De golpe Dios nos dio a todos un mensaje

Ahora la iglesia somos cada uno de nosotros. No las paredes, púlpitos, plataformas, o instrumentos musicales.

29 DE MARZO DE 2020 · 08:00

Jose Aragones, Unsplash,lagarto subido en una señal de stop
Jose Aragones, Unsplash

Quién hubiera dicho hace unos dos meses atrás que un microorganismo imperceptible, casi invisible, que no reconoce patrones culturales, sociales, económicos, fronteras o estamentos llamado por la Organización Mundial de la Salud “Coronavirus” (COVID-19), vendría a trastocar nuestra vida cotidiana y la sociedad como la conocemos hoy de manera tan significativa.

Para la Organización Mundial de la Salud es la enfermedad infecciosa que se ha descubierto más recientemente. Tanto el nuevo virus como la enfermedad eran desconocidos antes de que estallara el brote en Wuhan (China) en diciembre de 2019[1].

Cuando comenzó naturalmente tendimos a reaccionar como solemos hacerlo poniéndonos en el centro y pensando que nunca nos llegaría a nosotros, dijimos: es un problema de los chinos, luego fue un problema de los europeos, ahora es un problema de todos.

La tendencia al individualismo pudo más que la prevención, la responsabilidad y la solidaridad; piezas de un indispensable andamiaje que pudo haber evitado muchas víctimas fatales si se hubieran puesto en marcha a su debido momento. Hace unos días atrás leí una frase anónima que decía una verdad: “En Disney se apagó la magia, la muralla china no era tan fuerte, ahora New York sí duerme, y ningún camino quiere conducir a Roma, un virus se corona como dueño del mundo y nos dimos cuenta de nuestra fragilidad”.

Hace unos 4 años el famoso historiador y filósofo israelí, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Yuval Noah Harari escribió un libro que se transformó en un best sellerHomo Deus. Breve historia del mañana”. La tesis central del libro es que el hombre gracias al desarrollo científico y tecnológico ha podido controlar los tres grandes males que aquejaron a la humanidad a lo largo del tiempo: las guerras[2], el hambre[3] y las pestes.

Sobre las pestes afirma:

El más famoso brote epidémico, la llamada Peste Negra se inicia en la década de 1330 en algún lugar de Asia Oriental o Central… murieron entre 75 y 200 millones de personas… Epidemias más destrozos asolaron América, Australia y las Islas del Pacífico después de la llegada de los primeros europeos… (2016, pp.16-17)

Es probable que la época en la que la humanidad se hallaba indefensa ante las epidemias naturales haya terminado. Pero podrías llegar a echarlas en falta (p.25).

Si bien es cierto que el desarrollo científico y tecnológico han venido a suplir varias de nuestras necesidades y facilitado un nivel de vida un tanto más seguro respecto de cuestiones que décadas atrás eran absolutamente impensadas, entiendo que mucho se dista de proclamar que las guerras, el hambre y las pestes o enfermedades están en vías de extinción. Sería interesante saber qué piensa ante el COVID-19 el señor Harari.

Esta es en definitiva una excelente síntesis del mal que ha aquejado al hombre a lo largo del tiempo, la “autosuficiencia”, el “orgullo”, el pretender controlar, dominar las situaciones con nuestras habilidades, capacidades, recursos y conocimientos sin darnos cuenta de que como afirma la Palabra, ni siquiera tenemos control sobre lo que pasará con nuestras vidas el día de mañana o podremos hacer algo el día de mañana (Stg. 4:5), o podemos evitar que uno de nuestros cabellos se caiga.

En los últimos años el hombre y sus organizaciones internacionales (ONU, OEA, Banco Mundial, OMS, OIT) han pretendido correr a Dios de en medio de nosotros, quitarlo de la sociedad, destruir la familia como célula social indispensable, ha pretendido regirse por la insensibilidad, la frialdad, el pecado, la soberbia, el decidir sobre la vida ajena a ultranza y pregonado que somos libres, capaces, casi como Dios, somos HOMO DEUS.

Sin embargo en un abrir y cerrar de ojos, para parafrasear al autor bíblico, todo cambió, nos dimos cuenta de que somos vulnerables, limitados, finitos, que estamos indefensos, en definitiva somos frágiles.

Dios sigue teniendo el control de la historia y la naturaleza y es bueno que la iglesia sea la primera en reconocerlo, creerlo y anunciarlo (Job. 5:10; 28:5; Sal. 135:6-7; 147:8; Jer. 10:13; Heb. 1:3, entre muchos otros). Dios sigue teniendo el control de nuestras vidas, familias e iglesias. Como solemos decir los abogados “volvimos a foja cero”. Es como que Dios en su infinita paciencia nos vuelve a hablar, y permite que nos relacionemos con Él desde la intimidad.

Siempre a lo largo de la historia Dios nos ha hablado de muchas maneras (Heb. 1:12), el mensaje siempre estuvo centrado hacia el pueblo de Israel y hacia la iglesia, por ejemplo los mensajes a las siete iglesias de Asia en el libro de Apocalipsis no son para el mundo, son para la iglesia. Nuevamente el Señor nos está hablando, esta vez de una manera distinta, poco usual, pero que está en el ámbito de su soberanía y vaya que es altamente eficiente.

Hace unas notas atrás dediqué un tiempo a escribir sobre un concepto que a mí me ayudó a describir sociológicamente a las iglesias evangélicas en este tiempo y está profusamente desarrollado en mi libro[1]: escribí sobre la “cultura de la plataforma”. Mediante el mismo lo que trato de describir es que en los últimos años y más allá del tamaño de la congregación en muchas iglesias de nuestro continente se ha dado prominencia al “evento”, al “show”, a la “experiencia”, todos tratamos de replicar a las megaiglesias, a Hillsong, a las grandes bandas.

En síntesis: “Lo que importa es el ‘show’, el evento, la precisión y la modificación del paisaje litúrgico permanente. La experiencia -espiritual- se ha tornado en una herramienta de uso indispensable durante los cultos” (2019, p.15). Esto no es ni bueno ni malo, es descriptivo. Pero también los pastores hemos en algunos casos caído en la soberbia de pensarnos los únicos capaces de administrar los bienes de salvación, hemos replicado ministerios y no necesariamente formado discípulos, nos hemos sentido en mediadores necesarios de la gracia de allí las frases de las personas: “me ora”, “me unge”, “ore usted por mí”, “vine a escucharlo”.

Es en estos tiempos de cuarentena de “aislamiento social obligatorio”, donde quedaron atrás las grandes reuniones, los grandes eventos, la naturalidad del tránsito religioso y la vivencia espiritual en medio de la cual pasamos desapercibidos, en medio de la congregación, que cobra una particular significancia lo que somos. Ahora en la soledad e intimidad de nuestra casa estamos solos frente a Dios, y ¿ahora qué? Es tiempo de permitir que Su Espíritu trabaje especialmente en nosotros, para que nuestra fe más preciosa que el oro luego de ser probada a fuego lento pueda resplandecer como Dios espera.

Esta pandemia nos ha agarrado a cada uno de nosotros en la situación en la que estábamos y tal como somos (pobres, ricos, médicos, cuentapropistas, ingenieros, pastores, amas de casa, enfermos, sanos, etc.). Lo mismo podría decirse en la faz espiritual a todos nos sorprendió en la situación en la cual estamos, siendo discípulos o asistentes a una iglesia, siendo creyentes maduros o ambivalentes. Jesús les dice a los discípulos que cuando llega la tormenta, golpean los ríos y soplan los vientos, la única diferencia entre nosotros y el resto será marcada por aquellos que pusieron su casa sobre la roca o sobre la arena, pero la tormenta llegará para todos.

La crisis deja al descubierto lo que somos, pero también cobra significancia nuestra responsabilidad como pastores, ¿cómo hemos formado a nuestros hermanos?, ¿qué clase de discípulos nos hemos esforzado en preparar?, ¿qué herramientas espirituales hemos insistido en que tengan para los tiempos de la marea alta y vientos fuertes? Nuestros hermanos ahora en la soledad de su hogar deben probar su fe, robustecer sus raíces en Cristo, acudir al trono de la gracia para obtener el oportuno socorro, cabe preguntarnos si ¿hicimos un buen trabajo de discipulado con ellos?

La iglesia está volviendo a “foja cero” a la iglesia hogareña, a la iglesia en las casas, al altar familiar (Hech. 2:42-45). Ahora que tenemos “tiempo” es menester constituirnos en auténticos sacerdotes de nuestras familias, en ejes espirituales de nuestro hogar. La iglesia, ahora, nos damos cuenta en carne propia (hoy más que nunca), somos cada uno de nosotros, no las paredes, no los púlpitos, no las plataformas, no los instrumentos musicales, somos todos y cada uno de nosotros que pese a la cuarentena seguimos siendo llamados a anunciar las “virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable” (I Ped. 2:9).

En un tiempo como el actual es que estamos llamados a orar por nuestras familias, por nuestras iglesias, por nuestras ciudades, por nuestros países. Ahora es que el fruto comenzará a cobrar visibilidad en la intimidad, ahora es que el Trono se vuelve presente y debe ser vital, ahora es el tiempo en el cual pese a haber pretendido ser un homo deus (también a nivel espiritual) nos damos cuenta que por el contrario, somos vulnerables y dependientes de la soberanía de Dios.

Las personas que no conocen a Cristo no lo saben, no lo entienden, pero la iglesia viva es la llamada en este tiempo a demostrarlo y vivirlo.

La iglesia está llamada a robustecer las familias, hacer templos de las casas y altares de nuestras habitaciones, sin duda luego de la prueba saldrá mucho más engrandecida de lo que podemos advertir hoy.

 

Bibliografía:

Yuval N. Harari (2016). Homo Deus. Historia del Mañana. Buenos Aires. Penguin Random House.


[1] Libro: “Cambios, desafíos e incógnitas de la iglesia que conocemos”.


[2] Escribe: “A principios del siglo XXI el humano medio tiene más probabilidades de morir de un atracón en McDonald´s que a consecuencia de una sequía, el ébola o un ataque de al-Qaeda” (2016, p.12).

[3] Sentencia Harari: “Durante los últimos 100 años, los avances tecnológicos, económicos y políticos han creado una red de seguridad cada vez más robusta que aleja a la humanidad del umbral biológico de la pobreza” (2016, p.14).

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Con sentido - De golpe Dios nos dio a todos un mensaje