De ministerio, obedecedor
Mi meta es ser obedecedor, agente y herramienta en manos de Dios; aunque algunos están locos por ser apóstoles.
20 DE JULIO DE 2025 · 08:00

Estaba hace un tiempo en unas reuniones de pastores y líderes, y animaron a sumarse a una actividad a todos los que eran apóstoles, pastores, profetas, evangelistas, maestros y ¡querubines! Entonces, pensé, “hoy apareció un nuevo ministerio en Efesios 4, “querubines”.
Me hizo mucha gracia, porque ya había oído que en algunos lugares donde la Iglesia ha crecido mucho hay nuevos títulos o cargos que nos hemos inventado: algunos han pasado a llamarse arcángeles; y también he sabido de más de uno que ha sido ungido rey. Debo decir que creo firmemente en lo apostólico y profético, incluso en la restauración del ministerio apostólico y profético.
Pero hoy abundan tantos apóstoles que parece que han tenido que hacer a algunos querubines, para diferenciar a los “superministerios” de los apóstoles de tres al cuarto.
En esa misma reunión, me preguntaron a mí que qué era yo, y en plan sarcástico contesté que yo era simplemente obedecedor. Entonces volví a casa y se lo que conté a mi esposa, para reírnos de lo esperpéntico de la situación.
Pero más tarde, a solas, el Señor me dijo: “No te tomes a broma esto... Porque a mí esa palabra, ‘obedecedor’, me agrada mucho”. Respondo: “Señor, no me tomes el pelo. Que lo de obedecedor era solo un juego”. Pero me reitera la voz de su Espíritu: “No es ningún juego. Mira, busca en el diccionario”. Y cuando lo busco, seguro de que no existiría, resulta que obedecedor es, en el castellano antiguo, el que obedece.
Tú quizás que estás preguntándote: ¿Qué seré yo? ¿Seré diácono, tendré el don de ayuda, tendré el ministerio de profeta, tendré el don de cantar? Pues mira, aquí te lanzo un ministerio que, si lo abrazas, te va a calzar bien toda la vida y el cielo va a estar contento contigo: conviértete en un obedecedor, dócil a la voz de Dios y obediente a su palabra.
Recuperando la palabra ‘obedecedor’
Aunque hoy se considera en desuso, “obedecedor” es una palabra real, registrada en 1803. Tiene fuerza propia como sustantivo (no solo adjetivo, “obediente”). Aparece por primera vez en el diccionario de la Real Academia en 1803: Obedecedor, el que obedece. Y también se puede equiparar con sinónimos como cumplidor y hombre dócil.
Es interesante que este verbo, el verbo obedecer, se ha quedado sin un sustantivo, cuando hay tantos otros verbos que tienen un sustantivo: de nadar, nadador; de lavar, lavandera o lavandero; de correr, corredor; luchador del verbo luchar; etc. Sin embargo, este, el verbo obedecer, no tiene sustantivo para nombrar a los que son obedientes. ¡Pero sí que lo tiene! Lo que pasa que se está extinguiendo, es prehistórico, es un dinosaurio del castellano. Por eso digo que merece la pena que lo resucitemos. Nosotros, que nos dedicamos a esto de ser obedientes, deberíamos reclamar el sustantivo: obedecedores.
También he encontrado un escrito de José Joaquín Virues y Spinola. El texto se llama Nueva Traducción y Paráfrasis en Romances Españoles de los Salmos de David y fue impreso en 1825. En el Salmo 103, verso 20, donde en mi Biblia declara: “Bendecid al Señor vosotros, sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis su mandato, obedeciendo la voz de su palabra”. Pero en la paráfrasis de José Joaquín, dice: “Bendecid al Señor vosotros, sus ángeles, dóciles a su palabra y obedecedores puntuales de su ley”.
Cuando todavía se usaba esta palabra, se definían a los ángeles como dóciles y, por lo tanto, obedecedores de la voluntad del Señor. Nosotros, sin temor a equivocarnos, podemos decir que en el cielo hay obedecedores que adoran al Señor, que son los ángeles. Y, en última instancia, nosotros somos el ejército de Dios, siervos suyos en la tierra y debemos ser tan obedecedores como los ángeles.
Cristo, el obedecedor perfecto
Cristo en los días de su carne, habiendo ofrecido oraciones y suplicas con gran clamor y lágrimas al que podría, podía librarle de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era hijo aprendió obediencia por lo que padeció. Y habiendo sido hecho perfecto, vino a ser fuente de eterna salvación para todos los que le obedecen. (Hebreos 5:7-9)
Jesús aprendió obediencia por lo que padeció y fue perfeccionado para ser fuente de salvación, para quienes le obedecen. No fue solo salvador, sino salvador por ser obedecedor, y ese mismo llamado lo tenemos nosotros.
Jesús aprendió obediencia y se convirtió en un obedecedor. Fue salvador, en su calidad de perfecto obedecedor. Y todos los que son salvos también tenemos un llamado a convertirnos en obedecedores, porque Jesús es fuente de eterna salvación para todos los que le obedecen.
Sabemos que la salvación es por el arrepentimiento y por la fe; perfectamente podría decir, “para todos los que creen en él”. Pero es que los que de verdad nos hemos convertido y los que de verdad creemos en Él, somos los que le obedecen, y nos tenemos que caracterizar porque somos obedecedores. Jesús es el Maestro que consiguió aprender obediencia; nosotros somos de verdad discípulos cuando nos hacemos obedecedores del Señor.
Me gustaría, como una meta, llegar a ser un obedecedor. Algunos están locos por ser pastores y apóstoles. No sé si saben bien a qué se están exponiendo. Pero yo te animo, de todo corazón, a ser un obedecedor.
Etimología y riqueza del término
¿Cómo se ha formado este sustantivo obedecedor? Es del verbo obedecer y entonces aparece el sufijo ‘dor’. Obedecer se suma con ‘dor’ y tenemos obedecedor. Pero el sufijo ‘dor’ es un sufijo muy importante en la lengua castellana. Sirve para tres cosas.
- Con el sufijo ‘dor’ haces agentes. Por ejemplo, leña-dor. Y ya tenemos el tipo que se dedica a cortar la leña. El que maquilla sería un maquilla-dor. Y el que predica, es un predica-dor.
- También el sufijo ‘dor’ se usa para instrumentos. Por ejemplo, lo que desatornilla es un destornilla-dor y lo que enciende es un encende-dor.
- Finalmente, el sufijo ‘dor’ se usa para los lugares. Donde se come es un come-dor. Donde se para es un para-dor.
El ministerio olvidado
Un obedecedor es un agente y herramienta en manos de Dios. El padre necesita obedecedores, esto es, agentes que se dediquen a obedecer. En el reino de los cielos tenemos un llamado a ser obedecedores como instrumentos que el Espíritu pueda usar. Me imagino al Padre con su caja de herramientas diciéndole al Hijo: “Hijo, necesito esa herramienta que sirve para obedecer”. Y el Hijo echa mano de ella y le responde: “Toma, Padre, lo que tú necesites no es un destornillador, ni un percutor... Tú necesitas un obedecedor”. Ruego a Dios que te pueda encontrar a ti (y también a mí) como un instrumento útil para hacer buenas obras en la tierra.
Y también, a la Iglesia la podríamos llamar el obedecedor. Vamos a comer algo al comedor. Pues en la misma lógica: vamos a ese lugar donde se trata de obedecer. ¡Sí, vamos al obedecedor! Yo soy parte de una iglesia donde a lo que nos dedicamos es a obedecer. Me encantaría que nuestro ministerio fuese un obedecedor: donde Dios te enseña a obedecer y donde, el que es salvo, es naturalmente no solo creyente, sino también obedecedor.
Dios busca obedecedores
Dios necesita obedecedores más que expertos. Es más, yo creo que en la universidad debería haber una carrera que sea la carrera de obedecedor. Y que uno, como padre, diga: “Uy, ¡cómo me gustaría que mi hijo fuera obedecedor! Y tiene la vida resuelta”. En los anuncios, ya no en el periódico, pero sí en internet, diría: “Se busca obedecedor” para tal multinacional o para la ferretería fulana. Y aunque nos causa gracia, no es ninguna broma, porque más de uno tiene un título muy bueno, pero es un desastre como obedecedor.
Un hombre tenía una gran empresa y estaba muy cansado con los trabajadores, con sus ingenieros y sus empleados en general; por tanto, necesitaba sangre fresca. Hizo una entrevista de trabajo y dijo: “La voy a hacer yo directamente, porque sé lo que quiero, el perfil que busco”. Y puso el anuncio.
Empezaron a desfilar jóvenes por la empresa. Todos tenían un buen currículum: eran ingenieros, con experiencia, hablaban diferentes idiomas (inglés, francés, etc.). Y el hombre fue entrevistando a todos, pero se dejó para el final el currículum más raquítico, ese currículum que dice: “hombre, voy a terminar ya la jornada, es el último y lo entrevisto por terminar la tarea, no porque realmente me interese lo que veo en su historia laboral.
Lo sienta y dice: “La verdad es que usted se ha licenciado de ingeniero, pero aquí no me pone mucho, ni idiomas, ni experiencia... ¿Y qué sabe hacer usted?”. Se quedó pensando aquel joven, y dice: “Mire, a mí se me da muy bien algo”. “¿Qué? ¿Qué sabe hacer usted?”, lo interpela el empresario. “Yo sé hacer caso”. “¿Cómo?”, responde extrañado el entrevistador. “¡Sí! ¡A mí se me da bien hacer caso!”. Y, después de pensar cinco segundos, sentenció: “Usted es el hombre que yo necesito, porque estoy desesperado. En esta empresa nadie me hace caso. ¡Contratado!”.
La tragedia de oír sin obedecer
Si nosotros le rendimos a Dios nuestro oído en obediencia y somos obedecedores, quedamos consagrados para poderle servir. Pero si tú no le das tu oído como un obedecedor, si no dejas que el Señor te unja el oído, por mucho que estés en la Iglesia y eres salvo, en cuanto al servicio, quedas invalidado.
Hay muchos cristianos que oyen, oyen, oyen... pero no son obedecedores. De manera que no están viviendo en la consagración y en la plenitud. Hay que ir a la plenitud. Como Jesús fue perfeccionado en la obediencia, nosotros tenemos que ser perfeccionados también en la obediencia. Oír es obedecer. Y cuando tu oído está consagrado para obedecer, también tus manos y tus pies lo están.
Ahora bien, cuando hay un sacerdote que no tiene su oído consagrado y no está viviendo como un obedecedor, entonces eres un mutilado
tú como sacerdote le consagras al Señor tu oído como una ofrenda de consagración, tus manos quedan ungidas y tus pies quedan ungidos. Y Dios te va a poder usar.
Dice ocho veces en Apocalipsis: el que tenga oídos para oír, que oiga.... Si Cristo ha venido a tu vida y por gracia te ha salvado, te ha dado oído. Pero dice: ¿El que tenga oído, ya oye? No. ¡El que tenga oído, que oiga! ¿Eso qué quiere decir? ¡Que yo tengo que usar el oído! ¡Que yo tengo que tomar una decisión de obedecer a mi Señor! El que tenga oído, que oiga. Oír te puede salvar la vida. ¡Obedecer te puede salvar la vida!
Mis fracasos más grandes como ministro han sido por oír y olvidar. Oír y acumular información, pero no hacer. No tomarme en serio la voz y la advertencia del Señor y entonces pagar las consecuencias. Cuidado. No hay que tomar esto a la ligera.
La voz de Dios nos compromete
Dios no busca sacrificios, sino que le escuchemos (Jeremías 7). Si su pueblo le oyera, Él subyugaría a sus enemigos (Salmo 81). En Sinaí, Israel fue consagrado al oír su voz (Éxodo 20). Y Josué exhortó al pueblo a decir: “Su voz obedeceremos” (Josué 24). Literalmente, en hebreo, dijeron: Al Señor nuestro Dios serviremos y su voz escucharemos. Pero se traduce: “y su voz obedeceremos”. Porque si eres un oidor, eres un obedecedor.
Más allá del servicio o los dones específicos, Dios busca gente con el oído consagrado, es decir, que viva comprometida con obedecer su voz.
En conclusión, nuestro mayor ministerio es ser obedecedores, como lo fue Jesús. Solo así seremos instrumentos útiles, firmes y consagrados. Como Iglesia le pido al Señor con todo mi corazón que seamos un ministerio de obedecedores, de gente con el oído consagrado. Jesús fue Salvador porque fue obedecedor y nosotros seremos siervos eficaces, como Él, cuando consagremos nuestro oído para obedecer a Dios.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Soliloquios - De ministerio, obedecedor