Lamentaciones: tristezas de la cautiva Sión

Uno palpa el dolor y sufrimiento del profeta y otros israelitas viendo la destrucción del templo y Jerusalén.

    14 DE NOVIEMBRE DE 2020 · 08:00

    Dave Herring, Unsplash,Muro Lamentaciones, Jerusalén
    Dave Herring, Unsplash

    El libro de Lamentaciones tiene como posible autor a Jeremías, y quizá por esto se lo conoce a este siervo de Dios como “el profeta llorón”.

    El contexto es la cautividad de Israel (tribus de Judá) a Babilonia; aunque Jeremías no fue llevado al cautiverio, y vivió un tiempo en Israel y luego se trasladó a Egipto. 

    Después que Israel fue llevado a la cautividad y Jerusalén quedó desierta,  Jeremías estaba sentado llorando, y compuso un poema de lamentos sobre Jerusalén suspirando con amargura de ánimo y dando alaridos.

    En primer lugar es bueno señalar que el llanto y la lamentación son también manifestaciones de la comunicación humana. Uno puede leer el texto, y palpar gráficamente el dolor y sufrimiento del profeta y otros Israelitas viendo la destrucción del templo y de Jerusalén. Obviamente en este caso Dios era el receptor, y el escritor va narrando sus lamentos, su amargura, por el triunfo de los enemigos del pueblo.

    Sabemos por el libro anterior (Jeremías), que el pueblo había sido advertido sobre lo que ocurriría, pero ellos ignoraron y desecharon el mensaje de Dios. Además de que todo quedó destruido, solo permaneció un puñado de gente pobre e indigente en Jerusalén. También el autor se lamenta de los “burladores” que pasaban riendo sarcásticamente de la desgracia de Israel.

    A pesar de todo el autor reconoce que todo esto fue la voluntad de Dios (la ira de Dios) ante un pueblo rebelde. No estoy seguro si la ira de Dios se asemeja a la ira del ser humano, pero esto fue lo que escribió el autor (ver todo el cap. 2 y parte del 3).

    También es interesante ver que Jeremías redactó un acróstico con el alfabeto Hebreo. Casi cada párrafo comienza con una letra, lo que lo hace una obra de literatura impresionante.

    Aquí en Paraguay se hizo famoso una frase “…… (fulano de tal) Desastre”. Si bien nuestro desastre no se parece en nada al que dejaron como legado especialmente los últimos reyes de Judá y el puntapié final que dio el rey Nabucodonosor… Jerusalén quedó como un “castillo de naipes” tirado por el suelo.

    Aunque el libro en sí no es una inspiración para la adoración al Señor (no estoy seguro cuántos himnos se inspiraron en este libro), el autor termina diciendo:

    Pero tú, Señor, reinas por siempre; tu trono permanece eternamente. ¿Por qué siempre nos olvidas? ¿Por qué nos abandonas tanto tiempo? Permítenos volver a ti, Señor, y volveremos; devuélvenos la gloria de antaño (renueva nuestros días como antes). La verdad es que nos has rechazado y te has excedido en tu enojo contra nosotros. (5: 19-22).

    En medio del dolor, de la desesperación, del presente y futuro tenebroso, que tal vez es por culpa nuestra, y a veces son circunstancias o sucesos fuera de nuestra comprensión o entendimiento, podemos saber que el Señor es el Rey y reinará para siempre.

    Puede que las circunstancias no sean las mejores, pero pareciera el libro decirnos que tenemos la posibilidad de expresar nuestro dolor ante Dios. Comunicarnos con Dios y contarle nuestras penas y tristezas no es pecado.

    Recuerdo una iglesia de origen brasilero que tenía en el barrio donde vivía. Solía escuchar su hermosa música con instrumentos de viento, y no me aguanté las ganas y fui a presenciar un culto. Me asombró de sobremanera que después de tan buena música, iban pasando al frente una fila de como 10 mujeres, con un velo puesto sobre la cabeza. Los hombres se sentaban del lado derecho del pasillo y todas las mujeres del lado izquierdo; y esas 10 mujeres hablaron más o menos dos o tres minutos cada una. No entendí su portugués atravesado, pero lo que me asombró es que cada una de ellas no paraba un segundo de llorar. Salí de allí con la pregunta si qué había pasado para que esas mujeres lloraran tanto. Después me enteré que todas las reuniones de esa iglesia eran así.

    Yo pensé, pero que tremendamente pecadores se sentirían esas mujeres para hacer tremendo llanterío; y me di cuenta que solo era un ritual religioso. Al ver la TV cristiana veo a algunos predicadores que pasan llorando. Uno de mis amigos me dijo una vez: Cuando vayas a escuchar a “fulano de tal Bullón”, debes llevar una palangana, para juntar tus lágrimas. ¡Pero qué estupidez!

    A lo que voy es a lo siguiente… Dios ve y ama a las personas con corazón adolorido y triste; pero tampoco la pavada. Ya lo dijo el rey sabio; hay tiempo para todo; tiempo para reír y tiempo para llorar.

    Mi consejo es el siguiente: Puedes llorar el viernes de dolores, pero debes celebrar con gran alegría el domingo de resurrección. 70 años después del llanto de Jeremías, vino el gozo y la alegría del retorno del exilio.

    Cuéntale a Dios tu dolor, pero mantén la paz de tu alma, sabiendo que ya llega la alegría.

    Subrayen los actos de comunicación de Lamentaciones, pero la semana que viene nos encontramos para analizar el libro del profeta Ezequiel. ¡Muchas bendiciones!

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Pytheos - Lamentaciones: tristezas de la cautiva Sión

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