‘La zarza ardiente: leyendas y cuentos de Israel’

Seis cuentos judíos breves con enorme significado, de Erna C. Schlesinger.

    16 DE MARZO DE 2025 · 08:00

    Portada del libro,
    Portada del libro

    Erna C. Schlesinger fue una autora judía que residió en Buenos Aires, Argentina, y se destacó por sus escritos sobre la religión y cultura judía. Nació alrededor de 1902 y falleció en 1959. Estaba casada con el rabino William Schlesinger y era hija del rabino John-Yonah Cohn y Jenny (Grunet) Cohn. La contribución de Erna C. Schlesinger a la literatura judía en español ha sido significativa, proporcionando recursos valiosos para la comprensión y práctica de la cultura y religión judía en América Latina.

    Entre sus obras más destacadas se encuentran: Tradiciones y Costumbres Judías; Mil preguntas y respuestas sobre judaísmo; Tejiná: Oraciones y Meditaciones para la Mujer Judía; y Especialidades de la cocina judía.

    Pero hoy quiero destacar su obra “La zarza ardiente: leyendas y cuentos de Israel”, una recopilación de leyendas y relatos tradicionales de la cultura israelí, de donde extraemos los seis cuentos o leyendas de nuestro artículo.

     

    1. LA VIÑA DE NOÉ

    Cuando Noé, después del Diluvio, estaba plantando su viña, apareció repentinamente Satanás indagando sobre la naturaleza de tal empresa. Noé le explicó que las cepas dan un fruto que, tanto fresco como desecado, es dulce y alegra el corazón del hombre. Satanás le preguntó:

    —¿Quieres cuidarlo juntamente conmigo? Te prometo que conseguiré el mejor abono.

    Así lo acordaron, y Satanás trajo, uno tras otro, una oveja, un león, un tigre, un cerdo y un mono; matólos y anegó con su sangre la tierra de la viña. El malvado y astuto Satanás sabía muy bien lo que hacía.

    Hasta hoy día se notan en los hombres que beben el vino las características de las fieras con cuya sangre la vid se nutrió.

    Si toman un poco, están suaves y tranquilos como una ovejita. Si beben en cantidad mayor, se sienten fuertes como el león y gritan: «¿Quién se atreve conmigo?». Pero si siguen bebiendo, se tornan salvajes como el tigre. Y si no tienen medida para tomar, se transforman en cerdos, ensucian sus ropas, se revuelcan en la tierra y parecen monos, ridiculizándose hasta constituir un espectáculo para quienes los rodean.

     

    1. EL ZORRO Y LA VIÑA

    En una de sus correrías, el zorro de este cuento llegó hasta una viña, rodeada por un cerco de alambre, y cuyas uvas deliciosas lo tentaban.

    Para gran alegría suya descubrió una apertura en el alambrado, pero que resultaba muy pequeña para poder pasar. Se le ocurrió entonces que, ayunando durante tres días, reduciría el volumen de su cuerpo, podría pasar por el hueco e iniciar entonces el asalto a la deliciosa fruta.

    Así ocurrió, y el zorro se resarció abundantemente por el hambre pasada, viviendo un par de días en la mayor abundancia.

    De pronto, le asaltó el temor de ser descubierto por el dueño del viñedo, y dióse a buscar la abertura del cerco por donde tuviera acceso a su regio banquete. Pero ¡oh dolor!, de nuevo tuvo que ayunar hasta quedarle la piel pegada a los huesos, pues de otro modo no podía atravesar el estrecho pasaje. Consumido y mustio, dirigió una mirada melancólica a las cargadas cepas, diciendo:

    —Ya no me tentaréis. Hambriento entré y de igual forma salgo de aquí.

    Lo mismo ocurre con los hombres: nacen desnudos, con los brazos apretados contra el cuerpo, como diciendo: «Mío es el mundo». Pero, a pesar de todos los goces y del amontonamiento de dinero, se alejan de la vida con los brazos colgando, como queriendo expresar: «Nada me ha quedado».

     

    1. RECOMPENSA EN DINERO O SABIAS ENSEÑANZAS

    Tres hermanos llegaron a la corte del rey Salomón para ser sus discípulos. Le sirvieron durante tres años, al cabo de los cuales sintieron tanta nostalgia de sus hogares y esposas que pidieron al rey permiso para regresar.Salomón mandó llamar a su tesorero, a quien ordenó traer trescientas monedas de oro. Luego habló a los tres hermanos así:

    —Me habéis servido fielmente, muchos años, y deseo entregaros vuestra justa recompensa. ¿Preferís llevar para el camino cien monedas cada uno o tres consejos prudentes?

    Los tres hombres se decidieron por el dinero, lo recibieron y se despidieron agradecidos con su señor. Sin embargo, durante el viaje, el más joven se arrepintió de haber aceptado la paga, regresó al palacio del rey, le devolvió su parte del dinero y rogó:

    —¡Oh, rey de la sabiduría y la justicia! Llegué hasta tu corte no para ganar dinero, sino para aprender de ti. Dame las tres enseñanzas de que hablaste y permite que devuelva las monedas.

    Salomón se alegró porque al menos uno de sus discípulos no se entregaba al deseo de bienes materiales, y le regaló su sabiduría:

    —Mis tres enseñanzas son estas: Cuando haces un viaje, ocúpate de conseguir alojamiento antes de caer la noche y abandónalo de madrugada. Cuando encuentres un arroyo cuyas aguas estén revueltas, espera hasta que recobre su tranquilidad antes de cruzarlo. Y cuídate de no ser indiscreto, así sea con tu propia esposa. Teniendo presente en todo momento estos tres consejos, lograrás el bienestar y la alegría en la vida.

    El joven agradeció las advertencias, montó en su asno y no tardó en alcanzar a sus hermanos. Al declinar la tarde, propuso que buscaran albergue, pero sus hermanos no eran de su parecer y prosiguieron el camino, mientras el menor se dirigía a una posada donde pasar la noche. Al despuntar la mañana, cabalgó en busca de sus hermanos a quienes encontró muertos, helados en el campo, donde los había sorprendido una tormenta de nieve. Los enterró, guardó el dinero de ellos y prosiguió su camino.

    Al mediodía llegó a un arroyo cuya corriente era muy turbulenta a causa de la nieve derretida. Decidió esperar y descansar a su orilla, recordando los consejos de Salomón. Al poco tiempo se acercaron al arroyo dos viajeros que se burlaron de su prudencia. Condujeron sus animales cargados con pesadas bolsas repletas de oro, pero la corriente impetuosa los arrastró en el acto, ahogándose tanto los hombres como las bestias. Hacia el anochecer, disminuyó la fuerza del río y el joven vio en el fondo del agua la valiosa carga de los viajeros. Recogió el oro, llegó hasta la orilla opuesta y arribó felizmente a su casa convertido en hombre rico.

    Las cuñadas, como es natural, estaban ansiosas por tener noticias de sus respectivos maridos, y para no sumirlas en dolor, evadió el joven durante largo tiempo la respuesta... Sin embargo, un día, incapaz ya de recordar el tercero de los consejos, contó a un amigo toda la aventura del regreso y reveló el fin de sus hermanos. Su amigo guardó el secreto con todos, excepto con su hermano. El hermano del amigo fue discreto con todos, salvo con su esposa. La esposa, que conocía a las cuñadas, no pudo callar la nefasta noticia y advirtió a las viudas de que seguir esperando a sus esposos era en vano...

    Evidentemente, no tardó en circular por la región el rumor de que el joven rico vivía de la fortuna de sus hermanos a quienes, lo más probable, habría matado en el camino. Las dos cuñadas arrastraron al presunto asesino ante el trono del rey, elevando ante aquél amargas acusaciones.

    Entonces, Salomón reconoció al que había sido su discípulo, y solemnemente le dijo:

    —Tres consejos te di para marcar tu conducta, pero sólo has seguido dos, descuidando el tercero y causando así tu propio infortunio. Quedas librado por esta vez de males mayores; retorna en paz a tu casa, pero recuerda siempre: si vas a guardar mi enseñanza, debes cumplirla toda; solo así llegarás a ser sabio.

     

    1. TRATO HONESTO

    De cierto infiel compró rabí Simeón un camello, y al sacar sus discípulos la montura para limpiarla, descubrieron debajo de ella algunos diamantes.

    —Mirad, maestro, cómo obsequia Dios a quienes siguen su camino —le dijeron—. Desde ahora no necesitarás preocuparte por tu manutención y podrás dedicar tu vida exclusivamente al estudio de la Torá.

    —Yo compré un camello y no piedras preciosas —respondió el sabio, devolviéndolas a su asombradísimo dueño. Pero conservó para sí la joya de la honestidad.

     

    1. EL APRENDIZ INGENIOSO

    Un joven, hijo de un rico comerciante londinense, sintiéndose ávido de sabiduría, abandonó secretamente la casa de sus padres con el propósito de buscar un profesor talmudista más eficaz que el que enseñaba en su ciudad natal. A pesar de las dificultades que ofrecía el largo viaje, se encaminó a Córdoba, donde enseñaba Rabí Moisés ben Maimón (Maimónides). Pero lo que impulsó al joven a dirigirse al sabio español, no fue solamente su conocimiento de los libros sagrados, sino su mundialmente famoso dominio de la medicina, la astronomía y la física. En el afán de ser introducido por el sabio en todos los aspectos de su vasta ciencia, se le ocurrió una treta para poder enterarse hasta de los menores detalles. Fingiose sordomudo y dio a entender, por medio de gestos implorantes, que quería servir como criado en casa del rabí. Este se apiadó del pobremente vestido muchacho y lo tomó a su servicio, utilizándolo como asistente en todos sus experimentos químicos y físicos. El sirviente sordomudo, que era sumamente hábil, aumentaba sus conocimientos teóricos estudiando los libros durante la ausencia del maestro. A los pocos años, su sabiduría no iba muy a la zaga de la de su amo.

    Ocurrió en aquel tiempo que un distinguido español se vio atacado por cierta extraña enfermedad. En su cuerpo no se veía huella alguna de mal, pero, con intervalos cada vez más cortos, lo acometía un vértigo que lo arrojaba al suelo. Fueron consultados los más célebres médicos, sin que hallaran la causa que producía ese raro fenómeno.

    El estado del paciente empeoraba día a día, hasta que, por fin, decidiéronse a llamar al médico judío, Maimónides, en vista de que fracasaban las artes de los famosos y bien remunerados doctores de la corte.

    El sabio dio de inmediato su diagnóstico: El español era víctima de un gusano cerebral, y únicamente levantando la tapa de los sesos podría localizarse el mal.

    El paciente se negó, al principio, a someterse a tan peligrosa operación. Pero como sus padecimientos aumentaban en forma alarmante, por fin resolvió hacerse operar.

    Alrededor de la mesa de operaciones se reunió una gran cantidad de médicos, deseosos de aprender, que vieron, llenos de asombro, a Maimónides realizando la trepanación, asistido por su ayudante sordomudo, y aparecer un gusano en el cerebro del enfermo. Ya el cirujano iba a tomar una pinza para alejarlo, cuando una voz completamente desconocida para él, exclamó a su lado:

    —¡Detente, maestro, pues de lo contrario matarás al enfermo! Con este instrumento lesionarás el delicado tejido. Es preferible que tomemos una hoja verde y con ella atraigamos al gusano hacia afuera.

    Maimónides reconoció que su discípulo lo había engañado y que era muy capaz de hablar, pero en ese instante de gran tensión reprimió el enojo e hizo lo que le dijera su criado.

    El noble curó y Maimónides fue elevado a la categoría de médico de la corte.

    Su discípulo, que hasta entonces no fuera más que un servidor sordomudo, se transformó en el más inseparable amigo y eficaz colaborador, hasta el fin de sus días.

     

    1. EL COMERCIANTE EN VINO Y SU COCHERO

    El famoso rabino de Praga Yejeskel Landau fue interrumpido en sus estudios por la visita de dos hombres, a quienes reconoció como provenientes de Polonia por sus vestiduras.

    Después de las palabras de presentación, acerca del lugar de donde llegaban y de la meta de su viaje, ambos expusieron de inmediato lo que deseaban.

    Uno de ellos contó que era el comerciante en vino José Cohen, de Varsovia, quien, con su cochero, Jayim Geilis, se hallaba en viaje de negocios.

    Una mañana descubrió que el bolso de dinero, que contenía todo su capital, cien ducados, había desaparecido y que el hasta entonces decente y honrado cochero, lo había declarado propiedad suya, adoptando el papel de dueño.

    Jayim sostenía, por supuesto, que él era el rico comerciante y que consideraba a Cohen su auriga.

    Ya que no podían ponerse de acuerdo, resolvieron pedir al honorable rabino que averiguase quién era el culpable y que pronunciase su fallo.

    Rabí Landau dejó que sus visitantes le presentaran sus respectivas quejas, oyendo ambas exposiciones, dichas con el más sincero tono de indignación, y tan parecidas, que al sabio le era imposible distinguir al tramposo del trampeado.

    Pero, al cabo de un rato de meditar con la mirada fija en el vacío, creyó haber dado con la solución.

    Pidió a los viajeros que volvieran al día siguiente, a una hora determinada, y dio orden a su criado que, contra su costumbre, no dejara entrar a nadie sin anunciarlo previamente.

    Los dos judíos polacos llegaron a casa del rabino al mismo tiempo, como si se hubieran puesto de acuerdo, y se los hizo esperar un rato en la antesala. De pronto, se abrió la puerta del salón de estudio, y Rabi Landau exclamó:

    —¡Cochero, entra!

    Jayim, acostumbrado a oírse llamar así, saltó automáticamente de su asiento, al oír estas palabras.

    Por medio de una treta tan sencilla, el sabio descubrió de inmediato al culpable, a quien dio, con voz de trueno, un grave sermón. La noticia del ingenioso proceder del rabino Landau, que tan pronto descubriera la verdad, se extendió por toda Bohemia, y el prestigio de que gozaba entre sus correligionarios se divulgó más aún.

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Soliloquios - ‘La zarza ardiente: leyendas y cuentos de Israel’

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