El amigo ignorado

Esta historia describe esa sensación de herida que nunca cura, que cada tanto se vuelve a abrir; un dolor del alma.

    25 DE JULIO DE 2021 · 08:00

    Annie Spratt, Unsplash,solo, triste
    Annie Spratt, Unsplash

    ¿Te ha pasado alguna vez, que tienes un gran aprecio por alguien, hasta el punto de considerar a esa persona un buen amigo, y no eres correspondido? Lo que es peor aún, que tienes una relación tormentosa con una persona cambiante, porque un día te lo da todo, y se muestra cercana y encantadora, pero al día siguiente parece alguien totalmente diferente: no muestra interés en ti o en lo tuyo, te ignora, te da migajas de simpatía en lugar de todo su afecto.

    Quizás has tenido una experiencia así en tu juventud o en tu infancia o es probable que en el tiempo presente. Sea como fuere, es muy duro amar y no ser correspondidos; tener interés por una persona que nos ignora o que nos utiliza o que, simplemente, actúa de forma oscilante e impredecible.

    Pues bien, eso es exactamente lo que siente el mejor amigo que cualquiera de nosotros puede tener. Me refiero al Espíritu Santo. Él nos ama con un amor insondable y está deseando que lo conozcamos y que seamos grandes amigos. Lo triste es que muchos de los seres humanos lo ignoramos o lo negamos; no nos damos cuenta de que el Ayudador, el Paracleto, fue enviado para estar con nosotros y para ser nuestra mejor relación. ¿Pero qué me dices de esos hijos de Dios que hoy lo consideramos y mañana lo olvidamos? ¿Cómo se debe sentir el Espíritu Santo si un día hablamos con Él y al siguiente ni le dirigimos la palabra? Vivir con alguien que lo mismo te reconoce y te tiene en cuenta, como te da la espalda y te hace el vacío, debe ser una tortura. Te convierte en el amigo ignorado.

    Esta historia, que paso a contarte, describe esa sensación de herida que nunca cura, que cada tanto se vuelve a abrir; un dolor del alma, encarnado en Bernardo, y que nos ayuda a entender mejor lo que quizás hemos hecho con el Señor en algún momento, al no entender que Él siempre está ahí, a nuestro lado, deseando que le demos nuestro cariño y atención, así como nos la prodiga Él. No olvidemos lo que dice Santiago 4:5: “El Espíritu que Él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente”. Tomemos conciencia de cómo el Santo Espíritu se puede sentir al convivir con gente egoísta y ensimismada, no por una enfermedad mental, como en el caso de Casida (al leer entenderás); cristianos que podemos confesar con nuestros labios que Dios es real, aunque con nuestros actos parezca lo contrario. El Espíritu del Señor se entristece (Efesios 4:30), ya que el que hizo los sentimientos en los seres humanos también los padece. Vivamos de tal forma que alegremos diariamente su corazón. Eso comienza por un esfuerzo de reconocerlo en nuestro interior, de habar con Él; imaginarlo a nuestro lado al conducir o al pasear; pedirle su guía y consejo; preguntarle por cómo se siente; desear agradarle de todo corazón; y ser amigos y amarle, porque Él también nos ama y es nuestro amigo fiel cada día, sin excepción. Pues “aunque nosotros seamos infieles, Él permanece fiel” (2 Timoteo 2:13).

    Y sin más, paso a escenificar esta relación misteriosa, de hoy sí, mañana ya veremos a través de este cuento:

     

    El amigo ignorado 

    Bernardo y Casilda se casaron muy ilusionados, como deben hacerlo todas las parejas. Si estabas un rato con ellos pronto te percatabas de que eran un par de enamorados. 

    El mejor amigo de Casilda era Bernardo. La mejor amiga de Bernardo era Casi (a Bernardo le gustaba llamarla por el diminutivo). Se conocieron en el trabajo. Fue un flechazo… Pero de esos que no decepcionan cuando lo que imaginas se topa con la realidad. Al contrario, la relación fue creciendo y madurando tan rápidamente, tan intensamente, tan alegremente, que en cuestión de meses lo tuvieron claro: eran el uno para el otro; debían casarse; un amor así es un regalo en tiempos como estos. 

    Y la boda llegó.

    Y los dos primeros años de convivencia. Y los planes de tener un bebé. Y la emoción de la prueba, que dio positivo. Si era niño lo llamarían Miguel, por el abuelo materno de Casilda, y si era chica la llamarían Ariadna (ese nombre los cautivó un día en el que tomaban café y una madre gritó a su hija, “¡No tan fuerte, Ariadna, que te puedes caer!”, porque la niña se columpiaba demasiado alto). 

    Casilda perdió al bebé a los cuatro meses. Hacía poco que había cumplido veintiséis. 

    Fue un duro golpe para la joven pareja. Bernardo lo encajó mejor, por sus treinta y dos años, pensaron Jorge e Inés, los padres de Bernardo. Susana, que conocía más que nadie en el mundo a Casilda, su hija, se preocupó. Ella había estado al lado de Casi en sus dichas y desdichas. La había ayudado a superar los baches del camino: aquel año perdido en la universidad, por depresión; cuando rompió con su primer novio y Casilda adelgazó hasta parecer un esqueleto; o la noticia de su divorcio. Aunque Casi nunca estuvo muy unida a su padre, sin embargo, el divorcio de Susana le afectó más a Casilda que a su misma madre. Susana se alegró de que no hubiesen tenido más hijos, Casi contaba por dos. 

    Los temores de Susana estaban bien fundados. El aborto, aunque había sido natural e involuntario, llenó a la joven de culpabilidad y Casilda llegó a maldecir su trabajo. Creyó que por mover peso y por estar muchas horas de pie acabó perdiendo al bebé. 

    Desde entonces la casa de Bernardo y Casilda está irreconocible. Ya no hay risas. No suena música. Nadie los visita. Apenas hacen el amor. 

    Casilda está de baja y Bernardo sigue en su puesto, en el supermercado. A él le gustaría no ir al trabajo y ayudar a su esposa a salir de su tristeza, pero no es razonable. Con uno de los sueldos en peligro es suficiente. Susana tampoco logra levantar el ánimo de su hija. De hecho, Casilda no quiere visitas. 

    Ya han pasado dos meses y Casilda nunca llora. Ha dejado de hacerlo, al menos delante de Bernardo. 

    ……………………… 

    Un día, Bernardo se despierta temprano y prepara el desayuno. Es sábado. La invitará a pasear. El tiempo es ideal para andar un rato. 

    Casilda se despierta ojerosa. Ha dormido mal. 

    -Buenos días -dice Bernardo.  

    Casilda lo mira triste, se sienta, desayuna. Bernardo le habla; le habla y ella mira a la taza de café con leche. No contesta. Bernardo le cuenta cómo va por el supermercado. Le dice: 

    -El día está precioso, cariño. 

    Le pregunta: 

    -¿Quieres que vayamos a ver a tu madre? ¿O a dar un paseo? 

    Casilda se levanta, con paso pesado, con hombros caídos, recoge su taza, su plato, su servilleta… Los deja en el fregadero. Se acuesta en el sillón, hecha un ovillo. 

    Bernardo se levanta de la mesa y da paseos nerviosos en el salón. Un par de lágrimas luchan por salir, pero el joven esposo no lo permite. “Lo importante no es lo que yo siento”, se dice. “Lo importante es Casi. Es ayudarla…”. 

    Se arrodilla a su lado y le toma la mano. La besa.  

    -Casilda -le dice-, estoy aquí, nena. Siempre voy a estar aquí. Tenemos que superarlo, cariño -le dice. 

    Casilda, con la mirada perdida y la cara de un derrotado, se da la vuelta sin decir nada. Así permanece hasta la hora de la comida. 

    Mientras, Bernardo ha hecho lo que ha podido en la casa. Que si limpiando, primero. Cocinando, después. Llamando a sus padres por teléfono. Dejando sonar un poco de música… Así ha pasado la mañana. Tiene el corazón en un puño y, aunque está con su amiga, comienza a sentirse solo. 

    Come solo. Casilda se ha ido a la cama. Recoge la mesa solo. Y ve una película en la tarde echando de vez en cuando un viaje a la habitación. Casilda está recogida, en postura fetal, en el oscuro cuarto y cuando su marido le habla, le pregunta, le ofrece té, ella calla, lo ignora, lo oye de lejos, distante, muy lejos… Ahora, en su mundo, todo transcurre a cámara lenta y solo hay lugar para ella y su pena. 

    Bernardo se acuesta. Ya no habla con Casilda. “Mañana domingo”, piensa. “Mañana seguro que será mejor…”. Y con mucho esfuerzo se logra dormir.

    …………………….. 

    El domingo no fue mejor. Fue igual. Quizás peor, ya que Casi estuvo un poco más activa, regando las plantas, lavando los platos del desayuno, comiendo con Bernardo; pero con la mirada fantasma; esa mirada que le hiela la sangre a él, porque no le contesta ni le hace caso cuando habla. 

    Y, por primera vez, Bernardo sospecha que a su esposa le ocurre algo peor que una depresión, algo que puede ser más profundo: algún mal de la mente (“… tendrá que verla un doctor”, piensa él) o un mal del corazón (“… ¿desamor?”). 

    A la noche Bernardo se lo pregunta: 

    -Casilda, ¿me amas? ¿Me sigues queriendo, nena? ¿Es eso lo que te pasa… que ya no me quieres? 

    Casilda no dice nada. Sigue callada, cierra los ojos lentamente, se da la vuelta hacia su lado de la cama y respira profundo. Bernardo espera un poco; a ver si hay alguna confesión, alguna lágrima, algo… Pero nada. Casilda permanece quieta y Bernardo la abraza, más preocupado, si cabe. Ella se deja abrazar. Él piensa: “Por lo menos no me aparta de un codazo”. Y aferrado a esa pobre esperanza se acaba durmiendo. 

    ……………………………… 

    Toda la semana siguiente es igual. Como vivir despierto con una mujer que muere en un sueño. 

    Bernardo lo intenta el lunes, el martes, el miércoles. Pero el jueves ya no lo intenta. Se siente el amigo ignorado. 

    “Como ella no quiere ir a un psiquiatra, iré yo”, se dice el viernes. “Sí. El lunes busco uno”. 

    Pero el sábado sucede algo terriblemente bueno… Alegremente malo. 

    ……………………………. 

    Casilda se levanta de la cama ante que Bernardo. Prepara el desayuno; lo deja listo; se ducha; despierta a Bernardo con besos; hacen el amor; desayunan. Habla con tristeza, pero habla. Luego salen. Van a ver a Susana. Comen fuera. 

    -Vamos a casa -dice Bernardo. 

    -No. Quiero ver a tus padres… Quiero ver a nuestros amigos… ¿Quizás esta noche? ¿Cenamos con ellos? 

    De manera que van a casa de Jorge e Inés, los padres de Bernardo. Luego quedan con sus amigos. Cenan con ellos. Están muy contentos por ver a Casilda de nuevo. 

    Ya en casa, Bernardo quiere hablar de los silencios de Casi, de la depresión, de ir a un psicólogo, si ella piensa que lo necesita… 

    Casilda prefiere no hablar del aborto. Vuelven a hacer el amor. Bernardo se duerme y Casilda lee una novela hasta que amanece. Es entonces cuando cae rendida, vencida por el sueño. 

    ……………………………… 

    El martes por la tarde Bernardo acude a la consulta de la psiquiatra, Concepción Núñez. Ha pedido permiso en el trabajo y le han dejado salir temprano. No quiere que Casilda sepa de su visita al psiquiatra. Le resume todo el problema a doña Concepción. 

    -Doctora -dice Bernardo-, es así como se lo estoy contando… Si ella no está loca me está volviendo loco a mí. 

    -Entonces -pregunta la psiquiatra-, el domingo se despertaría tarde… 

    -A las dos, doctora. 

    ¿No quiso comer? 

    -No. 

    -¿Volvió a estar callada? 

    -Igual que la semana pasada… Yo tenía la esperanza de que lo malo ya había acabado. Que mejoraría. Pero el domingo me ignoró… Simplemente no habla. Está en su mundo… Muy triste. Ella no es así… No era así -rectifica Bernardo-, hasta antes del aborto. Algún que otro bajón… como todos, pero… 

    -¿Y el lunes? -le interrumpe Concepción. 

    -Bueno. Pedí cita en la mañana, porque -duda al decirlo- estoy un poco asustado… -se corrige- preocupado… ¿Me entiende? 

    -Claro -asiente la psiquiatra. 

    -El lunes, igual que el domingo. Es como vivir solos. Es… como no tenerla cerca, aunque estamos cerca. 

    -¿Y dice que no tiene buena disposición a venir? -quiere confirmar doña Concepción. 

    -No, doctora. El sábado, cuando sí hablaba -dice Bernardo con tristeza- me dejó ver que no quiere enfrentar lo del aborto. 

    La doctora entrelaza los dedos, se retira unos centímetros de la mesa y con movimientos pausados de cabeza, ahora de arriba abajo, después de izquierda a derecha, se lamenta: 

    -Usted me está describiendo perfectamente un trastorno afectivo bipolar, de ciclo rápido. 

    -¿Bipolar? -pregunta Bernardo, repitiendo lo único que ha entendido del diagnóstico. 

    -Sí… -confirma la psiquiatra, Concepción Núñez- Parece que el aborto ha desencadenado en Casilda un trastorno afectivo bipolar. Su estado de ánimo cambia de la depresión a la manía, es decir, a la euforia… Tendrán que buscar ayuda de un especialista. Conmigo o en lo público… Como prefieran. 

    Bernardo llena los pulmones y cierra con fuerza los ojos, queriendo con este gesto ver más claramente lo que las palabras “trastorno afectivo bipolar” implican. 

    Doña Concepción, acostumbrada a momentos como este, intenta compensar el diagnóstico con algo de luz al final del túnel. 

    -Bernardo, no va a ser fácil, es cierto. Pero sois jóvenes y tenéis lo más importante para enfrentar esto. 

    Bernardo abre los ojos y con sed de soluciones le da toda su atención a la doctora. Ella prosigue. 

    -Tú la tienes a ella y ella te tiene a ti. Os amáis; y con ayuda vais a aprender a llevarlo… e incluso a superarlo. 

    ……………………………………….. 

    Fueron muchos los días en los que Bernardo se sintió el amigo ignorado. Fue muy doloroso convivir con la mujer que amaba, mientras que ella recorría un laberinto en solitario, sin lograr encontrar la salida. 

    Una verdadera prueba para su relación, el pasar de los episodios de euforia a los de tristeza y silencio; ahora existiendo para Casilda; después, simplemente, sin poder entrar en el mundo oscuro y asfixiante de su esposa. 

    Me gustaría contar que pronto, aquella lucha, terminó. Pero no es cierto. Fue duro. Necesitaron ayuda. Supuso un penar de cuatro años, dejando atrás lágrimas, días malos y unos pocos buenos, hasta volver a encontrar la estabilidad; una felicidad frágil. 

    A pesar de todo, finalmente, Bernardo y Casilda lo volvieron a intentar. Casilda quiso volver a ser madre; sin duda, porque se sintió con fuerzas para amarse y amar a los demás, especialmente a su esposo. Y Bernardo luchó por Casilda y por un futuro unidos, disfrutándose, en el que ninguno de los dos sería más un amigo ignorado. 

    FIN

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Soliloquios - El amigo ignorado

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