De Roma al siglo XXI, nada nuevo bajo el sol

Principios eternos para la transformación de las ciudades, primera parte.

    29 DE ENERO DE 2019 · 14:00

    Lars, Unsplash,circo romano, Roma circo
    Lars, Unsplash

    Si bien desde la técnica sociológica es incorrecto comparar dos sociedades en distintos momentos históricos dado que cada una de ellas tendrá, más allá de sus particularidades, puntos de contacto; me permitiré una licencia a fin de tratar de introducir un concepto que entiendo nos ayudará en la actual coyuntura por la que atraviesa la iglesia y, nos permitirá ver con mayor claridad, como fue la respuesta de la iglesia primitiva a su propia coyuntura y contexto. La idea es extraer principios que orienten nuestra acción, marcos bíblicos que modelen nuestra labor.

    Dios se mueve por principios que se mantienen constantes, lo podemos evidenciar cuando leemos la Palabra con una visión diacrónica más allá de los nombres, los momentos y las ciudades, hay elementos básicos, principios elementales que facilitan el obrar de Dios en medio de nuestras realidades.

    Comparemos rápidamente algunas de las características principales del Imperio Romano del primer siglo[1].

    La primera fue la de tener una cultura y economía globalizada. En efecto, el Imperio Romano del primer siglo tuvo un distintivo casi sobresaliente, la globalización, la expansión del estilo de vida romano y de la mentalidad imperial. A todo lo largo y ancho del imperio, todos los pueblos admiraban a Roma y anhelaban constituirse en ciudadanos romanos. Sin dudas el gran factor que permitió el desarrollo y expansión de este estilo de vida fue el período de paz que lograra Augusto (Pax Romana).

    Señala Rostovtzeff, famoso historiador del siglo pasado, sobre este mismo tema:

    La guerra ha pasado; Roma ha salido victoriosa, las armas defensivas y ofensivas no son ya necesarias y pueden ser ahora asiento de su poder. La paz ha sido restaurada. Roma contempla, orgullosa, los símbolos de su imperio mundial; su base y fundamento son la piedad y la religión… El Imperio Romano aseguró una paz duradera y el espléndido altar construido a la paz augustal, en el Campo de Marte, era un símbolo de que se había vencido la guerra, y la característica principal del reinado de Augusto (1981, p. 104).

    Roma gozaba de esplendor, amplias rutas comerciales, los piratas habían sido reducidos y había tranquilidad entre los ciudadanos, florecía el comercio, la economía, las artes y la espiritualidad.

    La segunda característica principal del imperio eran las vías de comunicación y el idioma en común. Puntualizando una de las más grandes contribuciones de Augusto y los emperadores subsiguientes fue el desarrollo de infraestructuras, principalmente caminos y calzadas.

    En su afán de mantener la paz imperial y controlar las fronteras, se llevaron a cabo una gran cantidad de caminos; en principio, realizados con fines militares y que con posterioridad sirvieron al desarrollo del comercio, la economía y obviamente la divulgación del Evangelio. Cientos de caminos unían el imperio, desde el norte de África, hasta Alejandría, y desde Asia Menor hasta Roma y España; asimismo las rutas marítimas tenían un constante y férreo control militar que dieron como resultado el alejamiento de piratas y bandidos que plagaron las costas del actual Mar Mediterráneo.

    Sin duda las carreteras fueron el instrumento más usado por la iglesia primitiva para expandir dentro de los límites imperiales, el mensaje del Reino. Eran caminos que en su mayoría contaban con guardia militar permanente, y con gran cantidad de albergues en las ciudades imperiales.

    La tercera característica era el espiritualismo y el sincretismo. En prieta síntesis decir que desde el punto de vista religioso, en la época de la República existía una marcada diferencia entre la religión de los plebeyos (la superstitio), los cuales básicamente mantenían formas animistas de adoración, al bosque y los elementos de la naturaleza, y la religión oficial (la religio) o religión del estado, que giraba alrededor de deidades centrales (Júpiter, Marte, Mercurio, Apolo, Minerva, Quirino, Flora, Pomona, Venus, etcétera.), a las cuales con posterioridad se sumaron los dioses más representativos de los pueblos conquistados, formando así el famoso panteón oficial.

    Roma fue bastante tolerante con los dioses de los pueblos conquistados, era un tema de estrategia, sabían básicamente que si permitían la continuidad de sus creencias sería más ágil la dominación. Esto llevó a un notable sincretismo, y a la realización de un centro de adoración plural, dentro del cual siempre faltó algún signo representativo de la fe del pueblo judío, dado que no podía haber representación alguna de Jehová. Dicho sincretismo en cierta medida estorbó la propagación de la fe cristiana, dado que la mayoría de los habitantes de las ciudades a las cuales se les predicó la Palabra, pensaban que podían coexistir junto a sus creencias paganas, el nuevo Mensaje de Salvación, en una especie de mixtura o collage.

    La cuarta característica es una de las contribuciones más importantes que el Imperio Romano le ha dado al mundo occidental, el Derecho Romano[2]. Tanto nuestro sistema jurídico (Argentina) como el de la mayoría de los países latinos, tiene como base fundamental al ordenamiento legal romano. Desde sus orígenes hasta la forma más moderna consagrada con la República, el sistema jurídico romano se fue entretejiendo cuidadosamente, tomando como fuentes a la costumbre, la doctrina de los juristas, la jurisprudencia y la ley.

    El imperio imponía sus normas a todos los pueblos conquistados, y sus leyes debían ser respetadas y acatadas por todos los dominados (tanto el Ius Publicum, como el Ius Privatium y el fundamental Ius Gentium). A tal punto, que salvo contadas excepciones y sólo referidas a los ordenamientos religiosos (como el caso de los judíos), el único sistema normativo que se debía seguir era el romano. Esto sin duda posibilitó la supremacía de la ley romana, todos los habitantes del imperio sabían cuáles eran los patrones legales que debían seguir y las formas procedimentales a llevar en cada acto de la vida común.

    La quinta característica para tener en cuenta son los recursos económicos absolutamente limitados que tuvo la iglesia en sus orígenes. El núcleo de la comunidad cristiana naciente está constituido básicamente por el grupo de los doce que acompañaron a Jesús, sus parientes más próximos y finalmente el pequeño grupo de seguidores. Este escaso grupo desprovisto de recursos económicos, edificios y de infraestructura estaba liderado por un equipo apostólico comandado por Pedro, Juan y Santiago.

    Los datos históricos permiten afirmar que los aristócratas y ricos fueron los menos dentro de las filas del cristianismo primitivo. De hecho, Miguel Green cuenta el relato de Celso, un acérrimo opositor al cristianismo los describe de la siguiente manera:

    Los incultos, los serviles y los ignorantes, personas que ahuyentan de la doctrina de su fe a todo hombre sabio y, en cambio atraen solamente a los ignorantes y a los vulgares. Los cristianos admiten que sólo tales individuos son dignos de Dios, y de paso, muestran que desean y pueden ganar solamente a los tontos, a los inferiores y a los estúpidos, junto con las mujeres y los niños (1997, p. 62)

    No obstante, se puede decir también que pese a los escasos recursos que tenían, trastocaron uno de los imperios más grandes que jamás se haya conocido en la historia, lo regaron con la fe en Jesucristo y lo transformaron para la gloria de Dios.

     

    Análisis

    Si bien señalamos al inicio del presente artículo que no sería prudente hacer comparaciones sociológicas directas entre dos sociedades distintas en el tiempo, cabe distinguir que en líneas generales ninguno de nosotros puede obviar el hecho de que vivimos en un mundo con una cultura globalizada (hipermodernidad) de la cual ya hemos dado cuenta en varios artículos. Hemos superado la velocidad de las vías de comunicación basadas en la infraestructura por las vías de comunicación basadas en las telecomunicaciones e internet, lo que sucede en cualquier punto del planeta lo podemos conocer en el mismo instante en que se está produciendo, todo es vertiginoso, rápido, todo se comparte y muestra al segundo que ocurre.

    Asimismo estamos atravesando por un tiempo de espiritualidad relativa, a la carta, light, a la medida de cada uno, alejada de la soberanía de Dios, desprovista casi de toda institucionalización, sincretista y con prácticas más propias del fetichismo que del Nuevo Testamento, en algunos casos.

    Más allá de los ordenamientos legales propios de cada país el derecho público y privado internacional nos rige con principios, declaraciones y convenciones a casi todos los países de occidente. Las Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos, los distintos Organismos Multilaterales de Crédito, la Unión Europea, el Mercosur, el Pacto Andino, el ALCA, entre los más importantes, todos y cada uno de ellos modelan y dirigen nuestra vida con criterios económicos, demográficos y culturales por encima incluso, de las necesidades de cada país.

    Cuando comparamos los recursos de los promotores de la ideología de género, de los propulsores del nuevo orden internacional, en comparación con los recursos económico-financieros de la iglesia veremos una brecha inmensa. La iglesia sigue teniendo importantes limitaciones a la hora de extender el Evangelio. Sin duda más allá de los vaivenes económicos y coyunturales, es uno de los desafíos que Dios nos permite para motorizar nuestra fe y tener un importante sentido de dependencia.

    Realidades distintas, diferentes, pero principios espirituales esenciales y eternos fueron usados por los primeros discípulos para transformar su realidad.

    Veremos en las próximas entregas de qué manera la iglesia pudo conquistar el Imperio Romano y transformar su entorno.

    Dios se sigue moviendo de la misma manera y sigue siendo fiel en responder la búsqueda en fe de hombres y mujeres que genuinamente se acercan a Él para clamar por sus naciones. La iglesia primitiva llevó adelante un proceso de cambio espiritual, un proceso de transformación social basado en el amor y un proceso eclesiológico dinámico que finalmente conquistó al imperio romano. Próximamente daremos cuenta de cada uno de dichos procesos y sus componentes.

     

    BIBLIOGRAFÍA:

    A. Dipietro y A Lapieza Elli (1994). Manual de Derecho Romano. Buenos Aires, Ediciones Depalma.

    Michael Green, (1997). La evangelización en la iglesia primitiva. Buenos Aires, Nueva Creación.

    M. Rostovtzeff (1981). Historia Social y Económica del Imperio Romano, (4ta. Ed.), tomo I, Madrid. Editorial Espasa-Calpe

     

    [1] Ahora bien, los emperadores romanos que gobernaron el imperio durante el primer siglo fueron: Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, Galba, Otón, Vitelio, Vespasiano, Tito, Domiciano, Nerva y Trajano. Sin embargo en el presente nos enfocaremos principalmente en la época de Augusto (27 a. de J.C. al 14 d. de J.C.) y de Tiberio (14-37 d. de J.C.); por considerar que los tales establecieron las bases de gobernabilidad que desarrolló el resto de los nombrados

    [2] Alfredo Di Pietro y Ángel Enrique Lapieza Elli, definen al derecho romano como: “El complejo de ideas, experiencias y ordenamientos jurídicos que se sucedieron a lo largo de la historia de Roma, abarcando los orígenes de la ciudad estado hasta la disgregación de la parte occidental del imperio o, mejor, hasta a muerte de Justiniano en el año 565 d.C.” (1994, p.7).

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Con sentido - De Roma al siglo XXI, nada nuevo bajo el sol

    0 comentarios