Las vidas que no se defienden en el púlpito

En R. Dominicana han muerto más personas por accidente de tráfico que por asesinatos en 2023, y más por esta causa en la pandemia que por covid-19.

    22 DE MAYO DE 2025 · 08:00

    Rico Löb, Pixabay,accidente coche
    Rico Löb, Pixabay

    ‘Ustedes, los dominicanos, tienen los mejores peloteros del mundo, pero también los peores conductores’. Así le dijo, mientras se desplazaba por la autopista Las Américas rumbo a Santo Domingo, un pastor extranjero que venía a nuestro país a celebrar una campaña de predicación, al pastor que pasó a recogerlo por el Aeropuerto José Francisco Peña Gómez.

    Este país, la República Dominicana, es verdaderamente singular. Un lugar donde la alegría vibra con fuerza, pero también donde el espanto asoma con desconcertante desparpajo. Es un país de contrastes extremos, podríamos decir, bipolar.

    En 2023, nuestro país registró 1,949 muertes por accidentes de tránsito superando los decesos causados por homicidios, que sumaron 1,501 casos. Además, entre 2020 y 2023, los accidentes de tránsito provocaron más fallecimientos que el COVID-19.

    La República Dominicana presenta una de las tasas más altas de mortalidad por accidentes de tránsito en el continente, con 65 muertes por cada 100,000 habitantes, según datos de la Organización Mundial de la Salud.

    Con esta sombría estadística, superamos a naciones como Zimbabue, Malawi, Liberia, Eritrea, Uganda, Burundi, Gambia, Sudán del Sur y Tanzania. Esto significa que, mientras usted está en territorio dominicano, sus probabilidades de morir trágicamente en un accidente vial son de las más altas del planeta. Sin embargo, esto no nos alarma ni parece escandalizarnos.

    El derrumbe del Jet Set ha sido un tragedia desgarradora y traumática, su sentida repercusión se ha expresado de forma tan reflexiva y dolorosa como era de esperarse ante la pérdida de 235 vidas humanas. Luego de este lamentable acontecimiento, cuando entramos a cualquier edificación, no extraño que miremos al techo buscando detectar alguna señal de grieta que pueda poner en riesgo nuestra seguridad personal; sin embargo, para nosotros los dominicanos, los accidentes de tránsito son parte de nuestra rutina diaria que estamos dispuestos a aceptar sin empachos ni remordimientos.

    Hemos desarrollado una especie de resignación fatalista que nos impide reaccionar con la urgencia necesaria ante una hecatombe cotidiana que se lleva miles de personas cada año. En el período que va del 2007 al 2021, hablamos de los últimos 15 años, se registraron 27,608 muertes por accidentes de tránsito, según datos de la Oficina Nacional de Estadística (ONE).

    La muerte en la vía pública carece del dramatismo social capaz de despertar reflexiones profundas y generar cambios de comportamientos. En relación con los accidentes de tránsito nos falta esa dimensión trágica que impulsa a la acción, que nos motiva a la prevención y al cuidado, y que pueda inspirar una transformación cultural en nuestra manera de conducir.

    Nuestra forma colectiva de manejar parece estar siempre al borde del próximo accidente. No hay un esfuerzo serio y sostenido que lo prevenga, que disminuya su impacto o que nos proyecte hacia cifras más esperanzadoras y menos aterradoras y trágicas.

    Hoy seguimos avanzando —con la misma velocidad y actitud— por el carril de la muerte, del desastre, de la tragedia. Vidas, recursos y esperanzas se pierden cada día, mientras el espectáculo del momento apenas deja una estela emocional que pronto se desvanece, sin consecuencias reales.

    A los accidentes de tránsito les hace falta esa visibilización cultural que los vuelva inadmisibles. No hay novelas sobre ellos. En la ficción, como en la vida real, los accidentes de tránsito apenas merecen una mención fugaz. Son tan triviales que se reducen a frases como: “Fulano murió en un accidente de tránsito”, y la conversación continúa sin pausa.

    La mayoría de estos accidentes son provocados por la imprudencia, la temeridad o la falta de respeto a las normas básicas de tránsito. Sin embargo, este no es un tema que escuchemos en nuestros púlpitos. Los pastores no estamos tomando el tiempo para decirle a nuestras congregaciones que conducir de manera responsable también es parte de la vida cristiana. Estoy convencido de que un conductor imprudente, al convertirse a Cristo, debe mostrar una transformación que se refleje también en su forma de manejar.

    Enseñamos con frecuencia el Salmo 121:8: “Jehová guardará tu salida y tu entrada”, pero olvidamos que la protección divina no excluye el ejercicio de la prudencia y la responsabilidad ciudadana que debemos practicar como parte de nuestra fe. Desde una perspectiva teológica, este tema no es menor. Hablar de accidentes de tránsito es hablar de vida, y por lo tanto, debe ser parte del discurso de la iglesia, de la enseñanza pastoral y de la formación en la fe. La iglesia tiene la tarea de formar ciudadanos responsables, de generar conciencia colectiva, de motivar cambios concretos que dignifiquen la vida humana.

    Así como nuestros grandes peloteros deben llenarnos de legítimo orgullo nacional, el índice de muertes por accidentes de tránsito debe avergonzarnos y estremecernos, debe llevarnos a una profunda reflexión como sociedad. Porque no tiene sentido celebrar nuestros logros deportivos, si seguimos perdiendo vidas de manera absurda y evitable en nuestras calles y carreteras.

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Para vivir la fe - Las vidas que no se defienden en el púlpito

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