Estamos en la era de la murmuración digital

Con el auge de las redes sociales, la murmuración se ha convertido en un producto de consumo masivo.

    08 DE JUNIO DE 2025 · 08:00

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    El efecto corrosivo, letal y destructivo de la palabra murmuración ha sido sutilmente atenuado al referirse únicamente a la argumentación escurridiza, al comentario y a las trivialidades de ocasión que sobre otras personas o hechos compartimos en nuestras conversaciones cotidianas con familiares y amigos.  

    No todo comentario sobre una persona ausente tiene como objetivo dañar, desacreditar o difamar; sin embargo, cuando hablamos de murmuración en sentido bíblico, nos referimos a algo mucho más grave.

    La murmuración, desde la perspectiva de las Escrituras, es como un veneno: una daga afilada y ponzoñosa, una erupción volcánica ardiente que brota del corazón, pero que primero elabora argumentos engañosos para justificar su estallido. En la Biblia, este pecado se asocia con la incredulidad, la rebelión y la ingratitud. El pueblo de Israel murmuró contra Moisés y contra Dios durante su travesía en el desierto (Éxodo 16:2–3; Números 14:27), y esa actitud trajo como consecuencia el juicio divino.

    Este episodio muestra claramente el poder destructivo de la murmuración: siembra el desánimo, genera dudas y frustra los mejores propósitos. Además, es una herramienta útil para los hipócritas, los desobedientes y los mentirosos. La murmuración solo resalta lo negativo; no edifica, no aporta, no construye. Muchas veces se disfraza de compasión, de preocupación o incluso de amabilidad, pero su fin es siempre la zancadilla, el tropiezo, la caída del otro.

    Es, en el fondo, una cortina seductora de argumentos falaces y distorsionados que oculta la verdad y desvía a las personas del propósito de Dios para sus vidas. Por eso es tan abominable y severamente condenada por el Señor.

    Con el auge de las redes sociales, la murmuración se ha convertido en un producto de consumo masivo. Cuanto más tóxico y malintencionado sea el contenido, más se difunde y se celebra. Todos ahora somos productores de contenido, y el talento para hacerlo rentable ha encontrado en el descrédito ajeno una mina de oro. Honras y reputaciones construidas durante años son derribadas en minutos por esta cultura del entretenimiento envenenado.

    La murmuración ha dejado de ser un susurro tímido para convertirse en un ruido ensordecedor, en un espectáculo de escándalo y difamación descarada. El murmurador, ante cualquier propuesta o necesidad, siempre tiene una solución "mejor". Casi nunca apoya el plan aprobado, y si sus ideas son finalmente adoptadas, no se compromete con la acción. Siempre tiene una excusa preparada: “Si me hubieran hecho caso desde el principio...”

    La murmuración es aliada de la cobardía y la irresponsabilidad. Prepara el terreno para que otros carguen con las consecuencias del daño que ella misma provoca. A Jesús mismo lo acompañaron murmullos malintencionados durante su ministerio, de parte de quienes buscaban su muerte. Fue en ese ambiente de calumnia y manipulación donde finalmente se gestó su crucifixión. Aunque la lanza fue clavada por los soldados romanos, la murmuración preparó el terreno.

    Este pecado, sin lugar a duda, refleja una profunda carencia moral. Quienes lo practican suelen ocultar sus intenciones destructivas bajo un manto de falsa preocupación. Propagan calumnias sin pruebas, con el fin de destruir al prójimo.

    La murmuración es una tentación sutil, y nadie está completamente a salvo. Si no somos cuidadosos, podemos hacer de ella un hábito tan frecuente que se vuelva casi patológico. Muchas iglesias, a pesar de haber superado otros pecados tras la conversión, no logran vencer la murmuración. Esta, a menudo, se convierte en una válvula de escape para pasiones no transformadas.

    La Biblia es clara al advertirnos sobre sus consecuencias. Durante el éxodo, los israelitas murmuraron por falta de agua, alimento y temor a los enemigos. Como resultado, Dios los condenó a vagar cuarenta años por el desierto y les negó la entrada a la tierra prometida (Éxodo 15:24; 16:2; Deuteronomio 1:27; Números 14:29-30).

    Casos aún más graves incluyen la muerte de los espías que desalentaron al pueblo (Números 14:36-37) y un amotinamiento que costó la vida a 14,700 personas, detenido solo por la intercesión de Aarón (Números 16:42-49). El apóstol Pablo menciona este episodio como advertencia para nosotros (1 Corintios 10:10). Así, la Escritura presenta la murmuración no como una simple debilidad, sino como un pecado grave que atrae el juicio de Dios.

    La murmuración suele dirigirse contra las autoridades establecidas por Dios, ya sean seculares o eclesiásticas, sin considerar que rebelarse contra ellas es, en última instancia, rebelarse contra Dios mismo.

    Si usted, como cristiano, consume o comparte contenido de murmuradores en las redes sociales, está participando —y peor aún, financiando— esa práctica destructiva. Está envenenando su vida espiritual con mentiras disfrazadas de “información”. La murmuración de hoy no es asunto de chismes de vecindario; es un fenómeno social de amplio alcance, con poder para herir incluso al creyente más fiel y consagrado.

    Si no estamos seguros de tener una actitud crítica y madura ante este tipo de contenidos, si no estamos buscando sinceramente información que nos ayude a entender mejor una situación, entonces lo más sabio es ignorar esa avalancha de difamaciones disfrazadas de opinión. Muchos no buscan la verdad, sino el lucro y la fama, a costa de destruir la vida, la reputación y la fe de los demás.

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Para vivir la fe - Estamos en la era de la murmuración digital

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