Anita, una joya en un inmundo basurero

Una vida que pasó del peor de los mundos, forzada a prostituirse con 14 años, a renacer en una mujer plena.

    29 DE MARZO DE 2023 · 08:00

    Vlad Bagacian, Pexels,niña triste, niña sola
    Vlad Bagacian, Pexels

    Con la historia de Anita, le pido a Dios que mueva las fibras más sensibles de tu ser, estimado lector, esto con el único propósito, primero, que mientras lees estas líneas, recuerdes que hay una niña o un niño explotado sexualmente en alguna parte del mundo.

    Segundo y quizá el más importante, entender que en medio de tanto dolor, Dios continúa siendo bueno y Anita es un ejemplo de ese amor infinito de Jesús para los seres humanos y lo único que Él quiere es que lo busquemos para ser nuestro refugio diario, en medio de las adversidades de la vida. Te invito a conocer tan impactante historia.

     

    Anita: mi infancia

    Cuando pienso en mi infancia, me recuerdo escalando, feliz, las montañas de un basurero. Apenas llegaba a casa, corría hasta esas pilas malolientes de desechos que tenía como vecinas, las subía con energía y me deslizaba por ellas. Una y otra vez las escalé creyéndome invencible, pensando que mi patio de juegos era, además, mi lugar de entrenamiento en la vida. Si podía escalar esos cerros de desperdicios y fortalecía mi cuerpo, nadie me podría hacer daño. Estaba equivocada.

    Mi casa era un lunar de pobreza borrado de los mapas de una comunidad marginada de Cuautitlán Izcalli, un polvoso municipio en la zona metropolitana del Estado de México. Crecí entre una mina y un relleno sanitario, al lado de tías y tíos, mi hermana menor, mi abuela y mi madre, tan joven que pensaban que era mi hermana. El día en que yo debuté como hija, y ella como madre, mi mamá tenía 15 años.

    Recuerdo que en vez de cuidarme, salía a conocer la Ciudad de México, porque acababa de llegar de provincia. Me hacía tragar el biberón y me dejaba encerrada en casa. Los vecinos me escuchaban llorar y llamaban a mi papá para avisarle que su bebé llevaba horas sin comer. Cada vez que ella regresaba él le daba una golpiza. Así, creo, comenzó a odiarme.

    La casa familiar la compartíamos con mi tío, quien tenía unos cinco años más que yo: él debía tener 14 años y yo ocho o nueve. Mi mamá lo dejaba dormir conmigo y él aprovechaba la discreción de las sábanas para tocarme. Un día mi mamá me dejó a solas con él porque tenía que hacer varias compras y al volver antes de lo esperado me encontró desnuda y con las manos de su hermano recorriendo mi cuerpo. Lo corrió de la casa.

    Mamá trabajó de muchas cosas. Primero fue estilista, luego vendedora de pan y después fue fichera. Así fue como conoció a su nueva pareja en el bar donde trabajaba. Él, Mario, era mesero. Ella, una niña deseosa de amor, como yo. Al poco tiempo mi mamá quedó embarazada y todos nos mudamos a Tultitlán, también en el Estado de México.

    Ahí comenzó el martirio para la familia, porque Mario tenía problemas con el alcohol. Mi madre, por trabajar en un bar, también se contagió de esa adicción. Llegaban ebrios a casa todos los días y peleaban. Luego, ella se desquitaba conmigo.

    La vida de mi mamá no duró mucho. Cuando yo tenía 12 años, ella enfermó. Un virus entró a su médula y se la comió; aquella mujer furibunda como un volcán quedó reducida a un amasijo inmóvil en una silla de ruedas. Yo creo que tanto odio la envenenó. Dejó de caminar y ahí empezó su descenso a una tumba. Un mes después, en domingo, dejó de existir.

    Mis hermanos, mi padrastro y yo, regresamos a casa de mi abuela. De nuevo, al basurero.

     

    En casa de lobos

    Mi historia era una pérdida tras otra. Una serie de hogares temporales, uno más frío y terrible que el anterior. Viví con una tía, luego con otra y, finalmente, dentro de una coladera con varios niños en situación de calle. Incluso para una chica como yo, acostumbrada a moverse entre la basura, la alcantarilla era demasiado.

    Recordé a Elizet, la hijastra del papá de mi hermana. Él me la había presentado cuando mi mamá enfermó y ella me dijo que cualquier cosa que necesitara, la buscara. Su sonrisa me dio confianza.

    Elizet me recibió como su nueva hermana mayor. Prometió que yo estaría bien y que volvería a la escuela. Pero nunca cumplió. Pronto, Elizet y su esposo me comenzaron a tratar muy mal. Me impusieron todos los quehaceres de la casa como obligación. Y heredaron su maltrato a sus hijas.

    Vivían lujosamente. O, al menos, eso pensaba yo, una niña que salió de un basurero. Tenían también una casa en Cuernavaca y una hacienda en Querétaro. En la casa en Cuernavaca guardaban su colección de automóviles. Yo visité esas casas en calidad de niñera”, pero no podía jugar; sólo podía ver cómo se divertían sus hijos.

     

    El horrible secreto de Elizet

    Entra a escena Dulce. Lo primero que pensé cuando la vi es que se parecía a mí. Ella también había perdido a su mamá. Era vecina de Elizet y cuando se enteró de su muerte, la invitó a vivir en su casa. Desde entonces la prostituyó. Le mintió cuando le dijo que le guardaría el dinero de las relaciones sexuales forzadas para que pudiera estudiar la universidad. Nunca pasó. Como Dulce no tenía a dónde más ir, se resignó.

    Dulce fue quien me reveló que Elizet era una madrota que también se prostituía. Cuando mi falsa hermana mayor supo que sabía su secreto, me mandó a llamar a su habitación y me confesó todo. Me dedico a la prostitución. Ahora que lo sabes, quiero que me ayudes a contestar los teléfonos”.

    Así me convertí en la doble de Elizet, usando nombres falsos y fingiendo acentos de países que ni siquiera sabía que existían. Mi trabajo consistía en explicar el servicio”, cuánto duraba, el hotel donde iban a reunirse y los cargos extras.

    Pasaron seis meses y Dulce desapareció, aunque yo prefiero creer que escapó. Y como perdieron el ingreso que obtenían de ella, Elizet y su esposo decidieron sustituirla conmigo. Para lograrlo, encadenaron una mentira a otra: dijeron que el papá de mi hermana estaba a punto de morir y que su deseo antes de enfermar era que mi hermana viviera con Elizet. Tu papá aún se puede salvar, si trabajas conmigo y le compramos sus medicinas. Pero si no, tu papá se muere y tu hermana se viene a vivir aquí. Y tú sabes cómo le va a ir”, me dijeron. Usaron el miedo a su favor. Y no pude decirle que no.

    La primera vez fue horrible. Ella anunció tríos en los periódicos para que entráramos las dos al mismo tiempo y aprendiera viéndola. Afuera estaba su esposo por si intentaba escapar.

    Después de dos semanas yendo a los hoteles --después de treinta, cuarenta, sesenta clientes-- los días perdieron sentido. Ya no importaba. Existía por inercia. Toda mi rutina en la casa continuaba, pero ahora, además, en las noches debía acompañar a Elizet. Dormía únicamente en los trayectos, diez o quince minutos.

    Dejé de llorar. Tampoco reía ni soñaba. Incluso comencé a alucinar. Me encerraron en un cuartito debajo de las escaleras, porque saldrían de vacaciones. No había nada de comer y tampoco podía ir al baño. El cuartito sólo tenía una ventana con barrotes.

    Dormí dos días enteros. Cuando desperté ya era domingo. Los escuché llegar, pero no parecían acordarse de mí. Me desesperé. Entré en pánico. Rompí el vidrio de la ventana e intenté salirme por ahí pero no cabía, así que me corté los brazos y las piernas y con mi sangre dibujé en la pared un campo lleno de flores y aparecía un caballero, vestido de armadura negra, que me prometía que algún día sería libre. Me animaba a no rendirme.

    Un día, mi hermana me llamó. De inmediato le pregunté si su papá seguía al borde de la muerte. Me respondió, “¿pero de qué me hablas? Mi papá está muy bien”. Volví a llorar. Las lágrimas habían vuelto. Y también la rabia. Entendí que Elizet me había mentido.

     

    Escapar hacia la esperanza

    Estaba más determinada que nunca a escapar, pero tenía miedo. Así que esperé el momento en que la rabia volviera para darme energía. Sucedió días después: un hombre quiso obligarme a tener relaciones sexuales sin condón y yo me negué. Me golpeó tan fuerte que, por primera vez, me atreví a pedir ayuda a un recamarero que vio mis rasgos aniñados aporreados y me escondió en una habitación vacía.

    Iván, el recamarero, subió por mí y llamó a un taxi. Me dio su sudadera, me quité los tacones y, cuando vi el taxi estacionado afuera, corrí hacia adentro.  

    Dimos vueltas por la ciudad porque Iván estaba convencido de que nos estaban siguiendo. Cuando amaneció, fuimos a casa de sus padres para que me prestaran zapatos y ropa. Su familia me demostró la solidaridad que nunca tuve y que jamás podré pagar.

    A la mañana siguiente, rebotamos de refugio en refugio. En ninguno me aceptaban. En algunos había que pagar para ingresar. En otros sólo aceptaban niños y yo con 16 años, les parecía muy grande. A punto de rendirme, llegamos a un albergue donde sí me admitían, pero me solicitaban primero levantar una denuncia en la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México. Fue la primera vez que supe que lo que ellos hicieron conmigo fue un delito. Tenía claro que me estaban lastimando, que me habían mentido, pero Elizet siempre decía que la prostitución era normal, como vender un mueble.

    Luego de mi denuncia, los policías detuvieron a Elizet y a su esposo en su propia casa, diez días después de mi escape.

    Llegué a Fundación Camino a Casa. Mi sueño se hizo realidad: yo quería un hogar, un techo, una familia y la encontré. Germán y Lorena Villar, activistas en la fundación, fueron por mí a la Procuraduría. Ambos esperaban encontrar una joven derrotada después de todo lo que había vivido, pero no. Yo estaba muy feliz. Extasiada.

    Cuando vi la casa donde viviría, me enamoré. Faltaban muchos muebles y tampoco había cortinas. Era una casa que había estado abandonada mucho tiempo, pero ahora era mi hogar. Al entrar, me convertí en la princesa de ese castillo.

    Esa noche, terminada la cena, Germán y Lorena hablaron conmigo en privado. Esto es Fundación Camino a Casa. Vamos a estar aquí para acompañarte. No estás sola”, me dijeron. Pero yo no tengo a nadie”, los interrumpí. No es cierto. A partir de ahora, nos tienes a nosotros”, me contestó Germán”. Aún recuerdo esas palabras.

    Pasamos mucho tiempo juntos, fortaleciendo mi espíritu. Con la certeza de tener alguien que me amaba, terminé la primaria, la secundaria, la preparatoria e inicié la carrera de Comunicación y de Finanzas en la Universidad Iberoamericana. Luego formé parte de la Fundación Reintegra.

    Me descubrí inteligente y dedicada. Mi sueño es trabajar en la Bolsa de Valores para aprender a invertir, hacer crecer el dinero y financiar muchos proyectos. También me encantaría ser la mamá que no tuve y que sé que puedo ser. Pero, sobre todo, me encantaría ser ejemplo para que cada vez más niñas vean que sí se puede salir de una situación así y volver a soñar. Sólo necesitamos a alguien que sueñe con nosotras. Alguien que nos diga que el mundo no es un basurero, sino un hermoso castillo de cristal.

     

    Rosi Orozco: "Mi gran motivo"

    En México, lamentablemente la explotación laboral infantil, la explotación sexual y la servidumbre doméstica -que cae dentro del rango de la trata de personas- continúan siendo una dolorosa realidad cotidiana.

    Según la Comisión Nacional de Derechos Humanos en mi país hay 70 mil niños que están siendo explotados sexualmente, mientras que la UNODC, en su diagnóstico sobre la situación de trata en México, estima que al menos 21 mil menores son enganchados por redes de trata año con año.

    Es por ello que la impactante historia de esta joven me da fuerza y ánimo para seguir en mi lucha contra la trata de personas. Cada día, le agradezco a Dios que me permita poner mi pequeño granito de amor para ver la transformación milagrosa de gente que no tenía futuro.

    Dios sigue siendo bueno, ya que a pesar de los cientos de obstáculos que enfrentamos para seguir nuestra labor, Él se manifiesta de una forma maravillosa para que las víctimas de trata se rehabiliten.

    La Fundación Camino a Casa las acompaña hasta lograr una reinserción a la sociedad, sembrando en ellas, la fe, esperanza, amor, paciencia y gozo de Jesús en sus corazones.

    Anita hoy trabaja con nosotros, ya son 8 sobrevivientes que tienen un empleo como activistas con diferentes talentos. Ese es el verdadero motivo de mi existencia en este mundo y esa es la vida con propósito de Rosi Orozco en la tierra. Tu también puedes ayudar a transformar vidas en fundacioncaminoacasa.org refugio de niñas o en comisionunidos.org apoyando a Jóvenes como Anita y a niños. Tu donativo mensual nos ayuda a brindar todo lo necesario a víctimas en los refugios. ¡Unidos hacemos la diferencia!

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