Carlos Spurgeon: ‘El príncipe de los predicadores’
Sus sermones eran respaldados por su consagración a Dios. Nunca puso su elocuencia por encima de su devoción.
13 DE MAYO DE 2025 · 08:00

Toda área del conocimiento tiene algunos nombres que son referencias inevitables. No es posible realizar un estudio enjundioso de la oratoria sagrada sin toparse con cierta frecuencia con el nombre de Carlos Spurgeon, quien es uno de los predicadores más extraordinario que jamás haya existido. Al menos, su legajo de sermones y consejos sobre homilética, especialmente el tratado “Discurso a mis Estudiantes”, no tiene paralelo.
Spurgeon fue en su inicio un predicador itinerante. Pequeños pueblos y apartadas aldeas fueron el primer escenario de su ministerio.
No había cumplido aún los veinte años cuando 1853 llegó a Londres para hacerse cargo de legendaria Iglesia Bautista de New Park. Se trataba de una decadente congregación, otrora prestigiosa por los hombres prominentes que habían ocupado su púlpito.
Su local, con capacidad para más de mil doscientas personas, apenas congregaba cien almas cuando Spurgeon asumió el pastorado.
Solo bastaron unas cuantas semanas para que la Iglesia Bautista de New Park iniciara uno de los más vigorosos avivamientos que se recuerde en Inglaterra.
A pesar de que el edificio de la iglesia posteriormente fue ampliado, miles de personas de todos los niveles abarrotaban sus instalaciones, quedándose fuera una cantidad considerable en cada servicio.
La prensa se hacía eco de todo cuando Spurgeon predicaba y sus sermones eran multiplicados y distribuidos por millares. Durante muchos años, los sermones del “Príncipe de los predicadores”, como se la ha llamado a este hombre, constituyeron el principal atractivo de la ciudad de Londres.
Impresionaba de Spurgeon su amplio conocimiento de la Biblia, la poderosa unción con que ministraba la Palabra, su voz estentórea, rebosante de gracia y flexibilidad tonal, la reverente actitud y la humildad sincera con que abordaba temas espinosos.
La estructura de su pensamiento era rigurosamente ordenada, los argumentos de sus temas iban prendido de una natural y cautivante elocuencia. Rara vez caía en lo empantanado o fútil. Parecía estar libre de lo farragoso e insustancial. Su discurso era progresivo en interés y estilo.
Fue un predicador doctrinal profundo pero pertinente, claro y elegante. Sus sermones estaban respaldados por su piedad personal y su consagración a Dios. Nunca ponderó su elocuencia por encima de su devoción, su éxito jamás hizo menguar su pasión evangelística.
No fue un académico, no sumó títulos, pero fue un hombre apasionado por el conocimiento. Leía todo cuanto caía en sus manos y dedicó mucho tiempo a escribir.
Junto a sus sermones, que están recopilados en numerosos volúmenes, uno de sus aportes más significativo por su valioso contenido didáctico es su tratado sobre predicación, “Discursos a mis estudiantes”, el cual junto al “Tratado sobre Predicación” de Juan A. Broadus, conforman las dos obras clásicas más importantes del arte de la oratoria sagrada.
“Discursos a mis Estudiantes” no es una recopilación académica para teorizar sobre retórica o elocuencia, sino que es el resultado de apuntes sacados de la experiencia misma, del afán continuo de construir contenidos y formas desde el púlpito. Por eso es el tipo de libro que le hace sentir al lector la excitación del púlpito con sus escalofríos y sudores.
Luis Palau, el bendecido predicador argentino, quien se confiesa discípulo de primera fila de Spurgeon, destaca que el título de “Príncipe de los predicadores” con que ha sido designado Spurgeon, es bien merecido por tratarse de un predicador, en primer lugar, bíblico, sano en su exégesis, organizado en su exposición, brillante en la ilustración, prudente en la aplicación y apasionado en su invitación”. Dice Palau que Spurgeon era enérgico y apasionado en la entrega de su mensaje.
Al momento de hacer el llamamiento la viva pasión de Spurgeon adquiría su más encendido y dramático matiz. Su oferta presentaba el amor infinito de Dios, su sacrificio en su Hijo Jesucristo y la urgencia que tiene el pecador para responder a toda la gracia que está a su favor.
Pero, además, su vivaz imaginación sabía hacer flamear amenazante las más encendidas llamas del infierno que esperaban por quien ante tanto amor optara por la indiferencia o el desprecio.
Spurgeon no está olvidado, pero no está en su mejor momento. Su vigencia comienza a ser amenazada. Sus libros se ven menos en los estantes de las librerías. Es menos referidos en artículos y libros sobre homilética y para muchos profesores y estudiantes de institutos bíblicos y seminarios, Spurgeon es un desconocido. El “Príncipe de los predicadores” no merece ser olvidado.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Para vivir la fe - Carlos Spurgeon: ‘El príncipe de los predicadores’