La Biblia y yo

Su lectura afianza la fe, conforta el corazón, alienta, deleita, instruye, enseña normas de conducta y quién atesora sus palabras será un hombre sabio y dichoso.

    04 DE SEPTIEMBRE DE 2022 · 08:00

    Ben White, Unsplash,biblia abierta frente al mar
    Ben White, Unsplash

    Como cristiano evangélico casi de cuna, pues siendo muy pequeño conocí al Señor juntamente con mis padres (de esto hace 60 años), guardo un amor muy especial por la Palabra de Dios.

    Recuerdo siempre aquel día cuando ingresé en Bahía Blanca a la Iglesia filial de la IEPA un cuadro pintado sobre la pared detrás del púlpito donde se apreciaba el mar, unas rocas y un hermoso sol que nacía y, lo más importante unos versículos de Malaquías que decían: “Nacerá el sol de justicia y en sus alas traerá salvación”, lo que me impacto profundamente. Por supuesto que ya no está más al ampliar el templo pero yo lo tengo grabado en mi mente.

    No lo sabía en aquel entonces pero era el poder de la Palabra del Señor que había tocado mi corazón.

    En mi condición de poeta, escritor y lector voraz, la Santa Biblia como dice un antiguo himno es “un tesoro para mí”.

    Tengo en mi profusa biblioteca varias versiones. Pero como crecí con la de Casiodoro de Reina revisada por Cipriano de Valera, que data del Siglo de Oro Español, es mi favorita.

    Comparo las diferentes versiones y cada una echa una luz nueva sobre cada texto. De las de estudio prefiero la Biblia de Jerusalén que viene en cuatro tomos y con un diccionario bíblico.

    Guardo con mucho afecto los nuevos testamentos en color azul que solían repartir los Gedeones y sobre todo un Nuevo Testamento ilustrado con fotos de la Sociedad Bíblica Argentina. Y el ya clásico “Dios habla hoy” en lenguaje actual porque sus ilustraciones son admirables por sencillas y de hermosa factura.

    Cuántas veces he meditado en esos versículos que glosan: “lámpara a mis pies es tu Palabra y lumbrera en mi camino”. Y me digo, lámpara para ver de cerca y no tropezar en el camino y lumbrera para mirar a lo lejos para no perder el rumbo.

    La Biblia es estrictamente un libro de fe. Pero tiene de todo: aventuras, historia, leyendas, arqueología, poesía, un cantar amoroso, profecías, buenas nuevas, ética, sabiduría, secretos arcanos, revelaciones, parábolas, metáforas, cánticos. Y sería largo de enumerar.

    Su lectura afianza la fe, conforta el corazón, alienta, deleita, instruye, enseña normas de conducta y quién atesora sus palabras será un hombre sabio y dichoso.

    Para conocer a la Trinidad no hay otra cosa mejor que leer la Biblia todos los días y especialmente ponerla por obra.

    Los diccionarios, las concordancias y los libros de literatura cristiana ayudan, pero la Verdad está en sus páginas.

    Si lo vemos comúnmente es un libro más, no es un amuleto que nos protegerá de nada, porque lo importante está en su contenido.

    Muchos hombres inspirados por Dios la escribieron hasta conformar el canon actual. La Teología y los seminarios ayudan y son muy importantes. Acaso no dijo el Eunuco funcionario de la reina Candace de Etiopía ¿”Y cómo aprenderé si nadie me enseña”? Pero para utilizar un  término del Siglo de Oro sito en la Reina-Valera a la Biblia lo más importante es “escudriñarla”.

    Leyendo a la mañana y a la noche se pasaran horas amenas y es cuando más cerca estamos de nuestro Creador.

    Así hay planes para leer toda la Biblia en un año, lo cual no es tedioso sino muy edificante.

    Pensando en los términos ya desusados o caídos en el olvido del habla actual escribí el siguiente poema para recordarlos y sería bueno buscarlos en algún buen diccionario, sea bíblico o no.

     

    Dime, ¿entiendes lo que lees?

    A Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera por su maravillosa traducción de la Biblia:

    “En la alheña un alguacil/ y un pollino enalbardado/ como un corzo que de asustado/ se esconde en el alfolí. Un almud que entra al redil/ con una aljaba al costado/ y un pináculo asombrado/ corriendo a la codorniz.  Jota y tilde de cerviz/ gazofilacio colmado/ un óbolo escatimado/ en tierras de Neftalí.  Un alcornoque en desliz/ al Pretorio sojuzgado/ un zarcillo engalanado / y antimomio en el perfil.  Un ciclo, el aguamanil/ un carbunclo que postrado/ por una cohorte apresado/ al gálbano de su raíz.  Un eunuco escudriñado/ concupiscencia infeliz/ con un onagro espantado/ cual raposa en el cubil. La mandrágora servil/ y un sicómoro acostado/ el anatema imprecado/ con plomada de albañil. / Qué bueno redargüir / bajo un dracma amparado/ tan contento y humillado/ como un vuelo a lo perdiz.-

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Desde Valcheta - La Biblia y yo

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