Biblia e igualdad de hombre y mujer
Para el feminismo radical y el “progresismo” moderno establecer diferencias de roles entre los sexos es una injusticia. No es lo que dice la Biblia.
13 DE JULIO DE 2025 · 08:00

La mujer y el evangelio (2)
Decíamos en el anterior artículo que para la mentalidad moderna, igualdad es sinónimo de justicia, de donde cualquier trato desigual hacia cualquier persona, independiente de su sexo o género (términos que para el cristianismo se superponen casi en un cien por ciento en todos los casos), es de inmediato visto como injusto y debe, por tanto, ser corregido.
Por eso debemos darle la razón a Millor Fernándes cuando decía: “La justicia es igual para todos. Ahí empieza la injusticia”. Porque si bien es cierto que hay circunstancias de la vida en que la justicia demanda un trato igualitario para todos, la justicia deja de ser tal cuando el trato igualitario se convierte en una obligación para ella en todas las circunstancias.
Pero es al contrario, la justicia exige en muchas ocasiones un trato desigual para las partes, pues si la justicia se define como “dar a cada cual lo que cada cual se merece”, es obvio que no todas las personas se merecen lo mismo en cuanto a sus logros y esfuerzos.
Bajo este equívoco y dado que la diferencia o distinción de roles que la Biblia establece y da, además, por sentados entre el hombre y la mujer es, por simple definición, un tipo de “desigualdad”; el feminismo radical, el movimiento “progresista” moderno y el lenguaje políticamente correcto consideran que establecer diferencias de roles entre los sexos es automáticamente una injusticia.
Esta visión de las cosas no es sólo equivocada, sino simplista y no tiene en cuenta que, en términos generales y desde un punto de vista comparativo, como lo dice Sharon James: “donde el cristianismo se difundió, la situación de la mujer siempre mejoró [y que] Los países donde hoy más se explota a la mujer son los que menos exposición tienen al evangelio”.
Y en cuanto al carácter engañoso de equiparar la desigualdad con la injusticia, basta ver que igualdad no es sinónimo de uniformidad, y que hablar de roles distintos no es discriminatorio, pues la variedad es una característica deseable de la creación de Dios, al punto que, como continúa recordándonos Sharon James: “Las tres personas de la Trinidad son iguales en deidad, pero tienen una función diferente”. Adicionalmente y en este mismo orden de ideas: “Someterse no significa tener menos valor. El Hijo se somete al Padre aunque son iguales en deidad, y la sumisión del Hijo en realidad es Su gloria”.
Por lo tanto, como concluye Sharon James: “No es necesario que las mujeres realicen los mismos trabajos que los hombres para tener poder… Si dejamos de lado las premisas falsas, podemos ver que la Biblia apuntala a las mujeres”. Miriam ministró al pueblo al lado de sus hermanos Moisés y Aarón, pero fue amonestada por Dios con un episodio provisional de lepra, cuando murmuró contra la autoridad de Moisés (junto con su hermano Aarón) y aspiró a suplantarlo en ese rol.
Del mismo modo, Débora sobresale como juez de Israel (no voy a decir jueza, aunque sea legítimo hacerlo, para no darle gusto al lenguaje inclusivo), por encima de su contemporáneo Barac y en este mismo contexto Jael, la esposa de Héber, fue la que se llevó la gloria en la guerra de Barac contra Sísara. Ana se destaca por encima del sacerdote Elí, como la piadosa madre de Samuel, llamado a sustituir a Elí como el último de los jueces de Israel y el primero de los profetas.
La historia de Rut y Nohemí es un reconfortante bálsamo que nos devuelve la fe y la esperanza en medio del caótico, anárquico y oscuro periodo de los jueces en Israel.
Y ni hablar del papel liberador a favor de toda la nación de Israel llevado a cabo por Ester, a instancias de su primo Mardoqueo, solo equiparable al de Moisés al liberar al pueblo de la esclavitud egipcia. La profetisa Hulda también se destaca en el Antiguo Testamento y encuentra resonancias en el Nuevo en la persona de Ana, la profetisa mencionada por Lucas en su evangelio. Descontando a María, la madre de nuestro Señor Jesucristo, y a Elizabet, la madre de Juan Bautista, el Nuevo Testamento destaca a la mujer samaritana como la primera evangelista conocida; así como a María Magdalena, a Juana y a Susana viajando con Jesús y los apóstoles y brindando apoyo financiero a su ministerio.
Y podríamos continuar con Lidia, vendedora de púrpura en Filipos y otras colaboradoras expresamente elogiadas por Pablo como Febe, Evodia y Síntique, sin hablar de Priscila que parece tener la primacía sobre su esposo Aquila en el ministerio.
Todos estos casos seleccionados, entre otros, refuerzan la conclusión de Sharon James en el sentido de que: “Una mirada… atenta a las Escrituras muestra que la Biblia honra y afirma a las mujeres. Para Dios, no son de segunda categoría”.
El evangelio reivindica, pues, a la mujer y la libera de los condicionamientos y restricciones injustas que el machismo le ha impuesto, colocándola y tratándola en un plano de igualdad con el hombre, pero sin uniformar sus roles, ni eliminando sus obvias diferencias, como lo pretende equivocadamente el feminismo radical.
- Expresión coloquial en Colombia que alude al muy conocido chiste o cuento disparatado de un hombre que llega a su casa más temprano que de costumbre y encuentra a su mujer siéndole infiel con otro hombre en el sofá de la sala de su casa y pretende solucionar el problema vendiendo el sofá.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - Biblia e igualdad de hombre y mujer