La morbosidad del poder
Una advertencia sobre la espiritualidad necesaria para quienes fungen en política.
10 DE MAYO DE 2024 · 08:00

Sed sobrios, sabios y prudentes, los que acepten el llamado a sacrificar su vida, su paz, su reputación y hasta su familia para servir a su comunidad y a su pueblo ejerciendo una magistratura cívica.
La política procura fundamentalmente ganar el poder civil, para usar la maquinaria del Estado a favor de una visión cívico/patriótica. Idealmente, se busca el poder para servir al pueblo, y tratar de hacer algo mejor, que supla algunas de las necesidades (o deseos) del pueblo.
Históricamente la iglesia o entra en concubinato o se divorcia del poder civil. Si se prostituye (como en la visión apocalíptica de Juan) deja de ser la Iglesia de Jesucristo para convertirse en el brazo religioso al servicio de un gobierno humano (local, nacional o mundial).
Si se retrae, abstiene o recata, suele ser por estar atenta al peligro que el poder representa. Los cristianos sabemos que tenemos tres enemigos: el demonio, el mundo y la carne. El demonio nos engaña, el mundo nos seduce y la carne es egoísta y rebelde por definición.
No nos debe sorprender, por tanto, que la mayoría de los pastores y creyentes le rehúyan a la política, (y a los políticos) y se alejen de ese campo de batalla por el poder, ya que, como dijo Lord Acton, “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente.”
Consideremos brevemente la morbosidad del poder.
- El poder despierta y atrae lo peor de nuestra humanidad (propia y ajena) porque aumenta nuestra capacidad de obtener lo que queramos, y, como pecadores, estamos proclives hacia lo más bajo de nuestra naturaleza caída.
- El poder hace florecer - si se lo permitimos- el orgullo, el egoísmo, la vanidad, la autosuficiencia, el engaño, la ambición, los placeres, los vicios, todo lo que complace nuestra carne y nos aleja de Dios.
- Además, el poder atrae las flaquezas, ambiciones y trampas de los demás, de nuestros propios compañeros, del público y de nuestros adversarios.
- Para peor, quien detenta el poder atrae la envidia, los celos y la crítica de sus adversarios (personales y políticos) y su reputación sufre un desgaste inevitable ya que, con cada decisión, complace a unos y disgusta a otros. No le faltarán la desconfianza, las sospechas, las calumnias ni las trampas. Se le acercarán muchos con ofertas zalameras y jugosas pero indebidas. Y, conociendo la naturaleza humana, el político termina no sabiendo en quien confiar, porque hasta sus amigos, aliados y miembros de su equipo sufren los efectos corruptores del poder.
- El que milita en política pronto sufrirá la tentación al cinismo, porque verá el lado más sucio, débil y falso en los demás, incluyendo a sus líderes, sus aliados y sus compañeros de armas.
- La política es una amante celosa: su abrazo no suelta fácilmente y sus besos embriagan, llevando a sus víctimas a perder la cabeza en pos de su ambición y de una sutil pero férrea adicción al poder.
- Hay que añadir a esto todo lo que el mundo político ofrece: el aplauso, la fama, la admiración, el halago, la adulación, el atractivo que ejerce (por viejo y feo que uno sea), los privilegios, favores y prebendas, el acceso a grandes recursos públicos y no pocos privados, las fiestas, los viajes, los banquetes, el acceso a los palacios, los honores, los discursos, etc. El poder es una cruz pesada para quienes han sido llamados a ello.
No en vano son muchas las esposas (o esposos) que disuaden a sus consortes de incursionar en las aguas turbias de la política, renuentes a pagar un precio tan alto, a perder la paz, la intimidad, el calor y el descanso familiar, a gastar recursos y arriesgar la reputación de su familia, en pos de un ideal tan efímero e improbable como la felicidad del pueblo.
Con todos esos peligros, riesgos y costos son demasiados los matrimonios que naufragan y los hijos que se crían sin la debida atención de sus padres.
Toda esa acumulación de tentaciones, desventajas y trampas no significan que debemos abandonar el campo al enemigo. Pero la morbosidad del poder requiere que los cristianos que responden al llamado de servir al prójimo en la plaza pública deben de cultivar un carácter férreo de dependencia y obediencia a Dios, cueste lo que cueste.
Nos hacen falta muchos hombres y mujeres de Dios que respondan al llamado de amar al prójimo y sacrificar su vida por un mejor gobierno de la sociedad.
Y para empezar, nos hacen falta los padres que inviertan en sus hijos el amor, la disciplina, la visión y los recursos para preparar con la máxima excelencia a sus hijos para servir a sus semejantes en el diaconado gubernamental.
Y necesitamos muchos pastores que requieran de sí mismos y de sus líderes y sus ovejas la integridad de ser consecuentes con se mensaje, para que aquellos de sus discípulos llamados a tan excelso y costoso honor puedan creer, basados en su ejemplo, en el poder de Dios para sustentarlos en un campo tan tormentoso, traicionero y peligroso como la política.
Creo que un sencillo punto de partida sería comenzar por abstenernos de criticar y hablar mal de los políticos, un vicio mundano demasiado popular en la iglesia. En cambio, debemos reconocer la dignidad de su investidura y honrar su magistratura: son “ministros (diáconos = siervos) de Dios” como los llama Pablo tres veces a los gobernantes en Romanos 13:1-4.
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