La maraña informativa: narcótica y distópica

La disfunción actual de los medios de comunicación, el gusto por la intimidad ajena y la morbosidad.

    21 DE FEBRERO DE 2021 · 08:00

    Susan Yin, Unsplash,laberinto
    Susan Yin, Unsplash

    La posmodernidad y sus peligros (2)

    Me he propuesto, a través de tres artículos, tratar el tema de la posmodernidad, haciendo un énfasis en algunos peligros que enfrentamos la mayoría de los mortales en esta época, y aportando la medicina de la Biblia, el consejo de Dios, en cada uno de estos problemas. En el primer soliloquio vimos, a vista de pájaro, el peligro de interpretar en lugar de vivir, y el peligro de temer al silencio. En esta ocasión pondré en consideración estos otros: la disfunción narcotizante de los medios de comunicación; y el gusto por la intimidad ajena y la morbosidad.

    Definir el término posmodernidad es complejo, como veníamos afirmando en el anterior artículo. Otra de las características del tiempo posmoderno es el eclecticismo. La RAE define eclecticismo como la combinación de elementos de diversos estilos, ideas o posibilidades.

    Efectivamente, vivimos en la era de la mezcla, la complejidad, la saturación, en definitiva, un eclecticismo que, quizás, algunos juzguen prolijo y otros paranoide, pero que puede ser detectado en la literatura, la arquitectura, la pintura y en otras muchas manifestaciones artísticas y culturales. La posmodernidad es un eclecticismo que recoge diversidad de elementos, de estilos diferentes y de influencias. Decía Luis Racionero1 en su obra, El progreso decadente: “Si la modernidad fue un neoclasicismo racionalista, lo posmodernos es un neobarroco simbolista”.

    Por eso, nos podemos sentir confundidos, asfixiados, avasallados por los mensajes de los medios de comunicación, que son omnipresentes, hoy más que ayer. Corremos el peligro de perdernos en la maraña de información y entretenimiento, y acabar desorientados, sin hallar sentido a la vida. Encontrar en la avalancha de información y en la multitud de contenidos las posibilidades de un mundo con mejores valores es uno de los desafíos para el hombre posmoderno. Dice Luis Racionero1: “El siglo XX se abrió con teorías sobre decadencia y se cierra con la teoría del caos: no es por casualidad... Caos en el sentido de cantidad, complejidad y mezcolanza. La asignatura pendiente del siglo XXI es (…) cómo cribar y filtrar la calidad en la complejidad, cómo ordenar la mezcolanza para que esta sea fértil en vez de asfixiante".

    Los hijos de Dios contamos con algo que es imprescindible; tanto como el aire que respiramos: discernimiento (Hebreos 5:14). La palabra de Dios sigue siendo la lámpara que nos ilumina el camino (Salmo 119:105), la antorcha para días oscuros (2 Pedro 1:19). Y con Isaías podemos decirnos a nosotros mismos (pues de eso se trata un soliloquio): “a la ley y al testimonio, si no hablan conforme a la Palabra es que todavía no les ha amanecido” (Isaías 8.20).

    Para Len Masterman2 la clave para no ser manipulados por las influencias de los mass media es la educación, y el objetivo prioritario de la educación de este tiempo es alcanzar la autonomía crítica: desarrollar suficientemente la confianza en nosotros mismos y la madurez crítica como para podernos enfrentar a los mensajes de los medios.

    Sin embargo, Ramón Ignacio Correa3 va más allá y nos invita a “ser honradamente subversivos”. Correa advierte del hipnotismo de la cultura oficial y dominante y propone el pensamiento crítico, como Masterman, solo que añadiendo un componente de valentía para no caer en el comportamiento gregario: “El pensamiento crítico ante los medios estaría definido por la independencia y la autonomía de las personas en el procesamiento que hacemos de la realidad que nos ofrecen los medios. A través de la conciencia crítica podemos llegar a alcanzar cierto grado de soberanía ante las coerciones intelectuales y sociales de la propia tribu. O, en palabras de Henry Giroux, cruzar fronteras: dejar atrás los límites de la cultura oficial, de la ideología dominante y de las creencias sutilmente impuestas”.

    Creo que la invitación del evangelio es exactamente eso: cruzar una línea; pasar una frontera. Las multitudes, que viven conforme a los patrones del mundo, se quedan de un lado, en la seguridad de lo que hace la mayoría. Pero Jesús nos dice: "toma tu cruz y sígueme" (Mateo 10:38); ven conmigo, a ver la realidad desde este otro lado, el de Dios, el del reino de Dios. Dar el paso de dejar la multitud y convertirse en discípulo cuesta mucho. De hecho, cuesta todo. Solo lo podemos dar por amor a Jesús. Sin embargo, cuando lo hacemos, cuando estamos junto a Jesús, él transforma nuestra forma de pensar y descubrimos la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Romanos 12:2). Se nos aclara la vista. Si el eclecticismo del tiempo posmoderno es una niebla que lo envuelve todo, con Jesús subimos a un monte alto, desde donde podemos recuperar la visión.

    Dicho esto, quiero analizar, como lo hice la semana pasada, dos peligros más de la posmodernidad, siempre muy conectados con los medios de comunicación, que juegan un papel protagonista en el mundo de hoy: el peligro de la disfunción narcotizante; y el peligro del gusto por la intimidad ajena y la morbosidad.

     

    La disfunción narcotizante de los medios de comunicación

    En los estudios de efectos de la comunicación, elaborados desde las Ciencias Sociales, se ha producido una evolución en los planteamientos. El profesor Aguado Terrón4 los resume así: la etapa de los efectos todopoderosos (1920-1945), cuando se defendía que los medios ejercen una influencia directa, unívoca, determinante e inevitable sobre los individuos; la de los efectos limitados (1945-1970); y la vuelta a la concepción de los efectos fuertes (a partir de los años 70), con progresivo retorno a una visión poderosa de los medios como fuentes de influencias sobre los públicos, aunque más a largo plazo y con matizaciones abundantes en las teorías del Gatekeeper o de la Agenda Setting.

    Por ejemplo, Henri Dieuzeide5 opina que no podemos ser simplistas al mantener planteamientos propios de las posturas conductistas, afirmando que los mensajes de los mass media influirán sí o sí en las personas, pues hay que considerar las "condiciones psicológicas, intelectuales, sociales y culturales de los individuos que están expuestos a ellos".

    Sin embargo, hasta la Escuela Funcionalista, que ha defendido mejor que otras corrientes los beneficios de los medios de comunicación, reconoce que hay un peligro: la disfunción narcotizante.

    La disfunción narcotizante, presentada en 1985, es hoy, treinta y seis años después, un problema mucho mayor. Aguado Terrón4 sintetiza lo que esta disfunción representa: "Lazarsfeld y Merton advierten que la utilización indiscriminada de los medios se realiza en detrimento de las interacciones sociales cotidianas y fomentan un ciudadano pasivo, más interesado en ver que en participar, en oír que en decir, en conocer problemas que en resolverlos, disminuyendo su capacidad crítica y su integración social inmediata. Desde la propuesta de Lazarsfeld, que recogen desde el seno del funcionalismo la gran preocupación de las teorías críticas procedentes de la tradición europea, la reflexión sobre las formas e intensidades en que los medios ‘narcotizan’ a sus públicos ha constituido un referente esencial en el análisis de los medios de masas".

    Creo que hay muchos más peligros hoy para caer en ese desinterés y pasividad ante lo que ofrecen los medios de comunicación. Sumergirse en los cómics, la televisión, la prensa o la radio no se puede comparar con la inmensidad del espacio virtual de Internet o la ficción inacabable de los videojuegos modernos. Perder tiempo, quedar narcotizado, mantener relaciones que no aportan nada porque no son reales, volverse adicto de las redes sociales... Son solo algunos de los peligros que cualquier niño, joven o adulto puede encontrar al asomarnos a los media.

    Para Noam Chomsky6, reconocido lingüista y politólogo estadounidense, los medios abanderan un sistema doctrinario que refuerza los valores populares básicos: pasividad, sumisión, avaricia o ganancia personal.

    Ramón Ignacio Correa3 acuñó el término ‘Sociedad Mesmerizada’, en alusión al médico alemán del siglo XVIII, Mesmer, que encandiló a la sociedad parisina con su teoría y prácticas sobre el magnetismo animal y fue un precursor del hipnotismo. Dice Correa: “Vivimos en una sociedad tan mesmerizada que hasta lo que entendemos por realidad es algo artificial, es una construcción, interpretación o representación que se nos hace desde los medios... El lenguaje mediático tampoco está exento de tener fuertes dosis narcóticas para la sociedad”.

     

    Dos antídotos contra la disfunción narcotizante

    Para este narcótico os propongo dos antídotos infinitamente más poderosos. Uno está íntimamente conectado con el otro. Lucas 21:34-38 y Efesios 5:18. En estos textos hallamos la clave para vencer la embriaguez, que puede ser todo un estado moral y espiritual. Solo siguiendo el consejo de la Palabra de Dios tendremos la sobriedad necesaria para ser libres y mantener el enfoque correcto.

    Jesús dijo que en los tiempos finales habría disipación y embriaguez: “Estad alerta, no sea que vuestro corazón se cargue con disipación y embriaguez y con las preocupaciones de la vida, y aquel día venga súbitamente sobre vosotros como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra”. (Lucas 21:34-35) Entonces, nuestro Señor, manda qué debemos hacer: “Mas velad en todo tiempo, orando para que tengáis fuerza para escapar de todas estas cosas que están por suceder, y podáis estar en pie delante del Hijo del Hombre” (Lucas 21:36). Nos dice, ¡velad!, además "en todo tiempo" y "orando” para que tengamos fuerza. Pero no solo nos lo dice. Él nos lo modeló: “Durante el día enseñaba en el templo, pero al oscurecer salía y pasaba la noche en el monte llamado de los Olivos. Y todo el pueblo madrugaba para ir al templo a escucharle” (Lucas 21:37-38). ¿Cómo mantenía Jesús su fortaleza y enfoque en los peores tiempos? En los días de mayor oposición, nuestro Maestro pasaba la noche con el Señor, a solas, velando y orando. Y pudo enfrentarse a las multitudes y a sus enemigos.

    Ese es nuestro ejemplo y la única forma de vivir para no caer en lo narcotizante e hipnótico de esta era. Hay una embriaguez en la posmodernidad, que afecta también a muchos hijos de Dios. Mas aquí va el otro versículo: “Y no os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución, sino sed llenos del Espíritu” (Efesios 5:18). Solamente llenos del Espíritu mantendremos la sobriedad espiritual. Y no hay llenura del Espíritu sin una vida de oración y de estar alertas.

     

    El peligro del gusto por la intimidad ajena y la morbosidad

    El gusto por la intimidad, la morbosidad, todo lo que encierra el espectáculo, entendido este de una manera holística, se concentra y potencia en la cultura posmoderna.

    Aunque ha sido algo propio de todas las épocas, porque acompaña a la naturaleza pecaminosa del hombre, sin embargo, ahora está al alcance de cualquiera hacer de su vida un espectáculo, o bien, bucear en las alegrías y miserias de lo ajeno.

    Ken Follet, en Los pilares de la Tierra, retrata a la perfección la morbosidad de la Edad Media: “Los chiquillos llegaron temprano para el ahorcamiento (…) Uno de los muchachos orinó en la tarima de la horca. Otro subió por los escalones, se llevó los dedos a la garganta, se dejó caer y contrajo el rostro parodiando de forma macabra el estrangulamiento (…) El prisionero comenzó a forcejear. Los chiquillos lanzaron vítores; se habrían sentido amargamente decepcionados si el prisionero hubiera permanecido tranquilo”.

    Este pasaje sitúa la acción narrativa en el año 1123. La escena muestra odio por el prójimo, sed de sangre, ridiculización de la muerte... Todo ello está censurado en la sociedad de “lo políticamente correcto". Por este motivo muchos estallarían en protestas si se televisara, en la sobremesa, un ahorcamiento. Nos puede parecer atroz que la gente se arremolinara en la plaza del pueblo para ver morir a los ajusticiados.

    Sin embargo, no estamos tan lejos de esa morbosidad. Por ejemplo, en los reality shows de los últimos años se decantan por un exceso de visionado de elementos íntimos que rayan en lo grotesco y donde muchos espectadores verán saciado su instinto tendente hacia la morbosidad.

    Johan Huizinga7 en El otoño de la Edad Media comentó que una de las características de las últimas décadas de la Edad Media era la iconicidad, es decir, el deseo de preservar todo lo importante de la vida en tapices y en grabados con imágenes coloridas. Esto es esencial para captar la intención de esta época: los espacios públicos eran valorados porque en ellos se ofrecía la posibilidad de contemplar todos los discursos de la vida, con sus alegrías y penas, con todo lo escabroso de la muerte -como ahorcamientos, linchamientos, etcétera-, pero también con todo el gusto por el artificio y lo rocambolesco.

    Este apego a la espectacularización de todo no es, por lo tanto, un síntoma único de la posmodernidad. Solo que en este tiempo se ha universalizado más, si cabe, gracias al auge de Internet y las redes sociales, en donde cualquiera puede mostrar su intimidad o actuar y tener más audiencia que un canal de televisión, hasta conseguir millones de seguidores dejando que su vida sea pública, o esforzándose por mostrar aquello que puede despertar la curiosidad del prójimo.

    En la televisión, por poner el ejemplo de uno de los medios icónicos de la posmodernidad, nos identificamos con los actores y con las situaciones que se producen. Pero, como apunta Gérard Imbert8 se produce un “exceso de visibilidad que puede provocar saturación y conducir a una cierta insensibilidad”. De ahí que haya todo un debate en torno a si estamos expuestos a demasiada violencia, sexo y eslóganes publicitarios, que nos han acabado por hacer inmunes.

    De manera que, en la posmodernidad todo aquello que tenga que ver con algún elemento espectacular será bien recibido. Como dice Debord9, “la realidad surge en el espectáculo, y este es real. Esta alienación recíproca es la esencia y el sostén de la sociedad existente".

     

    ¿Qué nos aconseja el Señor?

    La Palabra de Dios condena el estar metidos en lo ajeno, el curiosear en la vida de los demás por simple instinto morboso: “Porque oímos que algunos entre vosotros andan desordenadamente, sin trabajar, pero andan metiéndose en todo” (2 Tesalonicenses 3:11). Cuando nuestra vida es insulsa, vana o estamos ociosos podemos caer en esta trampa de Satanás. ¿Cómo combatir este mal moderno? Aquí os dejo el consejo de Dios a través de Pablo, para terminar este segundo soliloquio sobre la posmodernidad y sus peligros:

    “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto meditad. Lo que también habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, esto practicad, y el Dios de paz estará con vosotros”. Filipenses 4:8-9.

    En el tercer y último artículo sobre posmodernidad quiero abordar estos otros dos peligros: la infancia mediática y las soledades interactivas.

     

    1. RACIONERO, Luis (2000). El progreso decadente. Espasa: Madrid.

    2. MASTERMAN, Len (1984). Problemas teóricos y posibilidades concretas. En: UNESCO. La educación en materia de comunicación. ONU: Unesco, p. 145-162.

    3. CORREA GARCÍA, Ramón Ignacio (2001). La Sociedad mesmerizada. Editorial: UNIVERSIDAD DE HUELVA.

    4. AGUADO TERRÓN, Juan Miguel (2004). Introducción a las teorías de la comunicación y la información. Murcia: DM.

    5. DIEUZEIDE, Henri (1984). Comunicación y educación. En: UNESCO. La educación en materia de comunicación. ONU: Unesco, p. 73-81.

    6.  CHOMSKY, Noam (1995). Cómo nos venden la moto. Icaria: Barcelona.

    7. HUIZINGA, J. (2001). El otoño de la Edad Media. Alianza Editorial: Madrid.

    8. IMBERT, G. (1999). Televisión y cotidianidad (la función social de la televisión en el nuevo milenio). Universidad Carlos III de Madrid: Madrid.

    9. DEBORD, G (1967). La sociètè du spectacle. Champ Libre.

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Soliloquios - La maraña informativa: narcótica y distópica

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