Postpandemia: Dios seguirá siendo el mismo, la iglesia y el mundo no

De golpe recibimos un mensaje de Dios. "No volveremos a la normalidad. La normalidad era el problema".

05 DE ABRIL DE 2020 · 08:00

Geralt, Pixabay,mundo y timeline
Geralt, Pixabay

Habíamos dicho en nuestra nota anterior que un virus (microorganismo) vino a cambiar nuestros patrones sociales, culturales, económicos, educacionales y religiosos y temo que algunas cosas cambiarán no por un poco de tiempo sino para siempre y trataré de justificar por qué tal afirmación.

El virus potenció nuestra frialdad, nuestro individualismo, nuestro aislamiento real y potenció el virtual. De pronto nos dimos cuenta de que las redes nos proporcionarán las únicas posibilidades de contacto y de (falsa) cercanía; pero, también nos muestra la cruda realidad de que la distancia social será obligatoria y permanente, al menos, por un largo período de tiempo.

En el aislamiento social preventivo y obligatorio nos dimos cuenta de que el tiempo se mide no en dinero sino en vida, la famosa frase time is money debería trocar a time is life. En efecto, cada minuto que perdimos, cada minuto que no abrazamos a nuestros seres queridos, a nuestros hermanos, que no interactuamos con misericordia y amor, que no tendimos la mano, que no lloramos o reímos juntos, ya no lo recuperaremos.

A nivel mundial hay un debate entre las autoridades de casi todos los países del mundo: privilegiar la no propagación del virus (cuarentena salvo para los servicios esenciales) o reactivar la economía, aunque sea de manera paulatina.

Ciertamente la OMS a la fecha[1] advierte que tenemos a nivel mundial 856.775 infectados y el número sube diariamente y la única vacuna por el momento es la cuarentena, el aislamiento social, máxime dada la virulencia exponencial de los contagios día tras día.

Estamos viendo a los líderes de las grandes potencias mundiales titubear, ir y venir con diferentes medidas, sin reacción o reacción tardía, falta de coordinación. Asimismo, vemos muy gráfica e impactantemente cómo los países latinoamericanos (principalmente), presa de gobiernos corruptos a lo largo del tiempo, tienen un sistema de salud, económico, asistencial y educativo que no está preparado para dar respuesta y se sienten las consecuencias.

Cuando vemos las cifras tendemos a pensar: pero qué cantidad de infectados y de muertos (diariamente esto nos impacta). Sin embargo, olvidamos en primer lugar que todos tienen nombre y apellido, todos son miembros de una familia que ni siquiera puede velarlos, estrecharles la mano y brindarles el respeto que merecen en su lecho de muerte y en segundo lugar que el propio virus va derribando los mitos que se construyen alrededor él, no son solo ancianos, no son solo personas de riesgo alto, somos todos pasibles de él.

Por otra parte, si bien es lo correcto y necesario, es fácil repetir desde un noticiero “quédate en casa”, pero también olvidamos que hay mucha gente pobre hacinada, que viven 5 ó 6 ó más personas en una o dos habitaciones y solo pueden “descomprimir” la aglomeración habitacional estando algunos de ellos en la calle, en esos casos de precariedad extrema, sin agua corriente o cloacas solo se pueden hacer cuarentenas comunitarias.

O el caso de los cuentapropistas (incluso profesionales, comerciantes) que necesitan trabajar para ganar el sustento diario y los ahorros se terminan y se preguntan ¿cuánto va a durar la cuarentena?, los impuestos no se detienen, en el mejor de los casos se atenúan, y los estados por más eficientes que sean muestran deficiencias para contrarrestar al virus y atender la pandemia.

La respuesta más fácil es el asistencialismo que en el contexto ayuda, pero crea lazos de dependencia y vulnerabilidad que prolongados en el tiempo desvirtúan el ecosistema social. Muchos comercios se fundirán, microeconomías no podrán sobrevivir si se prolonga la cuarentena, pero cierto es que una economía quebrada se puede restaurar, pero una vida truncada no se puede recuperar. Vaya dilema.

Traducción: "Tesorería, Coronavirus: Trate de no poner su cabeza entre las manos después de ver las últimas noticias sobre economía".

Viñeta tomada deThe economics of a pandemic: the case of Covid-19” (LBS)[2]

Quizás valga pensar si el problema en realidad no estuvo siempre presente y pretendimos ignorarlo, porque era lo más fácil y el Covid-19, solo lo mostró, lo potenció, lo dejó al descubierto.

En un artículo muy interesante publicado en eldiario.es llamado: Causalidad de la pandemia, cualidad de la catástrofe, Ángel Luis Lara señala: "No volveremos a la normalidad. La normalidad era el problema". En un contexto tan especial podríamos suponer que la normalidad -tal como la pensábamos- no la recuperaremos. El capitalismo, el socialismo, el populismo, el parlamentarismo, las dictaduras en sus diversas expresiones, básicamente todos y cada uno de ellos han demostrado su ineficiencia a la hora de atravesar la pandemia, no importa las razones solo son visibles los resultados, en todos los casos trágicos.

Las pandemias no son nuevas en la historia de la humanidad, son básicamente fruto o producto de la urbanización, de los conglomerados sociales. En este sentido hubo a lo largo de la historia muchas de ellas que fueron significativas: Peste Antonina (165-180 d.C.), Plaga de Justiniano (541-542 d.C.), Peste Negra (1347-1351), Viruela (1520), La Tercera Peste (1855), Gripe Española (1918-1920), VIH/SIDA (desde 1981 a la actualidad). Independientemente de la magnitud de cada una de ellas (todas importantes), el mundo se ha vuelto a levantar pero esto nunca sucede en el corto plazo.

Los procesos se trastocan, las normalidades se resignifican, la economía cede ante la importancia de la vida, el desarrollo avanza un paso, la medicina gana más conocimiento y la historia vuelve a dar cuenta de la ineficiencia de los gobiernos o imperios de turno y su falta de previsión.

Lo único constante al igual que en toda crisis importante, es Dios quien sigue siendo un insuperable punto de referencia y esperanza. Lo inalterable a lo largo de la historia es el amor de Dios. Triste es que la iglesia lo sepa intelectualmente pero pocos lo hayan vivido pragmáticamente.

Extraño personalmente el bullicio de la iglesia, los chicos corriendo, los hermanos charlando en el hall de la iglesia, lo que veíamos como normal ya no lo será, dado que luego del Covid-19 muchas pautas de contacto social habrán cambiado (saludos, besos, abrazos, cercanías, entre otras).

De golpe todos somos padres y madres cercanas, ya no tenemos maestras, niñeras, ahora nos tenemos que hacer cargo nosotros de nuestros hijos. El virus nos obligó a ser familias que oran juntas, leen la Palabra juntas, juegan juntas, hablan, se comunican, para algunos algo natural, para otros toda una tragedia que era evitada por la rutina, las corridas, el trabajo, en definitiva todas causas justificadas, pero en el fondo todas y cada una de ellas excusas para no asumir nuestra responsabilidad familiar.

Pero como dijimos en la nota anterior, la iglesia también recibió un fuerte mensaje de parte de Dios. Todos debemos haber aprendido (espero) que la iglesia somos cada uno de nosotros, que los pastores estamos para discipular y no para arrear simplemente, que todos y cada uno de nosotros daremos cuentas delante de Dios por el débil, por el que no nos esforzamos lo suficiente en retener, por el que dejamos a mitad de camino, por el que descuidamos.

Espero que la iglesia haya aprendido a no juzgar, a no criticar, a no disfrazar la falta de misericordia con el halo de la falsa santidad. Fundamentalmente espero que hayamos aprendido que escondernos entre cuatro paredes (pasó con Israel y la iglesia primitiva antes de la persecución) nunca es bueno dado que no se enciende una lámpara para ponerla bajo la mesa.

Quizás hallamos aprendido que es bueno ser cercano, amoroso, compasivo, que pese a que está bien tener una cultura evangélica (tenemos nuestro lenguaje propio, nuestras formas, nuestros ritos, nuestros eventos, nuestras radios, nuestra música) esa cultura siempre es una contracultura a lo largo del tiempo y en medio de cualquier sociedad y vivamos como Jesús espera, sin jugar al cristianismo sino siendo discípulos que no tienen de qué avergonzarse.

Jesús sufrió mucho como para que seamos tibios. Sin duda todos aprendimos que las batallas la iglesia no las gana de pie sino de rodillas.

Durante años algunos hermanos dedicaron más tiempo a editar videos de predicadores para juzgarlo que evangelizando, hemos gastado más fuerzas en discusiones teológicas innecesarias sobre el tamaño de la falda de una mujer o si puede teñirse el pelo que en abrazar al pecador y decirle que Jesús murió por él, hemos naturalizado la crítica y el juicio antes que el amor y la misericordia, construimos ministerios y se nos olvidó en algunos casos construir el Reino.

En definitiva, Dios nos ha hablado a todos, y el virus nos dejó una sensación de impotencia, vulnerabilidad y fragilidad que nunca tuvimos que haber perdido, somos en definitiva como Jesús diría en Lc 17:10: “Siervos inútiles”.

Déjame reseñarte por qué habrá una nueva normalidad y abro el debate:

  • Habrá una nueva vivencia de la iglesia respecto a la soberanía y el poder de Dios obrando en medio de la historia y particularmente de nuestra historia.
  • Es necesario perseverar en la fe; tarde o temprano, cuando llegue el momento dispuesto por Dios, Él nos llamará a cada uno de nosotros y debemos estar preparados (será de vejez o por el Covid-19, pero será).
  • El virus tiene fecha de caducidad aunque sin duda no será inmediata.
  • La iglesia habrá comprendido (espero) la importancia de no perder el tiempo en pavadas, en cosas que no edifican, en pujas de poder, en alejar a la gente (time is life), para poder hacer como Jesús, salir a su encuentro.
  • Es esencial reconocer que la gente no tiene problema con Dios, tiene problemas con nosotros “sus mensajeros” (una y otra vez a lo largo de la historia después de una crisis la iglesia creció y se fortaleció).
  • Dios hablará a través de medios impensados, pero es necesario; aunque nosotros callemos aún las piedras proclamarán.
  • El hogar (microespacios de interacción y formación) tendrá una espiritualidad diferente y especial.
  • La economía globalizada ha sufrido un impacto casi mortal y será menester entender que las pautas económicas del mundo capitalista han cambiado para siempre, habrá que priorizar la microeconomía para salir de la crisis. En las calles de una de las ciudades más ricas del mundo (New York) el ejército reparte comida. Esto no es solo un tema del tercer mundo, es tema de todo el sistema.
  • Esperemos que los gobiernos den más prioridad a la salud, la investigación y en un escalón anterior a la educación que a los gastos superfluos e innecesarios.
  • Habrá que rescatar a la microeconomía, a las pymes, los comerciantes, los minoristas, los cuentapropistas, los que quedaron más desprotegidos y son paradójicamente los que mantienen el andamiaje económico.
  • Se redefinieron conceptos laborales nuevos y que llegaron para quedarse; “home office”, “trabajo remoto”; será importante que las empresas vayan desestimando el concepto de oficina llena.
  • La corrupción mata, y mata en todos los casos, es hora de que la gente asuma esta realidad si los gobiernos no lo hacen y aprendan a votar sabiamente y con valores cristianos.
  • Las pautas sociales cambiaron, mantendremos la distancia social, la lejanía y la virtualidad que en el mundo millennials es lo habitual, pero ahora será lo normal pese a la diferencia generacional.
  • El modelo de pastoreo gerencial (lo que temí me sobrevino) dio a luz el pastoreo virtual, pero a su vez a la responsabilidad individual. Quizás alguno de nosotros teníamos lejos a los pastores, pero Jesús siempre estuvo a nuestro lado.
  • Por mucho tiempo no habrá más eventos masivos, grandes aglomeraciones de personas, multitudes reunidas (megaiglesias, estadios, ligas de futbol, recitales, etc.). Sin duda el virus irá mutando y esto será necesario. Es más, los restaurantes con capacidad para 200 comensales solo podrán funcionar para 50 ó 70 solamente o lo que de mesa de por medio.

Definitivamente el mundo ya no será el mismo, pero nosotros sabemos que Dios sigue siendo el mismo, en Él no hay sombra de variación o mudanza.

Espero que el Covid-19 nos enseñe que la iglesia ya no será la misma y quizás Dios en su sabio sentido del humor de una vez por todas nos permita ser, aunque sea por medio de una pandemia, lo que Él espera de cada uno de nosotros.

Quizás logremos como Juan el Bautista mostrar solo a Jesús, seamos antorchas encendidas que por alumbrar nos consumamos por Él (Jn.5:35).

 

[1] Al 01 de abril de 2020 la OMS señalaba que hay 856.775 confirmados con COVID-19, recuperados 178.034 y fallecidos 42.097.-

 

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