La humanidad entera representada en un solo hombre

Este artículo lo escribí hace 37 años, con el título: "13 AÑOS DESPUES". Hoy tengo que titularlo: "56 AÑOS DESPUES".

    31 DE MARZO DE 2024 · 08:00

    History in HD, Unsplash,luna astronauta
    History in HD, Unsplash

    Lo puedo recordar como ahora. Era la noche del 21 de julio del 1968. Precisamente la fecha de mi cumpleaños. Era una noche despejada y calurosa, como casi todas las noches de verano. Todos los ojos estaban frente al televisor, mientras un “buzo del espacio” se desplazaba dando salto al compás del suspenso, sobre una brillante y rocosa superficie. Era un norteamericano irreconocible, parecía una maquina disfrazada de hombre. Su envoltura estaba atada a una complicadísima red de cables que lo comunicaban con la tierra. ¡Increíble! El hombre había llegado a la luna.

    Estábamos repentinamente en la época en que se exploraría el infinito. Para muchos, las cosas habían sucedido como en las novelas modernas, habíamos pasado casi sin darnos cuenta al capítulo de la era espacial. La luna había perdido el papel de celofán color caramelo con el que se endulzaban los enamorados al bañarse de esperanza en la luz de sus ensoñadores rayos. Despojada de su arrobamiento mágico y herida en interior intimidad, las pisadas del hombre habían espantado los sueños que prodigaba la luna, violada impunemente como una doncella inmaculada e intocable.

    Todos esperamos lo que seguiría delante. ¿Qué se podía esperar?, sino una despiadada y grotesca explotación, derivada de la ancestral crueldad a que el hombre somete todas las cosas que caen bajo su dominio, sean sagradas o no. El hombre lo rebaja todo a la medida de su impiedad.

    Yo había esperado impaciente y callado. Mi hermano me había dicho que el día consagrado universalmente para la celebración del alunizaje sería el 22 de Julio. Yo me enojé. El día que yo nací fue un día despreciado por los hombres grandes para realizar sus hazañas.

    El día 21 de Julio era un día sin historia, solamente hechos casuales se habían registrado, y ahora que el hombre había llegado a la luna se van a guiar por un horario que no va coincidir con mi cumpleaños para fechar este hecho. Seguí todo con atención hasta que después de muchas discusiones me enteré que el 21 de julio sería escogido para la fecha célebre en el hombre pisó la luna.

    ¡Qué alegría!

    ¿Y ahora qué? Después de más de cincuenta años de esta temeraria conquista, la tierra continúa empantanada en sus mismos problemas, atascada en un círculo cada vez más amenazante y estrecho.

    En perspectiva de mi infantil emoción, pienso que el viaje a la luna ha sido una salida irresponsable, una fuga inoportuna, semejante a la de un padre cobarde que decide malgastar su sueldo porque no cubre los gastos de su familia. Es la vieja historia del aventurero que busca en lejanas glorias un camino hacia el olvido para luego regresar por la vereda de su realidad con mayor pesar.

    La luna es un lugar sin vida, es inapropiado y no hay otros seres humanos, por tanto, tampoco existe la posibilidad de hacerle la guerra a sus habitantes. Si, la guerra, esa entretención favorita de quienes llevan jordanas milenarias discutiendo y peleando para alcanzar la paz.

    A pesar de ese sabor amargo que los pasos del tiempo van dejando, estas conquistas medio confusas y paradójicas, a pesar de ese sabor pegajoso y molesto parecido al que dejan los dulces cuando se injieren sin tomar agua, a pesar de esto, sigo pensando que el viaje a la luna fue algo grande.

    No puedo olvidar la emoción que sentí cuando Neil se lanzó de la nave para poner el pie en la superficie de la luna. Recuerdo que en ese instante pronunció su memorable frase: “Un paso pequeño para un hombre, un paso gigante para la humanidad”.

    Mientras más pienso es estas palabras, más me conmueven; Neil en aquel momento me estaba representando a mí, y junto conmigo a todo el género humano. Lo que me emocionaba no era tanto la fecha de mi natalicio, sino que yo también está implicado en esta gran hazaña.

    El mismo Neil lo había dicho, la humanidad estaba saltando con él. Si se hundía un pedazo de su pie se estaba hundiendo un pedazo de la humanidad. Como expresa ese poema de John Donne que tanto releo: “Ningún hombre es en si equiparable a una isla, todo hombre en un pedazo del continente, una parte de tierra firme. La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque soy una parte de la humanidad”.

    Entiendo que la luna ha vuelto a endulzar los corazones con sus rayos, que todo fue una percepción momentánea que pronto se deshizo. La ilusión y el sueño de enamorados que se vayan en sus reflejos románticos está de regreso.

    Sus intrépidos conquistadores, grandes colosos del espacio, se han convertido en seres taciturnos, en criaturas hurañas acosadas del temor y del espanto que asoma con la cercanía de la muerte.

    Hay un momento en que un solo hombre toma la prerrogativa de existir en si mismo por toda la humanidad, de implicarla y resumirla en la materialización de un hecho, como lo hizo Adán hace muchísimos siglos.

    Adán se tomó el derecho de representarme y no el día de mi cumpleaños, sino antes de yo nacer. Él me implicó en su desobediencia y en su desvío como si yo hubiese estado con él en su momento aciago y de extravío.

    Muchos años después, otro hombre me habría de implicar en su muerte y en su resurrección.

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