La chispa divina en el ser humano

Hay en nuestro interior una experiencia universal exclusiva del ser humano que ni ciencia ni filosofía explican: nuestra inherente moralidad.

11 DE JUNIO DE 2023 · 08:00

Daniel Hannah, Pixabay,brillo mirada, mundo mirada
Daniel Hannah, Pixabay

La conciencia del bien y del mal (1)

Una de las frases más famosas del filósofo alemán Immanuel Kant no propiamente un creyente sino más bien un agnóstico racionalista, es aquella que dice: “Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre… crecientes… el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”.

Con la expresión “la ley moral dentro de mí” este pensador se refería el hecho de que, cuando aplicamos la razón a analizarnos a nosotros mismos descubrimos en nuestro interior una experiencia universal y exclusiva de los seres humanos que ni la ciencia ni la filosofía han podido explicar satisfactoriamente: nuestra inherente moralidad. En efecto, no importa que tan primitiva pueda ser una comunidad humana, la conciencia del bien y del mal está de un modo u otro presente de manera innata en todos y cada uno de los individuos que la conforman y que forman parte a su vez del género humano.

Por supuesto, la moralidad se puede extraviar, corromper, o incluso interpretarse a la manera del relativismo moderno en sus diferentes formas, que afirma que no existe un bien ni un mal absolutos, sino que todo es relativo y depende de la cultura (multiculturalismo), de la situación (ética situacional) o de la persona (subjetivismo); pero el punto aquí es que la moralidad nunca puede desaparecer del todo en ningún individuo adulto en uso de sus facultades racionales, en la medida en que las categorías del bien y del mal vienen incorporadas de manera esencial e inseparable en la psiquis humana desde que tenemos uso de razón.

Es tanto así que la apologética o defensa de la fe se refiere a éste como el “argumento antropológico o moral” a favor de la existencia de Dios que, junto con el argumento ontológico, completa los cuatro ya clásicos “argumentos naturales” a favor de la existencia de Dios, por no tener que recurrir a ninguna revelación sobrenatural para inferir mediante ellos la realidad de Dios.

De hecho, como el propio Kant lo señaló, la moralidad siempre ha conducido a la religión y ha estado ligada a ella. Es más, la religión de muchos de los intelectuales de hoy es la moralidad y nada más.

La Biblia también hace clara referencia a la conciencia moral como un hecho universal del género humano al margen de la revelación en la Biblia y los preceptos morales declarados con precisión en ella que conocemos como “la ley”, condensada en los Diez mandamientos con estas palabras del apóstol: “De hecho, cuando los gentiles, que no tienen la ley, cumplen por naturaleza lo que la ley exige, ellos son ley para sí mismos, aunque no tengan la ley. Éstos muestran que llevan escrito en el corazón lo que la ley exige, como lo atestigua su conciencia, pues sus propios pensamientos algunas veces los acusan y otras veces los excusan” (Romanos 2:14-15).

Así, pues, la presencia universal de la conciencia moral o el sentido del bien y el mal en el ser humano hace forzosa la existencia de un Ser que se tomó el trabajo de plasmar este sentido en la conciencia humana.

Un Ser absolutamente moral que, a través de la moralidad, da testimonio de sí mismo a cada individuo humano. Ese Ser no podría ser otro que Dios mismo.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - La chispa divina en el ser humano