El cambio espiritual que transforma ciudades

Principios eternos para la transformación de las ciudades (2): la iglesia primitiva impactó con un proceso de cambio espiritual.

    05 DE FEBRERO DE 2019 · 12:00

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    Sebastian Pichler, Unsplash

    Como señalamos en la primera entrega Dios se mueve por principios establecidos en su Palabra que facilitan su intervención en medio de las personas y las ciudades.

    Particularmente vamos a detenernos, en la iglesia primitiva, la cual llevó adelante tres procesos básicos que permitieron, finalmente, que Roma sucumbiera al poder del Evangelio, los mismos son: un proceso de cambio espiritual, un proceso de transformación social basado en el amor y un proceso eclesiológico dinámico.

    Comenzaremos dando cuenta del primero de ellos.

    Mediante la proclamación del Evangelio las ciudades comenzaron a ser conmovidas, cientos de miles fueron guiados al arrepentimiento mediante la predicación de Jesús como Señor. La palabra “arrepentíos” veremos que aparece sistemáticamente en el Nuevo Testamento.

    Ese arrepentimiento no solo permitió que las vidas fueran transformadas por el poder restaurador del Espíritu Santo, sino que se diera un ambiente de renovación espiritual que llevó a un avivamiento.

    Ese esquema de evangelización, arrepentimiento, renovación y avivamiento lo veremos en las principales ciudades del Imperio.

    En sus “Estudios de sociología del cristianismo primitivo”, señala Gerd Theison la particularidad del movimiento de renovación llevado a cabo por los seguidores de Jesús en los siguientes términos:

    El movimiento de Jesús era un movimiento de renovación dentro del judaísmo, que se dirigía a todas las comunidades judías, pero que en su origen no intentaba formar grupos desgajados del judaísmo. Resulta por tanto inequívoco hablar de comunidades cristianas primitivas en los primerísimos momentos. Los portadores de aquello que más tarde se independizó como ‘cristianismo’, eran más bien misioneros itinerantes, apóstoles y profetas (1985, p.152)

    La Palabra pone blanco sobre negro el importante cambio espiritual acaecido a lo largo del libro de los Hechos fundamentalmente:

    • 2:44.  “…los que habían creído estaban juntos…”
    • 4:4.    “…los que habían oído la palabra, creyeron…”
    • 5:14.  “…y los que creían en el Señor aumentaban…”
    • 9:42.  “…muchos creyeron en el Señor…”
    • 11:21. “…gran número creyó y se convirtieron al Señor…”
    • 14:1.  “…creyó una gran multitud de judíos…”
    • 17:4.  “…algunos de ellos creyeron y se juntaron….”
    • 17:12. “…creyeron muchos de ellos…”
    • 18:8.  “…muchos oyendo, creían y eran bautizados…”
    • 19:8.  “…los que habían creído venían, confesando sus pecados…”
    • 19:10. “...así continuó por espacio de dos años de manera que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús...”
    • 19:20. “...Así crecía y prevalecía poderosamente la palabra del Señor...”
    • 21:20. “… millares de judíos hay que han creído…”

    En el contexto antedicho es importante rescatar que una mera declaración de fe no puede reemplazar el proceso de arrepentimiento, el cual debe ser monitoreado durante los primeros pasos de los cristianos, no es sólo una oración de fe, es necesario dar fruto digno de arrepentimiento.

    En segundo lugar, la santidad fue otra marca distintiva de la incipiente iglesia, no era sólo un ideal al cual llegar en algún momento del devenir de sus vidas cristianas, sino que era la consecuencia natural de un genuino arrepentimiento y aceptación de Jesús como Señor y Salvador de cada área de sus vidas, era la consecuencia natural de un corazón agradecido a Dios por la obra de amor de Jesús en la cruz y la voluntad de agradarle por su gracia y fidelidad. Era palpable para los que los rodeaban que había algo distinto en ellos, no actuaban como el resto, marcaban la diferencia y sin duda eso llamaba la atención. Señala Green:

    La vida semejante a la vida de Cristo es un sine qua non del evangelismo. El contraste entre la vieja vida y la nueva, formaba parte de la más antigua catequesis: el “despojarse” de la vieja vida con sus hábitos y concupiscencias paganos, era el complemento del “vestirse” de Cristo y del tipo de vida que él vivió… El vínculo entre la santidad de vida y evangelismo efectivo difícilmente podía hacerse más nítido. Los cristianos se destacaban por su castidad, por su odio a la crueldad, por su correcta posición como ciudadanos… Tal clase de vida produjo un profundo impacto. Frecuentemente hasta los opositores al cristianismo tenían que reconocer esto. Tanto Plinio como Luciano reconocieron la vida pura, el amor devoto y el valor sorprendente de los cristianos (1997, p.52)

    Otra de las acciones más notables realizadas por la iglesia primitiva fue el hecho de que saturaron las ciudades con la Palabra. Literalmente “saturaron” las ciudades con el Evangelio.

    Dice Hch 5:28 “¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre? Y ahora habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina”. Dice San Pablo: “…con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios, de manera que desde Jerusalén y por los alrededores de Ilírico, todo lo he llenado del Evangelio de Cristo” (Ro. 15:19). Decían en Tesalónica: “Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá” (Hch. 17:6).

    Podríamos llenar más renglones con pasajes similares. Es claro que la iglesia no cesó en su esfuerzo por anunciar la verdad del Evangelio. Sin medios, sin recursos, sin internet, sin tecnología, llenaron todo el imperio con la luz de Cristo.

    Por lo visto hasta aquí, más allá de algunas deficiencias que el texto sacro se encarga de marcar, había consistencia entre lo hecho y lo predicado por la iglesia primitiva, lo que los súbditos imperiales veían y lo que escuchaban señalaba a Cristo. No es un tema menor de reflexión en nuestros días.

    La iglesia se esforzó por mantener la unidad y esta fue una característica trascendente en la vida eclesial. Había unidad en la diversidad. Muchos son los pasajes que lo reflejan: “Estaban todos unánimes juntos”, el famoso capítulo 13 del libro de los Hechos señala que antes de que el Espíritu Santo les indicara que separasen para el ministerio a Bernabé y a Pablo, en la iglesia había una variada representación cultural que oraban y actuaban en un mismo espíritu, “Bernabé, Simón el que se llamaba Níger, Lucio de Cirene, Manaén el que se había criado junto con Herodes el tetrarca, y Saulo”. Orígenes distintos, saberes diferentes, pero unidos en un mismo Espíritu, un único bautismo y un Señor que estaba por encima de todos.

    Escribe San Pablo: “porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3:28). Por primera vez la dignificación del ser humano era una realidad, podían convivir en un plano de igualdad esclavos y libres, hombres y mujeres, judíos y gentiles. Esa unidad era consecuencia directa de la acción del Espíritu Santo en medio de la Iglesia. La diversidad, la diferencia no era un obstáculo. Sin duda esto fue esencial “para que el mundo crea”.

    Hasta ahora podemos resumir que el proceso de cambio espiritual iniciado por los primeros cristianos se caracterizó principalmente por haber creado un entorno sistémico de evangelización, arrepentimiento, renovación y avivamiento. Era mucho más que un método o una estrategia, era la consecuencia natural del amor de Dios derramado en sus corazones y la obra salvífica del calvario, Cristo era la vida de cada uno de ellos y lo demostraban con su propia vida.

    Era obvio que había esfuerzos articulados para evangelizar pero era parte del ADN natural de la iglesia.

    La iglesia además se caracterizó por su santidad, con errores, con dificultades (las cuales encontraremos en los textos del Nuevo Testamento), pero hicieron un esfuerzo intencionado y directo por ser semejantes a Cristo y esto era visiblemente reconocido por el imperio, no actuaban como todo el mundo, no hacían las mismas cosas, eran distintos, diferentes.

    Por otra parte, literalmente “saturaron” cada región imperial con el mensaje de salvación, por todas partes, en todo lugar, en todo tiempo, de todas las formas posibles daban testimonio de su fe. El Diccionario de la Real Académica define saturar como: “llenar hasta que exceda”. Efectivamente, excedió la proclamación, los milagros, los sacrificios, la abnegación, incluso los mártires por causa de Cristo.

    Finalmente, en esta parte cabe destacar que dentro de la iglesia había unidad en medio de la diversidad, quizás esto que parecería ser tan natural para el contexto de la época, incluso en el nuestro, no era lo común. Convivían siervos y libres, esclavos y amos, judíos y gentiles, hombres y mujeres en un pie de igualdad.

    Cuando uno sufría todos sufrían, cuando uno se gozaba todos se gozaban, cuando uno estaba en tribulación todos oraban y ayudaban, no había entre ellos necesitados. Esto fue notorio a todo el imperio. Sólo el Evangelio podía llevar adelante semejante transformación social.

    Si bien seguiremos con las siguientes características de este proceso de cambio espiritual en la siguiente nota, sería bueno que nos detuviéramos por unos instantes en nuestra realidad.

    Los sermones de autoayuda, la cultura de la plataforma que busca el show y el entretenimiento, muchas veces; la puja de poder para ver quien será el primero entre nosotros, el crecimiento numérico sin transformación social, milagros casi a cuentagotas, la santidad, una palabra olvidada en los púlpitos modernos y cada día surgen nuevas divisiones fundadas en egos pasajeros.

    Es menester en la hora que nos toca, y de cara a la batalla que tenemos por delante la cual pretende ni más ni menos que erradicar a Dios de las naciones y destruir a las familias como núcleo social, volver a la fuente para que el mundo crea.

     

    BIBLIOGRAFÍA:

    Gerd Theissen, (1985). Estudios de sociología del cristianismo primitivo, Salamanca, Sigueme.

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Con sentido - El cambio espiritual que transforma ciudades

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