La sazón de la vida
El privilegio de ser “la sal de la tierra”.
05 DE OCTUBRE DE 2022 · 08:00

Según la definición de la Real Academia Española, la sal “es una sustancia ordinariamente blanca, cristalina, de sabor propio bien señalado, muy soluble en agua, crepitante en el fuego y que se emplea para sazonar los alimentos”.
“Es un compuesto de cloro y sodio, abunda en las aguas del mar y se halla también en masas sólidas en el seno de la tierra, o disuelta en lagunas y manantiales”.
La sal común, sencillo condimento de toda vianda, es la sustancia más importante para la vida del hombre.
Por su posesión, desde los mismos albores de la civilización, pueblos enteros han luchado unos contra otros y quienes controlaban su tráfico se transformaban en imperios fuertes y prósperos.
Fue uno de los primeros elementos básicos de la economía, y patrón para el trueque de mercancías.
En la edad prehistórica, los hombres seguían a los rebaños de animales que detectaban los afloramientos salinos, que eran vitales para su supervivencia. Incluso los poblados y caseríos se levantaron en cercanía de salinas.
Indudablemente todo el valle del Jordán bíblico era rico en sal, en especial el famoso Mar Muerto, uno de los más fuertemente salados de todo el mundo.
La tribu de los borana, en el sur de Etiopía, es un pueblo esencialmente ganadero y en todo su territorio es muy difícil encontrar esta preciosa sustancia. Solo abunda en grandes cantidades en el cráter del volcán El Sod. Un autor dice que allí se ha formado un lago que es la principal fuente de sal en tierra borana. La sal se cristaliza en ramas que hunden en el agua, y para la recolección, sacan esas ramas y las agitan, de manera que los cristales de sal caen al agua donde por la disolución sobresaturada, forma grandes terrones. Estos son transportados por burros hasta el borde del cráter, unos trescientos metros más arriba. Todo novio borana tiene que trabajar para conseguir un regalo de sal para la familia de la novia, como un gesto humilde ante su suegro.
El hombre se vio obligado desde sus orígenes a procurarse este vital elemento, dado que sus componentes son necesarios para la química del organismo humano, y su carencia conduce irremediablemente a la muerte por deshidratación.
Tan preciada fue por los pueblos esta sustancia blanca, que la palabra “salario” proviene del latín “salarium”, dado que los servicios de los soldados se pagaban con una bolsa de sal.
Posteriormente, el salario era la paga que se les deba para que la compraran. Y ya en el siglo XV el término entró al idioma castellano como “estipendio con que se retribuyen los servicios personales.
Los antiguos comerciantes siempre traficaron con sal; aún los mismos fenicios se abastecían de ésta en España y conocían perfectamente su valor. Por ejemplo, en África con tal mercancía se realizaban las operaciones de compra venta de esclavos, y muchas veces en el interior del continente verde algunas familias cedían a sus hijos a cambio de puñado de sal, donde era sumamente escasa.
Algunos esclavos conocieron también la alegría de comprar su libertad con el precio blanco de esta vital sustancia.
En el mundo contemporáneo, los métodos para extracción, transporte y procesamiento de la sal se han modernizado y muchas veces las salinas se encuentran en lugares apartados, desde donde es transportada a las grandes ciudades para su consumo masivo. Su valor comparado con el que tuvo en la antigüedad es económico, pero, en circunstancias especiales, como cuando se estrelló el avión con deportistas en la cordillera de los Andes y éstos carecían de sal no hay precio que pague su beneficio. La sal es vida.
Actualmente se consumen en el mundo más 90 millones de toneladas de sal, conforme a una reciente estadística.
Los cristianos tenemos el privilegio de ser llamados por nuestro Maestro, el Señor Jesucristo, “la sal de la tierra”.
Cuando recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas, predicando las buenas nuevas del Reino, sanando a los enfermos y confortando a los quebrantados por aflicciones, le seguía mucha gente, ávida de escuchar sus palabras de vida.
Y narra el evangelista Mateo que, observando una gran multitud que le rodeaba, subió al monte y sentándose, les enseñaba. Les explicaba Nuestro Señor, con palabras fáciles y comprensibles, el mensaje más sencillo y poderoso de toda la Santa Escritura: el Sermón del Monte, que comienza con las bienaventuranzas. Después de asegurar la felicidad de todos los que se comporten de esa manera piadosa y cristiana, les dijo que eran “la sal de la tierra”.
Si los cristianos damos en realidad verdaderos frutos, seremos deseables como esa importante sustancia blanca.
Por eso, cuando utilizamos la sal para aderezar nuestras comidas y platos favoritos, recordemos que el Señor dijo: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres”. Mateo 5-13.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Desde Valcheta - La sazón de la vida