Dios, artesano del taller del alma

Taller de reparación de corazones (parte 2): la familia y el perdón.

    24 DE DICIEMBRE DE 2023 · 08:00

    Antoni Shkraba, Pexels,alfarero, artesano barro
    Antoni Shkraba, Pexels

    Dios se revela en la Biblia como un artesano, alfarero o herrero, que sabe trabajar en los seres humanos hasta formar en ellos su imagen y prepararlos para ser un poderoso instrumento de bendición en la tierra. Ahora bien, para que lleve a cabo su trabajo debemos rendirnos a su cuidado y depositar nuestro roto corazón en su divino taller.

    La semana pasada, en nuestro soliloquio, logramos explicar cómo la identidad de Dios sana la confusión de identidad y que no podemos dejar huecos en nuestro carácter y en nuestra formación, porque antes o después se convertirán en nuestra caída. Lo valiente es enfrentar esos problemas y encontrar ayuda en el contexto de nuestra iglesia local o con especialistas.

    Para terminar esta meditación sobre la restauración del corazón voy a demostrar que la paternidad del Señor sana los daños ocasionados por una mala paternidad, y cómo el perdón es la llave para la sanidad y libertad. ¡Y esa llave está en nuestra mano!

     

    1. La paternidad de Dios sana de una mala paternidad

    La observación del comportamiento infantil dio pie al psiquiatra y psicoanalista John Bowlby (1907-1990) para definir la Teoría del Apego*, entendido este como el vínculo afectivo que desarrolla el niño con sus padres o cuidadores en la primera infancia, y que va a determinar su desarrollo cerebral y emocional. Pero no fue hasta finales de los años ochenta cuando los psicólogos Cindy Hazan y Phillip Shaver concluyeron que las relaciones amorosas de cada uno reproducen las relaciones de apego que vivimos en la infancia. 

    Hay definidos cuatro tipos de apego: 

    • 1.- Los padres águila.

    Son aquellos que cuidan al niño amorosamente, pero desarrollando su autonomía, de manera que ‘le enseñan a volar’.  

    La figura cuidadora se preocupa sinceramente por el bebé, entiende y atiende sus necesidades. Transmite al niño afecto, respeto y cuidado, facilitando su progresiva autonomía. Son niños que se sienten queridos y consiguen equilibrar la presencia física y el vínculo afectivo con el deseo de autonomía y aventura necesario para el aprendizaje. 

    De adultos se encuentran cómodos en las relaciones personales y disfrutan al compartir la intimidad. Se sienten queridos y saben alejarse de quienes les hacen daño. Reconocen sus emociones y son capaces de pedir consuelo y de expresar sus necesidades afectivas. El tipo de relaciones que entablan son duraderas, respetuosas y no idealizadas, y comprenden los altibajos naturales en una relación. 

    • 2.- Los padres sargento.

    Aquí se produce un desbalance entre amor-disciplina, pesando más la disciplina, hasta el punto de ser una forma de cuidar y educar fría.   

    La figura cuidadora se muestra hostil hacia las demandas afectivas del niño porque las considera excesivas, caprichosas o inapropiadas y rehúye o raciona el contacto físico con el bebé. Considera estas necesidades como una debilidad. Educan con disciplina, a base de privaciones y dosificación del cariño. Estos niños aprenden a reprimir sus necesidades afectivas y a renunciar a la intimidad para no provocar rechazo y mantener así el vínculo.  

    De mayores son adultos huidizos que sienten que sus emociones son engorrosas para los demás y ven la necesidad de afecto como una debilidad. Sus relaciones serán poco profundas. Suelen tener actitudes evasivas que les impiden compartir su intimidad con la pareja. 

    • 3.- Los padres bipolares.

    Los padres son imprevisibles para el niño, a causa de dificultades que sufren ellos mismos. No es que rechacen al bebé, sino que unas veces se muestra indiferentes y lo ignoran, y otras se muestran cariñosos, alegres y atentos a sus necesidades. Esta actitud impredecible genera mucha ansiedad en el niño, quien, privado de patrones comprensibles, no entiende por qué unas veces sus necesidades —incluso las básicas— son desatendidas y otras veces son los reyes de mamá y papá. 

    Estos bebés serán adultos inseguros en sus relaciones, con mucha ansiedad ante las separaciones y ante las emociones negativas. Se muestran aprensivos, celosos, suspicaces y bastante melodramáticos. Necesitan sentirse permanentemente vinculados a sus parejas, a veces de manera agobiante para ellas, y así ahuyentar la ansiedad que les provoca la separación. Estas parejas son muy dependientes del otro, interpretan cada gesto como una amenaza a la relación y oscilan entre la bronca, la sumisión y el arrepentimiento.

    Su felicidad o desánimo dependen de la atención que reciba del otro: mientras se muestre disponible y cariñoso, desaparece la ansiedad y reina la confianza y el equilibrio; pero esto nunca es suficiente: al primer gesto de independencia de la pareja se reactivará la espiral ansiosa y demandante. 

    • 4.- Los padres enfermos.

    Es el tipo más patológico de apego. La figura cuidadora es gravemente insensible o manifiesta actitudes violentas hacia el niño. El bebé no puede sobrevivir sin ella, pero es al mismo tiempo una amenaza: esta paradoja le provoca un colapso psíquico traumático. Son niños llenos de dolor, miedo, agresividad, sentimientos de ambivalencia, inseguridad… que recurren al bloqueo emocional para poder sobrellevar su realidad. A veces el daño puede ser activo (por un daño que ocasionan los padres) o pasivo (al no ofrecer protección y seguridad al pequeño ante las amenazas de su entorno).  

    De adultos sufren grandes dificultades para identificar sus emociones y padecen bloqueos y confusión de sentimientos. Para ellos las relaciones afectivas son amenazantes, de manera que las evitarán o se sucederán las rupturas. Son personas inestables, con dificultades para respetar los derechos y los límites del otro. 

    Todos deberíamos meditar en esta lógica de que mucho de lo que hoy soy tiene que ver con cómo me criaron. Y me relaciono según esos esquemas que formaron parte de mi apego en la infancia. ¿Tuve padres sargento? Es normal que me cueste expresar mis sentimientos o profundizar en mis relaciones. Ese terreno de la intimidad me resulta inseguro ya que me acostumbré a bloquearlo. ¿Soy ansioso en las relaciones, inseguro, celoso? Quizás se debe a esos cuidadores imprevisibles, que me hacían pasar de sentirme el rey de la casa a un simple mueble más de la decoración. Muchos llevamos un niño herido en algún rincón de nuestro ser, y convivir con esa realidad no es fácil. Nos afecta más de lo que nos imaginamos. 

    Al leer sobre la teoría del apego y su reproducción en el tipo de relaciones que mantenemos de adultos nos puede asaltar un cierto sentimiento de frustración, ya que parecemos condenados al determinismo: si tuve esa infancia estoy determinado a ser así como soy, y a relacionarme asó como me relaciono. Pero hay una buena noticia: ¡Se pueden reparar las heridas del pasado! Podemos sanar ese niño herido que cargamos. Hay esperanza para cualquiera de nosotros. 

    En el ámbito de la psiquiatría o de la psicología nos dirán: sé tu propio cuidador y tu máxima figura de cariño. Sé padre o madre de tu corazón roto. Nosotros, como terapeutas te ayudaremos a sanar a ese niño dañado. ¡Cuánto más nosotros! Tenemos al mejor Padre para sanar nuestras heridas y para recuperar el valor, la seguridad, la autoestima, la identidad

    Él es tan poderoso que puede ir a nuestro pasado y sanar nuestro corazón de aquellas viejas heridas o traumas. Quizás el recuerdo siempre estará. Y será una cicatriz que nos habla de que sanamos, de que lo superamos. Mas no será una herida abierta, que sigue doliendo o hasta supurando infectada. Nuestro Padre Celestial quiere sanar nuestro pasado y cuidarnos en el presente. Si es capaz de contar las millones y millones de estrellas, y a todas ponerles nombre**. ¿No podrá vendar un alma rota? ¿No puede llegar a donde nadie más puede llegar y traer el bálsamo de su amor a cualquier área del corazón? 

     

    2.- El caso de Isaac: cómo afectó a Jacob y Esaú

    Jacob fue afectado por una paternidad deficiente de Isaac, y arrastró un grave problema en su identidad. Su padre no supo dar bendición a sus dos hijos (Esaú y Jacob). Solo tuvo bendición para uno, para su favorito, el primogénito. Aunque Jacob arrebató esa bendición haciéndose pasar por Esaú, en el corazón de Isaac estaba dando toda la bendición para el hijo mayor. No dejaba nada para Jacob: “¿qué me queda para darte a ti, hijo mío?”, dijo Isaac. A lo que respondió Esaú con otra pregunta: “¿Pero acaso tienes una sola bendición? Oh padre mío, ¡bendíceme también a mí!”. Notamos la desesperación de Esaú, quien después de esta escena “perdió el control y se echó a llorar”, dice en Génesis 27: 37-38. 

    Isaac trató a sus hijos con clara preferencia. No sabía reconocer la unicidad y diferencia de uno y otro. Esaú era velludo, fuerte, cazador, hombre rudo… Jacob era de su casa; amigo de su madre; cocinaba muy bien; más interesado por la bendición y el futuro y menos por el aquí y ahora, que eran las únicas prioridades de Esaú. Isaac veía con buenos ojos al mayor y se mostró muy apático hacia Jacob. De hecho, hizo con ellos lo mismo que Abraham. Solo bendijo a uno de los dos hijos con toda la bendición. Ismael no entraba en la ecuación. Y en el corazón de Isaac no había espacio para bendecir a los dos hijos (aunque el primogénito, por costumbre, tenía derecho a doble porción). 

    Esto fue duro para Jacob. El menor de los dos hermanos luchó para obtener todo en la vida. Si su padre lo bendijo fue fingiendo ser quien no era. Si se casó con Raquel fue en una batalla de años para merecerla y soportando muchas injusticias. Cuando finalmente se encuentra con Dios en Peniel, el afamado patriarca tenía dos lastres en su vida o dos grandes temas pendientes: su falta de identidad y su herida con la paternidad. 

    Sin embargo, este encuentro con Dios (Génesis 32) le va a restaurar y le va a cambiar la vida. En primer lugar, el Señor le revela su verdadera identidad: ya no más Jacob (suplantador), sino que tu nombre será Israel (príncipe de Dios y vencedor). Y añadido a esto, obtiene la bendición del Padre del Cielo, quien viene a llenar esos vacíos de la vida de Jacob. 

    ¿Cómo podemos saber que el patriarca fue realmente restaurado? Cuando llegó el momento de dejar la bendición sobre sus hijos y nietos (Génesis 48 y 49) y tuvo palabras únicas y ungidas para cada uno. No dio todo a su preferido. Aunque había un primogénito de Lea (Judá) y un primogénito de Raquel (José), que tuvieron doble porción, sin embargo, cada uno de sus hijos escuchó a su padre bendiciéndolos y reconociendo que eran especiales y distintos a los otros. De esta forma se rompió el patrón de las estrecheces de la paternidad, con esa lacra de favoritismo, y los vacíos de identidad. De cada hijo (y nietos) el Señor levantó una poderosa tribu, para conformar la nación de Israel. 

    Es una gran enseñanza. A Jacob le faltaba la bendición de su padre y la identidad de primogénito. Pero encontró sanidad en la paternidad de Dios. El Señor mismo (Jesús, en el varón que peleó toda la noche) fue su padre que le bendijo y le dio identidad. Y ahora Jacob, o mejor dicho Israel, inauguró un nuevo modelo familiar más saludable. Hay lugar para diferentes caracteres, pero todos sois hijos, amados y bendecidos. 

    También tú, yo, cada uno de nosotros, necesitamos un encuentro sanador con Jesús en el que Él pueda llenar nuestros vacíos. Que nos dé su identidad de hijos amados y primogénitos. Que nos bendiga como ese padre eterno que nos ama y siempre estará con nosotros, nunca nos va a dejar, nunca va a preferir a unos sobre otros. ¡Qué paz y sanidad! ¡Qué bendición y seguridad hallamos en este Padre Nuestro! 

     

    3. La llave del perdón 

    Para terminar, y muy brevemente, vamos a tratar un tema importantísimo: el perdonar como hemos sido perdonados. 

    Perdón es la llave de tu sanidad y libertad. Si no ejerces perdón te quedas en una cárcel. Y lo más curioso es que te quedas encerrado con la persona que te hirió. Esa cárcel se llama amargura, y allí se han enfermado grandes hombres y mujeres que no han sido capaces de tomar la decisión de perdonar al que les ha hecho daño o el que les debe.

    Es una decisión. No un sentimiento. Pero cuando obedecemos y perdonamos, como un acto de la voluntad, el Señor pone también el amor que necesitamos y la fortaleza para usar esa llave y quedar en libertad. Libres, tanto nosotros como los que nos han ofendido. 

    Cuando Pedro le preguntó a Jesús cuántas veces debemos perdonar, pensando que eran muchas y perfecto perdón llegar hasta siete, oyó para su asombro esto: Entonces se le acercó Pedro, y le dijo: Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí que yo haya de perdonarlo? ¿Hasta siete veces? 22 Jesús le dijo: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. M ateo 18:21-22. 

    Setenta veces siete es todas las veces. Todas las veces que sea necesario. Y para que Pedro, los apóstoles y todos nosotros entendamos este principio del perdón les puso la parábola de los dos deudores (Mateo 18:23-35)***.

    Con esta historia podemos entender que nosotros debemos perdonar de corazón, porque el Señor nos ha perdonado muchísimo más a nosotros. Y que la falta de perdón nos deja en la cárcel, encerrados con nuestro deudor. Donde hemos metido al deudor (a esa persona que menos queremos ver) es donde también acabamos nosotros. Porque el perdón es imprescindible para que haya verdadera sanidad y restauración, no podemos decir que somos libres si albergamos odio, resentimiento, amargura o rencor contra nuestro hermano. El Señor de la historia perdonó al protagonista unos 1.500 millones de euros (traído al valor actual), pero él no era capaz de tener paciencia y perdonar al que solo le debía tres mil. Esta distancia abismal entre las dos cifras nos lleva a meditar en la enormidad del perdón de Dios hacia cada uno de nosotros.

     

    4.- ¿Cómo puedo perdonar al que me ha ofendido?

    1.- Si entiendo que yo soy un terrible pecador, que ofendí con mi pecado a un Dios infinitamente santo. Y que mi pecado me llevaba al infierno (la cárcel eterna). Y que el Señor me perdonó toda mi deuda. Pero ese perdón no fue gratis. Jesús pagó mi deuda para que a mí ya no me tocase pagarla. Eso es gracia. Eso es misericordia. 

    2.- Si entiendo que mi prójimo que me ha hecho daño, o me ha ofendido, o es mi deudor, es tan pecador como yo. Es un hombre imperfecto al que también le ha costado actuar como debería. El pecado y el daño de unos a otros es una cadena que se remonta a los primeros hombres de la tierra. Todo está dañado. El mundo es un mundo imperfecto y caído. Muchas personas hacen el mal porque no saben hacer otra cosa. Dañan porque ellos también fueron maltratados. No saben amar porque no fueron amados. Tienen maldad porque son esclavos y hasta porque hay malos espíritus que se usan de ellos. Si comprendo estas verdades espirituales me será más fácil tener misericordia y perdonar. 

    3.- Además, si no perdono tampoco mi Padre me oye en mi oración (Mateo 6:14), ni me perdona. Me quedo estancado y encerrado en mi cárcel de amargura. 

    Un hombre o mujer que ha sido tratado por el Señor en su identidad y restaurado en cuanto a la paternidad puede levantarse en amor y perdón. 

    Un claro ejemplo de esto es José, el hijo de Jacob. Traicionado. Casi lo matan. Vendido como esclavo. Acaba en la cárcel en Egipto. Separado de su familia. Pasando un proceso durísimo. Pero José entendió cuál era su identidad: que él era escogido por Dios, amado y especial. Llamado a un propósito de liberación como el que se estaba desenvolviendo. Y también tenía seguridad en cuanto a su paternidad y a la bendición de Dios en su vida. Puedo oír a José diciendo: mi Padre tenía todo planeado. Mi vida estaba en su control. Él fue el que me mandó por delante de mi familia para preservarles y para darles un futuro en medio de la crisis. Aunque todo esto ha sido duro y los hombres me han tratado mal, yo los perdono. Yo soy un hombre bendecido. 

    Este perdón es una llave para salir de la cárcel de amargura que nos mantiene atados al pasado. El pedir perdón y perdonar es un paso imprescindible para que las bendiciones de nuestro Padre en los cielos se movilicen para nosotros. La llave está en nuestra mano.

    De manera que podemos decir con toda confianza que el Señor sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas (Salmo 34: 18). Y lo hará así:

    • la identidad de Dios sana la confusión de identidad;
    • la paternidad del Señor sana los daños ocasionados por una mala paternidad;
    • y el perdón es la llave para la sanidad y libertad. ¡Y está en nuestra mano! 

     

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    * El País Semanal (artículo del 28 de julio de 2019). 

     

    **El Señor edifica a Jerusalén; congrega a los dispersos de Israel; sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas. Cuenta el número de las estrellas, y a todas ellas les pone nombre. Grande es nuestro Señor, y muy poderoso; su entendimiento es infinito. El Señor sostiene al afligido y humilla a los impíos hasta la tierra. Salmo 147:2-6.

     

    *** Por eso, el reino de los cielos puede compararse a cierto rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Y al comenzar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Pero no teniendo él con qué pagar, su señor ordenó que lo vendieran, junto con su mujer e hijos y todo cuanto poseía, y así pagara la deuda. Entonces el siervo cayó postrado ante él, diciendo: “Ten paciencia conmigo y todo te lo pagaré.” Y el señor de aquel siervo tuvo compasión, y lo soltó y le perdonó la deuda. Pero al salir aquel siervo, encontró a uno de sus consiervos que le debía cien denarios, y echándole mano, lo ahogaba, diciendo: “Paga lo que debes.” Entonces su consiervo, cayendo a sus pies, le suplicaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo y te pagaré.” Sin embargo, él no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Así que cuando vieron sus consiervos lo que había pasado, se entristecieron mucho, y fueron y contaron a su señor todo lo que había sucedido. Entonces, llamándolo su señor, le dijo: “Siervo malvado, te perdoné toda aquella deuda porque me suplicaste. “¿No deberías tú también haberte compadecido de tu consiervo, así como yo me compadecí de ti?” Y enfurecido su señor, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano. Mateo 18:23-35. 

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Soliloquios - Dios, artesano del taller del alma

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