Solo un dedo para la gloria de Dios
Tomé su mano y besé su dedo índice, porque era con este único dedo con el que ella había estado glorificando a Dios por largo tiempo.
24 DE NOVIEMBRE DE 2024 · 08:00

Llegamos a su departamento por la noche para evitar el ser detenidas. Nos hallábamos en Rusia, en la región de Lituania, sobre el mar Báltico (*). Elena y yo habíamos subido las escaleras para luego, por una pequeña puerta trasera, entrar a un departamento de una sola habitación. Por todas partes se veía apilamiento de mobiliario, evidencia de que la pareja de veteranos en la fe había vivido antes en una casa más espaciosa y mejor.
La anciana se hallaba sentada en un sofá sostenida por almohadas. Su cuerpo estaba retorcido y casi irreconocible a causa del temible mal de la esclerosis múltiple. Su desgastado esposo pasaba todo su tiempo cuidándola, puesto que ella era incapaz de moverse del sofá.
Crucé el aposento y la besé en sus mejillas surcadas de arrugas. Trató de enderezarse, pero los músculos del cuello estaban tan atrofiados que solo pudo mirarme y sonreír. Levantó la mano derecha lentamente en espasmos (era la única parte de su cuerpo que podía controlar) y con sus nudosos y deformados nudillos me acarició el rostro. Tomé aquella mano y besé su dedo índice, porque era con este único dedo con el que ella había estado glorificando a Dios por largo tiempo.
Al lado de su cama había una ya anticuada máquina de escribir. Todas las mañanas, su fiel esposo se levantaba y alababa al Señor. Después de atender las necesidades de la que había sido el amor de su vida esposa y administrarle un frugal desayuno, la sentaba en el sofá, sosteniéndola con almohadas para que no se cayera. Entonces, colocaba en frente de ella la vieja máquina de escribir sobre una mesita. De un viejo armario sacaba unas cuantas hojas de papel amarillo de mala calidad, y ella, con aquel único y bendecido dedo, ella empezaba a escribir. Todo el día y parte de la noche se dedicaba a esta tarea. Traducía libros cristianos al ruso, al latvio y al idioma de su pueblo, usando apenas aquel único dedo.
Tac... Tac... Tac...
Iba escribiendo página tras página, porciones de la Biblia, los libros de Billy Graham, de Whatchman Nee y de Corrie ten Boom. Todos salían de aquella destartalada máquina de escribir. Era esta la razón por la cual había venido: para darle mis agradecimientos.
La heroína de la fe tenía hambre de oír noticias acerca de estos hombres de Dios, a quienes ella nunca había visto, pero cuyos libros había traducido tan fielmente mente. Hablamos de Whatchman Nee, quien por entonces se hallaba prisionero en China, y le referí todo lo que yo sabía de su vida y ministerio. Le conté del maravilloso ministerio de Billy Graham y de las muchas gentes que estaban entregando sus vidas al Señor.
—Ella no solo traduce los libros de estos siervos de Dios —me dijo el esposo al pasar cerca, durante nuestra conversación—, sino que también todos los días ora por ellos mientras escribe. Algunas veces a su dedo le toma demasiado tiempo calentarse para teclear o para fijar el papel en la máquina, pero siempre está orando por aquellos cuyos libros traduce.
Contemplé su cuerpo deformado, su cabeza inclinada y sus piernas dobladas.
—¡Oh, Señor! ¿Por qué no la sanas? —exclamé en mi interior.
Su esposo, dándose cuenta de la angustia de mi alma, me dio la respuesta.
—Dios tiene un propósito en la enfermedad de ella. Uno de cada dos cristianos en la ciudad está vigilado por la policía. Pero porque ella ha estado enferma durante tanto tiempo, nadie la vigila nunca; nos dejan tranquilos y es ella la única persona en toda la ciudad que puede escribir a máquina tranquilamente sin que la policía se dé cuenta de ello.
Eché una mirada al minúsculo cuarto, tan congestionado de mobiliario de mejores días. En uno de los rincones estaba la cocina. Debajo del armario se hallaba la “oficina” del esposo, un escritorio desvencijado donde él ponía en orden las páginas que iban saliendo de la máquina de escribir, para luego distribuirlas entre los cristianos. Pensé en Jesús vigilando aquel tesoro y mi corazón saltó de gozo al saber que Él bendecía a aquella anciana enferma, la cual, al igual que la viuda que solo dio dos blancas, había dado todo lo que tenía para el Señor. ¡Cuán intrépida guerrera la que tenía delante de mis ojos!
Elena y yo regresamos a Holanda. Allí pudimos conseguir una máquina de escribir nueva y se la enviamos. Ahora podría hacer en sus traducciones copias al carbón.
Hoy recibimos carta de su esposo. En las primeras horas de una mañana de la semana pasada, su esposa había pasado a la presencia del Señor. Pero (añadía) ella había estado trabajando hasta la media noche anterior, escribiendo con aquel único dedo para la gloria de Dios.
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Esta es una historia verídica y conmovedora, de mediados del siglo XX, en la que una Corrie ten Boom que recorre el mundo con Elena, su ayudante, su Biblia y su maleta, llega a la Rusia comunista y en medio de la feroz persecución descubre a dos ancianos anónimos y humildes, pero que son a todas luces verdaderos héroes de la fe.
Abordar esta historia sin pensar en la Iglesia Perseguida y en los millones de mártires modernos y de todos los tiempos es imposible. Además, el testimonio de la holandesa Corrie ten Boom (1892-1983), autora del Best Seller El Refugio Secreto, enriquece sobremanera la narración.
Quizás no podemos darle mucho al Señor, pero Jesús no nos está pidiendo nuestro mucho, Él, amorosamente, espera nuestro todo, porque fue así como Él se dio: en plenitud. Un solo dedo era lo que la anciana de nuestro relato pudo darle, y ese único dedo fue usado poderosamente para la gloria de Dios y la bendición de miles de rusos.
El texto que Corrie ten Boom menciona es Marcos 12:42-44. “Y vino una viuda pobre y echó dos blancas, o sea, un cuadrante. Entonces Jesús, llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca, porque todos han echado de lo que les sobra, pero esta de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento”.
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(*) De la biografía de Corrie ten Boom, Misión Ineludible. Editorial Vida.Edición de 1981.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Soliloquios - Solo un dedo para la gloria de Dios