Si la Navidad se acaba ¿quién gana y quién pierde?

Es penoso que el evento que dividió la historia con una esperanza que nadie podrá apagar, pretenda ser opacado por intrascendentes y reduccionistas.

    23 DE DICIEMBRE DE 2024 · 08:00

    Josh Harrison, Unsplash,noche luz, farol navidad
    Josh Harrison, Unsplash

    Si la Navidad se olvida y su recuerdo, con sus tradiciones y símbolos, se dispersa entre las sombras de un pasado irrelevante e incierto, si todo vestigio de este acontecimiento queda borrado en la memoria de los pueblos, como pretenden algunos, la humanidad perdería la celebración histórica y cultural más significativa y gloriosa que se haya conocido sobre la tierra.

    Si se apagan todas las luces, y un silencio sin nombre impone su imperio sobre todas las campanas, si se callan todas canciones y dejan de sonar las alegres melodías que exaltan y recrean estruendosas el momento más festivo y extraordinario que han vivido los siglos; entonces, el eco sempiterno del canto que entonaron los ángeles con la aclamación de “gloria Dios en las alturas y en la tierra paz y buena voluntad para con los hombres”, perderá su resonancia de esperanza y victoria entre los mortales.

    Su vacío pasaría a llenarlo el pesimismo más desolador y profundo. Solo reinaría el desconcierto y la anomia. ¡Ya no se hablará más de la Navidad”.

    El ambiente festivo de luces y colores, de villancicos y otros ritmos, de regalos, risas y abrazos, de reuniones familiares y suculentas cenas caería en el tedio de una rutina demoledora y sin sentido. El universal patrimonio artístico que ha inspirado el genio creativo de pintores, poetas, músicos dramaturgos y escenógrafos, y las más diversas expresiones estéticas que ha generado el nacimiento de Cristo, desaparecerá bajo el empuje obstinado y recalcitrante del materialismo ateo, y por la falta de discernimiento de grupos de creyentes que insisten en convertir las “Nuevas de gran gozo” en obtuso y seco literalismo dogmático que no amerita mayor repercusión ni festejo.

    Si esto llegara a suceder habría triunfado el dogmatismo religioso y sectario, las ideologías materialistas y ateas lanzaran sus campanas al viento y el anuncio de vida y esperanza más glorioso que conocen los siglos pasaría a ser un mito bochornoso, una ironía fraudulenta y despreciable que no merece ser recordada.

    ¡Murió la Navidad! La mataron unos religiosos un día 24 de diciembre, la enterraron el 25, y el 6 enero celebraron la novena. Pero no, estas fiestas de la historia y de la cultura, de la vida y la creación, que han impuesto su impronta de verdad y amor sobre todas las religiones, creencias e ideologías, tienen un solo dueño, están referidas a un solo y único hombre, que tiene un nombre que es sobre el de todos los dioses persas, griegos, romanos y de otras religiones habidas y por haber. Ese hombre se llama Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores.

    Ese silencio cómplice y resentido con que el hermano mayor del “hijo prodigo” pretendió acallar la fiesta del padre no impedirá que el derroche consumista siga su derrotero indetenible. Sin conocer con propiedad la esencia y el motivo, sin precisar fechas ni estaciones, esta fiesta continuará celebrándose en memoria de la llegada de un hombre que nació en las circunstancias más insólitas y singulares.

    No resulta fortuito ni casual que la celebración de la entrada al mundo de un aldeano y humilde niño, conocido como Jesús de Nazaret, haya comenzado con un coro de ángeles que con sublimes cantos celestes celebró este acontecimiento que fue anunciado como una primicia del cielo, como “Nuevas de gran gozo para todo el pueblo”. Es de entenderse que el nacimiento del Mesías haya generado la fiesta más entusiasta, más significativa y universal que conoce la historia de la humanidad.

    A pesar de esto, una de las inexplicables excusas es que Jesús no ordenó que se celebrara la Navidad. Dejando de lado quienes sostienen esto que la Biblia es más que mandatos y reglas rígidas y cerradas. La Biblia es vida. Los pueblos paganos con su cultura y sus dioses no tuvieron más alternativa que poner sus símbolos y tradiciones a merced del más universal de todos los hombres: Jesucristo el Hijo del Dios Altísimo.

    Resulta penoso que un evento que dividió la historia con una luz de esperanza que nadie podrá apagar, pretenda ser opacado por la búsqueda de precisiones cronologistas, intrascendentes y reduccionistas, que aún lograran calendarizarse con algún acierto o con alguna precisión convincente, es poco lo que aportarían a los motivos que tienen los habitantes de la tierra para celebrar con alborozo y mucho significado, esperanza y amor esa fiesta que conocemos como la Navidad.

    Borrar la Navidad de la historia y de la cultura sería una tarea tan titánica como imposible. Sus empecinados gestores tendrían que borrar todo el arte, toda la literatura, destruir la inclinación antropológica de los pueblos a recrear y recordar con grandes fiestas los momentos más luminosos de su pasado. Se trata de algo imposible.

    Así como no fue posible que el hijo mayor –reclamando méritos propios y lealtades cumplidas (régimen legalista)– no pudo arruinar la fiesta que celebraba el Padre por el retorno de su hijo que estaba perdido y había sido encontrado (pura gracia, sin méritos que presentar), así tampoco podrá hacerlo la crítica inconsistente y resentida de quienes se empecinan en borrar la celebración de la Navidad del sentir y de la memoria del pueblo cristiano.

    Nada podrán destruir ese sentimiento de gratitud inmensa que continuamente tiende a recrear su propia memoria histórica recordando los portentos de Dios concretizados en la encarnación de su Hijo y todo lo que esto representa para salvar al mundo del pecado, de la muerte y de la opresión del diablo.

    Si la celebración de la Navidad es borrada de la historia, si este recuerdo pasa a ser una evocación lejana y nostálgica de un acontecimiento sin raigambre y sin trascendencia, simplemente habrá ganado el materialismo ateo y la obtusa e incongruente idea religiosa de que las navidades no son las fiestas Jesús y que él tampoco se las merece. En conclusión, si las navidades se acaban, ganan las ideas ateas y materialistas, ganan los dioses falsos y olvidados; y pierden las “Buenas Nuevas de gran gozo”, pierde toda la humanidad, la historia y la vida; pierde el glorioso evangelio de Jesucristo y la Iglesia por Él redimida por su sangre.

     Mientras llega el toque del réquiem final para clausurar por siempre las navidades, yo seguiré cantando…. “Noche de paz, noche de amor”.

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Para vivir la fe - Si la Navidad se acaba ¿quién gana y quién pierde?

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