Cuando Dios tuvo sed

Cuando estamos cerca del Rey escuchamos sus suspiros, sus anhelos, su sed.

    24 DE MARZO DE 2024 · 08:00

    Ryan Cheng, Unsplash,arbol seco, desierto
    Ryan Cheng, Unsplash

    Tener sed es humano, pero que Dios tenga sed es simplemente una muestra de su amor y misericordia. Dios Todopoderoso y Eterno clamando desnudo en una cruz, “Tengo sed” (Juan 19:28)... Es algo que supera el entendimiento de cualquier mortal. Aquel que puso límite a la superficie de las aguas (Job 26:10), hizo los océanos terrenales y cósmicos, quien midió las aguas con el hueco de su mano (Isaías 40:12), dejó su último aliento para que la Escritura se cumpliese y expresó que tenía sed. ¿Por qué, el que no tuvo jamás necesidad de nada, está dispuesto a humillarse y auto limitarse, tanto que llegue a morir con sed colgando de un madero?

    La maldición del pecado incluía aquella horrible carencia de agua, morir con sed para que nosotros no tengamos sed jamás, pues Jesús se ha convertido en el agua de vida eterna: “mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14); “Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35).

    Son buenas noticias para todo el que reconoce su necesidad de Cristo. Sin embargo, en este artículo quiero meditar en la sed de Dios, del Dios Trino, ya que he llegado a tener tres encuentros con la sed del corazón de Dios.

     

    Mi primer encuentro con la sed de Dios: sed del Espíritu Santo

    Dice en Santiago 4:5 que el Espíritu nos anhela ardiente o celosamente. Él no nos quiere compartir con el pecado ni con el mundo (Santiago 4:4). Tiene sed de hombres santos, de templos santos, de espacios rendidos a Él: sed de santidad.

    Cuando me convertí a Cristo necesité ser liberado de demonios y tinieblas a las que había dado cabida en mi ignorancia. ¿Cómo fui libre? Con la revelación de Santiago 4:7: “Someteos a Dios, resistid al diablo y huirá de vosotros”. Cuando me sometí completamente al Señor, entonces el Espíritu Santo pudo llenar todo mi ser, y cuando Dios es el todo, el Diablo es el nada.

    El Espíritu Santo sigue teniendo sed de hombres y mujeres que quieran rendirse completamente a Él. Te anhela ardientemente y me anhela celosamente.

    Prueba a rendirte en totalidad, podrás ser completamente lleno y libre de cualquier resto de contaminación espiritual que quizás, como yo, has arrastrado de la vida vieja.

     

    Mi segundo encuentro con la sed de Dios fue con la sed del Hijo

    En un momento de oración oí cómo Jesús clamaba desde su corazón: “¡Tengo sed! Sed del vino de la última cena. ¡Cuánto anhelo beber ese vino con mi amada Esposa!”. Es la sed de Cristo: sed de boda, sed de su Amada, sed del vino de la última cena (Mateo 26:29), el de las bodas del Cordero (Apocalipsis 19:6-9).

    Él quiere estar con su Amada y que se celebren las bodas del Cordero. Y nosotros apresuramos su venida con la predicación del Evangelio (2 Pedro 3:12), al ser testimonio a todas las naciones (Mateo 24:14) y al lograr que entre la plenitud de los gentiles a la salvación, así como el remanente de Israel, que ha de ser salvo (Romanos 11:25-26).

     

    La sed de Jesús es la de Isaac esperando en el pozo

    Somos como Eliecer de Damasco (Génesis 24) en busca de Rebeca para Isaac. Que Dios nos dé la urgencia y la alta concentración de aquel veterano servidor de Abraham. Le diremos a los que aún no le aman: “Jesús quiere que tú le conozcas. Él vino a la Tierra por amor a ti”.

     

    La sed del Padre es la sed de amigos

    Mi tercer encuentro con la sed de Dios fue al comienzo de servir al Señor a tiempo completo: “Juan Carlos”, me dijo, “tengo muchos hijos y no pocos siervos, pero ¡ay! amigos me están faltando... ¿Querrás tú ser mi amigo?”. Es la sed del Padre.

    Dios el Padre está sediento de amigos que le quieran conocer en el secreto. Que estemos tan cerca de su corazón que seamos capaces de escuchar sus anhelos y suspiros, como lo hicieron los tres valientes cuando su rey, David, tuvo sed del agua del pozo de Belén (2ª Samuel 23:14-17).

     

    Cuando estamos cerca del Rey escuchamos sus suspiros, sus anhelos, su sed

    El Rey anhela agua de Belén. Él sigue con sed de hombres y mujeres de Belén, dispuestos a entregarse y a darlo todo por su Rey.

    De Belén fue David, Rut, Noemí y Booz. De Belén fue José y María. También los pastores y ¡Jesús!

    Ahora bien, el Señor hace lo que quiere con lo suyo (Mateo 20:15); y si no escatimó ni a su Hijo, sino que lo dio (Romanos 8:32), ¿no habría de darnos también a nosotros a favor de la tierra? David en lugar de beberse el agua la derramó como una ofrenda de libación. El Señor nos tomará y nos derramará a favor de las naciones; porque España tiene sed, Argentina tiene sed, Bolivia, Estados Unidos... Todas las naciones están sedientas de agua de Belén. Y el Señor nos toma: primero para Él, pero después nos derrama a favor de la tierra.

    ¿Es eso un desperdicio? ¿Fue un desperdicio cuando David vertió el agua que había costado la vida de esos hombres? ¿Es un desperdicio que tú o yo nos entreguemos hasta el punto de derramarnos? ¿Fue desperdiciado el perfume cuando María lo vació a los pies de Jesús? ¡No! Fue una buena obra la que ella hizo con el Maestro. Cuando derramamos nuestra vida como libación, como perfume, como agua del pozo de Belén, estamos dando de beber a los hombres que son objetos del amor del Padre, por quienes Jesús también derramó su sangre en la cruz.

    El verdadero desperdicio fue el de Judas, que juzgó un despilfarro aquel perfume vertido y, sin embargo, acabó desperdiciando su vida, derramando sus entrañas en Acéldama (Hechos 1:18-19). Porque todo lo que Dios te pide y no lo entregas, sino que lo retienes, al final lo pierdes, lo desperdicias. De modo que tú y yo decidimos: ¿Derramar mi vida a sus pies o derramar mi vida en Acéldama? Lo segundo sí que fue el desperdicio de un joven, engañado por Satanás.

    La sed del Espíritu es de templos santos, pues nos anhela celosamente. La sed de Cristo es sed de su Esposa. La sed del Padre es de amigos, con los que abrir el corazón y que quieran decir como Isaías: “Heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6:8).

    ¿Podremos hoy responder a este llamado y convertirnos en el agua que sacia su sed?

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Soliloquios - Cuando Dios tuvo sed

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