La envidia que surge cuando Dios nos bendice

‘El rey accedió a mi petición, porque Dios estaba actuando a mi favor’

    05 DE JUNIO DE 2025 · 08:00

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    JHenning, Pixabay

    El orgullo y la envidia son tal vez los dos pecados que nunca dejan de acechar y rondar en mayor o menor grado la vida de todos los seres humanos, creyentes incluidos.

    La diferencia no es, entonces, que los creyentes no sean víctimas de ellos y los no creyentes sí, sino que los creyentes se encuentran habitualmente más conscientes de ellos.

    Y por lo tanto más dispuestos que los no creyentes a confesarlos y combatirlos cuando hacen aparición.

    Mientras, los no creyentes suelen darles rienda suelta con mayor libertad sin ponerles freno; ya sea porque no tienen clara conciencia de ellos, o porque teniéndola no se avergüenzan de ellos.

    Incluso en ocasiones hasta terminan haciendo gala de ellos, como si estuvieran justificados.

    En especial esto último ocurre cuando los no creyentes que se oponen a la fe de los creyentes no pueden evitar ser testigos del favor de Dios sobre los creyentes fieles y obedientes que perseveran en su fe.

    Así fue como sucedió con Nehemías al hallar el favor de Dios manifestándose a través del trato que le dispensó el rey persa Artajerjes:

    “… El rey accedió a mi petición, porque Dios estaba actuando a mi favor. Cuando me presenté ante los gobernadores del oeste del río Éufrates, entregué las cartas del rey. Además, el rey había ordenado que me escoltaran oficiales del ejército y de la caballería…”.

    Esto despertó el disgusto, las envidias y las hostilidades de los líderes de los pueblos paganos que los rodeaban:

    “… Pero al oír que alguien había llegado a ayudar a los israelitas, Sambalat el horonita y Tobías el siervo amonita se disgustaron mucho” (Nehemías 2:8-10)

    El hecho de que Dios esté actuando de forma manifiesta a nuestro favor siempre despertará el disgusto de aquellos que se oponen a Él y a su pueblo.

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