El mandato de Jesús de lavar los pies a otros hoy

Jesús no esperaba que su gesto se repitiese como una ceremonia ¿A quién y cómo debemos lavar hoy los pies?

    01 DE JUNIO DE 2025 · 08:00

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    Jesús lavando los pies a Pedro

    ¿Por qué el lavatorio de pies —a pesar de tener como modelo al mismo Señor Jesucristo— no ha logrado integrarse plenamente a la liturgia de nuestras iglesias? Aunque algunas denominaciones lo han incluido en sus reglamentos y ciertas congregaciones han realizado ensayos esporádicos para sacralizar esta práctica, lo cierto es que no ha tenido una acogida significativa entre nosotros.

    Sin embargo, practicarlo con amor, humildad y buen sentido no tiene objeción alguna.

    La enseñanza de Jesús al lavar los pies a sus discípulos no pretendía instituir un rito religioso, sino dejar un ejemplo de humildad y servicio al prójimo, válido en todas las circunstancias de la vida. Su gesto apuntaba más a un cambio de actitud y transformación del carácter que a la instauración de un ritual litúrgico.

    Dentro de la tradición cristiana, nosotros los evangélicos reconocemos tres sacramentos principales: el bautismo, la Santa Cena y el matrimonio. Aunque el lavatorio de pies cuenta con el ejemplo directo de Cristo en un momento profundamente significativo (Juan 13:1–17), no se considera un sacramento en la mayoría de las tradiciones cristianas por diversas razones teológicas e históricas que no abordaremos aquí.

    El desafío actual de la iglesia no consiste en institucionalizar el lavatorio de pies como rito religioso, sino en aprender a convertir los lugares de privilegio y las posiciones de poder en espacios de servicio solidario que expresen amor y humildad. Se trata de enfrentar sin hipocresía las calamidades que sufre la mayoría, de actuar con solidaridad hacia los olvidados, sin buscar aplausos ni proyectar poses religiosas para agradar a todos. Se trata de proclamar la verdad sin complicidad con los poderosos, y de asumir con compromiso la misión integral e ineludible de nuestro Señor Jesucristo.

    Edgardo Moffatt, en un artículo titulado Soñar la Iglesia, publicado en la revista Kairós, señala que el acto de lavar los pies en tiempos bíblicos respondía a una necesidad cotidiana: los caminos polvorientos y el calzado abierto dejaban los pies sucios, heridos y maltratados. Este servicio ofrecía alivio, limpieza y dignidad al caminante. Sin embargo, se trataba de una tarea humilde y despreciada, usualmente reservada a los esclavos no judíos. Que alguien realizara esta acción por otro era un gesto de comodidad, aunque implicaba enfrentarse a heridas, infecciones y mal olor. Justamente por su carga humillante y su asociación con la esclavitud, el lavatorio de pies simbolizaba lo más bajo del orden social.

    En este contexto, el gesto de Jesús adquiere una fuerza profundamente revolucionaria y contracultural. Él no convirtió esta acción en un rito sagrado ni en un sacramento formal, sino que la utilizó para redefinir la esencia misma del liderazgo y del servicio dentro de su comunidad. Lo sagrado, según la enseñanza de Jesús, no se limita a lo litúrgico o ceremonial, sino que se manifiesta también en los actos cotidianos, incluso aquellos desagradables, cuando se realizan por amor al prójimo.

    Jesús no esperaba que sus seguidores repitieran mecánicamente el gesto como una ceremonia ocasional, sino que asumieran el espíritu de ese acto como un estilo de vida: un servicio recíproco y comprometido con las necesidades concretas y reales de los demás. De esta forma, el lavatorio de pies se convierte en una metáfora de la vocación cristiana al servicio humilde, solidario y desinteresado, incluso desde los lugares más bajos y marginados del orden social.

    Esta actitud de Jesús confronta la mentalidad dominante de poder, prestigio y comodidad. Pedro mismo se resiste al inicio, incapaz de concebir que el Mesías se rebaje de tal manera. Pero Jesús invierte los valores del sistema: el Rey se convierte en siervo, y llama a sus seguidores a hacer lo mismo, sin importar su estatus.

    El texto cuestiona la tendencia de muchas iglesias actuales —tanto conservadoras como renovadas— a centrarse en debates internos, luchas de poder o formas de espiritualidad desconectadas del servicio cotidiano. Muchas comunidades cristianas han adoptado modelos de liderazgo verticales, autoritarios, carismáticos o de "notables", alejándose del ejemplo del "Dios con fuentón y toalla". La visión evangélica del servicio ha sido distorsionada por una cultura de consumo religioso y marketing espiritual, donde los ministerios y líderes son presentados como productos en un mercado cristiano.

    Ante esta realidad, el texto propone un sueño alternativo: una iglesia "lavapiés", humilde y servicial, que encarne el amor de Dios en acciones concretas a favor de los pobres, excluidos y heridos por la lógica de una globalización desigual. Esta iglesia no buscaría influencia política ni reconocimiento público, sino que iniciaría su transformación desde abajo: desde el barrio, desde el servicio silencioso, desde el acompañamiento a quienes caminan con los pies llenos de barro y llagas.

    El llamado de Jesús es claro: abandonar la comodidad del cristianismo de consumo y abrazar la práctica diaria del servicio, incluso cuando esta resulte incómoda, profana o desagradable. En lugar de vender experiencias espirituales o modelos de éxito ministerial, el verdadero gozo cristiano —dice Jesús— se encuentra en servir con humildad, desde abajo, desde lo invisible, desde lo despreciado.

    Solo así podrá surgir una comunidad verdaderamente fiel al espíritu del Reino de Dios.

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Para vivir la fe - El mandato de Jesús de lavar los pies a otros hoy

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