Tempus fugit

Los años son como un río, como un rápido torrente que arrastra nuestras vidas hacia la eternidad. En nuestro caso, hacia la eternidad con Dios.

16 DE ENERO DE 2019 · 12:00

Stanislav Kondratiev, Unsplash / ,reloj, bicicleta
Stanislav Kondratiev, Unsplash /

“Mi vida se va gastando y mis años de suspirar” (Salmo 31:10).

Pasó el año 2018. Estamos ya subiendo la cuesta del 2019.

Todos quisiéramos alquilar los años con un contrato indefinido. Si las generaciones que han vivido desde Adán hubieran podido hacer eso, hace tiempo que no cabríamos en la tierra.

Los años son escoba que nos van barriendo hacia el sepulcro. Es una batalla que tenemos perdida desde que damos el primer grito en la tierra. Y no valen armas en esta guerra, dijo Salomón (Eclesiastés 8:8). “Mis días fueron más veloces que la lanzadera del tejedor”, se quejaba Job (7:6).

Es la mecánica del tiempo: todos los días, las semanas, los meses y los años se parecen: a la misma hora se llega. A la misma hora se come. A la misma hora se acude al trabajo. A la misma hora se duerme y a la misma hora nos levantamos.

Los años corren como potros. Tras unos vienen otros. No podemos hacer que se detengan. Cada año que pasa nos roba parte de la vida que vamos construyendo, porque avanzan sin ningún freno que los detenga.

Los años son como un río, como un rápido torrente que arrastra nuestras vidas hacia la eternidad. En nuestro caso, hacia la eternidad con Dios. Se llama años perdidos a los que se gastan sin servicio a Dios.

Corren con tanta rapidez los años que apenas tenemos tiempo para decir a una mujer “te amo”. El segundo beso ya es sobre labios marchitos. Aunque la arena del reloj caiga siempre de manera uniforme, el mismo número de granos cada segundo, el mismo número de días cada año, sin embargo el nivel de la arena desciende más rápidamente conforme se va vaciando la ampolla, a medida que disminuye el diámetro del cono.

En la Biblia no hay escritura que defina con tanta realidad y con imágenes gráficas la brevedad de la vida como el Salmo 90.

  • Los años pasan como pasó el día de ayer (vs. 4).
  • Los años pasan como una vigilia, es decir, tres horas (vs. 4).
  • Los años pasan como un torrente de aguas (vs. 5).
  • Los años pasan como pasa un sueño en horas de la noche (vs. 5).
  • Los años pasan como la hierba del campo (vs. 5-6).
  • Los años pasan como un pensamiento (vs. 9).
  • Los años pasan con tal prontitud que cuando menos lo esperamos emprendemos el vuelo a la eternidad (vs. 10).

Este Salmo 90 describe la brevedad de la vida humana, el paso de los años con profundidad de pensamiento, en consonancia y armonía con la realidad de la vida humana. Siempre he dicho en mis predicaciones que no parece escrito por Moisés, como consta en la entrada del capítulo, sino por el filósofo Platón cinco siglos antes de Cristo o por un poeta de nuestros días. En el trasfondo de este espléndido poema que es el Salmo 90 se vislumbra la vanidad, la fragilidad y la brevedad de la vida.

Escribo este articulito a mediados de enero. Me parece que fue ayer cuando escribí otro parecido el 12 de enero 2018 para dar la bienvenida al año nuevo. Y, sin embargo, han pasado doce meses, trescientos sesenta y cinco días.

La vida se nos va haciendo cada vez más fugaz. Los años se deslizan y huyen. Pasan muy deprisa. La versión de la Biblia hecha por profesores de la Compañía de Jesús traduce así Mateo 6:27: ¿Quién de vosotros puede a fuerza de preocuparse añadir a la duración de la vida un codo?”. En el Antiguo Testamento se miden los años por codos, por palmos. No podemos añadir un palmo a nuestra estatura física ni un año a nuestra vida a menos que lo disponga Dios.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Enfoque - Tempus fugit