Ropa vieja colgada en un ropero

La ropa colgada un año en un ropero sin usar, rara vez nos la volvemos a poner. Nos pasa igual con las relaciones.

30 DE ABRIL DE 2019 · 08:00

Artem Ball, Unsplash,ropa ropero, vestidos armario
Artem Ball, Unsplash

Hace unos días me sentí asediada en las redes sociales debido a mi postura política no partidaria, pero sí anti-un partido político en especial. Cada vez que hay algo picante en el aire sobre el tema tengo dos o tres abonados que vienen a caranchear (término del lunfardo que significa: realizar una autopsia deficientemente, tomando al azar trozos de órganos) mi pensamiento.

Me tienen, lo que se dice en dos palabras, “A—GOTADA”. Y creo que mi paciencia llegó al límite, que en una planilla de Excel viene siendo la casilla bajo las coordenadas entre las línea número 73679 y la columna EE56, o como lo dijera Buzz Lightyear: “al infinito y más allá”.

En mi publicación, que era una gráfica que mencionaba una elección por disgusto a un determinado candidato, y no por amor a quien voté. Allí, haciendo caso omiso a mi declaración volvieron a refutar mi pensamiento con la infantilada de “el tuyo es peor que el mío” y luego una catarata de insultos, descalificaciones y molestos conceptos atacando a mi persona por mi ideología política que estaba siendo exhibida en mi muro.

Digamos en el living de mi casa, vinieron a ensuciarme y desprestigiar mi pensamiento. Como si pensar diferente sea un pecado mortal. Eso me llevó a borrar todos los insultos, bloquear al menos uno de los agresores: el más desbocado.

Acto seguido y con una severa rabia escribí un estado donde hago el descargo de molestia absoluta por las afrentas gratuitas y en mi propia sala. Cansada de las agresiones y los destratos, dije ¡BASTA! y en ese decir, invité a retirarse de mi lista de contactos a quienes no pueden tolerar mi pensamiento distinto al de ellos, como yo trato de tolerar el que no me agrada con mi silencio. El resultado que el otro propinador de oposiciones ya conocidas por sus comentarios insistentes, se fue solito.

Yo me quedé masticando la situación. Y comenzaron a llegar los mensajes de apoyo, y hasta las preguntas. A una de ellas respondí públicamente la pregunta de por qué no eliminarlos yo misma de mis redes sociales. A lo que respondí: Soy medio idiota y todavía, con algunas personas que hace años no nos vemos mantengo la ilusión de poder construir un diálogo, una amistad. Pero al fin y al cabo es como la ropa que no usas en un año, tenes que regalarla porque no vas a usarla mas. Hay relaciones que son eso, ropa colgada en el ropero”.

Un viejo compañero y amigo de la escuela secundaria que vive en España, se llevó en una captura de pantalla mi respuesta a su muro. Lo creyó valioso. Dijo que le encantó mi reflexión (la del entrecomillado de arriba). A lo que le respondí: “Gracias amigo por tu reconocimiento. No sé aún si estoy del todo orgullosa de esta respuesta que di. Da la sensación que uso a las personas y nada más lejos de mi pensar. Sigo confiando en las relaciones humanas, sigo apostando a las amistades de larga data. Sigo creyendo que vale la pena invertir en las personas.

Cabe aclarar que no respondí, sino que expliqué el por qué de mi pedido. En donde también explico la elección, mi elección de guardar relaciones y por eso callo frente a publicaciones ajenas, en temas donde considero que la persona está equivocada ideológicamente. Porque realmente quiero combatir ideas y no personas.

Pero me quedé pensando en la imagen que usé respecto a la falta de comunicación entre personas que alguna vez fueron muy cercanos. En las motivaciones que nos llevan por caminos diferentes y las veces que, o porque aparecen como sugerencias de las redes sociales o por alguna extraña nostalgia, volvemos a invitar a esas personas a formar parte de tu vida. ¡Por algo ya no están! Y me gusta dar nuevas oportunidades. Quizás porque alguna vez las recibí, aunque creo que fueron más las que di. Y esa diferencia, la menciono pero no me importa. No lo contabilizo. No está en mi esencia.

Sin embargo es real que la ropa que dejas colgada en un ropero durante un año sin usarla, rara vez la vuelves a usar. O porque te queda chica, o porque cambió la moda. También puede ser que te quede grande, y ya no luzcas con esa prenda. Y es real que nos pasa lo mismo con las relaciones. Nos quedan grandes, nos quedan chicas o cambió tanto la moda que ya somos escenas muy disímiles.

Alguien, en la publicación de mi amigo (el que vive en España), me dijo: “Hay que aprender a soltar. La gente que no suma así como la ropa que no usamos, hay que dejarlas que sigan su camino.”. Creo que es algo que me da vueltas hace tiempo. No me aferro al pasado, rescato de él relaciones que perduraron a través del tiempo. Y algunas anécdotas graciosas que le dan color a las historias que narro de tanto en tanto.

Esto no se trató de diferencias políticas, tampoco de ropa colgada. Se trató de relaciones terminadas a las cuales prometo no volver. Muy egoístamente, alguna vez dije: “si no te vi, ni te necesité en 20 años ¿por qué te voy a necesitar ahora que las redes sociales me imponen verte como en una vitrina, pensando en lo que no fue, e intentando construir una imagen mediatizada de la persona que yo misma fui”.

Para terminar quiero decir dos cosas. Primero, no me creo más que nadie. Y trabajé mucho durante años para no creerme menos que otros. Segundo, siempre sigo apostando a las personas, a los cambios que cada cual puede experimentar y a las relaciones sanas que uno puede cultivar.

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