Ateísmo y moralidad

La moralidad no constituye una prueba racional de la existencia de Dios, sino que la existencia de Dios hace posible la moralidad.

18 DE JUNIO DE 2023 · 08:00

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La conciencia del bien y del mal (2)

Vimos en el artículo de la pasada semana que la presencia universal de la conciencia moral o el sentido del bien y el mal en el ser humano hace forzosa la existencia de un Ser que se tomó el trabajo de plasmar este sentido en la conciencia humana. Un Ser absolutamente moral que, a través de la moralidad, da testimonio de sí mismo a cada individuo humano.

Ese Ser no podría ser otro que Dios mismo. Porque en último término no es ni siquiera que la moralidad constituya una prueba racional de la existencia de Dios, sino que la existencia de Dios es lo que hace posible la moralidad.

El pensamiento secular y ateo ha procurado desvirtuar la fuerza de este argumento a favor de la realidad de Dios, ya sea relativizando o negando la moralidad o, en su defecto y ante el manifiesto fracaso de estos primeros intentos, reconociéndola simplemente como un producto o etapa final del proceso evolutivo en el marco de la teoría darwinista de la evolución que, presuntamente, haría innecesario a Dios.

Un intento que no ha corrido con mejor suerte cuando se examina con cuidado.

En el primer sentido la conciencia moral parece diluirse en un contexto moralmente enrarecido como el actual en el que el pluralismo que busca incluir a todos es sagrado (o por lo menos así lo pretende y promulga, sobre el papel), y en el que también el ya mencionado relativismo amenaza con imponerse bajo la idea expresada poéticamente por Campoamor en el sentido de que: “en este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira; todo es según el color, del cristal con que se mira”.

A la sombra de este principio ideologías tales como los ya mencionados multiculturalismo, la ética situacional y el subjetivismo postulan que lo bueno y lo malo está determinado y condicionado por la cultura en que nos desenvolvemos, por la situación en la que nos encontramos, o por nuestro mero punto de vista u opinión personal sobre las cosas, por lo que no existen consensos universales sobre el bien y el mal.

Sin embargo, este argumento en contra de la moralidad como evidencia de la existencia de Dios no deja de ser pueril y engañoso, pues el punto es que no importan las diferencias, más o menos discutidas, acerca de lo que cada cultura o individuo considere bueno o malo indistintamente (que no son en realidad tan diferentes como muchos pretenden), pues las categorías del bien y el mal están presentes en todo ser humano, independiente de los contenidos más o menos acertados que coloquemos en ellas.

De hecho, el pensamiento secular magnifica de manera forzada estas diferencias al postular que, al final, todo es cuestión de opinión personal, pues en la realidad las cosas no funcionan de ese modo. En primer lugar, porque la anarquía hacer lo que a cada cual le parezca mejor sin referencia a ninguna autoridad ajena a nosotros mismos no ha sido nunca un estado deseable ni fuente de fortaleza, bienestar ni de progreso para la sociedad.

Una de las mejores ilustraciones gráficas de los resultados a los que conduce una sociedad anárquica la encontramos en el convulsionado y oscuro periodo de los Jueces en Israel, justamente descrito por el inspirado autor sagrado con estas sombrías y concluyentes palabras: “En aquella época no había rey en Israel; cada uno hacía lo que le parecía mejor” (Jueces 17:6).

Y en segundo lugar, porque como lo dice Paul Copan: “Cuando una persona dice: «no juzgue», lo está juzgando a usted por haber juzgado a otro… es evidente que no podemos evitar emitir juicios morales”.

En efecto, nos guste o no, ningún ser humano puede evitar juzgar o emitir juicios morales. Y esto es significativo porque si el naturalismo fuera cierto y la naturaleza fuera, en efecto, todo lo que existe sin que haya un Dios más allá de ella, entonces la universalidad e inevitabilidad de los juicios morales sería algo del todo inexplicable que desafiaría constantemente al naturalismo. C. S. Lewis abordaba así este asunto: “cuando el hombre razona sobre cuestiones de hecho, suele indicar juicios morales” de manera que: “los juicios morales levantan ante el Naturalismo la misma dificultad que cualquier otro pensamiento [racional]”. 

Es por todo lo anterior que la moralidad es un argumento inobjetable a favor de la existencia de Dios, de tal suerte que, como continúa diciéndonos C. S. Lewis, en gracia de discusión: “Si el Naturalismo es verdadero, «yo debo» es el mismo género de afirmación que cuando digo «me apetece»”.

En otras palabras, si la naturaleza fuera todo lo que existe y nuestra inherente moralidad fuera una ilusión, no podríamos entonces establecer ninguna diferencia entre nuestros deberes y nuestras meras preferencias o gustos personales.

Es por eso que los naturalistas terminan siendo inconsecuentes y refutándose a sí mismos, pues: “Un momento después de haber defendido que bien y mal son ilusiones, los encontrará exhortándonos a trabajar para la posteridad, a educar, a hacer la revolución, a transformar, a vivir y morir por el bien de la humanidad… Ante la injusticia tiran todo el Naturalismo por la borda y hablan como hombres de genio. Conocen mucho más de lo que piensan que conocen” (C. S. Lewis). Tanto, que aun los transgresores desafiantes y endurecidos saben bien que son transgresores, como lo establece el apóstol: “Saben bien que, según el justo decreto de Dios, quienes practican tales cosas merecen la muerte; sin embargo, no solo siguen practicándolas, sino que incluso aprueban a quienes las practican” (Romanos 1:32).

 

Articulos publicados de esta serie de "la conciencia del bien y del mal"

1.- La chispa divina en el ser humano

2.- Ateísmo y moralidad

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - Ateísmo y moralidad