Cristianos de gelatina en el envase amorfo de una sociedad gaseosa
Para estos cristianos la verdad está “en todas partes”, lo que equivale a decir que no está en ninguna.
23 DE JULIO DE 2025 · 08:00
El pastor y teólogo argentino Alberto Roldán ha acuñado un término provocador para describir una preocupante tendencia en el cristianismo contemporáneo: el “cristiano gelatinoso”. Se trata de aquellos creyentes que, en nombre de la tolerancia y el pluralismo, han renunciado a toda afirmación absoluta.
En un mundo donde "la verdad no es una sola", muchos temen ser encasillados y, por ello, se entregan completamente a la corriente cultural dominante. Su vida de fe es, en realidad, una constante huida de normas y definiciones.
Para estos cristianos, según Roldán, la verdad está “en todas partes”, lo que equivale prácticamente a decir que no está en ninguna. Valoran más las buenas intenciones que la verdad revelada de Dios, y en su afán de agradar a todos, diluyen sus convicciones hasta quedar sin ninguna. Todo discurso les resulta aceptable, toda ética es válida, porque —afirman— “todo se vale”.
En consecuencia, el cristiano gelatinoso se convierte en una figura amorfa, carente de contorno y sustancia, como una gelatina espiritual: sin firmeza, sin estructura, sin raíz. Conservan la etiqueta de “cristianos”, pero desprovistos del contenido que da sentido a ese nombre. Lo suyo no es el Evangelio sólido de Jesucristo, sino una mezcla inconsistente de ideas fluctuantes.
Este fenómeno no es casual. Vivimos en una sociedad líquida, como la describe el sociólogo Zygmunt Bauman: una cultura marcada por la volatilidad, la inestabilidad y el constante cambio. Nada es duradero, todo se adapta al envase del momento. Y no solo eso: algunos autores observan que nos estamos desplazando aún más allá.
La psicóloga y escritora Lidia Martín, en un agudo artículo publicado en Protestante Digital, señala que estamos sólidamente atascados en una fluidez gaseosa. Hoy todo debe “fluir”: la sexualidad, las emociones, las relaciones, las creencias. “Si fluye, va bien”, se nos dice. Pero si no fluye, entonces algo anda mal. No hay verdad ni error, no hay bien ni mal. Solo el mandato imperativo de “dejarse llevar”.
Pero ¿qué se puede construir sobre lo líquido, y mucho menos sobre lo gaseoso? La fluidez permanente impide que algo repose y tome forma. Si lo líquido ya es inestable, lo gaseoso es todavía más: impalpable, etéreo, efímero. En este nuevo estado, nuestras relaciones personales —con hijos, cónyuges, amistades— se diluyen, se expanden sin forma ni control, dejando tras de sí una cultura sin límites ni fundamentos.
Y es que, como observa Martín, esta mentalidad gaseosa tiene mucho que ver con el rechazo a un Dios que, por su sola existencia, representa una barrera a esa “libertad líquida”. Dios es demasiado sólido para una generación que quiere disolverse en sus propios deseos. No obstante, el Dios de la Biblia no es un obstáculo a la vida, sino su cimiento más firme y su fuente más pura.
Quienes se acercan verdaderamente a Dios descubren que Él es sólido fundamento, agua viva que fluye y Espíritu que vivifica. Dios no niega los tres estados de la existencia humana, los redime: nos da firmeza en medio de la inestabilidad, frescura en el desierto y libertad con propósito.
En una era gaseosa, aferrarse a la Palabra sólida de Dios es el acto más contracultural —y liberador— que podemos realizar.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Para vivir la fe - Cristianos de gelatina en el envase amorfo de una sociedad gaseosa