El espíritu maligno que se apoderó de Saúl
La influencia de un espíritu maligno le quitaba la paz y nublaba su buen juicio.
11 DE DICIEMBRE DE 2024 · 08:00

El rey Saúl, ciertamente, era víctima de la influencia de un espíritu maligno que le quitaba la paz y nublaba su buen juicio. Además, lo indispuso contra David, su mejor y más leal soldado, como podemos leer en el primer libro del profeta Samuel:
Al día siguiente, el espíritu maligno de parte de Dios se apoderó de Saúl, quien cayó en trance en su propio palacio. Andaba con una lanza en la mano y, mientras David tocaba el arpa, como era su costumbre, Saúl se la arrojó, pensando: «¡A este lo clavo en la pared!». Dos veces lo intentó, pero David logró esquivar la lanza” (1º Samuel 18:10-11).
Sin embargo, la presencia y la actividad de este espíritu maligno con Saúl no fue gratuita, ya que el rey -con sus propios e infundados celos hacia David- le había formulado una invitación al maligno, abriéndole la puerta desde lo adentro de su ser.
Es en este sentido que la voluntad humana que, siguiendo los impulsos de “la carne” o naturaleza pecaminosa, se inclina al pecado e incurre en él de manera más o menos consciente y culpable, rara vez opera sola.
A menudo se encuentra con frecuencia bajo la influencia y presión externa de espíritus o entidades malignas oportunistas y de carácter personal que nos acechan y saben adivinar nuestros pensamientos y sentimientos más o menos previsibles.
Aprovechándose de ellos, refuerzan con sus propias sugerencias lo peor de nuestra condición humana, según le conviene a sus perversos intereses.
La decisión de incurrir en pecado no involucra de manera necesaria la actividad de un espíritu maligno induciéndola. Pero el acto pecaminoso es en sí mismo una forma de conjurar a estos espíritus, para que vengan a reforzar en lo sucesivo la inclinación de la persona humana hacia ese acto en particular voluntariamente escogido en un principio
Los espíritus malignos son reales, pero el dominio que ejercen sobre nosotros sólo es posible porque con nuestras propias actitudes lo permitimos.
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