. A la vista de lo anterior, tanto el ateísmo clásico como su reedición actual a través del llamado “nuevo ateísmo” son, como lo dice la Biblia, una necedad y no el resultado de una avanzada intelectualidad.

A la luz de todo esto es muy razonable concluir que los resultados de las ideas de Marx, Freud y Nietzsche en la historia son razón de sobra para desecharlas a favor del evangelio.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - Ateísmo y ‘filósofos de la sospecha’: Freud