El Dios de los montes y los valles

El mismo Dios que nos da la victoria en los montes, nos la da también en los valles; su poder no está limitado al espacio o el tiempo.

24 DE SEPTIEMBRE DE 2023 · 08:00

Fabrizio Conti, Unsplash,valle montañas, montes río
Fabrizio Conti, Unsplash

Y los siervos del rey de Siria le dijeron: Sus dioses son dioses de los montes, por eso nos han vencido; mas si peleáremos con ellos en la llanura, se verá si no los vencemos (1 Reyes 20:23).

Observamos la mentalidad de aquellos pueblos paganos, que no conocían al Dios de Israel. Dicen, “sus dioses son dioses de los montes, por eso nos han vencido, mas si pelearemos con ellos en la llanura, se verá si no los vencemos”. Aquellas naciones tenían un Dios para los montes, un Dios para la fertilidad, un Dios para la agricultura, un Dios del Sol, un Dios de la Luna, un Dios de los valles, un Dios de los ríos... Diferentes deidades, que no eran otra cosa sino ídolos representando las fuerzas de la naturaleza y que en los pueblos, culturas y religiones antiguas constituían la forma normal de explicar lo inexplicable.

Por este motivo pensaban que el Dios de Israel le había dado la victoria a Israel, por ser el Dios de los montes, el Dios que podía operar en ese ámbito con más fuerza que las deidades sirias. Como si dijéramos, ahí está Poseidón, de la mitología griega, el dios de los mares. Es difícil vencerle en el océano, pero si la batalla es en otro territorio, quizás otro dios será más poderoso y podrá vencer.

Al razonar así y confesarlo desafiaron voluntaria o involuntariamente al Dios de los hebreos. Al leer con calma el relato entenderemos dos cosas: primero, que la batalla era desigual, es decir, humanamente hablando Israel solo podría vencer a los sirios si Dios intervenía a su favor. Y, en segundo lugar, el rey que lidera a Israel en este punto de la historia era Acab, el esposo de Jezabel.  Un profeta anónimo le da palabra al rey de que no dudara en ir a la batalla, porque el Señor quería demostrar a todo el que supiera de esta historia que solamente Él es el Dios verdadero. Pura gracia, porque Acab, era un rey impío e infiel.

Efectivamente, Israel sale a pelear en un terreno escarpado o montañoso y vence. Pero el profeta le advierte a Acab que después de un año Ben-Adab, el rey sirio, se rearmaría y volvería a la carga. Y aquí es donde entra la declaración de estos paganos que dicen: “Bueno, nos ha vencido Israel porque su Dios es un Dios de montes. Pero si peleamos contra ellos en los valles, en la llanura, ahí nuestros dioses podrán vencer al Dios de Israel”. No obstante, ¿cuál es la respuesta del Señor ante el nuevo desafío? El versículo 28 contiene una declaración, nuevamente por boca del profeta anónimo, que encierra la esencia de esta enseñanza: el mismo que nos da la victoria en los montes, nos la da también en los valles, porque el poder de Dios no está limitado ni por el espacio ni por el tiempo ni por ningún otro factor circunstancial. Él es el Señor Invencible y Todopoderoso.

Vino entonces el varón de Dios al rey de Israel, y le habló diciendo: Así dijo Jehová: Por cuanto los sirios han dicho: Jehová es Dios de los montes, y no Dios de los valles, yo entregaré toda esta gran multitud en tu mano, para que conozcáis que yo soy Jehová (1 Reyes 20:28).

Dejamos la apasionante narración en este punto para comenzar a aplicar a nuestra vida y tiempo presente. ¿Qué representan los montes en este artículo y en muchos lugares de la Escritura?

 

El Dios de los montes

Nuestro Dios es el Dios de los montes; es el Dios de mis montes y de tus montes. Los montes son un símbolo que nos remite a los problemas externos, dificultades y tribulaciones que vienen contra nosotros, porque son parte de la vida. Aquello que es para muy grande y que escapa a nuestro control. Problemas que están fuera de nosotros (exógenos) como puede ser que nos golpee una recesión financiera, que perdamos el empleo, un ser querido que se nos enferma, o que pasemos una crisis matrimonial, se revela un hijo, un nieto se aparta de los caminos del Señor... Montes en la vida que parece que son gigantes que nos desafían como Goliat a David.

El Salmo 121:1-2 dice: “Alzaré, mis ojos a los montes. ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra”. Cuando ves esos problemas imponentes como montes te sientes un granito de arena o una pequeña hormiga. Un diagnóstico de enfermedad crónica o mortal; una noticia de que como familia nos tenemos que mudar de país y empezar de cero, porque se ha impuesto una dictadura o la inseguridad acampa a sus anchas, y tenemos que hacer las maletas e irnos. Circunstancias que nos golpean y no las controlamos. Y se confirma eso que dijo Jesús, que “en el mundo tendréis aflicción (en el mundo habrá montes), pero confiad Yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Jesús nos asegura sin dejar lugar a duda: “yo he vencido todos esos problemas y esas tribulaciones”.

¿De dónde vendrá mi socorro? ¿Qué puedo hacer yo ante esos gigantes? Dios es más grande que mis montes. Está gobernando mi vida. El Señor es más grande que la crisis, que las enfermedades, que los problemas familiares, que los movimientos migratorios. Dios es mayor que las malas noticias. Es más fuerte que toda acechanza y ataque del diablo. Si la furia del Enemigo viene contra nosotros, Dios es más grande. Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra, el Eterno, el gran Yo Soy. Él va a cuidar de mí, cantaban los peregrinos camino a Jerusalén, y Él va a cuidar también de nosotros. Ante tus montes tienes al Dios que hizo los cielos y la tierra.

Hay una profecía muy interesante en Apocalipsis 16:20: “Y toda isla huyó y los montes no fueron hallados”. Se refiere a los tiempos del fin y con esto concuerdan algunos escatólogos quienes piensan que puede venir un momento, al final de la historia del planeta Tierra, en el que desaparezcan las cordilleras, las sierras, los montes e incluso los valles, y todo se convierta en una especie de llanura. Y no sé si eso literalmente va a suceder, pero sí que es cierto y estoy convencido de que los montes, que representan dificultades y problemas, un día serán llanura y la Tierra será llena de la gloria del Señor como las aguas cubren la mar.

 

Hay montes a los que debemos hablar

“¿Quién eres tú, gran monte?” (Zacarías 4:6-7). Hay que pararse ante la dificultad y por la fe, esa fe que te concede la visión de altura, hablarle a la montaña: ¿Quién eres tú? La incredulidad te hace sentir una langosta, como un saltamontes delante de los gigantes. La fe, en cambio, te hace decir: ¡Nos los comeremos como pan! Te hace ver los montes como pan.

No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro, dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor. He aquí que yo te he puesto por trillo, trillo nuevo, lleno de dientes; trillarás montes y los molerás, y collados reducirás a tamo. Los aventarás, y los llevará el viento, y los esparcirá el torbellino; pero tú te regocijarás en Jehová, te gloriarás en el Santo de Israel (Isaías 41:14-16).

“Trillarás montes”, dice en la profecía de Isaías, “los molerás” y serán como nada. ¡Maravillosa promesa! Aunque nos sintamos un gusano, un ser débil y pequeño, sin embargo, con el poder de Dios, dice que nos vamos a convertir en un trillo que va a arar montes y a convertirlos en llanura. Ese es el respaldo del que nos habla Zacarías 4:6: “No por el poder ni por la fuerza, sino por mi Espíritu, dice el Señor de los ejércitos”. Con la fuerza del Espíritu Santo enfrentamos nuestros montes y enfrentamos nuestros valles. ¿Quién eres tú, gran monte?

El monte normalmente te grita. Es la voz de incredulidad, de duda, la voz del Enemigo. “¿Quién te crees que eres?”, susurra. “Caeré sobre ti”, amenaza. Tus días están contados, estás acabado, no vas a poder. Eres igual que los demás, en nada te diferencias...  Mentiras de ese tipo. Hay que cerrar los oídos a la voz del desánimo. Es un gigante bravucón, como Goliat. Y hay que contestar: ¿quién eres tú? Delante de Dios, ¿qué eres tú? ¿Quién eres tú, oh gran monte? Hay uno que va conmigo, hay uno que es más grande y que me respalda. “Ante Zorobabel te convertirás en llanura y él sacará la piedra clave entre aclamaciones de gracia, gracia a ella”.

 

Lo que aprendí enfrentando mis montes

En cada monte hay una piedra que sacar. En cada monte hay una riqueza que extraer. En cada monte, aunque al principio haya lágrimas, aflicción, dificultad, al final acabarás cantando la gloria de Dios y diciendo: ¡Gracia a ella!

¿Quién es la piedra clave? Jesucristo. Ningún problema es para siempre. Juntamente con la prueba, Dios da la salida. No nos gobiernan los enemigos, nuestra vida es cuidada por el Gran Pastor. Ningún monte es para siempre. Se va a convertir en llanura delante del ungido del Señor. Él tiene la victoria y Jesús me dará la salida.

Lo que conozco de Cristo es por los montes. En cada monte encontré la piedra clave, la piedra principal del ángulo. ¿Cuál es la piedra clave? ¿Cuál es la piedra viva? ¿Quién es la Roca? La piedra fundamental o el fundamento es Cristo. Lo que yo conozco de Cristo no me lo enseñó un hombre o una teología, o porque fui a un seminario. Ha sido por caminar con Dios y enfrentar montes.

Conozco muchas familias a las que el Señor prepara para el ministerio de forma poco agradable: escalando montes gigantescos de escasez o enfermedad o desarraigo o tormentas en la casa. Pero después de la batalla han podido conocer cosas de Cristo que de otra forma no hubiesen descubierto. Han sacado la piedra clave.

Yo mismo puedo hablarte de mis montes, de los momentos más difíciles de mi vida. Cuando hemos enfrentado una quiebra empresarial o divisiones en la iglesia o enfermedad y ataques del Diablo. Pruebas que han venido y, lo que parecía para mal, Dios lo tornó para bien, porque más cerca sentimos a Jesús en esos momentos. Porque el Señor peleó a nuestro lado y se nos reveló más de la gracia de Dios. No es que no hubo lágrimas, porque se va andando y llorando, el que lleva la buena semilla. Sí o sí vamos a llorar si queremos sembrar. Pero después volverás con gritos de alegría, trayendo la cosecha, la gavilla. Y acabamos en cada batalla frente a esos montes diciendo: ¡Aleluya, alabanza, gracia, gracia a ella!

Hay que saber hablarle a los montes: ¡Quítate! (Marcos 11:20-24). Llenos de fe, como nos enseñó el Maestro. “Tened fe en Dios. En verdad os digo que cualquiera que diga a este monte: «Quítate y arrójate al mar», y no dude en su corazón, sino crea que lo que dice va a suceder, le será concedido. Por eso os digo que todas las cosas por las que oréis y pidáis, creed que ya las habéis recibido, y os serán concedidas”.

Me encanta que Jesús no dijo, los apóstoles que digan al monte, los pastores, los que ya son veteranos en el Señor... No. Dijo “cualquiera que diga a este monte”. Cada hijo e hija de Dios tiene autoridad para encarar los problemas y proclamar victoria y que somos más que vencedores, porque nuestro Dios nos da la victoria en los montes.

Además, la madera del carácter se forja en los montes de los problemas.

En los días de Hageo debían subir al monte y traer madera física. Hoy día, la madera que precisa Dios es otra, la de hombres y mujeres que no se achican ante los montes, sino que extraen de ellos la riqueza doble de conocer más a Cristo y de madurar hasta poder ser dignos de ser usados en las manos del Dios Santo.

Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad sobre vuestros caminos. Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa; y pondré en ella mi voluntad, y seré glorificado, ha dicho Jehová. Hageo 1:7-8.

El escritor Salvador Iserte, en su libro Cómo hacer frente a los sinsabores de la vida, hace una reflexión magnífica para poder resistir estoicamente en los tiempos cuando enfrentamos montes y valles: “Por su reacción frente a la dura adversidad, se conoce el temple de los hombres. El que no ha sido así probado no puede saber si es hierro colado o acero pretensado”.

 

¿Qué representan los valles?

En el resto del capítulo 20 de 1ª Reyes leemos que Dios vuelve a dar una victoria sobrenatural a su pueblo, solo que ahora el “cuadrilátero” será Afec, esto es, una llanura. Nuevamente el Señor nos deja una gran enseñanza. Como nos da la victoria en un tipo de pruebas (las externas) lo hará también en las otras (las aflicciones del alma).

Los valles son las batallas internas, las crisis endógenas, nuestras congojas, contradicciones y luchas secretas. Aquí enumero diez, pero podría citar mil:

  • Soledad.
  • Temor.
  • Desánimo.
  • Baja estima.
  • Duda.
  • Orfandad.
  • Depresión.
  • Ansiedad.
  • Decepción.
  • Frustración.

El que nos da la victoria en los montes también nos la da en los valles.

Vino entonces el varón de Dios al rey de Israel, y le habló diciendo: Así dijo Jehová: Por cuanto los sirios han dicho: Jehová es Dios de los montes, y no Dios de los valles, yo entregaré toda esta gran multitud en tu mano, para que conozcáis que yo soy Jehová. 1 Reyes 20:28

Hay una promesa que cualquier cristiano sincero habrá experimentado: Todo valle será llenado de gracia. Es decir, Dios, a más necesidad, da mayor gracia. El apóstol Pablo lo expresó así:

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. 2 Corintios 1:3-5.

Pero la actitud con la que enfrentamos los valles de sombra de muerte (Salmo 23:4) determinará dónde acabamos, si en un pozo de desesperación o en una mesa de palacio, ungidos con aceite regio (Salmo 23:5). Dicho de otra forma. ¿Reconocemos al pastor a nuestro lado? ¿Nos dejaremos cuidar por él? ¿O endureceremos la cerviz llenándonos de queja y amargura?

Si al monte hay que hablarle al valle hay que saber ministrarle (Salmo 42). Cuando nuestra alma se aflige, sumiéndose en un valle, hemos de reprocharle, “¿Por qué te abates, alma mía?”. Y luego llevarla a Dios: “Espera en Dios, pues aún he de alabarle otra vez”.

Con razón decía Calderón de la Barca eso de que:

Del más hermoso clavel,

pompa de un jardín ameno,

el áspid saca veneno,

la oficiosa abeja miel.

Pedro Calderón de la Barca (1601-1681).

Lo que saquemos de cada situación dice mucho de lo que hay en nuestro corazón. Si está el Espíritu Santo, como escribiera Machado, debemos saber producir miel de las amarguras de la vida, porque nuestros valles de lágrimas, después de la consolación de Jesús, serán manantiales de sanidad para otros (Salmo 84:5-6):

Anoche cuando dormía

soñé -¡bendita ilusión!-

que una colmena tenía

dentro de mi corazón;

y las doradas abejas

iban fabricando en él

con las amarguras viejas

blanda cera y dulce miel.

Antonio Machado (1875- 1939).

He descubierto que los valles pueden ser, si cabe, más beneficiosos para uno que los montes, en el sentido de lo que dejan en nuestra vida, porque el Pastor de nuestras almas en el monte pelea por mí, pero en el valle permanece junto a mí y nos ministra su dulce sacerdocio. ¡Puede compadecerse de nosotros! ¡Entendernos en todo lo que nos sucede y darnos misericordia y gracia para el oportuno socorro! (Hebreos 2:17-18 y Hebreos 4:15-16).

De nuevo citaré a Salvador Iserte quien argumenta que Dios puede tornar nuestros peores castigos en bendiciones, de acuerdo con Romanos 8:28, eso sí, siempre que sepamos concentrarnos en él y no tanto en la prueba o en los que nos han hecho daño: “¿Cuál fue la reacción de Gaspar Melchor de Jovellanos llevado injustamente por Godoy de cárcel en cárcel -León, Burgos, Zaragoza, Barcelona- y desterrado a Palma de Mallorca? ¿Se dio de cabezazos contra los muros de sus prisiones? De ninguna manera. Ni siquiera se indignó. Empuñó su pluma, no para vengarse sino para escribir obras, fruto de su honda meditación en el encierro. No se airó contra su perseguidor ni protestó ni pidió clemencia. Llenó su calabozo de libros, obtuvo (bajo mano) papel y lápiz, cosas que le habían sido formalmente vedadas, y mantuvo su alma en un plano muy superior al de su ambiente. Hoy tiene un monumento y una plaza en el centro de Gijón y una sociedad jovellanista que se ocupa de estudiar su vida y su obra. Lo mismo hicieron Cervantes y Colón. Y San Pablo en la prisión de Roma escribió cartas maravillosas. Y muchos otros hicieron cosas notables en la cárcel”.

En fin, el mismo Señor Jesús tuvo que “ver el fruto de su aflicción” y quedar satisfecho (Isaías 53:10-11); decirse a sí mismo, “merecerá la pena toda mi aflicción, todas mis batallas”; porque nuestro Héroe de la Fe supo salir victorioso en sus propios montes y valles.

¿No deberíamos imitarle en esto también? Recordémonos que la prueba de nuestra fe “produce” (versos a pie de artículo)*. Toda batalla externa o interna no será improductiva, más bien, una gran oportunidad para conocer al Dios de los montes y los valles y para ser más como Cristo.

 

----------------------------------------

*La prueba PRODUCE:
• Romanos 5:2-4: por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. 3 Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; 4 y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza.

• Santiago 1:2-3: Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, 3 sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. 4 Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.
• 2 Corintios 4:17: Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Soliloquios - El Dios de los montes y los valles