Frente a un mundo de vanidades caras y vacías
El desafío a las iglesias de construir comunidades solidarias y significativas.
18 DE JULIO DE 2025 · 08:00

Los cambios vertiginosos de los últimos años han transformado nuestro mundo de manera tan radical que apenas hemos tenido tiempo para procesarlos. La avalancha de innovaciones nos ha dejado sin margen para reflexionar con serenidad sobre su verdadero impacto en la vida cotidiana. En medio de este torbellino agitado y constante, se han impuesto nuevos estilos de vida que afectan profundamente nuestra manera de ser, de relacionarnos… y de creer.
Para nosotros, los evangélicos, estos cambios no son neutros. Han influido en nuestra identidad cristiana y nos han empujado, muchas veces sin discernimiento, a seguir los patrones culturales dominantes. En vez de responder con profundidad, lo hemos hecho con ingenuidad y superficialidad. La cultura relativista, emocional, consumista y centrada en el entretenimiento ha desplazado en muchos casos la reflexión bíblica y teológica.
La industria del entretenimiento, hoy convertida en un aparato global de consumo, no solo ha absorbido ideologías como el marxismo para convertirlas en mercancía al servicio del capitalismo salvaje, sino que también ha trastocado nuestra teología. Así nació un evangelio distorsionado que tuvimos que etiquetar como “evangelio de la prosperidad”. Fue una etapa en la que faltó discernimiento para leer los signos de los tiempos con visión profética, aunque no faltaron voces cristianas que alertaron sobre los peligros.
El desafío de la misión en tiempos posmodernos
La misión de la iglesia, sin duda, ha sido afectada. Como evangélicos, debemos preguntarnos cómo vivir nuestra fe en una sociedad global y posmoderna. Cada generación del pueblo de Dios enfrenta nuevos retos que requieren una renovación de la vida comunitaria de la iglesia.
El teólogo Samuel Escobar (1) afirma que, frente a la desintegración familiar, la violencia urbana y el ritmo acelerado de la vida, la comunidad debe ser una prioridad esencial de la iglesia. En un mundo que clama por pertenencia, las iglesias están llamadas a ser hogares para los desarraigados, familias para los sin familia. Cuando los que llegan a la iglesia encuentran apertura, comprensión y afecto, suelen quedarse.
En esa misma línea, el misionero británico Lesslie Newbigin recordaba que Jesús no escribió libros ni fundó escuelas; su legado fue una comunidad. El pastor Brian McLaren también observa que, en muchos lugares, la iglesia es hoy el único espacio que aún construye comunidad.
Una llamada a ser comunidades contraculturales
Michael Amaladoss (2) en su artículo “La misión en un mundo posmoderno: una llamada a ser contracultural”, plantea que las comunidades cristianas deben ser solidarias y contraculturales. Comunidades que se enfrenten al dios dinero y encarnen el poder del Espíritu Santo. Ante la falta de propuestas convincentes para una nueva misión relevante, Amaladoss propone tres pilares fundamentales:
1. Afirmación de la vida: Reconocer la dignidad de cada persona, su cultura, su identidad, su libertad creativa y sus diversas expresiones.
2. Vida en comunidad: La vida solo puede compartirse en amor. Aunque el ser humano nace en comunidad, esta debe construirse permanentemente sobre vínculos de amor, aceptación mutua y comunión.
3. Conciencia de la trascendencia: La misión no puede reducirse a satisfacer necesidades psicológicas personales. La fe cristiana nos llama a ver a Dios en los pobres, los oprimidos y los marginados, y a comprometernos con ellos.
La comunidad cristiana está llamada a ser testimonio viviente del Reino de Dios, a través de estos valores que desafían la cultura dominante.
La comunidad como misión
Brian McLaren (3) uno de los impulsores del concepto de “iglesias emergentes”, reconoce que, aunque la unidad comunitaria es difícil de lograr y mantener, su búsqueda se ha vuelto esencial en este mundo fragmentado. Por eso no le sorprende el auge de las iglesias caseras pequeñas ni la necesidad de formas de liderazgo más flexibles y contextualizadas.
Para McLaren, lo importante no es el número de miembros de una iglesia, sino la calidad de sus relaciones. La vieja obsesión por el crecimiento numérico ha cedido el paso a la construcción de comunidad. Y aunque esta búsqueda es noble, también es compleja y arriesgada. McLaren advierte contra la tentación de buscar comunidad solo por bienestar emocional o entretenimiento. La verdadera comunidad cristiana implica sacrificio, entrega y propósito.
Al final de su artículo “Valores emergentes”, McLaren lanza una invitación contundente: “Usted está invitado a dejar su vida de acumulación, competencia y egocentrismo, para unirse a nosotros en esta misión de amor, bendición y paz. ¿Desea ser parte de esta misión?”
¿Qué misión nos inspira?
Tal vez este llamado, sereno pero profundo, sea más inspirador que los discursos estridentes que hoy invitan a ser grandes, influyentes o admirados. Es el estilo de los “expertos motivacionales” del mundo evangélico, centrados en la autoafirmación y el éxito personal. Frente a eso, prefiero el consejo del psiquiatra cristiano Glynn Harrison, quien en su libro “El gran viaje al ego" afirma: “Necesitamos tener una percepción de nosotros mismos que sea realista y bien fundamentada, y que no se centre en afirmar nuestra propia importancia, sino en servir a un propósito más grande que nosotros mismos.”
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Notas Bibliográficas:
1- Escobar, S. (2002). La misión de la Iglesia hoy, una mirada hacia afuera. Getsemaní Estudios, 1-7.
2- Amaladoss, M. (04 de 1996). La mision en un mundo posmoderno, una llamada contracultural. Recuperado el 23 de 11 de 2008, de Congreso de la IAMS (Internacional Asso- ciation for Mission Studies)
3- Mclaren, B. (2003). Valores Emergentes. Recuperado el 09 de 11 de 2006, de Desarrollo Cristiano Internacional
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Para vivir la fe - Frente a un mundo de vanidades caras y vacías