Ser bendición, llenos de compasión

Cómo podemos ser de más bendición en este 2022. Una aspiración de cara al nuevo año.

    16 DE ENERO DE 2022 · 08:00

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    SHVETS production, Unsplash

    Al comienzo de este nuevo año, una poderosa aspiración se ha fijado en mi pensamiento, como una sana obsesión que conduce mis acciones de una forma consciente o inconsciente, pero creo que siempre agradable al Cielo. Se trata del deseo sincero de querer ser de bendición. Mejor dicho, de ser de más bendición que hasta la fecha. Mi soliloquio de esta semana intentará responder a esta pregunta: ¿Cómo podemos ser de más bendición? ¿Cómo bendecir más nuestro mundo, el reino de Dios y a los que nos rodean en este 2022?

    Lo primero que debemos dejar asentado como una sólida base es que somos los herederos en Cristo de la bendición de Abraham: “A fin de que en Cristo Jesús la bendición de Abraham viniera a los gentiles, para que recibiéramos la promesa del Espíritu mediante la fe” (Gálatas 3:14). A través de Cristo y por la fe en Él, somos herederos de la promesa de bendición y justificación para salvación hecha a Abraham: “Y si sois de Cristo, entonces sois descendencia de Abraham, herederos según la promesa” (Gálatas 3:29).

    Ahora bien, la promesa hecha a los patriarcas de Israel, Abraham, Isaac y Jacob, incluye el ser de bendición a las familias y naciones de la Tierra. Así se lo dijo a Abram: “te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición” (…), “y en ti serán benditas todas las familias de la tierra” (Génesis 12:1-3). Fue confirmado a Isaac: “y en tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra” (Génesis 26:4). Y posteriormente a Jacob: “y en ti y en tu simiente serán bendecidas todas las familias de la tierra” (Génesis 28:14).

    Indudablemente, dicha bendición tenía que ver con la llegada del Mesías, de lomos de esos hebreos, que sería la salvación y la paz de todos los hombres que pongan su fe en Él. Pero es igualmente cierto que el pueblo de Dios (antes Israel y ahora también la Iglesia) somos portadores de esta bendición y que, mediante la vida de Cristo en nosotros, tenemos un llamado a ser de bendición a individuos, familias y naciones. ¡Qué gran tarea! ¡Qué gran responsabilidad! ¡Cuán inmensurable honor!

    Somos un pueblo bendecido para ser bendición. Y yo, en este nuevo año, deseo ser de más bendición que el anterior, a través de mi vida, con todo lo que tengo y con todo lo que soy.

    ¿Pero cómo lograr ser una mayor bendición? Aquí te dejo algunas claves que serán, de seguro, una buena inspiración para esta gran aspiración. Y continuaré durante las próximas dos semanas desarrollando el tema, Dios mediante.

     

    1. Creamos que somos una bendición para los demás

    Todo, en la vida del cristiano, es por la fe. Para ser hijos de Abraham y tomar las bendiciones en Cristo debemos creer en lo que Jesús es para nosotros y en lo que nos ha dado para que vivamos en su bendición. ¿Cómo podremos ser de más bendición si no vivimos en una vida plena de bendición, que es nuestra herencia por la gracia de Dios?

    Ahora bien, no importa lo pequeño que te sientas en el Señor, Dios te tiene en la Tierra para que seas una bendición a otros. Como la Dorcas de Hechos 9 (versos 36 al 40), la que resucitó Pedro, Dios te puede usar con algo tan sencillo como aguja e hilo. Probablemente Tabita (el otro nombre de esta hermana en la fe de Jope), no se imaginaba cuánto el Señor la estaba usando para bendecir las vidas de sus vecinos. Sin embargo, al fallecer, no dejaron que el Cielo la disfrutara aún, sino que insistieron al apóstol por un milagro: “entonces… todas las viudas, llorando y mostrando las túnicas y los vestidos que Dorcas hacía cuando estaba con ellas”. Tanto la extrañaron que el Señor la envió de regreso a la Tierra para que Tabita fuese aún de más bendición pues, desde ese momento, ya no solo “abundaría en buenas obras y en limosnas”, como nos relata el Nuevo Testamento, además sería portadora de un poderoso testimonio al tener una historia que contar, con la evidencia de su propia resurrección.

    Cree que el Señor te quiere hacer de más bendición, y no te compares con nadie. Tal y como eres, y con aquello que tienes y que te viene a la mano hacer, abunda “en buenas obras y en limosnas”. Vive de tal forma que el Cielo te anhele, porque el Señor desee tu amistad más cercana, y la Tierra te extrañe si partes, porque has tejido vestidos de amor con tus actos de bondad.

    Eso sí, cree que puedes ser de más bendición y, al mismo tiempo, no te lo creas. Que no se nos suba a la cabeza y nos sintamos imprescindibles y grandiosos, como si la bendición fuese por nosotros mismos. No. Somos de bendición por el Espíritu de Cristo en nosotros. Es por tener la simiente de Abraham, Isaac y Jacob. “No yo, la gracia de Dios en mí”, decía Pablo (1 Corintios 15:10). No soy yo, es “Cristo que vive en mí” (Gálatas 2:20). Me parece interesante que, para que el Señor le cumpliese la promesa, Abraham primero vivió un proceso. Pasó de llamarse Abram (Padre enaltecido) a Abraham (Padre de multitudes). En este cambio de nombre hay un mensaje: un enemigo de la bendición es el enaltecimiento. En nuestro orgullo no seremos de bendición. Por eso, creamos que somos una bendición como hijos de Dios, pero no nos lo creamos hasta el punto de que alguien nos califique de engreídos. En la humildad y dependencia del Espíritu Santo estará nuestro poder, ya que el Señor podrá usarnos sin el peligro de que le robemos la gloria o de que intentemos hacer las cosas fuera de su plan, como les sucedió a Sarai y Abram cuando pensaron que Agar era la ayuda que necesitaban para tener un hijo y no el poder sobrenatural de Dios. ¡Cuántos Ismaeles he podido fabricar yo por no confiar y esperar en el Señor!

    Seguimos con la pregunta ¿Cómo ser de más bendición en este 2022?

     

    2. Llenos de compasión

    Llenos de compasión, como Dorcas. Que esa compasión nos mueva a ayudar a otros; nos saque de nuestra área de confort para llevar amor y actos de misericordia a otras familias. Simplemente amando, seremos de más bendición.

    Escuchemos al Maestro en su enseñanza: “Sean ustedes compasivos, como también su Padre es compasivo” (Lucas 6:36. DHH). Y Pablo lo expresó así: “Sean buenos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, como Dios los perdonó a ustedes en Cristo” (Efesios 4:32. DHH). Ser compasivos no es una opción, es un mandato. Amar y perdonar no es una opción, es una naturaleza.

    Estoy leyendo el libro de Martin Luther King, La fuerza de amar. De hecho, me ha apetecido convertir mi lectura en audiolibro pues es una obra descatalogada que posee un gran valor para nosotros. En esta monografía encontramos recopilados los mensajes de King, predicados a sus congregaciones durante el movimiento de defensa de los derechos de la comunidad de color en Estados Unidos. Su lucha no violenta le acabó costando la vida, pues fue asesinado (de todos es sabido), en Memphis, en 1968. No obstante, su reivindicación pacífica, inspirada en el amor de Cristo Jesús, acabó dando fruto y legando a las siguientes generaciones de ciudadanos negros unas mejores condiciones de vida. Extraigo unas palabras de su cuarto capítulo titulado, El amor en acción, y basado en Lucas 23:34: “Entonces Jesús dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Luther King escribió este sermón mientras permanecía encarcelado en Georgia:

    Durante su predicación por los soleados pueblos de Galilea, Jesús habla con entusiasmo del perdón. Esta extraña doctrina despierta el espíritu curioso de Pedro: ¿Cuántas veces he de perdonar a mi hermano si peca contra mí? ¿Hasta siete veces? Pedro quería ser fiel a la ley y a la estadística. Pero Jesús respondió que el perdón no tenía límites. “No digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. En otras palabras: el perdón no es cuestión de cantidad, sino de calidad. Un hombre no puede perdonar cuatrocientas noventa veces sin que el perdón se integre en la misma estructura de su ser. El perdón no es un acto ocasional; es una actitud permanente.

    Jesús enseñaba a sus discípulos a amar a sus enemigos y a orar por aquellos que los menospreciaban. En los oídos de muchos, esta enseñanza sonaba a música extraña, venida de un país desconocido. Les habían enseñado a amar a los amigos y a odiar a los enemigos. Sus vidas estaban orientadas a la reparación, según la antigua tradición de la ley del talión. Y Jesús les enseña que solo por un amor creador a los enemigos podemos convertirnos en hijos de su Padre que está en el Cielo, y también que el amor y el perdón son necesidades absolutas para una madurez espiritual.

    Llega el momento de la prueba. Cristo, Hijo inocente de Dios, es clavado en una cruz y padece una dolorosa agonía. ¿Es que todavía queda allí lugar para el amor y el perdón? ¿Cómo reaccionará Jesús? ¿Qué dirá? La respuesta a estas preguntas estalla con un esplendor majestuoso. Jesús levanta la cabeza coronada de espinas y grita palabras de proporciones cósmicas:  ¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!

    Me parece que 1 Pedro 3:8-9 está en armonía con este pensamiento de hoy, en mi soliloquio. Permitidme el atrevimiento de ordenar el verso de otra forma. Originalmente dice: “Sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición”. ¿Qué tal si abordamos esta verdad así?:

    Puesto que fuisteis llamados para heredar bendición, sed compasivos, amándoos… no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino bendiciendo…

    O, dicho de otro modo, nuestra posición ventajosa, de gente bendecida, ya que hemos heredado bendición, nos otorga la posibilidad de dar perdón, porque hemos sido perdonados primero; de amar, porque se nos ha amado por gracia; de bendecir a todos, incluso a los que nos hacen mal o nos maldicen.

    El mismo Martin Luther King y, ante todo, Jesús, nos han modelado estas acciones.

    La semana próxima añadiré otros puntos a este pensamiento, con la segunda parte del soliloquio, pero te dejo con un ruego: ¡Queramos ser de mayor bendición en este nuevo año! Y, con la ayuda del Señor, sin duda, ¡seremos de más bendición!

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Soliloquios - Ser bendición, llenos de compasión

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