Ateísmo y ‘filósofos de la sospecha’: Nietzsche

Desmantelando el ateísmo clásico moderno: la muerte de Dios.

25 DE JULIO DE 2021 · 08:00

Friedrich Nietzsche, Pixabay,Friedrich Nietzsch
Friedrich Nietzsche, Pixabay

Es oportuno comenzar esta conferencia, citando el libro Nuevo ateísmo del Dr. Antonio Cruz cuando dice lo siguiente“Hay una gran diferencia entre lo que desean los nuevos ateos de hoy y aquello que consideraban sus predecesores, los ateos clásicos. Los libros de Friedrich Nietzsche, Albert Camus y Jean-Paul Sartre, por ejemplo, resuman un ateísmo duro que reclama un cambio radical en la conciencia humana y en la cultura. Según tales autores, la persona que se define como atea debe estar dispuesta a afrontar con valentía los retos de su increencia… El verdadero ateísmo requiere el coraje suficiente para reconocer que, si no hay Dios, es el individuo el único que debe crear los valores que guiarán su vida y seguirlos fielmente contra viento y marea. Si no se hace así, no hay genuino ateísmo. Esto es lo que pensaban tales filósofos, así como también Freud, Feuerbach, Marx y otros.

Por esta razón y por otras que se irán considerando más adelante, muchos pensadores de hoy sostienen algo muy difícil de refutar y que se ve ratificado cada vez más: el ateísmo requiere una fe ciega de carbonero pues por mucho que lo intente, nunca puede ser ni coherente ni consistente, ya sea desde la óptica racional y filosófica, como desde la experimental y científica, sin hablar de la vida misma en el día a día. Por lo tanto, quienes insisten en ser ateos, deben renunciar al intento de fundamentar y pensar su ateísmo hasta sus últimas consecuencias.

Pero entre los dos tipos de ateísmo que estamos considerando: el nuevo ateísmo de hoy y el ateísmo clásico de la reciente modernidad, existen algunas notorias diferencias. En primer lugar, los ateos clásicos basaban su ateísmo más en el razonamiento filosófico que en la experimentación científica. Y en segundo lugar, como resultado de lo anterior, fueron comparativamente hablando más consecuentes y honestos -o tal vez debería decir menos inconsecuentes y deshonestos- que los nuevos ateos que tratan de basar su ateísmo más en la ciencia evolucionista darwinista -si es que se le puede llamar ciencia- que en el razonamiento filosófico, en el que son muy deficientes al contrastarlos con los ateos clásicos de la modernidad.

Para demostrar estas afirmaciones basta acudir a quienes son probablemente los tres ateos clásicos más representativos de la modernidad, conocidos en el campo de la filosofía con el rótulo de “los filósofos de la sospecha”. Me refiero, por supuesto, a Friedrich Nietzsche, Carlos Marx y Sigmund Freud, mencionados los tres en la cita de apertura tomado del libro del Dr. Antonio Cruz.

Se les llama los “filósofos de la sospecha” porque, además de cuestionar y desnudar como pocos de forma muy incisiva algunas de las numerosas inconsistencias en que la cristiandad ha incurrido de manera culpable al constituir lo que llamamos la civilización occidental; descubrieron y exploraron también detrás del funcionamiento visible de la sociedad ciertas dinámicas inadvertidas y encubiertas que son muy determinantes para las formas particulares que la sociedad adquiere.

Nietzsche señaló lo que él llamó “la voluntad de poder” como uno de los principales móviles de la sociedad humana y trató de establecer una moralidad diferente a la cristiana elaborada por el llamado “superhombre”, un nuevo hombre llamado a emanciparse de la moralidad cristiana poniéndose por encima de ella para moldearla conforme a su voluntad de poder.

Marx, por su parte, se concentró en analizar las relaciones de producción y la lucha de clases como el verdadero motor del funcionamiento de la sociedad.

Y Freud nos reveló el papel que el inconsciente juega en la configuración del comportamiento social del individuo, en especial lo que llamó la “libido” o el impulso sexual. Pero veámoslos uno a uno.

 

Friedrich Nietzsche

Nietzsche es con mucha probabilidad el personaje que mejor y más elocuentemente da inicio y recoge en sus apasionados escritos toda esta diatriba moderna contra Dios, contra la religión y contra la moralidad cristiana.

De los tres mencionados, fue tal vez el más consecuente de todos en cuanto a plasmar en sus escritos todas las implicaciones de marginar a Dios de nuestra vida. Su célebre frase: “¡Dios ha muerto! ¡y somos nosotros quienes le hemos dado muerte!”, está en el trasfondo de corrientes de pensamiento tan variadas como el humanismo ateo, el materialismo y el existencialismo nihilista del siglo XX como el de Jean-Paul Sartre, Albert Camus y Franz Kafka, y aún en los defensores de la mal llamada “Teología de la muerte de Dios”.

Pero lo que muchos olvidan es que, como lo señala el teólogo R. C. Sproul al referirse a este patético personaje: “Su declaración de la muerte de Dios no fue hecha en un desafío, sino con lágrimas”. Es significativo que el mismo Nietzsche dijera poco después: “Desde que no hay Dios, la soledad se ha vuelto intolerable”.

Para entenderlo, vale la pena leer todo el estremecedor contexto en que hizo su declaración de la muerte de Dios, que se encuentra en el libro La Gaya Ciencia, y dice así: “Usted habrá oído de aquel loco que encendió una linterna a plena luz de la mañana y corrió al mercado gritando: «¡Estoy buscando a Dios, estoy buscando a Dios!». Como allí había muchos que no creían en Dios, se produjo una risa general. «¿Por qué, es que se ha perdido?», preguntó alguien. «¿Se ha extraviado como un niño», inquirió otro. «¿O está escondido? ¿O tiene miedo de nosotros? ¿O se fue de viaje? ¿O emigró?» así vociferaban y reían. El loco se plantó entre ellos y los traspasó con sus miradas. «¡Donde está Dios?», gritó. «Yo se lo diré. Nosotros lo matamos; ustedes y yo. Todos nosotros somos sus asesinos. Pero, ¿cómo hicimos eso? ¿Cómo fuimos capaces de bebernos el mar? ¿Quién nos dio la esponja para eliminar todo el horizonte? ¿Qué estábamos haciendo cuando desligamos esta tierra de su sol? ¿Hacia dónde va ahora? ¿A dónde estamos yendo? ¿Alejándonos de todos los soles? ¿No estamos saltando continuamente hacia atrás, hacia los lados, hacia delante, en todas direcciones? ¿Nos queda algún hacia arriba o hacia abajo? ¿No estamos extraviados en medio de una nada infinita? ¿No sentimos el respirar del espacio vacío? ¿No ha llegado este a ser más frío? ¿No es noche tras noche que vienen permanentemente? ¿No deben las linternas ser encendidas en la mañana? ¿No estamos oyendo todavía el cavar de los sepultureros que están enterrando a Dios? ¿No estamos oliendo sino solamente la descomposición de Dios? Dios también se descompone. Dios está muerto y nosotros lo hemos matado…». Y su lamento final es estremecedor: “¿Cómo podremos nosotros, los más asesinos de todos los asesinos, consolarnos a nosotros mismos? Quien era más santo y más poderoso de todo lo que el mundo ha poseído ha sangrado hasta morir bajo nuestros cuchillos. ¿Quién quitará esta sangre de nosotros? ¿Qué agua habrá con que podamos limpiarnos? ¿Qué fiestas de expiación, qué juegos sagrados tendremos que inventar?”.

¡Impresionante!, ¿no es así? Una detallada, escalofriante y casi lírica descripción de aquello a lo que nos vemos arrojados si eliminamos a Dios de nuestro horizonte vital. Lanzados a la nada, al sinsentido y a la incertidumbre crónica, como ciegos que dan palos a diestra y siniestra.

Es irónico que Nietzsche coloque estas palabras en la boca de un loco, como un anuncio profético de la demencia en que él mismo murió, recluido en un manicomio de Alemania durante sus últimos días, viviendo en su sórdido mundo interior de vértigo y oscuridad y firmando sus delirantes últimas cartas como “El Crucificado”, como muestra tal vez de su dureza de corazón y su autodestructiva actitud desafiante hacia Dios hasta el final, haciendo escarnio de la cruz de nuestro Señor Jesucristo; o de pronto, -creo yo-, también como expresión del continuo tormento en que se hallaba sumido por haber eliminado a Dios de su vida.

Dado que estos personajes, a diferencia de los nuevos ateos, promovieron una nueva moralidad diferente a la cristiana emanada de un ateísmo que intentaba ser consecuente y lograron en buena medida implementarla, esto nos permite poner a prueba sus propuestas.

Porque en relación con estos personajes, tenidos como profetas y referentes del pensamiento secular moderno, Charles Colson dijo: “Si examinamos las vidas de estos que se autoproclaman profetas, hallamos poca base para creer sus grandiosas promesas… Una de las pruebas para saber si una visión del mundo es cierta es ver si corresponde con la realidad: ¿Podemos vivir por ella?”. No por nada el Señor Jesucristo dijo en el evangelio “por sus frutos los conoceréis”. Es decir, ¿viven de manera coherente y consecuente con lo que predican? ¿Su credo pasa la prueba en la historia y en la vida práctica? ¿Cuál ha sido el resultado de implementar sus ideas?

Porque más allá de la manera lastimosa en que terminó sus días, las consecuencias de las ideas de Nietzsche ya están a la vista de todos y pueden ser evaluadas sin ninguna dificultad por la humanidad actual en pleno. Sus propuestas fueron puestas en práctica por el nazismo de Hitler, quien se apoyó en el llamado “superhombre”, la alternativa planteada por Nietzsche ante la “muerte de Dios”. Aquí sobran los comentarios, pues es indudable que los campos de concentración de Auschwitz y Treblinka son una silenciosa pero elocuente evidencia del estruendoso fracaso de las ideas de Nietzsche. Porque como lo dijo Fiodor Dostoievski: “Si Dios no existe, todo está permitido”, a lo cual podríamos añadir que si Dios no existe, nada tiene sentido.

El teólogo Hans Küng evaluó la vida de Nietzsche y su intento de ser consecuente con su credo, de lo cual concluyó: “He ahí un hombre que predica la doctrina del superhombre… y él mismo no sale de su mundo de sombras, vive como un fracasado fuera de la realidad de su tiempo…”.

Nietzsche, ciertamente, ejerció una crítica necesaria hacia la iglesia denunciando los casos en que la religión sofoca la pasión de la vida misma y la somete a la tiranía de una racionalidad fría o se convierte en una doctrina utilitarista que nos autoriza a poner a Dios a nuestro servicio como si Él fuera nuestro sirviente, así como la inconsecuencia de los cristianos que quieren conservar del cristianismo únicamente lo que les gusta de él mientras desechan lo que no les gusta.

Pero su ateísmo, aunque más consecuente que el de los nuevos ateos, a la luz de los hechos consumados nos deja en una muy precaria, insostenible y muy sombría y preocupante posición.

La semana que viene continuaremos esta serie sobre el ateísmo y los ‘filósofos de la sospecha’ con Carlos Marx.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - Ateísmo y ‘filósofos de la sospecha’: Nietzsche