¿Quién pastorea ahora a Donald Trump?

Es probable que haya persecución, graves dificultades e intolerancia, pero el respaldo y garante del triunfo de la iglesia no es Trump, solo el Cristo que apareció a Juan en Patmos.

15 DE DICIEMBRE DE 2020 · 08:00

Pastores orando por Trump,Pastores orando por Trump
Pastores orando por Trump

Inexorable, sin otra opción que abandonar la Casa Blanca el próximo 20 de enero, la controversial gestión presidencial de Trump ha llegado a su final. Quedará en la memoria de esta generación y las venideras como un presidente que levantó pasiones abundantes y diversas, su sola presencia provocó el proceso electoral de mayor participación en USA.

Trump política y electoralmente instrumentalizó la iglesia, y esta se inclinó acomodándose a la instrumentalización del político. Fue una relación de poder y conveniencia. Trump se declaró cristiano aconfesional, lo que no es más que una solemne impropiedad, un tremendismo religioso inaceptable, una forma de decir: “me simpatizan los evangélicos, pero no tengo compromisos con los valores y demandas de Jesucristo y su Palabra”.

Nosotros los evangélicos de todo el mundo hemos instrumentalizado a Trump. Ante el avance de la perversa agenda global creamos un imaginario referencial y comparativo y encontramos en Trump el Ciro moderno, “el instrumento divino” escogido para salvar a la iglesia de la catastrófica agenda globalista que nos amenaza. Nos olvidamos que en los diversos contextos en los que la iglesia cumple su misión, su avance y consolidación, en la mayoría de caso, no ha venido desde el poder; con frecuencia, la iglesia, cuando más ha consolidado su misión y su esencia ha sido cuando se mueve contra el poder.

Pero nada, para los fines de esta reflexión se pudiera validar la idea de que Trump es una réplica histórica de Ciro que Dios ha permitido para de alguna forma preservar a su pueblo de las calamidades políticas e ideológicas que les son contrarias. La comparación Ciro-Trump, si la aceptamos con tal, no pasa de ser una apreciación arbitraria, circunstancial, interesada y acomodaticia, una relación más de poder Iglesia-Estado que históricamente siempre ha tenido sus complejidades y sus riesgos.

Si fuéramos resaltar similitudes entre Trump y Ciro es probable que encontremos algunos rasgos importantes de personalidad que coinciden en el carácter de ambos. Incluso, si hacemos la comparación con amplitud nos daremos cuenta que el final de Ciro no fue el más afortunado.

En el momento que dejemos de ver al presidente republicano como un instrumento de conveniencia religiosa y lo comencemos a ponderar como una persona que necesita ser pastoreada, entonces, nos daremos cuenta que él con toda su arrogancia y presunción de autosuficiencia necesita encontrarse con Cristo. Más allá de declaraciones simpáticas y de la implementación de políticas para “defender a los evangélicos”, el presidente de USA, como todo ser viviente, necesita alinear su vida con las demandas del evangelio de Jesús.

Ante el vacío que abate a un presidente que ya termina su mandato, ante el estado de desesperación y de la aterradora soledad de poder que se cierne sobre este hombre (algo que muy pocos están viendo), yo me pregunto: ¿de todos los pastores que se regodearon de su poder presidencial, ahora que está saliendo de su muro de protección, quien o quienes están en disposición de pastorearlo?

Me asombra que esos pastores cercanos a Trump no se den cuenta que el presidente necesita ayuda, que necesita la oración como persona y que necesita aceptar la realidad que implica su derrota electoral, que no tiene que significar, como no lo ha sido para otros presidentes, el fin de su vida. Al presidente Trump hay que ayudarlo a que pueda verse como un ciudadano normal, como un ser humano común, no como un mesías como le han hecho creer muchos.

Un número considerable de pastores en USA está lamentando la salida del poder del presidente Trump, cuando deberían estar orando por él, por su vida, por su salud, por su alma… Trump necesita más de la iglesia que lo que la iglesia lo necesita a él. La ayuda y el apoyo que recibe la Iglesia no provienen de ningún hombre, provienen de Jesucristo, la Roca inconmovible de los siglos.

Trump necesita de verdad a Cristo más allá de su simulacro religioso de conveniencia política. Los pastores que están cerca de él deben ayudarlo a comprender esa necesidad y contribuir a suplírsela desde su ministerio y su misión.

Los mecanismos políticos le otorgan poder a los hombres, pero Dios no ha puesto a nadie por encima de sus demandas éticas ni del imperativo de reconocerlo como Dios. Cuando alguien identifica todo su ser con el poder o se considera imprescindible, sin dudas, ha tomado una ruta peligrosa.

Trump apoya sus pretensiones continuistas al hacer creer que solo con su presencia en la Casa Blanca se podría salvar al mundo, incluida la iglesia de nuestro Señor Jesucristo. No concibo la devoción evangélica hacia un político que ha tenido como bandera de lucha la falacia, la arrogancia y el engaño.

No entiendo como muchos le endosan ciega simpatía a un hombre que dice que puede pararse en una esquina de Manhattan y dispararle a todo el que pasa y esto no afectaría su caudal de votantes. La única lógica que funciona para este ególatra es el poder.

La ética y los valores humanos no cuentan. Para los otros tampoco, pero, por lo menos, no actúan bajo ninguna cobija evangélica. Ellos están desaprobados por los cristianos, como debe ser.

Ese privilegio de estar por encima de las demandas éticas de Dios, ni el mismo Jesucristo lo tuvo. Nuestro Señor cumplió con todo lo que exigía el Padre. Es nuestra vanidad religiosa y nuestra ceguera espiritual la que pone a hombres mortales por encima del bien y del mal, solo porque en algún momento detentan el poder.

Devolvámosles la moneda con las mismas palabras del Señor Jesús a quienes confundidos preguntan que a quien le debemos nosotros tributos y honra: "Al César lo del César y a Dios lo de Dios".

Trump teme a su salida de la Casa Blanca y esto es entendible. El necesita ayuda, lo difícil es que la acepte, pero la necesita, no tanto como presidente o político, la necesita como persona y los pastores que lo apoyan, si pueden, deben ministrar en la vida de este hombre.

Por lo menos, el reconocido evangelista Franklin Graham expresó con sabiduría que: “Quien sea que gane estas elecciones, tanto si es Donald Trump o Joe Biden, oro para que los estadounidenses estén unidos”. Recordó el 102 aniversario del nacimiento de su padre, Billy, señalando que él “animaría a los estadounidenses a orar por el futuro de la nación y la dirección política”. Otros líderes evangélicos han declarado que están orientando a sus miembros a que “obedezcan el mandato de las Escrituras para orar por nuestros líderes cada día”, en el entendido que solo Dios puede sanar la profunda división en Estados Unidos.

En lo adelante podremos conocer más a fondo si Trump veía a la iglesia solo como una catapulta electoral para el sostenerse en el poder, o si en esa relación entendió el poder que tiene el evangelio como revelación trascendente que transforma a las personas y les ofrece una real esperanza en Cristo.

Trump, quien ha sido el más global y mediático de los mesías modernos, como diestro magnate del espectáculo y la simulación, ajustaba con la simpatía de una iglesia-cultura devota del poder político, una iglesia mareada por el populismo y envanecida por sus habilidades. Una iglesia sin horizontes bíblicos ni teológicos claros que bailaba la música presidencial al ritmo de una religiosidad light y entretenida. Ahora el espectáculo ha terminado, Trump bajará de la tarima y la iglesia, en otro escenario, tendrá que enfrentarse a su realidad.

No tengo que augurar tiempos de bienestar y salud cristiana para la iglesia, es probable que llegue la persecución y tiempos de graves dificultades y de intolerancia, pero el respaldo y el resguardo, el custodio y garante del triunfo de la iglesia del Señor no es Trump ni nadie, solo el Cristo que le apareció a Juan en Patmos es la auténtica esperanza nuestra: El que dijo: “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso (Apoc 1:8)

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Para vivir la fe - ¿Quién pastorea ahora a Donald Trump?