La iglesia que no evangeliza se fosiliza

Mis notas sobre el libro Pasión por las almas, de Oswald J. Smith, escrito en 1950.

13 DE AGOSTO DE 2023 · 08:00

Karl Ferdinand, Pixabay,ejército terracota, guerreros terracota
Karl Ferdinand, Pixabay

Oswald Smith fue pastor, evangelista y promotor de las misiones (Canadá, 1889-1986) y quien sentenció: “La iglesia que no evangeliza se fosiliza”. En su propia experiencia pudo descubrir cómo al enfocar a su congregación, The Peoples Church, en Toronto (Canadá), hacia la evangelización y las misiones la vida de la iglesia se inflamaba y todo se volvía mucho más auténtico: el amor, el estudio de la Biblia, la dadivosidad, la predicación, el compañerismo... Por el contrario, si una iglesia saludable dejaba de lado la Gran Comisión de Mateo 28:18-20 y de Marcos 16:15 literalmente se fosilizaba, es decir, entraba en una especie de parálisis del resto de funciones y se anquilosaba dejando atrás su amada salud y fortaleza espiritual.

Tras leer la monografía, Pasión por las almas, me he sentido inspirado o, mejor dicho, retado a intensificar nuestra labor evangelística personal y de congregación y, como no, a entender las misiones, no como un trabajo más de la Iglesia, sino como el llamado más importante.

¿Por qué la iglesia que deja de evangelizar se fosiliza? En estas ‘Notas de Pasión por las almas’ hallarás la respuesta.

 

1.- Testimonio de Cristo

Si testificamos valientemente de Cristo habrá un avivamiento. Debemos volver a predicar la palabra. No es nuestra palabra, sino la de Dios la que condena y convierte. Su palabra es martillo que quebranta los corazones endurecidos. Es espada que traspasa, es fuego que quema. El pueblo de Dios, digo, debe proclamar esa palabra si ha de surgir un avivamiento.

Mucho se debe hablar del pecado, porque éste, al ser expuesto, trae convicción genuina. Allí está la enfermedad y ella hace evidente la necesidad. En especial me refiero a la incredulidad y al rechazo de Cristo. Luego, debe estar presente la salvación, es decir, el remedio, la cura del mal. Así, los mensajes de salvación son esenciales. Pero se precisa más que eso. Las almas deben ser puestas cara a cara con la eternidad. De ahí la necesidad de los mensajes del Cielo y del Infierno. Debe haber mensajes sobre el juicio. Los hombres deben saber que se les llamará a rendir cuentas: que algún día estarán en la presencia del Creador. De ahí la importancia de la advertencia. “Prepárate para encontrarte con tu Dios” (Amós 4:12).

No me es posible concebir cómo un pastor puede satisfacerse con predicar, pronunciar la bendición e irse sin dar a la gente que lo escucha la oportunidad de aceptar a Cristo como su salvador personal allí, en ese momento. ¿Cómo puede un pastor continuar semana tras semana sin que nadie exprese ese deseo? Un abogado busca siempre el veredicto. Así debe ser el pastor. Y si no lo está haciendo, algo anda mal, porque Dios ha prometido el fruto, y el privilegio del hombre es sembrar y recoger.

 

2.- Evangelización, la visión de la iglesia local

Los grandes centros urbanos, por los cuales somos responsables no conocen el evangelio de la gracia de Dios, porque a nosotros, sus seguidores, nos falta visión. ¿Qué haremos? ¿Cuándo -oh cuándo- tendremos la carga y seremos conscientes de nuestra responsabilidad? Es cierto el veredicto, “donde no hay visión, el pueblo se extravía”. Protegidos en nuestros refugios, rodeados de comodidades, satisfechos con un puñado de seguidores sobrealimentados, realizamos nuestros cultos, predicamos los sermones sin preocuparnos mayormente, al parecer, por las multitudes que perecen a nuestro alrededor.

Sin embargo, Dios nunca ordenó a los pecadores que se nos acercaran. Nos dijo, más bien, que nosotros fuésemos a ellos. ¿Por qué culparlos de que no se acercan a nosotros cuando la verdadera culpa es nuestra? ¡Dios nos perdone y nos ayude! Donde no hay visión, el pueblo se extravía.

El mundo hace cualquier cosa por atraer la atención. Se levantan teatros en los puntos céntricos más destacados, mientras que, a menudo, las iglesias eligen una calle poco céntrica y un edificio pequeño, pobremente iluminado. Y luego nos preguntamos por qué no viene la gente. “Los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz” (Lucas 16:8). Toda ciudad precisa contar con algún tipo de ministerio evangelístico de importancia, con ubicación central, de acceso fácil, capaz de atraer al transeúnte, con un programa atrayente y efectivo que conmueva a los indiferentes, llame a los pecadores y los encamine al cielo. Sin esta visión, la gente seguirá rumbo a la perdición.

Todo lo que se necesita para que surja esa visión de Dios es fe, o mejor aún, fe y trabajo. La fe y los esfuerzos harán milagros.

 

3.- Nuestro lema debería ser “cada cristiano un misionero”

¿Han leído en Proverbios 24: 11 y 12?: “Libra a los que son llevados a la muerte, salva a los que tienen su vida en peligro. Porque si dices, “lo cierto es que no lo supimos”, ¿acaso no lo considerará él que pesa los corazones? El que mira por tu alma, él lo conocerá y pagará al hombre según sus obras”. ¡Qué pensamiento terrible! ¿Quién puede leerlo y no sentirse convicto, avergonzado? Si los hombres están amenazados de muerte y nosotros no se lo advertimos, tenemos la responsabilidad sobre nosotros.

 

4.- Necesidad de avivamiento primero en nosotros

Cuando hemos perdido nuestro interés, amor y preocupación por las almas, entonces también necesitamos un avivamiento. ¿Es posible que te halles en camino al cielo mientras tus seres queridos se pierden? ¿Es verdad que no sientes esa carga, que tus ojos están secos y que sigues contento y feliz, despreocupado, sabiendo que tú irás al cielo mientras ellos al infierno?

¿Podrá la oración del Salmo 85:6 ser realidad ahora, hoy? “¿No nos avivarás otra vez para que tu pueblo pueda regocijarse en ti? Nuestros ojos están en Dios”. Él solo puede reavivar a su pueblo y cuando lo haga habrá tal gozo como la iglesia no lo ha conocido por largo tiempo.

 

5.- Ciudades vecinas

Hace poco oí el relato de cómo Jesús fue a todas las ciudades y aldeas. ¿Recuerdas el tiempo cuando desapareció después de haber trabajado en cierta ciudad? ¿Y tienes también presente cómo los discípulos salieron en busca suya, en horas de la mañana y cómo al fin le hallaron sobre una montaña, sumido en oración?

—¡Maestro —exclamaron—, el gentío te espera! Hay muchos enfermos para ser curados. Retorna y termina tu trabajo. Hay otros en la ciudad en la que trabajaste ayer, que desean escucharte.

Sí, puedo imaginarme al Maestro, con su vista enfocando a la distancia, valles y montañas, contestando de esta manera:

—Debo predicar en las ciudades vecinas, porque para ello he sido enviado.

Pensaba, como siempre lo hacía, en las ciudades próximas, y en la siguiente, y en la de más allá. Pensaba en aquellas ciudades en las que aún jamás había trabajado; y deseaba ir para que también allí pudiesen escuchar el evangelio. Siempre tenía en su mente la otra oveja.

Sabemos que toda la parte norte de África fue evangelizada en un tiempo, y que había allí cientos de iglesias cristianas. ¿Nos damos cuenta de que algunos de nuestros más grandes teólogos surgieron del África del Norte en los primeros siglos de la era cristiana? Pero ¿qué sucedió? El África del Norte se tornó musulmana, y por espacio de cientos de años, apenas si quedó vestigio de cristiandad. Las velas alumbraron muy bajo y cada vez menos, hasta que al

fin se apagaron y la luz que tanto había brillado se extinguió. ¿Cómo explicar este hecho? Permítanme hacerlo.

Los dirigentes religiosos y teólogos de África del Norte entraron en controversia en lugar de predicar el evangelio, y comenzaron discusiones teológicas argumentando unos contra otros sobre la doctrina cristiana. ¿Qué deberían haber hecho? Deberían haber ido a las ciudades siguientes, al sur, y luego a las ciudades próximas al sur de esas. ¿Qué habría su cedido? En poco tiempo habrían alcanzado Ciudad del Cabo, y habría sido evangelizada toda África hace varios cientos de años. África podría haber enviado misioneros a Europa, y hasta a América. Eso, hermanos, puede llegar a sucedernos aquí. Sí, y ya está sucediendo aquí.

 

6.- El campo es el mundo

“El campo es el mundo”, dijo Jesús (Mateo 13:38). Estados Unidos no es el mundo. Gran Bretaña no es el mundo. El campo es el mundo. Nunca habrá un labrador que trabaje solamente en un rinconcito de su propiedad. El labrador atiende toda su propiedad, su campo. Estados Unidos es tan solo un rincón. Canadá es apenas un pequeño rincón. El mundo, todo el mundo, debe ser evangelizado. Y dado que el campo es el mundo, debemos ir a cada parte de él. La obra es una y debe realizarse, no rincón por rincón, sino como un todo.

Cristo desea retornar. Está ansioso por reinar. Es su derecho. Entonces, ¿por qué espera? Espera que nosotros hagamos lo que nos ha sido asignado. Espera que hagamos aquello que él nos ha encomendado. Muchas veces se dirá a sí mismo, mientras está allí sentado, ¿por cuánto tiempo me harán esperar? ¿Cuándo podré regresar a la tierra para ocupar mi trono y reinar?

Es el programa de Dios: primero la evangelización del mundo, luego el Reino de Cristo regresando. Empezará a establecer su Reino cuando todas las naciones hayan oído el Evangelio. Hagamos, pues, nuestras tareas y no descansemos nunca hasta que estén cumplidas.

 

7.- La hacienda entera

Imaginemos una hacienda. El patrón dice a sus obreros que tiene que ausentarse, pero que regresará. Y mientras él se haya ausente han de mantener todo el campo cultivado. Comienzan por trabajar alrededor de la casa, hermosean los jardines y los canteros. El año siguiente, crece la hierba y nuevamente se dedican a la tarea, dejando el césped en perfectas condiciones.

Alguien recuerda las órdenes del patrón: “Debo ir”, razona. “Nuestro patrón nos encomendó que cultivásemos toda su hacienda”. Se prepara para dejar el lugar, pero le dicen: “No podemos perderte. Mira qué rápido crece el césped. Te necesitamos aquí”. A pesar de sus protestas, deja el lugar y comienza con el trabajo en un lugar apartado de la hacienda. Más tarde, otros dos recuerdan las órdenes del patrón y, a pesar de las objeciones, ellos también salen de allí y cultivan otra parte de la finca.

Al final, vuelve el patrón, se siente complacido al ver los aledaños de su casa llenos de flores, los jardines, el césped alrededor de la casa, pero antes de recompensar a sus operarios decide explorar el resto de su hacienda y al hacerlo su corazón decae, pues solo ve que todo está yermo y pantanoso, y se da cuenta de que ni siquiera hubo intención de cultivarlo.

Sin embargo, en un sector distante, llega al hombre que había decidido trabajar por sí mismo y lo recompensa abundantemente. Descubre a los otros dos en otro lado y los recompensa también. Luego regresa a la casa en mitad de su terreno, donde se hallan los empleados esperando una recompensa, pero su rostro muestra disconformidad.

“¿No hemos sido fieles?”, preguntan. “Mire. Mire las flores, los jardines, el césped... ¿No son bellos? ¿No hemos trabajado fuertemente?”. “Sí”, contesta. “Han hecho lo mejor que pudieron. Han sido fieles. Han trabajado diligentemente”. “Bien, pues”, exclaman ellos, “¿y por qué se le ve a usted disconforme? ¿No nos hemos hecho acreedores de recompensa?”. “Hay algo que han olvidado”, contesta él. “Se han olvidado de mis órdenes. No les dije que trabajaran en los mismos jardines y el mismo césped una y otra vez, año tras año. Les dije que cultivaran todo el campo por lo menos una vez. Eso no lo han hecho, ni siquiera lo han intentado. Y cuando sus compañeros insistieron en hacer su parte, se lo han objetado. No, no hay recompensa”.

Pienso que muchos se desilusionarán. Usted podría ser uno de ellos. Habrá ganado varias almas en su ciudad. Habrá sido lo más leal posible a su iglesia. Pero ¿qué ha hecho por aquellos que se hallan en tinieblas? ¿Jamás se le ha ocurrido ir usted mismo? ¿Jamás se le ha ocurrido dar dinero para que otro pudiese ir? O, al menos, ¿ha orado? ¿Qué parte ha hecho en la evangelización del mundo? ¿Ha obedecido las órdenes? ¿Ha hecho todo lo que podría para cultivar toda la hacienda? ¿O se ha sentido satisfecho con el trabajo en su propia comunidad, dejando que el resto del mundo perezca?

Todo el campo debería haber sido cultivado, y es todo el mundo que ha de ser evangelizado. “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Recordemos, pues, que será predicado el evangelio del Reino en todo el mundo para testimonio a todas las naciones y entonces vendrá el fin.

 

8.- ¿No creemos en las misiones?

¿Sabes lo que estás diciendo cuando manifiestas que no crees en las misiones? Estás diciendo que Pablo cometió un error, que mejor hubiera sido que dejara en el paganismo a nuestros antepasados europeos, que debería haberse quedado en Palestina de manera que siguieran en las tinieblas. ¿Es eso lo que piensas? ¿Te lamentas de no seguir siendo un pagano? Deberías lamentarte si no creyeras en las misiones.

 

9.- La tarea suprema de la iglesia es la evangelización del mundo

Consideremos otra palabra en nuestro lema, la palabra “suprema”. Si la evangelización del mundo es nuestra obra más importante, al efectuarse una Conferencia Misionera debiéramos dejar a un lado toda otra cosa y asistir a cada sesión. De otro modo damos más importancia a alguna otra cosa, o no creemos que esta obra es de primera importancia. Damos a entender, por nuestras acciones que la obra misionera ocupa un puesto secundario.

En segundo lugar, si la evangelización del mundo es de primera importancia, deberíamos concentrarnos en contribuir para tal obra y dejar a quienes no tienen esa visión, que contribuyan para otras obras. Siempre habrá suficiente para la obra local, porque siempre hay los que dan el primer lugar a la obra local. Muchas de esas causas que merecen ser atendidas aquí en el país lo serán debidamente, puesto que solamente la minoría se interesará en la suprema tarea de la iglesia. Si damos el primer lugar a la obra misionera, entonces daremos más para esa obra que para cualquiera otra. De otro modo, alguna otra causa ocupará el lugar de preferencia.

Entre mis lectores habrá, sin duda, hombres de negocio, cada uno con su empresa particular. Ahora bien, posiblemente tendrán un departamento o sección de la empresa que consideran de más importancia que las otras secciones. ¿En qué sección se invierte la mayor parte del superávit? En aquella sección de más importancia, por supuesto. ¿Y por qué se hace así? Porque se

desea desarrollar el departamento más importante de la empresa. ¡Y así es en lo que se refiere a la obra misionera! Si la evangelización del mundo es la obra más importante de la iglesia, entonces debemos invertir la mayor parte de nuestro dinero en el departamento más importante. Al no hacer así, no damos el primer lugar a esta obra y no creemos que la evangelización del mundo es la suprema tarea de la iglesia. Encuentro que son realmente pocos los pastores que creen que su obra más importante es la de la evangelización del mundo. Esto me lleva a afirmar que cada iglesia debería gastar más en la obra misionera que en la obra local. Y es más lógico. Si creemos que la obra misionera tiene prioridad, entonces deberíamos invertir más dinero en el extranjero que en nuestras propias iglesias.

 

10.- Las filas posteriores

¿Recuerdas cuando el Señor Jesucristo alimentó los cinco mil? ¿Recuerdas de qué manera los hizo sentar, fila por fila, sobre el pasto verde? Pues entonces, ¿recuerdas cómo tomó los panes y los peces, los bendijo y partiéndolos los dio a sus discípulos? ¿Y recuerdas cómo los discípulos comenzaron por una punta de la fila del frente, y siguieron dando a cada uno? Luego, ¿recuerdas cómo tomando por la derecha, fueron a lo largo de la misma primera fila, ofreciendo a cada uno la segunda porción? ¿Lo recuerdas? ¡No! ¡Mil veces no! Si hubiesen hecho eso, se habrían levantado los de las filas posteriores protestando.

«¡Aquí! —habrían vociferado— ¡Vengan, dennos también a nosotros, que aún no hemos recibido nada! Nos estamos muriendo de hambre. Eso que están haciendo no está bien; no es justo. ¿Por qué deben ser servidos por segunda vez los de las filas del frente antes que se nos haya atendido a nosotros por primera vez?». Y habrían tenido razón.

Hablamos de una segunda bendición; ellos no han tenido la primera aún. Hablamos de la segunda venida de Cristo; ellos no han oído hablar de la primera. No es justo. ¿Por qué alguien ha de escuchar el evangelio dos veces antes de que todos lo hayan escuchado una vez?

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Soliloquios - La iglesia que no evangeliza se fosiliza