¿Por qué pasan estas cosas, papá?

Miles de personas habían perdido la vida diez días antes en el ala oeste de Titán Alpha Evdan, tras el choque de un asteroide.

10 DE NOVIEMBRE DE 2024 · 08:00

Thomas Budach, Pixabay,nave espacial
Thomas Budach, Pixabay

Un cuento que transcurre durante una catástrofe en una nave espacial, con un mensaje espiritual.

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—¿Por qué pasan estas cosas, papá?

—Cariño, es difícil de entender y más difícil aún para mí explicártelas.

—Inténtalo, papá, ya tengo doce años.

—Ven, Iris, acércate. Estás temblando.

Rómulo echó el brazo por encima del hombro de su hija y con él la manta térmica que combatía el frío de la nave. Sentados en el borde de la cama, ambos dejaban correr las lágrimas sin sollozos, resignados, comenzando a acostumbrarse a la idea de seguir adelante sin Siloé. Ella era una de las miles de personas que habían perdido la vida diez días antes en el ala oeste de Titán Alpha Evdan, tras el choque de un asteroide.

Los ingenieros del NÍAC-1.3.6, la gestora de la vida en la estrella errante, habían logrado aislar la parte afectada del resto de la nave para poner a salvo al millón y medio de supervivientes. Pero el suministro eléctrico apenas alcanzaba para propulsar los motores de la ciudad cósmica y mantener las funciones mínimas de subsistencia. Hasta que no reparasen el resto de los generadores la temperatura seguiría en torno a los cinco grados Celsius y, en consecuencia, todos los habitantes de aquel mundo en movimiento debían permanecer en sus habitáculos, exhalando pequeñas nubes de hielo y buscando en los abrazos o en la rabia el calor que necesitaban sus cuerpos.

Iris volvió a clavar aquellos ojos negros y brillantes en su padre para arrancarle las explicaciones que exigía su atormentado corazón.

Papá, no lo entiendo. Tú dices que Dios es bueno. ¿Por qué nos pasan estas cosas? ¿Por qué ha tenido que morir mamá? ¿No podía haber destruido Dios ese asteroide antes de que...?

—Iris, Dios es bueno. Pero estas cosas pasan. Siempre han pasado desde que... —Rómulo trago saliva y atenuando su voz todo lo que pudo, hasta convertirla en un susurro, continuó—, desde que nos separamos de Ypsilon.

—Pero ¿por qué? No lo entiendo —gritó la niña.

—Hija, por favor, baja la voz.

Rómulo se levantó para abrir un armario metálico, el de su querida Siloé, y después de hurgar en el fondo, extrajo una caja de cartón amarillenta, cuadrada y decorada con motivos florales.

—¿Qué es eso, papá?

—Un recuerdo de tu abuela.

El viajero del espacio, uno de los miles de doctores que velaban de la salud de la tripulación y los ciudadanos, quien albergaba en su corazón una fe perseguida por La Gestora, se ajustó los lentes como acostumbraba a hacer siempre que acometía cualquier trabajo manual, desde cocinar en su dormitorio, hasta extirpar un apéndice inflamado en el quirófano, y sacó de la caja la bola de madera. Era del tamaño de una pelota de balón-pie pegada a una base de piedra y con manivela lateral dorada. Iris saltó de la cama dejando la manta atrás y se acercó al centro del habitáculo donde su padre había hecho descansar con sumo cuidado el extraño objeto sobre una mesa de cristal.

—¡Es preciosa!

—¿Tú crees? ¡Mira!

En ese momento, Rómulo dio cuerda al artefacto y se oyó el sonido de un mecanismo interno que accionaba resortes invisibles. Repentinamente, la bola, que parecía compacta, se abrió como lo haría cualquier flor en primavera y emergió del centro de ella una nave en miniatura, plateada y perfectamente redonda, que comenzó a girar sobre sí misma. Al hacerlo, música celestial, cual Iris jamás había escuchado, manó del juguete misterioso. Acordes que se originaban en el interior de la bola plateada y que inundaron la sala de notas apacibles, sencillas y a la vez hipnóticas.

Iris escudriñó a su padre con la emoción del que acaba de descubrir un tesoro.

—¿Qué es esto, papá?

Eso es Ypsilon. Una representación muy antigua de nuestra nave origen. O al menos, eso nos contaron tus abuelos, y a ellos sus abuelos. ¡Ya es hora de que este regalo sea tuyo, pequeña!

—¿Por qué nunca me lo habéis mostrado?

—Nadie debe saber que lo tenemos.

Rómulo y su hija hablaban en un murmullo que quedaba oculto por la música del juguete.

—Acerca la silla, cariño.

Iris recogió la manta de la cama, se envolvió en ella y, acercando la silla metálica a la mesa, se sentó muy cerca de su padre. Hizo un gesto para ofrecer un lado del térmico al doctor, pero este rehusó taparse y con celeridad dio más vueltas a la manivela de Ypsilon y se sentó junto a su hija. En el instante en el que Rómulo miraba la hora en su reloj de pulsera, la luz del habitáculo se apagó, dando así aviso a los ciudadanos de que era obligatorio dormir y cesar cualquier actividad no reglamentada. No obstante, el hogar del doctor y su pequeña no quedaron a oscuras.

—¡Papá, brilla!

—Sí, hija.

La mortecina luz de emergencia que había sustituido desde la catástrofe a la azulada de las potentes lámparas del techo impedía que el resplandor débil y ámbar de la bola se distinguiera. Pero ahora, en la densa oscuridad, un brillo suave y constante abrigó el alma angustiada de Iris y Rómulo. Aquella incandescencia enigmática, junto a la música arcana, fue el escenario ideal para que Rómulo, sin temor a ser descubierto por los micrófonos de La Gestora, que él imaginaba ocultos, legase a su hija la historia.

—Cuando tenía tu edad, mi padre me lo contó. A él se lo había transmitido su padre, y al abuelo, mi bisabuelo. Hace muchas generaciones, nuestros ancestros no viajaban en Titán hacia Sedah, en el cuadrante sexto. Nuestro hogar era Ypsilon, una nave cien veces mayor que esta, capitaneada por el mismísimo Eloah.

—¿Eloah? ¿Te refieres a...?

—Sí, hija. Dios. El capitán. Ypsilon surcaba el universo con una multitud de hombres que gozaban de dicha plena, como no hemos conocido en Titán ni en nuestros mejores tiempos. Tanto es así que el trabajo de doctor, que ha sido el oficio de mi familia en las últimas generaciones, no era necesario.

—¿Por qué no, papá?

—Las condiciones de Ypsilon lo hacían posible; y el viaje transcurría sin contratiempos.

Iris no parpadeaba, ahora mirando de hito a su padre, al minuto contemplando cómo el juguete giraba sobre su eje.

—¿Sin agujeros negros?

—Sin agujeros negros.

—¿Ni tormenta de meteoros?

—Nada de asteroides.

—¿Explosiones de estrellas?

—No.

—Nuestro capitán seguía otra ruta. El destino era Siloé-Magna-5.

—¡Siloé! ¡Siloé es el nombre de mamá! —exclamó la niña, dejando escapar sus lágrimas en cuanto lo dijo.

—Así es, cariño. Así la llamaron sus padres en memoria de aquel mundo soñado.

—Pero, papá, ¿por qué dejamos Ypsilon, si todo era tan bonito?

—La Gestora, mi vida. Ellos trabajaban para Eloah y dejaron correr un rumor que fue el comienzo de nuestros problemas.

—¿Un rumor?

Un engaño. Que no existía Siloé, que el capitán lo único que pretendía era tenernos vagando por el universo generación tras generación, y que el verdadero mundo que podía alojar nuestra civilización estaba cada vez más lejos.

—“Sedah, en el cuadrante sexto, donde podremos prosperar y alcanzar la purarquía”. Eso nos enseñan en Entrenamiento Vital.

—Sí, Iris. Eso me enseñaron también a mí... Y lo que te estoy contando es la información más peligrosa y atacada por NÍAC. Por eso lo hablamos con sumo cuidado. Y tú debes guardar esta sabiduría en tu corazón y solo regalarla a tus hijos cuando seas mayor y a los amigos que te demuestren nobleza y lealtad. ¿Lo has entendido?

—Sí, papá —La pequeña se quedó pensando unos segundos, incómoda con la idea—. ¡Pero en Titan podemos hablar de Dios!

—La Gestora descubrió hace mucho tiempo que los hombres tenemos sentido trascendente y necesitamos abrazar la idea de Dios, al menos la mayoría de los ciudadanos. El problema no es ese, hija. Lo que temen es que descubramos que hay otra nave, con otro capitán y, por lo tanto, un destino diferente.

—¿Te refieres a que Ypsilon aún existe?

—Aún existe, mi vida, y nunca ha dejado de esperarnos.

—No lo entiendo.

—Verás, Iris. La Gestora convenció a nuestros padres de que su hogar era realmente una cárcel y muchos de nuestros ancestros creyeron su mensaje. “NÍAC trabaja para el capitán”, razonaron. “Conoce los entresijos de la nave y muchas cosas que a nosotros nos están ocultas”. Además, NÍAC divulgó imágenes de Sedah... ¡Preciosas! De Siloé solo teníamos historias. “Cuentos y leyendas de Eloah”, las apodaron los gestores. Cariño, Titan Alpha Evdan era la nave de exploración de mundos; para hacer llegar hasta Ypsilon nuevas especies de animales y plantas que embellecían más y más aquel planeta volante.

El capitán, con mucha tristeza, dio el permiso para que La Gestora y todos los que creyeran su mensaje se embarcaran en Titán, rumbo a Sedah, para perseguir la anhelada purarquía. Eso sí, antes Eloah habló con los viajeros engañados advirtiéndoles de que iban rumbo a la muerte. Declaró a todos que los caminos que estaban escogiendo no eran en nada parecidos a la parte del universo que hasta ahora habían conocido; y que su nuevo viaje, por muy placentera que pareciese la travesía, antes o después, acabaría en desgracia. Bien, por monstruosas galaxias hostiles y oscuras, bien por la convivencia dentro de su estrella errante, bajo otro capitán. NÍAC aseguró a los ypsilianos que nunca más habría un único capitán, sino una gestora que velaría por el bienestar de los ciudadanos hasta llegar a Sedah, el que sería su definitivo hogar.

—¿Se fueron todos de la nave? —preguntó Iris señalando al juguete brillante. La réplica de Ypsilon seguía emitiendo sus acordes y daba vueltas lentamente. Más lentamente que hacía unos minutos, a juicio de Rómulo, por lo que aprovechó la cuestión y giró una decena de veces la manivela antes de contestar a la pregunta.

—No, hija. Muchos se quedaron en Ypsilon con Eloah. La mayoría... Entre ellos, Enerie. Su hijo y timonel.

—¿Qué es un timonel, papá?

—El piloto, Iris.

—Nosotros tenemos piloto, ¿no?

—No. La nave sigue unas coordenadas fijadas por La gestora y un robot es nuestro timonel.

—¿Eso es malo?

—Yo creo que sí. Bueno, muchos lo creemos también, aunque pocos se atreven a decirlo. Pero la gente de NÍAK confía en su ruta y en los adelantos de la ciencia.

—¡Pero si supieran tanto, no hubiéramos chocado con el asteroide!

—No es la primera vez que esto pasa, hija.

—¿Ha sucedido antes? ¿Cuando aún yo no había nacido?

—Sí. Yo tampoco había nacido, ¿sabes? Pero nuestra nave, cuando tus abuelos eran niños de tu edad, estuvo a punto de ser destruida.

—¿Y qué pasó, papá?

Rómulo no pudo responder. De pronto, Titán Alpha Evdan se estremeció con un estruendo parecido al que se produjo en el choque del asteroide días atrás. Iris entró en pánico y se aferró al cuello de su padre de un salto, escondiendo su rostro en el hombro de Rómulo. Sin embargo, a pesar del crujido de la estructura y de la vibración que todos los tripulantes pudieron notar, nada explotó ni llegó ningún impacto.

“Otro asteroide ha pasado cerca. Debe de haber sido grande cuando nos ha atraído así, con su campo magnético”, pensó Rómulo.

—¿Qué ha pasado, papá? —se quejó Iris, todavía en tensión y apretujada contra su padre.

—Nada, cariño, estarán haciendo reparaciones —mintió el doctor—. Tranquila, hija, estaremos bien. ¿Vamos a la cama y mañana terminamos la historia?

—¡No, papá! ¡Soy mayor! Puedo controlarme —dijo al tiempo que regresaba a su silla olvidando la manta térmica en el suelo—. Sigue, por favor.

—Pues verás, Iris —Rómulo volvió a dar cuerda al artefacto que ni se había inmutado—. Mi padre me contó que fue la peor tormenta de rocas galácticas que nadie recordaba. Ningún robot ni piloto humano sería capaz de atravesarla. Parecía el fin de nuestro mundo, pero sucedió lo inaudito.

—¿Desapareció la tormenta?

—No, todo lo contrario. Fue mayor de lo que los radares informaban. Lo que mis padres me contaron fue esto:

El día antes de cruzar la lluvia de rocas mortales, una pequeña nave procedente de Ypsilon pidió entrar en nuestros hangares. Dentro iba una sola persona, ni más ni menos que Enerie.

—¡El timonel! —recordó Iris.

—Efectivamente, hija. El timonel de Ypsilon, el hijo de Eloah. Se presentó sin más. No reprochó nada. No pidió ser el capitán de Titán, como temía La Gestora, ni restregó en nuestras narices lo que estábamos por sufrir con un “os lo dije y no me hicisteis caso”. No. Simplemente, se puso al timón de Titán y durante setenta y dos horas interminables, en las que no se movió del control de la nave, logró esquivar aquellos meteoros de todos los tamaños, que con la velocidad del rayo se cruzaban con nuestra nave destinados a destruirnos.

—¿De verdad, papá? ¿Y qué pasó?

—Que atravesamos la tormenta de rocas y salimos de ellas sanos y salvos. Ningún robot ni ingeniero de NÍAC lo hubiese conseguido; pero él sí. Él sí que lo hizo.

—¿Y cómo se lo agradecimos? ¿Dónde está ahora? ¿Qué ha sido de él?

—Enerie nos invitó a regresar a Ypsilon. Bueno, solo pudo hablar a unos pocos, a los gestores y a los ingenieros que estaban en el centro de control. Tu bisabuelo, por parte de madre, estaba allí. Él era uno de los ayudantes del jefe de radares y fue testigo de lo que sucedió. Víctor se llamaba.

—¡Mi bisabuelo! —repitió la pequeña, justo cuando un nuevo temblor volvió a dibujar el temor en el rostro de Rómulo—. ¿Qué pasa, papá?

—Nada, mi vida. La noche parece movida. Quizás intenten activar los generadores.

La poca convicción en la voz del doctor no tranquilizó a su hija, quien sintió un escalofrío y volvió a ceñirse la manta.

—Termina, papá.

—Lo lanzamos al espacio, Iris —acortó el relato Rómulo.

—¿Cómo? ¡Si nos había salvado!

—Sí, nos salvó. Pilotó Titán de forma sobrehumana... Pero su sola presencia en la nave, sumado a la gesta, lo convertían en un peligro para los planes de La Gestora.

Hablaban en susurros. Ahora, musitando las palabras, Rómulo dijo:

—¡Lo lanzamos al vacío e hicieron desaparecer su pequeña nave! A los ciudadanos se les dijo que se había marchado, sin más, pero Víctor lo había presenciado todo. Y gracias a él lo sabemos nosotros.

—¡Es! ¡Es...! —Iris intentaba encontrar las palabras, pero su corta edad no ayudaba.

—Es ruin y traicionero —completó la frase su padre.

—¡Eso! ¿Y murió?

—¿Quién puede sobrevivir sin traje espacial ahí fuera? —dijo el doctor señalando a la ventana circular de la habitación desde la que se veía una oscuridad infinita punteada por astros distantes—. Aunque mi madre, quien siempre me recordaba que Enerie era mucho más que un hombre, sostenía que Ípsilon lo recogió y que aún hoy sigue de timonel, junto a su padre.

—¡Papá, yo también lo creo!

Rómulo sonrió y besó la frente de su hija. Entonces, el juguete perdió la luz que había estado desprendiendo fielmente y poco a poco abandonó la cadencia de su música, hasta que por fin se detuvo, dejándolos en completa oscuridad.

—¡Papá, la manivela! —rogó Iris, asustada por la tiniebla reinante.

Cuando Rómulo iba a darle de nuevo cuerda al artefacto, un estallido ensordecedor, seguido de un movimiento salvaje hacia estribor, provocó que el padre y su hija chocaran con la mesa de cristal y que el juguete volara hasta golpear la pared del baño y quedar hecho añicos.

—¡Noooooooooo! —vació sus pulmones Iris, en un alarido que heló la sangre de Rómulo.

Otra explosión en niveles inferiores generó un ascenso repentino de Titán y segundos después su caída en barrena, varias decenas de metros. Toda la población, incluidos el doctor y su hija, volaron hasta el techo y más tarde, cayeron brutalmente al suelo con diferente fortuna. Rómulo partió la mesa de cristal con su costado, mientras que Iris fue recibida por la cama, amortiguando así el impacto.

 

—¡Papá, papá, despierta! ¿Qué está pasando?

Rómulo había perdido la consciencia.

—¡Papá, por favor, no me dejes sola!

La niña zarandeó a su padre, intentando alzar su pesado cuerpo del lecho de cristales, que no cortaban, pero lograban arañar las rodillas de Iris.

—¡Papá, vuelve! —Palmeó su cara adivinando dónde estaba la mejilla únicamente con el tacto—. ¡Tengo miedo!

La niña se echó sobre Rómulo, mojando su rostro con un mar de lágrimas.

—¡Iris, hija mía! —gimió el doctor aún aturdido.

—¡Papá, estoy aquí!

Ambos se abrazaron.

—Cariño, tranquila —Rómulo carraspeó, aclaró su garganta, con dificultad buscó la comodidad de la cama e invitó con un movimiento a que Iris se recostase a su lado—. Dios no tiene la culpa, hija mía —concluyó—. Nosotros elegimos este peligroso camino.

—¡No es justo! —protestó la niña.

—No lo es, mi vida —susurró el doctor, besando de nuevo la frente de su hija—. Nuestro hogar hace un viaje equivocado, cuyo fin es la destrucción. Y cuando el capitán vino a ayudarnos, solo lo mandamos lejos, sin siquiera agradecerle.

Un calor repentino hizo acto de presencia en el habitáculo de Rómulo, y este supo que aquellas serían sus últimas palabras.

—¡Escucha, Iris! ¡Siloé-Magna-5 es real! ¡Existe y sé que allí está tu madre!

—¿Cómo? —sollozó la niña sin poder articular bien la pregunta.

Hay dos formas de llegar allí, hija. Una es a través de Ypsilon, regresando a la nave origen. La otra es mucho más directa: morir aquí con el deseo de ir allí... ¡Como hicieron tus abuelos y tu madre! ¡Eloah conoce perfectamente a su tripulación, aunque estemos en esta nave enferma y lejos de su destino!

—¿Te refieres a que todavía Dios puede ser nuestro capitán?

—¡Eso es, mi vida! ¡Eso es! —contestó Rómulo meciendo a su hija como cuando era una bebé.

Y una luz abrasadora, como nunca antes habían visto, devoró la oscuridad del dormitorio y de la planta y de todo Titán. Un nuevo y mayor asteroide había puesto punto final a aquel proyecto de sociedad, sin dejarles llegar a Sedah ni lograr la purarquía ni la libertad definitiva de aquel vagar cósmico en el que todos habían nacido y en el que ahora morían impotentes y perplejos.

No así, Rómulo e Iris. La explosión los halló abrazados, y abrazados llegaron a Siloé, donde las nuevas historias por contar están llenas de exclamaciones y donde son escasos y bien resueltos los signos de interrogación.

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