La cuarta dimensión y el caballo de Ricardo III

‘Por un clavo se perdió una herradura, por una herradura un caballo, por un caballo una batalla, por una batalla un reino’

    13 DE JULIO DE 2025 · 08:00

    Tommaso Curre. Unsplash,Guerrero caballo, jinete guerra
    Tommaso Curre. Unsplash

    ¿Cuál es la vida que ansían todos los hombres? Las aspiraciones de cualquier persona normal incluyen tres dimensiones: salud física, mental y emocional; un trabajo u ocupación satisfactorio; felicidad familiar y buenas amistades.

    El problema es que, para muchos, este ideal de “salud, dinero y amor” es un ideal inalcanzable. Casi siempre, es porque les está faltando la cuarta dimensión que nos presenta el libro de Eclesiastés.

     

    El legado de Salomón

    Eclesiastés es un libro muy importante en la Biblia. Lo escribió Salomón al final de sus días y atesora toda su experiencia y las conclusiones a las que llegó tras investigar los asuntos más importantes de la existencia del hombre “bajo el sol”.

    Salomón reconoce que la vida es dura, que hay injusticias, que de todo se cansa uno, que todo es vanidad... Sin embargo, también declara lo que sería una vida plena para cualquier mortal, a saber, tener atendidas las cuatro dimensiones del ser humano:

    • La dimensión personal o individual: con salud física; las necesidades básicas suplidas; alegría de corazón; regocijo; y paz mental y emocional.
    • La dimensión laboral o de propósito: que vea mi trabajo como algo bueno y que tiene recompensa; que me goce en las obras de mis manos; que mi ocupación sea vocacional y de utilidad social.
    • La dimensión familiar y de amistad: que goce de la vida con mi cónyuge, hijos, amigos y otros seres queridos. Esto es inseparable de nuestra felicidad y también es don de Dios.

    Hasta aquí todos o la mayoría estamos de acuerdo. Pero en Eclesiastés descubrimos una cuarta dimensión que es tan importante como el clavo de la herradura del caballo de Ricardo III que veremos después.

    • La dimensión del espíritu y la devoción: la comunión con Dios, que implica piedad, adoración, fe, salvación y el gobierno del Creador sobre la criatura.

    Las tres primeras dimensiones están tan conectadas que no podemos poner una primero y otra después, pues deben formar un todo e ir a la par. Pero esta cuarta dimensión solo puede ocupar un lugar en nuestra vida: lo primero; lo que nos rige. Solo entonces será algo auténtico, que transforma nuestra existencia y que ordena el resto de las áreas del ser.

     

    La herradura del caballo de Ricardo III

    La anécdota de la herradura del caballo de Ricardo III —popularizada por Shakespeare en su obra Richard III— se basa en un proverbio tradicional inglés:

    "Por un clavo se perdió la herradura. Por una herradura, el caballo. Por el caballo, el jinete. Por el jinete, la batalla. Por la batalla, el reino. Y todo por un clavo."

    Este proverbio ilustra cómo un detalle pequeño, aparentemente insignificante, puede desencadenar consecuencias enormes si se descuida.

    “¡Un caballo!, ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!”, gritaba con desesperación aquel pobre hombre. Era el mismísimo Ricardo III, rey de Inglaterra. Fue William Shakespeare –en Ricardo III– quien inmortalizó aquella frase fatal, utilizada desde entonces para recordar que el descuido de los pequeños deberes ocasiona grandes calamidades.

    La mañana del 22 de agosto de 1485, el joven y cruel monarca, perdió la batalla –y la vida– en los Campos de Bosworth, contra su rival Enrique Tudor. Así terminó la Guerra de las Rosas. Según la Crónica de Hall, un texto que narra la historia de Inglaterra por esos años, Ricardo era perverso, colérico, envidioso, vengativo, ambicioso y traidor.

    Al amanecer de aquel día el palafrenero recibió órdenes de herrar el caballo de su majestad, llamado Surrey –según esta leyenda–. Corrió hacia la herrería y exigió colocar rápidamente las cuatro herraduras del animal. El sirviente le explicó que carecía de suficiente hierro y clavos; pero el criado lo obligó a moldear las piezas y acabarlas como fuera, con tal de cumplir el mandato de su señor; además, ya se escuchaban las trompetas del enemigo. Clavó las primeras tres herraduras; al llegar a la cuarta comprendió que le faltarían dos clavos, para sujetarla bien a la pezuña. El rey no podía esperar y así, a medias, ensilló el caballo.

    En lo más cruento de la batalla Ricardo espoleó a Surrey, y galopó hacia las líneas enemigas. De pronto, el animal perdió una herradura, tropezó, rodó y el jinete cayó al suelo. Antes de que este tomara de nuevo las riendas, Surrey había huido asustado. Y Ricardo quedó rodeado de enemigos, quienes lo mataron, desnudaron el cadáver y lo exhibieron al pueblo y más tarde lo ahorcaron.

    Si el herrero hubiera tenido tiempo de colocar los dos clavos faltantes, la historia hubiera sido otra. Por eso la gente repite: “Por falta de un clavo se perdió una herradura, por falta de una herradura, se perdió un caballo, por falta de un caballo, se perdió una batalla, por falta de una batalla, se perdió un reino, y todo… por falta de un clavo de herradura”.

     Así también nosotros podemos estar perdiendo la batalla de la vida no por grandes fracasos… sino por pequeños descuidos en áreas clave de nuestra existencia.

    Tal vez nunca sepamos si Ricardo perdió su reino literalmente por un clavo, pero lo cierto es que la historia y la leyenda coinciden en algo: cuando descuidamos lo pequeño, ponemos en riesgo lo más grande. Piensa, ¿qué clavo estás dejando flojo hoy en tu vida?

    Normalmente una herradura lleva entre 6 y 8 clavos por cada casco del caballo, dependiendo del tamaño del casco, la actividad del caballo y el tipo de herradura. Pues, así como una herradura no se sujeta con un solo clavo, nuestra vida tampoco se sostiene solo con salud o solo con trabajo. Necesitamos algo más: cuatro dimensiones. Pero basta que uno de esos clavos –dimensiones– falte, para que el caballo tropiece.

     

    “Por un clavo se perdió el reino”

    • 1. La salud: el clavo del cuerpo

    Eclesiastés 12:1-7: Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud… antes que se oscurezca la vista, se encorven los hombres fuertes, y la vida se apague… El sabio habla del deterioro físico, porque la salud no es para siempre y hay que saber cuidarla.

    Muchos descuidan su cuerpo hasta que enferman, pero el cuerpo es el caballo con el que debemos correr la carrera de la vida “bajo el sol”. Pablo, inspirado, fue demoledor al afirmar en 1 Corintios 3:16-18: ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.

    Cuida tu descanso, tu alimentación, tu equilibrio emocional, bajo el entendimiento de que somos morada de Dios, pues le pertenecemos al Santo Espíritu. Y sin salud todo lo demás está en peligro; se tambalea.

    • 2. El trabajo: el clavo del propósito

    Eclesiastés 2:24: No hay cosa mejor para el hombre, sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios. 

    Eclesiastés 3:13 y 22: ...  también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor. 22 Así, pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque esta es su parte; porque ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de ser después de él?

    La misma idea hallamos en Eclesiastés 5:18-20. Salomón probó riqueza, logros, posesiones… y todo le parecía vano. No trabajes solo por dinero. Trabaja con propósito. Sirve a Dios y a los demás con lo que haces. El trabajo es parte de nuestra dignidad, pero sin sentido eterno, se vuelve rutina vacía.

    • 3. La familia y los amigos: el clavo de las relaciones

    Eclesiastés 4:9-12: Mejores son dos que uno… y cordón de tres dobleces no se rompe fácilmente.

    Eclesiastés 9:9 Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de la vida de tu vanidad que te son dados debajo del sol, todos los días de tu vanidad; porque esta es tu parte en la vida, y en tu trabajo con que te afanas debajo del sol.

    El sabio reconoce que la soledad es una carga pesada. Una vida llena de logros, pero sin amor ni compañía, es una vida vacía. Por eso, hemos de cultiva nuestros vínculos. Perdonar, amar, invertir tiempo en quienes nos sostienen. Porque sin relaciones sanas, el corazón se enfría.

    • 4. La relación con el Creador: el clavo eterno

    Eclesiastés 12:1: Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento.

    Eclesiastés 12:13: El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre.

    Eclesiastés 2:26: Porque al hombre que le agrada, Dios le da sabiduría, ciencia y gozo; mas al pecador da el trabajo de recoger y amontonar, para darlo al que agrada a Dios. También esto es vanidad y aflicción de espíritu

    Aquí, Salomón cambia el tono: de lo “bajo el sol” pasa a lo eterno. Es el clavo olvidado… pero el más importante: el alma conectada con su Creador. Puedes tener salud, éxito, afectos, pero si este clavo falta, la herradura se soltará tarde o temprano. Sin Dios, nada permanece, ahora bien, con Él, todo tiene sentido.

     

    Revisa tus clavos

    ¿Está firme tu salud? Descuidar el descanso, la alimentación o el cuerpo puede afectar todas las demás áreas. Un cuerpo débil limita tus sueños, tu energía y tu ánimo. ¿Trabajas con propósito o solo sobrevives? Pequeñas decisiones mal tomadas, rutinas sin propósito o una ética quebrantada pueden llevar a frustraciones, despidos o desgaste. ¿Cómo están tus vínculos más cercanos? Una palabra no dicha, una llamada no hecha, una disculpa no pedida pueden desgastar relaciones vitales que son nuestro apoyo en la vida.

    ¿Y tu alma…? ¿Estás caminando con Dios o has olvidado ese clavo? Puedes tener buena salud, un gran empleo y buenas relaciones, pero si te falta este último clavo –la comunión con Dios– el alma se te descalza. Y sin un alma firme, todo lo demás puede derrumbarse.


     

    Conclusión

    A menudo no necesitamos grandes cambios para ser felices, sino prestar atención a los pequeños clavos que sostienen nuestro equilibrio. Y el clavo principal, el que asegura toda la herradura, es nuestra relación con el Creador. Porque cuando esa dimensión está firme, todo lo demás se alinea con nuestro propósito.

    "Por un clavo se perdió la herradura… y por la herradura, el reino”.
No pierdas tu vida por dejar una de estas dimensiones débil o descuidada. Recuerda cuál es la cuarta dimensión, la olvidada. Vuelve a Dios. Refuerza cada “clavo” de tu “herradura”. Solo así tendrás una existencia plena y vivirás con sentido.

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Soliloquios - La cuarta dimensión y el caballo de Ricardo III

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