50 verdades de Bounds sobre la oración, para pastores y predicadores

Estos principios han inspirado a multitudes de creyentes a consagrar, no una hora ni dos, sino toda una vida a la oración.

    26 DE ENERO DE 2025 · 08:00

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    Edward McKendree Bounds, más conocido como E. M. Bounds, tenía ideales mucho más elevados que los de otros hombres. ¿Se ha acabado totalmente esta raza de personas al morir? Oremos para que no sea así.

     

    Breve reseña biográfica

    Bounds, nació en Shelbyville, Missouri, el 15 de abril de 1835. Este pastor metodista, pasaría a la fama mundial gracias a sus escritos sobre la oración. Bounds dejó su legado espiritual en manuscritos que luego fueron recopilados por un pastor amigo suyo, y publicados siete años después de su muerte (*).

    Estos escritos han inspirado a multitudes de creyentes a consagrar, no una hora ni dos, sino toda una vida a la oración.

     

    Las 50 verdades de Bounds sobre la oración

    1. Todos los avivamientos de los que tenemos noticia han sido ungidos por la oración. El asombroso avivamiento en Shorts (Escocia), en 1630: sabiendo que varios ministros habían pasado la noche orando, el predicador aceptó predicar. Hubo quinientas conversiones con ese solo sermón, al que precedió la oración.
    2. “Cierto predicador, cuyos sermones producían muchas conversiones, recibió una revelación de Dios haciéndole saber que no eran sus sermones ni todo su trabajo, sino las oraciones de un hermano analfabeto, que se sentaba en los escalones del púlpito, suplicando por el éxito de los sermones. Lo mismo puede llegar a ocurrir con nosotros el día que se manifiesten todas las cosas. No es extraño que, después de trabajar fuerte y agobiantemente, todo el honor pertenezca a otro constructor cuyas oraciones eran de oro, plata y piedras preciosas, mientras nuestros sermones sin oración no eran más que paja y rastrojo”. Charles Haddon Spurgeon.
    3. El hombre hace al predicador, pero Dios debe hacer al hombre. El predicador es más que un sermón, ya que el predicador hace el sermón. Así como la leche vital que brota del pecho de la madre que da de mamar no es otra cosa que el fluir de su propia vida, así también todo lo que el predicador dice está teñido, impregnado, de lo que el predicador es.
    4. Predicar no es dar una conferencia de una hora, es el fluir de una vida. Lleva veinte años hacer un sermón, porque lleva veinte años hacer un hombre. El sermón tiene fuerza porque el hombre tiene fuerza. El sermón es santo porque el hombre es santo. El sermón está lleno de la divina unción porque el hombre está lleno de la divina unción.
    5. El poder del amor debe constreñir al predicador como una fuerza excéntrica, dominante, que lo impulsa y lo hace olvidarse de sí mismo. La energía de la autonegación debe ser su esencia, su corazón, su sangre y sus huesos. Debe andar como un hombre entre los hombres, vestido de humildad, permaneciendo en mansedumbre, sabio como serpiente y manso como paloma; con la actitud del siervo y el espíritu de un rey, como un rey de andar elevado, majestuoso e independiente, y con una sencillez y dulzura de un niño.
    6. Los hombres muertos producen sermones muertos, y los sermones muertos matan.
    7. El predicador debe entregarse a la labor de salvar hombres. Sinceros heroicos, compasivos, mártires valientes, así deben ser los hombres que se ocupan de modelar una generación para Dios. Si buscan la aprobación de los hombres o temen a los hombres, si su fe no está fuertemente asentada en Dios y en su Palabra, si la negación de sí mismos se quiebra por cualquier contacto con el yo o con el mundo, no puede alcanzar a la iglesia ni al mundo para Dios.
    8. La predicación más severa y fuerte del predicador debe ser para sí mismo. Su labor más difícil, delicada, laboriosa y completa debe ser consigo mismo. No son grandes talentos ni gran aprendizaje ni grandes predicadores, Dios necesita hombres grandes en santidad, grandes en fe, grandes en amor, grandes en fidelidad, grandes para Dios, hombres que estén siempre predicando con sermones santos en el púlpito y con vidas santas fuera de él. Estos son los que pueden modelar una generación para Dios.
    9. El verdadero sermón se prepara en la recámara. El hombre, el hombre de Dios, se hace en la recámara. Su vida y sus más profundas convicciones nacieron en la comunión secreta con Dios. La agonía sollozante y pesada de su espíritu y los mensajes más llenos y más dulces los obtuvo estando a solas con Dios.
    10. La oración modela al hombre; la oración modela al predicador; la oración modela al pastor.
    11. Todo predicador que no haga de la oración un factor poderoso en su propia vida y ministerio es débil en la obra de Dios y carece de poder para difundir la causa de Dios al mundo.
    12. La predicación que mata es la predicación que no es espiritual. La predicación que mata es la letra; puede tener buena forma y buen orden, pero sigue siendo letra seca y fría. Son semillas de invierno, duras como el suelo en invierno, frías como el aire de invierno, que no se deshielan ni germinan por sí mismas. La verdad que no está vitalizada por el Espíritu de Dios mata igual o mucho más que el error. Puede haber lágrimas, pero las lágrimas no hacen funcionar la maquinaria de Dios; son nada más que una pintura superficial; la emoción del actor y la sinceridad del abogado; el catedrático puede usurpar el lugar e imitar el fuego del apóstol; el cerebro y los nervios pueden hacerse cargo y fingir la obra del Espíritu. Como un campo que se siembra con perlas.
    13. El gran obstáculo está en el mismo predicador, que no tiene en sí mismo las poderosas fuerzas que producen la vida. Todo puede estar bien en cuanto a su ortodoxia, honestidad, limpieza, sinceridad; pero de alguna forma el hombre interior, no ha sido quebrantado en secreto y humillado ante Dios y su vida interior no es una avenida abierta a la transmisión del mensaje de Dios, del poder de Dios. Su ser interior nunca ha sentido la total bancarrota espiritual, su absoluta falta de poder; no ha aprendido a clamar con una inefable exclamación de desesperación e impotencia hasta que el poder de Dios y el fuego de Dios entre y lo llene, lo purifique, lo fortalezca.
    14. Para hacer una predicación que produzca vida el predicador debe morir a sí mismo, crucificarse al mundo, trabajar sobre su propia alma. Solo una predicación basada en la auto-crucifixión puede dar vida.
    15. La predicación que mata puede ser, y a menudo lo es, ortodoxa. Enseñanza limpia y bien recortada, puede no ser más que la letra bien conformada, bien pronunciada, bien aprendida, la letra que mata. Nada es tan muerto como la ortodoxia muerta.
    16. La predicación que mata puede tener sentido académico y crítico, etimología y gramática; la letra hasta la perfección como Platón o Cicerón; como abogado estudia para hacer la presentación con que va a defender su caso; y sin embargo no ser más que un trozo de hielo mortal. Puede ser elocuente, esmaltada con lírica y retórica, iluminada por el genio y no ser más que las bellas y exóticas flores con que se rodea a un cadáver. ¡Qué desolación produce esa predicación!
    17. La predicación que mata es una predicación sin oración. El predicador débil en la oración es débil para producir vida. Puede haber oración profesional, solo contribuye a hacer más mortífera la predicación. Gran parte de las actitudes irreverentes y de la falta de devoción en la oración congregacional se deben a la oración profesional hecha desde el púlpito.
    18. Es necesario rogar que en el púlpito haya oraciones hechas en el Espíritu Santo, ardientes, sencillas y ungidas.
    19. Una escuela que enseñara a los ministros a orar como Dios quiere que oremos, beneficiaría más a la verdadera piedad, a la verdadera adoración y a la verdadera predicación que todas las escuelas teológicas.
    20. Spurgeon dice: “El predicador se distingue sobre los demás como un hombre de oración. Debe orar como un cristiano común, de lo contrario sería un hipócrita. Debe orar más que un cristiano común, de lo contrario no será apto para el oficio que ha asumido. Todas nuestras bibliotecas y nuestros estudios no son nada comparado al aposento de la oración”.
    21. La oración es un trabajo serio de nuestros años más serios. El carácter de nuestra oración determinará el carácter de nuestra predicación.
    22. Quien no haya aprendido bien cómo hablar a Dios acerca de los hombres, nunca hablará bien ni con verdadero éxito a los hombres acerca de Dios.
    23. En la vida del predicador, en su estudio, en su púlpito, la oración debe ser una fuerza destacada que todo lo impregne. No debe ser un simple barniz. A él se le da la posibilidad de estar con su Señor “toda la noche en oración”. Predicador, mire a su Señor. Él se levantaba muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salía y se iba a un lugar desierto, allí oraba”. La oficina del predicador debiera ser una recámara, un Betel, un altar, una visión, una escalera por la que todo pensamiento pudiera subir al cielo antes de salir a los hombres; que cada parte del sermón fuera aromatizado por el aire del cielo y conformado seriamente ante la presencia de Dios.
    24. Del mismo modo que la máquina no se mueve hasta que se la arranca, así la predicación, con toda su maquinaria, su perfección y su brillo, está tan inmóvil como si estuviera muerta en lo que se refiere a sus resultados espirituales, hasta que la oración no enciende el motor y crea el movimiento.
    25. Mediante la oración, el predicador debe lograr colocar a Dios en el sermón. Debe movilizar a Dios hacia la gente antes de movilizar a la gente hacia Dios. Debe haber tenido audiencia y acceso a Dios antes de poder tener acceso a la gente. Un camino abierto hacia Dios es la mejor garantía de tener el camino abierto a la gente.
    26. Los hombres que son más poderosos ante Dios, en sus oraciones, son los más poderosos en el púlpito ante los hombres.
    27. El predicador ha recibido la comisión de orar, así como de predicar y su misión no está completa si no hace ambas cosas bien. “Metal que resuena o címbalo que retiñe” en cuanto a salvar almas y honrar a Dios de modo permanente si no hace ambas cosas bien .
    28. El predicador debe estar entregado a Dios en la más sagrada devoción. No es un profesional.
    29. El predicador, sobre todas las cosas, debe estar consagrado a Dios. Es la insignia y las credenciales de su ministerio. Si no predica por su vida, su carácter, su conducta, no predica en absoluto.
    30. La oración ayuda al corazón, hace que el predicador ponga su corazón en su sermón; pone también el sermón en el corazón del predicador.
    31. Un corazón preparado es mucho mejor que un sermón preparado. Hemos cultivado un gusto viciado en la congregación y hemos fomentado la exigencia de talento en lugar de gracia, de elocuencia en lugar de piedad, de retórica en lugar de revelación, de reputación y brillo en lugar de santidad. Por ello hemos perdido el poder de la predicación, la mordaz convicción de pecado, la autoridad sobre las conciencias y las vidas, que siempre resulta de una predicación genuina.
    32. Nuestro grave defecto no es la falta de conocimiento, sino la falta de santidad. No meditamos en su Palabra, no esperamos, ni ayunamos, ni oramos suficiente. Este es el gran obstáculo de nuestra predicación.
    33. ¿Puede la ambición predicar el Evangelio de Aquel que se negó a sí mismo y tomó la forma de siervo? ¿Puede el hombre orgulloso, vano, predicar el Evangelio de Aquel que era manso y humilde? ¿Puede el de mal carácter, impulsivo, egoísta, duro, mundano, predicar el mensaje que concuerda con la paciencia, la negación, de sí mismo, la ternura?
    34. El predicador que ha perdido la unción ha perdido el arte de la predicación. Por la unción la verdad de Dios resulta poderosa, interesante, mueve y atrae, edifica, convierte y salva. Hasta la verdad de Dios, pronunciada sin esta unción, es luz muerta. Spurgeon dijo: “El que predica reconoce su presencia y el que escucha advierte su ausencia”. El misterio de la unción espiritual es que la conocemos, pero no podemos decirles a otros qué es. La unción no es algo que puede fabricarse, y sus falsificaciones valen menos que nada. La unción no tiene precio, y es totalmente necesaria si pretendemos edificar creyentes y traer pecadores a Cristo.
    35. Es esta unción la que le da precisión, agudeza y poder a las palabras del predicador y que produce movilización y quebranto en muchas congregaciones muertas. Las mismas verdades se han dicho con toda exactitud de la letra; con toda suavidad; pero no hubo señales de vida. El mismo predicador recibe el bautismo de la unción. La unción penetra y convence la conciencia y quebranta el corazón. La unción inspira y aclara su intelecto, le da intuición y perspicacia y poder protector; le da ternura, pureza y fuerza nacidas del corazón. Amplitud, libertad, plenitud de pensamiento, precisión y simplicidad en la expresión. La sinceridad puede sustituirse o confundirse con la unción. La honestidad puede ser sincera, seria, ardiente, pero todas estas fuerzas no se elevan más allá del hombre. Puede haber muy poco de Dios en ello, porque hay demasiado del hombre. ¿Pero qué hay de la unción? Es lo que distingue y separa a la predicación de todo discurso humano. Es lo divino en la predicación. Una espada de dos filos: Muere el pecado y vida. Enciende y apacigua; hace la guerra y trae la paz.
    36. Esta unción no viene al predicador en su oficina, sino en su recámara. Es lo que el cielo destila en respuesta a la oración. Hace de la Palabra un consolador, un defensor, un revelador, un buscador; hace del que oye un reo o un santo, le hace llorar y vivir como un gigante; abre su corazón y bolsillo.
    37. Una boca santa se forja a través de la oración, con mucha oración; una boca valiente se hace a través de la oración. La iglesia y el mundo le deben mucho a la boca de Pablo; la boca de Pablo debía su poder a la oración.
    38. La unción no es el don del genio. Es el don de Dios: la señal para sus propios mensajeros. Es la marca real dada a los elegidos, a los leales y valientes que han buscado el honor de esta unción a través de muchas horas de oración.
    39. Para quebrantar el pecado, ganar a los apartados y a los corazones depravados, para volver a la iglesia a sus viejos hábitos de pureza y poder, solo la unción sagrada puede lograrlo.
    40. La unción es el Espíritu Santo separando obreros para la obra de Dios y capacitándolos para ella. La unción es la capacidad especial. Sin esta unción no se obtienen verdaderos resultados espirituales.
    41. Cuando la unción divina está sobre el predicador genera a través de la Palabra de Dios los resultados espirituales que fluyen desde el evangelio; y sin esta unción no se obtienen estos resultados.
    42. La unción divina es la característica básica que distingue la predicación de cualquier otro método. Por ella la verdad está respaldada e imbuida de toda la fuerza de Dios.
    43. No es un don inalienable. Es un don condicional: se perpetúa y se acrecienta mediante la oración; por el deseo apasionado de llegar a Dios, buscándolo, considerando todo como perdida y fracaso si no se la posee. ¿Cómo y cuándo llega esta unción? Directamente de Dios, en respuesta a la oración.
    44. Oración, mucha oración, es el precio de la predicación ungida; oración, mucha oración, es la única condición para conservar esta unción. La unción, igual que el maná que se pretendía guardar, cría gusanos.
    45. Los apóstoles conocían el valor y la necesidad de la oración en su ministerio. Ponían extremado celo en evitar que otro trabajo importante pudiera agotar su tiempo e impedirles orar, “persistir en la oración y el ministerio de la Palabra” era su prioridad. Se consagraban al trabajo de la oración, “orando día y noche abundantemente”, dice Pablo. “Nos entregamos constantemente a la oración”, es el consenso de la actitud apostólica. ¡Conquistaban el poder de Dios para sus iglesias por medio de la oración!
    46. El predicador debe orar; se debe orar por el predicador también. Para enfrentar las temibles responsabilidades que tiene, requiere toda la oración que pueda hacer y toda la que logre que otros hagan por él.
    47. Pablo es un ejemplo de que el predicador debe ser un hombre entregado a la oración. También un ejemplo del apoyo de las oraciones de otros santos. Pide, suspira, ruega la ayuda de todos los santos. La unión hace la fuerza; la concentración y la suma de fe; el anhelo y oración aumentan el volumen de la fuerza espiritual. La combinación de las oraciones, como las gotas de agua, forman un océano que desafía toda la resistencia. Pablo se propuso hacer que su ministerio fuera irresistible reuniendo las oraciones.
    48. Los apósteles se entregaban a la oración; lo que más cuesta lograr que hagan los hombres y aun los predicadores.
    49. Muchos predicadores dirigen grandiosas y elocuentes conferencias sobre la necesidad del avivamiento y de la difusión del reino y, sin embargo, son escasos en su vida de oración.
    50. ¡Oh, que Dios me diese una fe más práctica en El! ¿Dónde está hoy el Dios de Elías? ¡Está esperando que Elías le llame!

     

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