El hábito de escribir la Palabra de Dios

Una práctica olvidada que podemos rescatar, cuando lo común es caer en el engaño de no tener tranquilidad ni tiempo de calidad para las cosas de Dios.

07 DE FEBRERO DE 2021 · 08:00

Green Chamelon, Unsplash,escribir
Green Chamelon, Unsplash

Las iglesias cristianas del mundo entero, en general, tenemos la buena costumbre de hacer un ayuno especial cada comienzo de año. Son tiempos de oración, reposo y búsqueda intensa de Dios. De esta forma nos consagramos más a Cristo y afinamos el oído para escuchar mejor al Señor.

El caso es que, en este pasado enero, en uno de esos ayunos de comienzo de año, el Señor me movió a meditar en una práctica ordenada en Deuteronomio para los reyes de Israel de la que yo, francamente, en mis veintisiete años como cristiano, he oído enseñar muy poco. Me refiero a Deuteronomio 17:18-20. Allí se instruye al rey de esta forma: “Y cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, del original que está al cuidado de los sacerdotes levitas; y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida”…

Me pareció fascinante que el rey de Israel no leía la Palabra de Dios de un manuscrito oficial del templo, o de un rollo que perteneciese a su padre, madre u otro rey, sino que tendría junto a él, el resto de su vida, la copia que él mismo había transcrito del original. Cada vez que leyera, estudiase, meditase o consultara la Escritura vería su propia letra y recordaría el esfuerzo que supuso hacer aquel ejemplar, y que no se le ocurrió a él la idea de emplear meses en copiar la ley. Fue un mandato del Señor con un propósito muy claro: “para que aprenda a temer al Señor su Dios” y “para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos, ni se aparte del mandamiento a diestra ni a siniestra”.

La lectura del pasaje despertó en mi interior varias preguntas: ¿Qué era lo que el rey debía escribir? ¿Por qué mandaba el Señor que el rey escribiese la Palabra? ¿Qué producía esto? ¿Era solo un mandato para el rey o se extendía de alguna forma al resto de Israel? Y, finalmente, ¿puede tener, esta práctica, algún tipo de valor para nosotros?

A continuación, te resumo cuáles fueron mis conclusiones. Pero sirva de anticipo esta declaración: creo que todos los hijos de Dios deberíamos, de vez en cuando, y guiados por el Señor, tomarnos la molestia de escribir porciones de las Escrituras como parte de nuestras disciplinas espirituales. Yo, al menos, de ahora en adelante, así lo pienso hacer. Es más, lo hemos probado como congregación y ha sido de mucha bendición: una forma de deleite en la Palabra de Dios y una actividad que ha traído fortaleza a nuestra fe.

 

¿Qué es lo que el rey de Israel escribía?

La Torá. La palabra que nuestras biblias traducen como ley, literalmente, es Torá.

El término Torá se refiere específicamente a los cinco primeros libros bíblicos, el Pentateuco, al que se conoce también como los cinco libros de Moisés. Y ¿Cuántas palabras tiene la Torá? Hay 79 976 palabras en la Torá. Para hacer una comparativa, tengamos en cuenta que la Constitución Española tiene 17 376 palabras. 

 

¿Por qué mandó el Señor que el rey escribiese la Palabra?

El Señor, en su sabiduría, mandaba escribir la Torá, casi ochenta mil palabras, y de esta forma lograba crear en el rey un hábito de estudio y meditación en Las Escrituras, ya que no podía dedicarse a realizar esta transcripción en exclusiva. Probablemente, comenzaba sus labores como rey y debía sacar un tiempo diario para hacer su propia copia de la ley. Yo calculo que podía emplear los primeros meses de su mandato en acabar la Torá.

Así, se aseguraba de que el nuevo monarca:

  • Aprendiese y memorizase la Torá. Copiar toda la ley de Moisés era una ayuda para aprender y memorizar la Palabra. 
  • Se comprometiese con la Torá. Facilitaba un compromiso con la Palabra, pues era el ejemplar que el rey debía leer y estudiar, el que había escrito de su puño y letra.
  • Como he mencionado, era una forma de crear un hábito de meditar en las Escrituras. Escribir toda la Torá podía representar un año de trabajo si lo hacían simultáneamente con gobernar. 
  • Producía un beneficio en su carácter, como dice en el pasaje: “para que aprenda a temer al Señor su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra; para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos, ni se aparte del mandamiento a diestra ni a siniestra”.

Negarse a escribir su ejemplar privado de la Torá, escribiéndolo de principio a fin, era un reflejo de que el nuevo rey dejaría al Señor de lado y de que no le obedecería. Tristemente, así sucedió con muchos descendientes de David, en Judá, o reyes del norte, en Israel. Recordemos cómo en días de Josías el rollo de la ley estaba perdido y restaurando el templo lo encontraron, lo que ocasionó una reforma profunda en el corazón de Josías y en toda Judá, posteriormente.

 

¿Y el pueblo, también debía escribir?

Sin contar a los escribas y sacerdotes, el resto de la comunidad de Israel debía tener tal apego a la Palabra de Dios que la escribieran “en los postes de su casa y en sus puertas”, además de atarlas como señal en su mano y estar entre sus ojos y, sobre todo, en su corazón (Deuteronomio 6:1-9 y Deuteronomio 11:16-21).

Esta ordenanza ha derivado en la mezuzá

La palabra mezuzá, en hebreo, literalmente, quiere decir “marco de la puerta” o “dintel”. La mezuzá consiste en un rollo de pergamino donde están escritas una de estas dos plegarias: la más solemne del judaísmo, Shemá Israel (en hebreo, "שְׁמַע יִשְׂרָאֵל", "Escucha, oh, Israel") o el Vehayá im shamoa ("וְהָיָה אִם שָׁמֹעַ", "En caso de que me oyereis"). La mezuzá es albergada en una caja, generalmente cilíndrica, que puede tener diferentes tamaños y decoraciones. 

La tradición en muchos hogares judíos es tocar la mezuzá con la mano al entrar o al salir. Hay quienes luego se besan la mano con la cual la han tocado.  

 

¿Puede tener, esta práctica, algún valor para nosotros?

Antes de contestar a esta pregunta afirmaré algo que se ha convertido en una convicción personal y que, sin embargo, enseño sin hacer de ello una doctrina, sino un buen hábito. Todos somos ahora, en el Nuevo Pacto, reyes y sacerdotes; por lo tanto, el mandato de escribir de cuando en cuando pasajes del libro de Dios (cualquiera de sus porciones, en las que el Señor nos lleve a meditar y aprender) puede ser algo muy saludable.

De hecho, si Jesús fue el último y gran rey de Israel, del linaje de David, y que debía cumplir toda la ley, no es nada descabellado pensar en que en algún momento de sus treinta y tres años de vida escribió la Torá. ¿Quizás en los cuarenta días del desierto, antes de enfrentarse a Satanás, cuando fue tentado?

Me llama poderosamente la atención que los tres “escrito está” de nuestro Señor fueron extraídos de Deuteronomio:

TENTACIÓN 1: “Di que estas piedras se conviertan en pan”. 

RESPUESTA 1: “Escrito está: no solo de pan vivirá el hombre”. Eso es Deuteronomio 8:3.

TENTACIÓN 2: “… Si eres Hijo de Dios, échate abajo…”. Mateo 4:5-6 

RESPUESTA 2: “Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios”. Mateo 4:7. Eso está basado en Deuteronomio 6:16.

TENTACIÓN 3: “… Todo esto te daré, si postrado me adorares”. Mateo 4:8-9. 

RESPUESTA 3:  “Respondiendo Jesús, le dijo: Vete de mí, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás”. Lucas 4:8. Esta respuesta está basada en Deuteronomio 6:13, en combinación con el Shemá,  Deuteronomio 6:4-5.

Sea como fuere, la pasión, el compromiso y la unión perfecta de Cristo con las Sagradas Escrituras es innegable. Él es el Verbo y honró en todo momento en su vida y ministerio el Tanaj (cuando el término Torá implica todos los libros de la Biblia hebrea, los judíos suelen denominarla Tanaj).

 

Recordemos los beneficios de escribir la Palabra

En el caso de los reyes de Israel, era una ayuda para aprender y memorizar las Escrituras. El leer y estudiar un ejemplar de la ley de su puño y letra, les recordaba su compromiso con la Torá. Producía un beneficio en su carácter: humildad, obediencia, temor de Dios… Y era una forma sabia de crear el hábito de meditar en la Palabra.

Escribir textos de la Biblia, con concentración y esmero puede reportarnos los mismos beneficios. Es una práctica olvidada que podemos rescatar para nosotros, en días en los que es común caer en el engaño de no tener tranquilidad ni tiempo de calidad para las cosas de Dios.

Te recomiendo, con mucho cariño, que te disciplines a ti mismo para escribir una porción que el Señor ponga en tu corazón. Trae tu pensamiento a lo que estás copiando. Deléitate en la Palabra. Hazlo, especialmente, cuando estés en ayuno y oración. Yo lo he hecho con el Salmo 119 y me ha enriquecido a más no poder.

 

Escribir a mano es muy provechoso

La escritura a mano se ha demostrado que mejora nuestra capacidad para aprender, en general, y también la memoria.

Las señales que se envían desde la mano al cerebro crean conexiones que ayudan a la memoria y desarrollan las habilidades de aprendizaje. Se han hecho numerosos estudios que lo prueban. Por ejemplo, el Dr.  Ronald Kellogg realizó un experimento con sus estudiantes para comprobar si la escritura regular mejoraba la memoria de palabras a corto plazo y sus resultados fueron positivos.

Según la profesora de psicología Virginia Berninger, de la Universidad de Washinton, la secuencia de movimientos de los dedos activa regiones masivas en el cerebro, relacionadas con el pensamiento, el lenguaje y la memoria de trabajo: “Cuando escribimos utilizamos nuestra mano, sujetamos el instrumento con el que escribimos y pensamos en las letras que plasmamos. Este proceso estimula una parte del cerebro denominada Sistema de Activación Reticular. Este sistema actúa como un filtro para lo que el cerebro necesita procesar, dando más importancia a las cosas en las que estamos activamente concentrándonos”.

Por lo tanto, la práctica de escribir la Palabra, ordenada por el Señor a los reyes de Israel hace miles de años, conjuga las bienaventuranzas propias de amar la Palabra de Dios, con los beneficios probados de la escritura a mano.

Para terminar, os propongo un ejercicio práctico

¿Qué tal si escribes una porción de la Escritura en cualquiera de estas tres modalidades de dificultad? Si no tienes el hábito de copiar la Palabra será una buena iniciación:

1- MODALIDAD LEVE: Escribe Romanos 8; son 818 palabras. 

 2- MODALIDAD MEDIA: Copia el Salmo 119; son 2.179 palabras. O bien, el Sermón del Monte (Mateo, capítulos 5, 6 y 7) que tiene 2 244 palabras. 

 3- MODALIDAD SUPERIOR: El Evangelio de Marcos; el más corto y antiguo; aproximadamente 11 000 palabras. 

Por favor, déjame tus comentarios para saber qué te ha parecido recuperar esta práctica olvidada. Y, con este artículo, te animo a incorporar el hábito de escribir la Palabra de Dios a tus disciplinas espirituales.

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